jueves, noviembre 17, 2005

Veinte años sí es algo

Había una vez un tiempo en que todo estaba a años-luz, en que el futuro era una forma vaga de existencia, tal vez nunca alcanzable. Cuando uno tenía veinte años, había una cosa-espectáculo llamada Expo 92, que tenía lugar en Sevilla, como diez años antes hubo un Mundial 82, de fútbol, sí, en ese tiempo inocente en que estaba uno volcado con los álbumes de cromos, y era divertido coleccionar aquellas estampas de textura tan suave. Incluso en ese tiempo me gustaba jugar a la pelota, con aquellos partidillos en descampados, en la misma calle, o en el terreno de FP lleno de grietas, y era bueno sudar, porque uno era JOVEN. Y qué más da, JA-JÁ, si son cosas de la edad, decía una canción, años más tarde. Con veinte años, me sentía pletórico, aunque también anidaba en el fondo la serpiente de la depresión, que siempre me acompaña (es algo hereditario, me temo). Fui a Sevilla en junio del 92, pero no me pasé por la Expo precisamente, fui a Cinematógrafos Corona Center, las únicas salas que por entonces daban cine en V.O., y vi La doble vida de Verónica, mientras mi amiga se metía en la otra sala para ver la de Zhang Yimou, aquella dominada por las lámparas rojas, La linterna roja creo que se llamaba (luego ví ésta también, y por segunda vez, en el Victoria --un cine que ya está muerto, oh tiempos, oh castillos-- la de Kieslowski). Se puede decir que era el esplendor de mi fase cinéfila, antes de comenzar mi Fase Musical. El cine era mejor que la vida, mucho más, porque mi carácter pasivo y melancólico se ajustaba mejor a la sala oscura que al campo de deporte o al campo abierto. Hace veinte años, o al año siguiente, en el 93, yo conocería la magia de algo que siempre había soñado, La Protección de Alguien Superior Y Más Sensible. En brazos de la mujer madura. No quiero ni pensar en la ruina que hubiera supuesto caer en las garras de una veinteañera, por Dios y los demonios todos. Nunca he entendido a las sirenas, y cuando tuve la misfortune de dar con una, fue el comienzo del apocalipsis. Veinte años, y todo tiempo pasado fue mejor, porque ahora puede ser narrado, dice Pynchon, y dice todo escritor que merezca tal nombre.

Quisiera volver al patio de mi recreo.

Ahora, llegado este punto, tendría que colocar fotos, fotos de entonces... Miro la autobiografía de Martin Amis, Experience; y una biografía excelente de Philip Larkin, y ambas contienen buenas fotos del álbum familiar. Siempre se dice que la relación con el padre marca mucho, y es cierto. El padre, y no la madre. Yo siempre detesté a mi padre, por su mal humor y su espíritu rústico, su falta de sensibilidad para la mayoría de mis inquietudes. ¿Cómo querer a quien nunca se acercó a tí, quien nunca se hizo amigo? Mi padre: una nulidad, ausente, ido, loco perdido. Sigue vivo, pero es como si ya no estuviera.

Hace casi catorce años tuve veinte años, y a veces los echo de menos. Pero no es sólo esa edad, es el sentimiento, es pensar que a los veintidós me pude largar temporalmente de casa, y luego irme a otro lugar, con quien de verdad me amaba. Y cuando se acabó ese amor, regresó la pesadilla. Porque siempre se vuelve a casa, alguna vez, y no precisamente por Navidad...

La vida sin amor es imposible, porque donde no hay amor, hay odio, o lo que es peor, indiferencia.

Cuando uno tiene veinte años, todo se expande, todo es proyecto y vértigo, el sexo es maravilloso, cuando te quedabas dormido, rendido, después de hacer el amor, en ese estado de casi inconsciencia, entonces, ah, qué placer tan efímero, tan bello. La música, que ahora se va apagando, poco a poco, y me duele, me duele mucho que así sea.

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Veinte años, mi querido lukas, sí son algo, es cierto. Tan fuertemente cierto que como tú dices, duele. Creo que la música y el cine que salen del ser humano, son nuestra divinidad y por ello son finitas... aunque lo que uno ama profundamente y está vivo y cercano, y no te ha maltratado nunca ni siquiera levemente ccon alguna cortés palabra para alejarte, no es posible desaparezca.

Y tú, tan musical cuando escribes,
estás adherido a sus ritmos y existes.

7:31 a. m.  

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