miércoles, noviembre 02, 2005

Vista y sabor

Una de las mejores maneras de conocer una ciudad es vía gastronómica, y eso es lo que quiero hacer a partir de ahora cuando vaya a una. Es verdad que hay otros aspectos vitales tal vez más interesantes, pero no creo que menos intensos, al menos, no tan divertidos... y sabrosos. Madrid es una ciudad enorme, una metrópoli en donde cabe de todo, y es por eso que en el plano gastronómico no tiene mucha personalidad (frente a otras regiones o ciudades de España), pero en cambio, al ser capital y lugar de concentración de gente de casi todo el planeta (tan multicultural ya como Londres o Berlín, digamos que al menos así será dentro de poco, si no lo es ya), está nutrida con restaurantes y cocinas de la mayor variedad. Es muy difícil probar todo esto, pero al menos se puede intentar, huyendo de los lugares típicos, hacer un pequeño esfuerzo y visitar otros barrios, lejos de las zonas más turísticas y castizas del centro. Lo mejor de Madrid, en restauración, se aleja de ese centro que ya me harta, incluso me deprime.

Así que el sábado hicimos una visita a Sacha, que se define como "botillería y fogón", un restaurante algo viejo y rancio en decoración, bastante escondido en un callejón ajardinado, en el barrio de Cuzco ("aquí no hay calor humano", me decía M., cuando nos acercábamos, al darnos cuenta que en estos barrios alejados del centro la temperatura es varios grados inferior). Pero la comida, ¡ah, la comida!, es excelente, y eso es lo que cuenta. Todo en este sitio parece de otra época, no sólo la decoración, que ya digo que es un poco deprimente, ideal para gente de derechas, sino también los camareros, etc. Pero la comida es buenísima (es otoño, así que muchos platos de setas, ¡qué ricos!), como ese arroz con setas y perdiz, sencillamente delicioso; o el bacalao de otoño, que lleva encima trompetas de la muerte; y qué decir de los postres, buenísimos, como "mel y mató", requesón con miel, una receta desde Girona, es algo delicadísimo, inolvidable. En fin, una velada agradable, más al inicio (cuando llegamos no había nadie aún) que al final, en que, al estar lleno el pequeño comedor, ya no se podía charlar tan bien, un poco de ruido. En una mesa del fondo vimos a dos periodistas de El Mundo, con sus respectivas mujeres y una amiga común...

También fuimos a comer a una casa de comidas en Huertas, Terra Mundi, un gallego que cuenta con menú del día todos los días por 9.50 €, y que también tiene una carta con platos típicos, de allí, y una carta de vinos pequeña pero bien elegida. El local es amplio, con varias estancias, y la decoración es clara, muy natural, y original también, y la verdad es que uno se siente muy cómodo. Como suele pasar, los menús no tienen la altura de la comida a la carta, pero tampoco se puede pedir más por ese precio... El domingo ya resulta más difícil encontrar un lugar, no sólo porque muchos locales cierran, sino porque si no tienes reserva, es un pelín más difícil todavía. Eso nos pasó en Pulcinella, un italiano que dicen que está bastante bien, en Chueca. El tipo de la recepción dijo tajante que no... Fuimos a Chueca, sí, el barrio de moda, el barrio gay por excelencia. Ya cuando sales del metro, en la plaza del mismo nombre, encuentras ese ambiente típico, el escaparate de un lugar que es ahora el más libre, dinámico y divertido de Madrid. Tomamos una cerveza en ese bar que hace esquina, frente a la boca de metro, que estaba tan lleno que mucha gente tomaba algo en la acera o en la calle. Algunos se besaban sin ningún pudor, celebrando, simplemente, el hecho de estar vivos. Vi a uno con sombrero de cowboy, que iba con otro no tan atractivo, con gafas medio rotas. Dentro, vi a un periodista de televisión, pero esto lo descubrí más tarde, al principio no caía. Y luego fuimos a la aventura de encontrar un lugar abierto y que nos gustara. Como decidimos no entrar a tomar el brunch en Café Oliver (que además, ya estaba abarrotado a esa hora, y era imposible pillar mesa), teníamos que encontrar algún sitio donde comer. Chueca concentra la mayor cantidad de restaurantes por metro cuadrado de Madrid, creo, y aún así, la mayoría estaban cerrados. Vegaviana, Omertà, El Cuatro de Xiquena, Gula Gula, Vinoteca Barbechera, y más... Al final nos decidimos por Maison Blanche, que está decorado todo en blanco inmaculado, algo aséptico también, y que cuenta con una tienda gourmet a la entrada. La comida se define como "internacional", ese batiburrillo en donde no encuentras nada original, pero en fin..., a esa hora, era un poco inútil seguir buscando. Los camareros eran jóvenes, no sé si mexicanos o argentinos..., y la comida estaba buena, con el hambre que había.

Por la noche, después de la Filmoteca, dimos un paseo por Huertas, pero ahí estaba casi todo cerrado, y lo que quedaba abierto no nos gustaba. Así que nos metimos por la calle del Prado, y ahí de repente me topé con Olsen, un nórdico del que había leído muy buenos comentarios. Me asomé, y me gustó, parecía un local amplio, en madera, muy cálido... Justo debajo, Per Baco!!, un italiano creo que del montón. Dimos un rodeo, por calles ya desiertas, y como no encontrábamos nada decente, decidimos meternos en Olsen, que estaba lleno de gente cenando. Pero el camarero de la barra de entrada (que resulta que funciona como un vodka-bar, también para cócteles), todo lleno de tatuajes, nos dijo que podíamos tomar una tapa en un reservado, en la zona lounge. Y eso es lo que hicimos. Alrededor, gente cenando, yo pensaba que en plan tranquilo, pero al rato me di cuenta que la música ambiental era realmente desasosegante. ¡Menos mal que no fuimos a comer o cenar, no lo resistiría! Tienen cartas pequeñas de tapas, de vodkas (tienen todos los del mundo) y de vinos, cavas y cócteles. Así que tomamos dos tapitas nórdicas y dos copas de vino, ¡pero qué poca cantidad! En fin, un sitio fashion, el más fashion que he visto hasta ahora (me fijé en el aspecto de los camareros, uno llevaba unas botas rojas a la última), con una decoración minimalista estupenda (me gusta esta decoración neutra, más que los lugares barrocos o elegantes pero rancios), pero con una música ambiente terrible, es lo malo de estos sitios tan posmodernos.

Como nos quedamos con hambre, tuvimos que ir a la zona más típica, a comer algo realmente típico, con una cerveza, y adiós al glamour, y adiós al buen tiempo, al otoño excepcional de Madrid, porque cuando salimos estaba cayendo una buena.

Y más nombres retumbando en mi cabeza: Caput Mundi (en la calle Castelló, muy cerca de la Fundación Juan March, en donde vimos una retrospectiva-celebración maravillosa, por los cincuenta años del sitio); El Caldero (un murciano en calle Huertas), Ouh... Babbo! (un buen italiano en Ópera), Entre Suspiro y Suspiro (cocina mexicana de calidad), La Taberna del Alabardero (frente al Teatro Real), Yerbabuena (un vegetariano en la cinematográfica calle Bordadores), Saint James (el templo arrocero en la calle Juan Bravo, otro lugar en donde no parece haber calor humano, sino perros pijos), El Olivo, El Olvido (velas y naranja por todas partes)...

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Hay un intenso color en el Café Olivier y en el Olsen. Y eso atrae Lukas.

Todos esos nombres y el sabor sugestivo que lanzas en tu post dejan un gusto a exquisitez.

8:41 a. m.  

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