miércoles, febrero 15, 2006

Dos o tres cosas que sé de ella

Cómo Alicia cayó en la degradación moral, en ese embrutecimiento que hace que una mujer acomodada se entregue al alcohol, al sexo con desconocidos y al tedio vital, olvidando todo, buscando a un mendigo que ella cree real, y que en la escena de la iglesia del final, se convierte en elemento mágico, casi sobrenatural, y que me hizo pensar en La leyenda del santo bebedor. La novela acaba así de forma estupenda, pero antes no nos ahorra detalle sobre el abismo en que cae ella, la peor de todas. La depresión: eso es.

Rafael Argullol escribe un artículo de opinión que sale publicado ayer en El País: El fascismo de la posesión inmediata, y en donde describe de forma sucinta el panorama actual de una juventud que cree que el derecho a la diversión es algo así como salir de caza por las noches (Alicia también salió de caza, y cobró cuatro buenas piezas), apaleando mendigos, que son la cara oscura del maldito capitalismo (no de ficción, Sr. Verdú, sino muy real). El fascismo de la Era del Consumo, es algo suave, en vuelo rasante, martilleante en su insistencia necia; los nuevos bárbaros llevan zapatillas de marca, ropa de marca, fuman porros, beben whisky de marca, juegan con la PlayStation2 y hacen sexo sin mucho miramiento. Para detener esta gran mentira que supone creer que la libertad para divertirse está por encima de cualquier otro derecho, hace falta algo más que unos cuantos artículos en la prensa. Para detener este fascismo, con el que me moriré amargado, presa de su poder de arrase, hace falta algo más que Noticias Cuatro. Pero por algo se empieza: por nombrar a la Bestia.

Vivir sin miedo: hay un hombre que vuelve de la cárcel y la busca, ella encuentra a su salvador viviendo en un caserón en el campo (Lluis Homar es el actor que lo encarna), ellos al final logran la redención mediante la comprensión, mediante la superación de una muerte anterior. Una película estupenda que dieron el otro día en Canal 2 Andalucía, y que me hizo pensar en Solas, hasta la música es parecida.

Sé que vive en una calle estrecha, que a veces huele a mierda de gato, que no le gusta el cava, que cuenta hasta diez antes de gritar (aunque a veces su paciencia se agota antes), que no lee nada que huela a Antonio Gala, y que su restaurante favorito es un nombre de perro-lobo.

A veces la veo pasar, quietamente, por la alameda, los otros hacen footing, ella pasea, lleva un libro, es de Coetzee o de Javier Marías, y en eso, sonríe, imaginando un campus, una granja, un desierto, Punta Arenas, donde le he prometido en secreto que nos iremos a vivir, cuando seamos viejecitos.

Fundido en negro. Antes, plano largamente sostenido, se ve su rostro, un hilo de sangre desde su frente, también en nariz, le cae hasta la barbilla, sus ojos no se mueven, no párpados, no nada; los matones huyen en coche, y un gato pasajero se lame en el bordillo de la acera. No hay créditos finales. La gente sale tranquilamente del cine. Fuera, está todo por ponerse. Le digo que adónde vamos, no comentamos nada de la película. Siempre me gustó este ambientillo de la Plaza de los Cubos. Ahí arriba, donde la mole del Conde Duque, hay alguien que nos espera, es el correo de las once y cuarto, rumbo a... Se ríe, no ha comprendido. Quién iba a decirte esto a ti.

¿Te acuerdas cuando aquella peli danesa, y con la orquesta en directo?, fue cuando las jornadas de cultura nórdica, hace tiempo, mucho tiempo, cuando esta frente estaba libre de arrugas incipientes. Dijiste que el actor, Antonin Artaud, reflejaba bondad. También me acuerdo de aquel navajero que nos perseguía a la salida de la segunda parte del documental sobre los Panero, desspués de tantos años, otra vez Plaza de España, y yo sin conocerte.

La mujer sin sombra. No te conozco, pero te presiento. Cada gesto se descompone en muchos otros casi minúsculos, casi invisibles.

Lo que más le gustaba leer, juntos, a hora muy temprana, en la cama revuelta, era el poema de Jaime Gil de Biedma que dice:

NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Querido amigo, acerca de ese fascismo que cada vez arroja más titulares sobre golpizas y abusos, alarma y una piensa en cómo sería sentir sobre una la mirada de un xenófobo. Cuando hace años estuve en Rusia, la única hosquedad que sentí fue la de unas mujeres casi ancianas, mas no era por racismo, estoy segura. Y por otra parte los recuerdos que transmites con una mezcla de angustia y nostalgia me resultan tan vívidos y hermosos: son comovedores y la constatación final es como un certero golpe al corazón, y a todo reducto mental...

11:18 a. m.  

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