miércoles, febrero 08, 2006

La vida es un don, II

Isabel Coixet es una creadora extraordinaria, y en su último filme, La vida secreta de las palabras, lo demuestra más que nunca. No sólo escribió la historia, que es tremenda, sino que dirige con mano férrea a los actores (no cree que sea buena idea que ellos aporten cosas), y encima lleva la cámara en la segunda unidad de rodaje, como se vio también de De cerca. Antes de verla (anoche) leí ese artículo de John Berger (uno de los dedicatarios de la cinta), en donde realiza algunas reflexiones sobre esta película de gran alcance. Habla de una secuencia impactante, de una honda emoción, cuando Hannah (Sarah Polley) se desnuda ante Josef (Tim Robbins) para mostrar sus pechos, y su torso lleno de cicatrices, que le hicieron durante la guerra de los Balcanes, una guerra ya olvidada, como dice más tarde su consejera en Copenhague. Berger, un maestro que nos enseña nuevas formas de mirar el mundo, relaciona esta escena con un cuadro de Tintoretto, en donde aparece una mujer en este gesto, con un collar de perlas en su cuello, aquí nada. También nos habla de cómo esta desnudez es más íntima que una que busque el contacto sexual, porque de lo que se trata es de compartir el dolor; y eso es lo que hace que salte la magia. Porque el mundo se divide en dos: los ricos organizados contra los pobres, en una especie de Cuarta Guerra Mundial, que comenzó en 1995, hace unos diez años, y que marcará todo este siglo XXI. Los seres que aparecen en la película son todos supervivientes, que se mueven en escenarios inhóspitos (una plataforma petrolífera, una fábrica textil, suburbios de ciudades degradadas...), que no parecen tener una casa, un hogar, como el resto de personas. Y en esos espacios de miseria moral, han de unir sus fuerzas para sobrevivir un día más. Lo hacen a través de la música, aunque no guste la misma a todos, obvio; y a través de la comida (la dieta austera de Hannah, con su arroz /pollo/ manzana, frente al otro trabajador de la plataforma, que quiere carne, y Deep Purple o The Kinks en la radio). Llega un momento en que hay que tomar una decisión, y ese momento, es verdaderamente maravilloso, por no hablar de esa voz en off infantil, misteriosa pues nada sabemos de dónde viene y por qué. La vida esconde un secreto, en el centro de este deseo ardiente hay un ansia por seguir adelante, aunque no todos lo puedan alcanzar (como ese suicida de la plataforma que origina la tragedia y da arranque a la película misma). En definitiva, cuatro merecidos premios Goya, para lo mejor del cine español, aunque esto de las nacionalidades no vaya con la Coixet.
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No me interesan para nada los puteríos de Alicia, la protagonista de La mujer de ninguna parte de Javier García Sánchez (Ediciones B, 2000). Es la típica cuarentona que se ha casado muy pronto, que ha cumplido con la misión femenina de tener hijos (la parejita, qué bien), y que llegada esa edad crítica, decide vivir el sexo, por fin (sí, eso es cierto: en la primera mitad de la vida, los hombres buscan sexo y las mujeres amor, y luego se invierten las tornas). No me interesa su historia con Andrés, que es un tipo indefinido (¿qué es eso de que pertenece al Cuerpo Diplomático?), y cuya gimnasia sexual con esta Alicia me la trae floja. Es que no me interesa nada de lo que aquí se cuenta, me parece todo tópico (sí, ella profesora de Arte y con una galería compartida; él hombre de negocios, cada uno con sus líos por fuera; amigos pedorros, etc.), muy manido. Los diálogos son escasos y poco creíbles. ¿Qué le ha pasado a JGS, después de aquella joyas, hace tiempo, como El Mecanógrafo o La Dama del Viento Sur? Es un caso claro de escritor que dio lo mejor de sí en sus primeros años literarios, y luego perdió la chispa, y cayó en las más vulgares historias de la gente corriente. Pero yo no quiero leer sobre gente burguesa, sobre pasiones adocenadas, yo quiero gente estrafalaria como Ignatius Reilly, o como el narrador de la novela de Hortelano, ese borracho y cínico despiadado que luego se vuelve atisbador de fantasmas.

Mira, si no sabes mostrar, todo lo tienes que decir (contra el consejo imprescindible de Nabokov), mejor dedícate a otra cosa. Si sólo sabes usar metáforas ñoñas, en una traca imparable, apaga ya (JGS y sus metáforas tan viejas, tan gastadas). No, por favor, no más historias manidas. Dime algo, muéstrame una gente, cómo se mueve, cómo habla, pero no me metas rollos patateros, no quiero saber lo que tú piensas. Así que, tras dos decepciones hispanas, voy a tener que volver a mi querido mundo anglosajón. Hoy día, cualquier película mediana vale mil veces más que estas chorraditas de novelas.