lunes, febrero 20, 2006

Mi querido Madrid (IV)

Cuántas son las sendas posibles en este Madrid laberíntico, que no se acaba nunca. Es infinito su recorrido, y las variaciones son también interminables, porque cada línea, cada día, cada estado de ánimo, invita a un nuevo recorrido, y es igual el tiempo, el lugar, todo es diferente, y el tiempo climatológico puede cambiar incluso varias veces en el mismo día, y así aparece el sol, tibio de invierno, el viernes por la mañana, cuando estoy sentado un momento en la Plaza de Benavente, y luego en una cola en la Glorieta del Pintor Sorolla, esperando a entrar en la Parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, surge la lluvia, un pequeño granizo, y el frío aprieta tanto que tienen que abrir antes de tiempo (falta casi una hora para el concierto de La Folía, que dirige Pedro Bonet, tres cantatas de Bach sonarán a partir de las seis, y no quedará ni un sitio libre, tanto es el amor por la música del Cantor de Leipzig entre los madrileños... y los que no lo somos, aunque sí de corazón). El cielo no se ve todo el jueves por la mañana, en el centro, pero por la tarde-noche, en la zona del Auditorio, por fin alcanzo a ver las nubes grises amenazadoras, y me parece el escenario perfecto para un adiós, pero también para un reencuentro: el mío con la música de verdad. El cielo de Madrid, tan contaminado, el aire que respiramos más de cuatro millones de personas, está ahí para ser el protagonista invisible de esta función.

Al final no fuimos a Alcalá de Henares; tampoco al concierto de la mañana de la ONE, y no quedaban entradas (sólo de pie) para la matiné del Real, ese mismo domingo desapacible. No iremos ya a ese concierto de La Folía, nos decimos el sábado por la tarde, son más de la cinco, no, ya no iremos. Tampoco a la obra de teatro de la Coixet, aunque pregunté en el servicio de ventas de El Corte Inglés. Tampoco veremos Munich, esa película que promete cine en serio. Son las posibilidades fallidas, las ocasiones que se fueron, sin pensar nada más, en nada más, y en nadie menos. Son las sendas que otros recorrerán, ahora mismo, mientras estamos aquí sentados ya casi dos horas, con un dolor de culo impresionante, porque la iglesia no sabía de confort en su vida antigua, y no se hizo el espacio de esta maravillosa iglesia para tanto tiempo de éxtasis (o sí). Seguramente otros disfrutarán de esa peli, en los Yelmo Ideal, pero nosotros vamos de nuevo al centro (que tan insoportable se me hace, cada vez más, porque ahí se acumula toda la morralla), en busca de algo con que apaciguar el hambre. La última noche, que habré de apurar hasta el fondo.

Lo mejor de todo fue Las Tortillas de Gabino. Yo, que no soy un burgués, me siento atraído por esos lugares (otro es la Fundación Juan March, adonde fuimos el domingo en la mañana para ver la maravillosa retrospectiva de Otto Dix, el pintor ecléctico, el caricaturista genial, el hombre de su tiempo convulso). Yo, que no soy un burgués, me gusta estar entre burgueses, porque aunque hay gente muy insoportable entre ellos, hay otra que respira un aire de cultura espléndido, en donde combiene bañarse más de una vez... El restaurante de Chamberí es tal vez el mejor de comida tradicional que hay en Madrid ahora: tortillas de patatas, croquetas tan jugosas, hasta platos de cuchara, de ésos que ya no quedan en sitios así (una señora muy requeteburguesa dice algo, medio horrorizada, sobre ese plato de cuchara). Tendríamos que habernos pedido las alcachofas, es una verdura que me encanta, y la presentaban de una manera muy hermosa. No hay música de fondo, y cuando llegamos sólo hay una mesa en nuestro salón, luego se llena, todo, y los camareros tienen que hacer eses para sortear mesas y sillas, en un ambiente abarrotado de clientela que parece habitual. Es el ambiente ideal, de una calidez que ya no se estila, pues se prefieren lugares fríos, en colores potentes, con mesas negras incluso, qué horror. Nos reímos un poco a costa de los repijos de la mesa del otro lado del pasillo, cómo puede haber gente así, pero la hay, y más repija aún. El postre también está muy rico, y no sé si tenían vinos de postre, pero me pedí un té, ya que no tomo café, nunca. Cuando nos vamos (¡oh, por qué?), el chico que nos atendió a la entrada nos coloca nuestros abrigos, un detalle que sólo se estila, supongo, en hoteles y restaurantes de más categoría. Ni siquiera en el Coure de Barcelona tuvieron un detalle así, y tardaron en traer los abrigos un montón, como si estuviera en otra casa, en otro planeta... La vida es muy buena, y salimos al silencio de la noche, en esta zona tranquila, lejos del bullicio de Sol, que enseguida nos engulle a unas cuantas paradas de metro.

Pero el Madrilia tampoco estuvo mal. Local amplio con mesas muy bien distribuidas arriba (abajo es más oscuro y para grupos más grandes), con un buen servicio, música ambiental deliciosa (por una vez, hasta se agradece), y comida de menú muy apetecible; la gente es joven y agradable, y como en su hermano gemelo Café Oliver, no se puede fumar. En el Oliver el espacio entre mesas es más reducido, aunque la clientela es igual de joven y progre que en el otro, y la comida es parecida (una crema de calabaza con queso de cabra; unos spaguetti a la boloñesa, una copa de Lan 2000).

El tiempo pasa veloz. Fotos con Lachenmann en los camerinos. Fotos con Lachenmann en el hall de la Sala de Cámara. Irvine Arditti hablando con Nono. Flashes como si fuera esto una rueda de prensa. Quién le iba a decir al alemán que en Madrid tuviera tantos fans, casi como si fuera un artista pop. Música a punto de detenerse, al borde de la parálisis, situación de frío extremo, la Cerillera, versión Tokio (ya no nos qiere). Tokio blues. Madrid by night. Pinchos del Norte, nuevo local en la calle Barcelona, muy cerca de Sol (los aseos son una maravilla, merecen una visita; el chico de la barra es mexicano; vinos por copas, a buenos precios; comida nada novedosa, pero está bien; sólo una pega: la música ambiente por la noche es muy molesta). En La Taberna del Marciano salen muchos estudiantes, hay muchos estadounidenses por todas partes del centro. El Olibo, ahora ya no vale nada tras el cambio de dueños. Zayin de Francisco Guerrero, el jueves, ellos iban de negro, porque Paco G. ya no está entre nosotros.

El sueño tarda en venir, es posible que no duerma del todo, porque ahí fuera, todo late, bulle, corretean espíritus sutiles.

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Es una ciudadtransfigurada, sobretodo de noche...

8:06 a. m.  

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