viernes, marzo 17, 2006

Excluidos del mundo, lejos en ninguna parte




Una novela de novelas, así se subtitula esta obra de Muñoz Molina, Sefarad (Alfaguara, 2001), una reunión de historias en el mejor sentido de la palabra, habitadas por gente que tiene alguna circunstancia especial, que sufre por una guerra, o por pertenecer a una minoría perseguida, excluida, que ha de atravesar fronteras peligrosas, para ponerse a cubierto de la insania de los hombres, sobre todo en el cruel siglo XX. Así, en capítulos como Quien espera, el narrador va saltando de una historia a otra, y ahí el testimonio de un exiliado interior como Victor Klemperer, demasiado viejo para salir corriendo, que nota cómo cada día las cosas van empeorando, hasta que las cosas básicas, como ir a una biblioteca y consultar un libro, ya no pueden ser hechas por él, como si algo en su interior se hubiera torcido progresivamente. O los encuentros furtivos, años antes, entre Frank Kafka y Milena Jesenska, entre Viena y Praga. O cómo denunciaron a Evgenia Ginzburg, y lo que le esperaba allí arriba. O cómo se llevaron a Heinz Neumann, y lo que tuvo que esperar su mujer, Grete Buber-Neumann, hasta que vinieron también a por ella. O la terrible historia de Camille Safra, que le cuenta al narrador en Copenhague, durante una fiesta aburrida en su honor. Y así muchas más historias, de gente que tuvo que marcharse, de gente que creía todavía en el romanticismo de la guerra, como el "héroe" de Tan callando, y que no sabe, o tal vez sí, que nadie es una sola persona, y que tenemos muchas historias encerradas en nosotros mismos.

La gran noche de Europa está cruzada de largos trenes siniestros, de convoyes de vagones de mercancías o ganado con las ventanillas clausuradas, avanzando muy lentamente hacia páramos invernales cubiertos de nieve o de barro, delimitados por alambradas y torres de vigilancia.
(p. 49).

También Mark Rothko recordaba cómo llegó a Portland, Oregón, él, un chico judío de Letonia, para reencontrarse con su familia, después de un largo viaje por todo el país, terrenos interminables, vistos a través de ventanillas en las que iba viendo retazos de paisaje, ese paisaje que primero captó con su fuerza externa, y luego, en busca de la claridad, trató de captar en la inmensidad de lo anímico, mediante dos franjas de colores, primero en color vivo, luego limitados a un gris y un negro antes de cortarse las venas, una mañana de 1970, en NY, como se cuenta en la novela de Eduardo Lago.

La preocupación de Muñoz Molina por los mendigos, los homeless de Nueva York, de Manhattan, vuelve aquí a ser puesta de manifiesto al hablar de gente que huye, que escapa del territorio natal, para aventurarse en la noche, y comprobar cuál delgado es el aliento, qué fina la vida, qué fácil es cortar el hilo de plata...

Para escuchar: Different Trains, de Steve Reich.