martes, abril 04, 2006

Madrid me mata

Salgo del metro en Colón, las dos torres gemelas, verde con un poco de naranja, ahí frente a mí, pregunto a un taxista allí aparcado que dónde queda la calle Monte Esquinza, y me señala una esquina en rojo, que corresponde, creo, si mi vista no me falla, a un VIPS. Pues bien, voy por la acera, y qué es lo que me encuentro a mano izquierda, la famosa Audiencia Nacional, que en vivo y en directo es una cosa corriente, no ese edificio siniestro que aparece comúnmente en TV. Cruzo la calle Génova (una de las calles más pijas de Madrid, por lo que ya diré) y enlazo la famosa calle de las galerías de arte. Pero en pocos metros, y en cada esquina, lo único que veo son policías nacionales, un furgón policial al lado, y al otro lado de la calle (una transversal), hasta una tanqueta. En la otra acera veo de refilón el nombre de la galería, Astarté, pero la que me interesa está en la acera por la que voy: Nieves Fernández, hay que tocar a un portero, está en el bajo derecha, me abren la puerta, cruzo un portón de madera enorme, y luego subo apenas unos peldaños, a la derecha justo comienza la exposición de Yannis Kounellis, ese líder del arte povera, he oído de ésta en Miradas 2 y también en las guías de este fin de semana. Todo se puede aprovechar, los materiales más de cada día, un somier, un abrigo de mendigo, raíles de tren, telas manchadas del negro de unas vidas rotas, a contracorriente. Trenecitos de metal, de juguete, salen de unas oquedades de la madera colgada. Curiosas esculturas. Negro con un poquito de blanco. Lienzo-lecho, y el acero agujereado. Envuelto en la tela negra, o el saco de arpillera que cuelga, vidas nómadas, asimétricas. La galerista conversa con una amiga o clienta. Me digo que qué curioso, que este artista haya hecho esta instalación expresamente para esta galería, en el barrio más pijo de la capital. Salgo, regreso por la misma calle, me fijo en que ahí en la esquina está la Embajada Británica, de ahí la vigilancia policial estricta. Tuerzo por calle Orfila, y por la acera derecha veo la galería Marlborough, me meto, hay dos muestras, una de un español que no me gusta mucho (tipo collage, nada nuevo bajo el sol del arte) y otra de obra gráfica from USA, que contiene algunas piezas maravillosas, por lo secretas, de los mejores creadores de aquel país. Salgo de nuevo a la calle y en la otra acera veo el Hotel Orfila, que tiene dentro un restaurante de lujo, el Jardín de Orfila, un Relais & Chateaux en la capital, creo que el único que existe. Un poco más arriba, un italiano que me parece vulgar, Enzo. Salgo de nuevo a Génova, a la altura de la sede del Partido Popular (esta vez sí que es casi tan siniestro como en TV), y esperando para cruzar por el paso de cebra, veo a la chica más buena que uno se pueda imaginar, viste unas mallas blancas apretadísimas, a rayas negras, que le marcan su perfecto culo, y resaltan sus largas piernas, lleva tacones, es elegante a la vez que terriblemente sexy, la modelo con la que cualquiera soñaría. Baja por Argensola, y justo cuando la sigo, me topo en esa misma acera con Poncelet, la tienda de los quesos, y aunque no entro, no puedo evitar mirar las delicatessen que tienen dentro, Dios (antes, en la calle Monte Esquinza, otra deli increíble). La calle baja, y ya quién sabe dónde estará la chica buenorra, ferretería, sí, Orellana, y me pierdo Cacao Sampaka. La calle detrás de la Audiencia está cortada al tráfico, llena de policías y vallas. Cruzo un jardín y llego de nuevo a Colón y aledaños, el Paseo de Recoletos, me siento en un banco, un tipo viejo echa un discurso a unas niñatas (Dios, y esta chica a la salida del metro en Retiro, con una faldita-gasa que le marca perfectamente las nalgas, va tan cerca, pero es como si fuera en otra dimensión), la exposición de Rembrandt en la Biblioteca Nacional, buf, eso para mañana, ya no hay tiempo, y no tengo ganas, estoy demasiado cansado. Así que cruzo el Paseo mencionado por el paso de peatones subterráneo, que huele a orines y están todas sus paredes grafiteadas, y a la izquierda cartones en donde es posible que haya dormido un lobo (el sábado hay un músico tocando el saxo), salgo justo para chocarme casi con el Centro Cultural de la Villa, pero sólo hay niñatos de instituto, danza y Valle-Inclán, no me gusta nada. Me siento un poco en un banco de la plaza de la bandera gigante, los niñatos de los monopatines, siempre, trato de llamar a M. pero no coge el móvil, así que sigo caminando, enlazo Goya, y la recorro hasta llegar a El Corte Inglés, y ahí estoy casi media hora miroteando libros y también algún disquito, pero no me compro nada, ya vendremos el domingo, si nos sobra algo de los restaurantes (el domingo están todas las tiendas de moda abiertas, es el primer domingo de mes, y me gustaría que fuera así siempre, aunque no tenga dinero). Caminar por Velázquez, una de las calles más señoriales de Madrid, Iroco, el Hotel Wellington, Paninoteca d'E, terrazas, pijos, el sol de la primavera, el Retiro encendido, ecos de la India en la sangre.

Lo mejor de todo fue la Taberna de La Ardosa: cervezas buenísimas (aunque pedimos la clásica rubia), tortilla de patatas jugosísima, y un salmorejo cordobés para chuparse los dedos. ¿Qué más se puede pedir? Y al lado, una tienda de frikis fotografiando a unos modelos, jeje.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La Ardorosa es un sitio magnífico, como dices, buena cerveza y buena tortilla.
Cerca de la Audiencia (es verdad que en la tela parece terrible), en la Plaza de París, hay un clásico, Timón. Su especialidad son los mariscos y la cocina marinera. Muy recomendable, aunque los sábados y los domingos, a la hora del aperitivo y de la cena, se pone imposible.

Saludos, Pablo.
www.losdesvanes.blogspot.com

4:47 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Madrid me mata.......Travel advisory ?

12:15 p. m.  

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