lunes, abril 24, 2006

¿Una nueva radicalidad?

En el número de abril de la revista Scherzo escribe José Luis Téllez un artículo que se titula Estrategias del silencio, dedicado a Sánchez Verdú precisamente. Lo que me interesa de ahí es la última parte, cuando trata del silencio y su utilización en la música actual, tras el radicalismo iconoclasta de las décadas pasadas. El silencio no ya como antinomia del sonido, sino como complementariedad, como energía negativa, algo que se demuestra muy bien en las últimas obras de Luigi Nono (... sofferte onde serene...; Como una ola de fuerza y de luz; también en la hermética ópera o teatro musical Prometeo, subtitulada muy apropiadamente La tragedia de la escucha). Acaba el artículo con las siguientes palabras: "La música es un modo de escuchar el silencio: pero nunca lo habrá sido tan decisivamente como lo es hoy".


Luigi Nono :: la música comprometida

La tragedia de la escucha. Escuchar, es muy difícil. Yo creo que, hoy día, es una tarea imposible. Ya sabemos las palabras que escribió Nono en su última época, cómo estaba obsesionado por todo esto, por la arquitectura en la que los sonidos resonaban, cómo volvió en este sentido a Gabrielli y otros músicos señeros de aquella época, y cómo le preocupaba la pura materia sonora, fuera ya del contexto político en que se movió en los años más duros. Muchos han sido sus discípulos, pero no todos han conseguido entender su legado, y hubo otros que decidieron huir de su cerco y tomar nuevos senderos, para abrir un supermercado de sonidos extraños, como hizo Lachenmann. No se puede ser fiel al maestro, hay que superarlo, es negativo quedarse en su entorno, hay que matarlo de alguna manera. Lo que Nono pedía era ni más ni menos que un oyente activo, y es esto precisamente lo que no hay. Normalmente, el oyente está distraído cuando no zumbado, por tanta música horrible a mansalva. Inmersos en una sonosfera sucia (rock & roll is noise's pollution), no pueden percibir las microvibraciones del aire, distinguir los ppp con que la mayoría de compositores de vanguardia trabajan en sus partituras. En un mundo literalmente atronado, en donde el ruido ha sido elevado a la categoría de fiesta cuando no festival (cuando pasarse cuatro días enteros aporreando tambores es declarado patrimonio de ciertos pueblos), en un país pandemonio, la música de matices es algo que es declarado prácticamente inexistente. La música que avanza, la de creación, que es la última que distingue Sloterdijk en Extrañamiento del mundo, es además una música autista y un poco misántropa, que no necesita del público, como las otras, para existir y alcanzar su gloria efímera o más duradera. Pero es justo este paradigma de la comunicación por todos los medios, lo que hoy no nos podemos quitar de encima, y es por esto que la música es conformista, porque se adecúa a oídos poco competentes. Escribir pensando en el público es el principal pecado de los jóvenes compositores que no quieren sentir en sus carnes vanidosas ese rechazo mayoritario del público (ya digo, siempre escaso) que asiste a los conciertos. Toda una generación pasó por Europa y el mundo sin ser aceptada o mínimamente entendida, y fueron los años de la creación de ghettos musicales como Darmstadt, Donaueschingen y demás localidades que se jactaban de tener en sus recintos a lo más granado de la vanguardia mundial. Hoy día se siguen manteniendo, pero han perdido aquella aureola de sitios míticos o cerrados, por el hecho de que ya cualquier localidad quiere su semana de música contemporánea, como su Museo de Arte Contemporáneo, para no quedar mal con su tiempo. Pero a la vez que se abrió la veda para el libre concurso de sonidos por doquier, también se puso todo ramplón, y cualquier pelagatos es celebrado cuando antaño se formaban tremendas broncas, cuando eran todavía tiempos de sinceridad a la hora de sentenciar un estreno.

Los años radicales, hay que decirlo con todas las letras, han desaparecido, tal vez para siempre. El terrorismo sonoro de un Varèse, de un Xenakis, la extrañeza de un Ligeti o la complejidad de un Carter ya no existen entre nosotros, y los que triunfan o se mantienen en los circuitos de la contemporánea son los más accesibles, los más coloristas o tonales, casos de Shostakovich, Takemitsu, Schnittke o Magnus Lindberg, principal exponente del eclecticismo actual. Si hacemos un repaso a las décadas anteriores, podemos hacer un primer corte hacia los años 60, cuando irrumpe el minimalismo en Estados Unidos, coincidiendo más o menos con la revuelta beatnik y la aparición del pop tipo Beatles. En su versión dura, como Reich, Feldman o La Monte Young, es una música que hace pensar o meditar, que te coloca en un estado de éxtasis singular, y que no es más que contaminación de toda esa maravillosa influencia oriental que tuvo en Cage su máximo paladín. Estos años lisérgicos no volverán, esa experimentación a lo Harry Partch es decididamente extemporánea y habrá que esperar a un próximo terremoto en la Costa Oeste para que surja un clima similar. En su versión blanda, el minimalismo ha llegado a la vieja Europa y se ha dado a conocer en su peor vestimenta, con los ejemplos de Glass, Adams y otros popes del menos es más. Encontramos en estas obras, como el Concierto para violín del primero o Tromba lontana del segundo, una reducción a sus mínimos elementos del pragmatismo americano, de su gusto por lo popular, por una música de cada día y para el hombre común, como en la fanfarria del Padre Ives.

En esos años se da la máxima experimentación, también en Estados Unidos, de lo cual es ejemplo máximo un valioso doble CD del sello Vox Box, con obras para cuarteto de cuerda compuestas entre 1950-1970, por autores como Crumb, Feldman, Druckman, Hiller y otros menos conocidos aún. Una pieza escrita a principios de los 70 por George Crumb, contra la guerra de Vietnam, titulada Black Angels, es el mejor ejemplo de esa radicalidad extrema de los Estados Unidos, pero que pertenece sólo al genio creador de Crumb, no es extensible al resto del país. Lo vamos a decir claro de una vez: la música del siglo XX es la más variada y diversificada de cuantas se han escrito a lo largo de los siglos, y cada autor tiene su mundo, y estos mundos pueden ser tan bellos y magnéticos como los que crea este Crumb, pedazo maravilloso de una tierra singular de voces de niños, insectos y metales a flor de piel. Mientras en Europa los popes de Darmstadt se quebraban la cabeza con ecuaciones de tercer grado, asíntotas e hipérboles, y surgía la música estocástica en Xenakis, en otras regiones del mundo se vivían los primeros rumores de la world music, primer síntoma de globalización que conocemos hoy en su máximo esplendor, pero todavía escasamente aprovechado. Vinieron los 80, y empezó a decaer la fuerza de los maestros; por contra, en Francia y alrededores surgió la última escuela o tendencia que conocemos y que ha tenido repercusión, la música espectral desarrollada a partir del "sonido redondo" de Scelsi y de las investigaciones con el espectrógrafo, analizando en detalle una sola nota sacada habitualmente de una cuerda grave. La obra maestra que ha quedado, pues su autor se nos fue, se titula Les Espaces acoustiques. En los 90 algunos solitarios morirían (Messiaen), y los que quedaban se volvían más accesibles. Surgieron también nuevas voces, y algunas de gran calado, como la de Julio Estrada, cuya ópera Murmullos del páramo basada en Rulfo se podrá ver/ escuchar en breve en Madrid.


Olga Neuwirth :: femme terrible de la música actual

Pero digamos que esto último, la supuesta continuación de las vanguardias por manos jóvenes, es lo raro, y que los jóvenes se apuntaron enseguida a lo más convencional, a tratar de llegar al público, ser aplaudidos y queridos, como no lo fueron sus "padres" espirituales. Es el tiempo del "todo vale", o la comunicación al poder. La historia de la música aparece como una caja de herramientas, que puede ser usada a discreción o de forma indiscriminada (A. Part, Gorecki, Schnittke y su poliestilismo, los nuevos sincretismos, el neorromanticismo de Penderecki, la "vuelta a las formas" --sinfonía, sobre todo). La vanguardia americana sigue siendo una desconocida en su mayor parte (ahora rescatada en sellos como Naxos o Mode, tras su paso por New World Records). La vanguardia europea, cuyos máximos representantes ya huían de sus dogmas en los 70, se apunta también al eclecticismo, como la vía libre para la mayoría de los compositores nacidos en los 60 y 70 (sólo compositores como Olga Neuwirth o Johannes Maria Staud beben de las fuentes más radicales y realizan discursos coherentes en su posmodernidad cansada). Algunas jóvenes promesas escriben música mixta, con parte instrumental y parte electroacústica, y en algunos consagrados alcanza su perfección esta modalidad: Kaija Saariaho, Jonathan Harvey, por ejemplo. También la ópera ha vuelto con fuerza en las últimas dos décadas. Nada ha muerto, todo se ha reciclado.

11 Comments:

Blogger Unknown said...

Tiene gracia que sea la danza la única que reivindica la radicalidad musical. Que coreógrafos como Forsythe, Cunningham, Kylian o Pina Bausch (sin contar con toda esa inmensa marabunta de coreógrafos japoneses) construyan sus experimentos más bellos con música aparentemente 'inaudible'. Que esa música, salvo algunas excepciones, no se interprete en directo acompañando a los bailarines y que, paradójicamente, el teatro esté lleno hasta la bandera para ver algo que requiere necesariamente, la participación activa del espectador, algo que requiere del 'aprender a mirar' con la misma intensidad que se requiere el 'aprender a oír' para disfrutar de las obras de Partch, Young o Cage (por cierto que te recomiendo cualquier coreografía de Merce Cunningham, máxima expresión de lo que es radicalidad del movimiento apoyado en la música de Cage). ¿Será que la música (lo que es sólo audio) no cabe sin lo visual y que eso de los 'audiovisual' es sólo un mito, una metáfora?

1:23 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Cecilia, es verdad. Parece que la mejor forma de escuchar la música de todos aquellos que se citan en el post es viendo danza. Uno puede estar seguro de al menos escuchar a un par si se va a ver a una compañía de danza contemporánea, pero también se está seguro de escuchar algo barroco. Parece que es la moda, y pocos salen de ahí.
La verdad es que para escuchar música se necesita una mayor concentración, no necesaria para aquello que nos entra por lo ojos.
Pero que la música no cabe sin lo visual... uuuuffff, le robaste el alma a la música!

4:21 p. m.  
Blogger lukas said...

Cecilia, es curioso lo que dices sobre la danza actual, una desconocida para mí, porque al vivir en este sitio, no tengo muchas ocasiones de acudir a estos espectáculos. Sé de la colaboración de Cage con MC, hay un ballet, The Seasons, especialmente para su compañía, y muchas otras obras en comunión. Pero si en tu mensaje tratas de decir que esta música de vanguardia (aunque el término ya no esté de moda) sólo entra con lo visual, creo que no es así, y que la mayoría de los compositores de música culta escriben sin pensar en la escena, es música pura, abstracta... Cuando he visto algún espectáculo con música enlatada (por ejemplo, una vez uno con marionetas, con música de Schönberg, expresionista), he pensado que lo visual "tapaba" de alguna manera la música, que tiene vida propia. "La espera" (Erwartung) es música libre, sin la imaginería de una puesta en escena. También Manoel de Oliveira, en "El convento" (una especie de bodrio para intelectuales) quiso meter música de Gubaidulina, Nunes y otros, y la verdad es que me resultó curioso todo, pero no pegaba, claro...

¿Qué quieres decir con eso de un mito, una metáfora?

Lidia, la mayoría de las compañías de danza usan música que oscila entre lo contemporáneo light y lo barroco (mucho Bach), pero a veces hay sorpresas. Pero eso no es escuchar música, o la escuchas igual que si la meten de forma solapada en una banda sonora. TEnemos que hacer un esfuerzo de escucha activa, y para eso no hay remedios mágicos: hay que ponerse a escuchar horas y horas durante años, desde Bartók y Stravinski hasta Pintscher, Carter, Ades, pasando por Webern.

5:34 p. m.  
Blogger Unknown said...

Pienso que la música de vanguardia se hace 'soportable' para una inmensa masa si acompaña a una imagen en movimiento (ya sea danza, cine, video o ilustración musical de una exposición fotográfica). Asistí a una magnífica coreografía de Forsythe con músicos interpretando Cage en el foso. No era músical, en el sentido de melodía fácilmente digerible aunque ninguno de los que me acompañaban, en general bastante ignorantes de lo que es la música de vanguardia, la creyó difícil o insoportable. En algún momento, tiempo después de ese acontecimiento, me hice con un conjunto de grabaciones en las que se incluía uno de los temas de Cage coreografiados por Forsythe. Los que antes consideraron hermosa esa música y esa coreografía, trataron la música de Cage como 'basura moderna'. Es decir, aislada, separada de los movimientos de Forsythe, la música no significaba nada para estas personas. Se hacía insufrible. Por eso pienso que, en realidad, lo audiovisual no existe, que sólo cabe el audio porque existe la imagen, que la música fuera de los patrones de la melodía repetible en un supermercado sólo está reservada, como la buena literatura, para unos cuantos pero que si esa música acompaña a un espectáculo visual, entonces reaparace y se disfruta, aunque sea subliminalmente, por una masa ingente de personas. Y que eso es, pienso, producto de la enorme banalización del Arte. Es sorprendente que, por ejemplo, conozca a muchas personas que les parece 'soberbia' la música de LaMonte Young compuesta especialmente para algunas películas de Warhol o usada por Warhol en alguno de sus películas y que, aisladamente, Young sea un 'raro' que hace música 'insufrible'. Digo Young, pero lo mismo cabe decir de Pauline Olveros, de Lauri de Marais o de Gavin Bryars... Pienso, entonces, que sólo existe lo que es visual, inmediato, con claves fácilmente digeribles. Que si se acompaña de audio, no importa qué audio, qué música, la imagen ganará fuerza. Que una masa enorme de personas es capaz de pagar por ver una coreografía de Cunningham o de Duato con música de Ligeti o de Dockstader o de Sycygys, pero que no pagará ni un solo euro por asistir a un concierto de esos mismos músicos. Y lo más exótico de todo: ¡que hay gente que después de asistir a un espectáculo de danza con música de vanguardia, se queja de que está grabada, enlatada!

8:32 p. m.  
Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Lukas, estuve escuchando la música de Ligetti y me llevó a imágenes, y a la construcción de extrañas escenas.

Ahora, leyendo tu post y los interesantes comentarios, comprendo el por qué de la dedicación a escuchar y escuchar música de compositores mencionados en tu post. Es paradigmático lo que indicas, y el apasionamiento con que abordas a la complejidad musical es contagiante, enhorabuena.

Gran salute.

6:27 a. m.  
Blogger lukas said...

Cecilia, ahora entiendo mejor lo que querías decir antes con lo de "no existe lo audiovisual", que es un poco el equivalente, en nuestro terreno, de aquel "no existe relación sexual" de Lacan, y que hay que explicar bien para que se entienda mínimamente. ES verdad que nuestra cultura está dominada por lo visual, que el sentido de la vista es preponderante, que el oído y su debilidad, su atrofia, la dificultad de la escucha, es lo que hace que la música sola no "entre". Por ahí hay que empezar, por desarrollar este sentido.

Vir, Ligeti es ahora el ejemplo con el que los más jóvenes se introducen en este mundo fascinante, como antes era para los más viejos Schönberg o WEbern. Su música radicalmente libre la hace la más idónea para empezar, pero claro, antes hay que saber un poco de Bartók o los grandes románticos. Pero también hay muchos músicos accesibles (los ejemplos que da CEcilia son buenos, yo empecé por el minimalismo, es mejor el americano que el europeo), y gente que hace fusión en el mejor de los sentidos, y otros que abordan la contemporánea desde ángulos extraños, como Fausto Romitelli o los miembros de Bang On A Can. Por no hablar de los experimentos de Zappa, Zorn o Frith.

5:47 p. m.  
Blogger lukas said...

Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

6:15 p. m.  
Blogger Paolo said...

Aunque matizable (¡eso de colocar a Feldman como minimalista!) la síntesis me parece muy buena. Eso sí, he detectado una cierta tendencia a identificar modernidad y calidad con dificultad de escucha y complejidad, lo que para mí es un error. Estamos aún demasiado contaminados por las vanguardias que arrancan de Schoenberg (o mejor, de Webern). Pero Debussy abrió una vía bien distinta a la modernidad, que ha deparado tanta o más música de calidad que la otra.

2:34 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Es muy interesante lo que has escrito hoy, y el debate que has suscitado.
Roberto.

9:20 p. m.  
Blogger Naxos said...

Lukas, hola, paso a saludarte y a invitarte a mi nuevo blog Inmanencia. Es sólo para los más acá...
Espero tenerte por ahí para echar cotorreo...
:)
saludos

Pd Sobre el debate Lukas, del todo estoy contigo. Creo que eres un purista en el sentido nietzscheano de El drama musical griego . Estoy contigo en la necesidad de ejercitar la apreciación de la música sin recurrir al gusto de su representación visual, ya que la fija y la hace un tanto grotesca... y justo por ello, se vuelve accesible a lo que cecilia considera es la "masa ingente de personas" (soy uno de ellos). Lo maravilloso de la música es que sus "códigos" escapan a su propia codificación -y por ende, a toda representación- por muy coreógrafo que se pueda ser. Y la banalización del Arte es una condición inherente al Arte, y sin esa banalización ninguna expresión muta...

1:57 a. m.  
Blogger Boumóticas said...

Escribes: "...por una música de cada día y para el hombre común, como en la fanfarria del Padre Ives."

¿La obra a la que te refieres no es de Copland?

Un saludo. :)

3:33 a. m.  

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