lunes, mayo 29, 2006

Decadencia

Sigo diciendo que es una desgracia que en 2001 se nos fuera el mejor escritor que teníamos, W. G. Sebald, del que ahora he leído Los emigrados (Anagrama, 2006). Son cuatro historias de gente que él ha conocido apenas, pero que tienen en común el hecho de haber emigrado de su territorio natal, por su condición de judíos. El narrador, el propio Sebald, que también se retrata de paso, indaga en estas vidas corrientes, visita los lugares en donde se movieron, una vez que a través de ciertos documentos ha sabido algo más sobre ellos. La historia más breve y tal vez más triste es la de su casero en Norfolk, Henry Selwyn, que acabó suicidándose con una escopeta de caza que nunca usó contra nadie más. Ya desde el inicio, cuando el narrador llega a la propiedad que alquilará luego, y contempla el estado de abandono del jardín y demás, sabemos un poco lo que vendrá luego. Este será el denominador común de las historias, esa decadencia que el cruel tiempo provoca en las cosas y en nosotros mismos, también atados a la rueda del tiempo. La historia de Paul Bereyter, el que fuera su maestro de primaria en S., no es menos triste. A través de madame Landau, y de un álbum de fotografías que ella le muestra, sabrá más cosas sobre su desgraciada y atea existencia. Una vida que al final descubrimos marcada por el ferrocarrill (que lleva a la muerte), un final tremendo pero de alguna manera esperado. La tercera historia es mucho más extensa y un poco tediosa en algunos pasajes, y cuenta la dificultad de saber algo sobre un tío-abuelo, Ambros Adelwarth, que emigró a Estados Unidos, llegó a servir en casa de los Solomon, los ricos banqueros de Nueva York, y acabó en un sanatorio psiquiátrico, el mismo de Ithaca en donde terminó sus días su fiel compañero de juergas y más, Cosmo Solomon, ejemplo de dandy de los años de la belle epoque. En este caso el documento en que se apoya es una agenda escrita con letra diminuta, que traza el viaje que ambos hicieron al final del verano de 1913, desde Italia hasta Jerusalén, pasando por Constantinopla y otras ciudades de Oriente Medio. Lo demás que llega a saber de él es a través de su tía Fini, que vive en un bungalow de New Jersey. En realidad, esta historia es el relato colectivo de una gente que tuvo que apañárselas en otro país, en unos años difíciles y esperanzadores a la vez. La última historia es de una hondura inigualable, cuenta la historia de un pintor del que se hizo amigo, Max Ferber, al que conoció en Manchester a finales de los años 60, cuando estuvo allí tres años, y que luego volvería a visitar, ya en los 90, cuando tenía cierto éxito con sus cuadros y cuando tuvo que ser ingresado en un hospital con enfisema pulmonar. En este caso, son unos escritos de su madre Luisa Lanzberg los que le proporcionan la información que necesita para reconstruir su vida..., la vida de ella, desde su infancia en Steinach hasta su vida de casada en Múnich, pasando por la juventud en Bad Kissingen, la estación balnearia, con pasajes realmente románticos. Pero lo que me llama la atención de este trozo de libro es justo lo que se refiere a la ciudad inglesa, cuna del capitalismo idustrial, y ahora desde mediados del siglo XX convertida en pura ruina, en decadencia y escombrera de un mundo que se viene abajo por su propio abandono. Es esta atención a los conflictos internos del capitalismo, que se deriva de Benjamin y su libro de los pasajes, lo que más engancha de la escritura magnética y lanzada de Sebald. Todo parece abocado a la muerte, a la destrucción de la naturaleza, y finalmente, será la naturaleza la que acabe con la destrucción anterior. Ese viejo manicomio de Ithaca, dejado a su suerte (mejor dicho, a la de las polillas y demás bichos roedores) por el doctor Abramsky, que renunció a los electrochoques de su antecesor, y que dice: "Hoy tengo puestas mis esperanzas en el género de los ratones, como también en las carcomas, que tarde o temprano echarán abajo el sanatorio, el cual en algunas partes ya gime y está a punto de ceder" (p. 128). Es también el Midland Hotel de Manchester, otrora majestuoso y ahora una ruina; como el Grand Hôtel des Roches Noires de Deauville, hoy una monstruosidad ya medio hundida en la arena... El texto, como en Austerlitz, se acompaña de muchas fotografías, todas en B/N, algunas de mala calidad, pero que dan una idea de los lugares mencionados.

Este libro es el más necesario en un tiempo imbécil que consagra a grupos noños como La Oreja de Van Gogh.

Leo también, desde hace tiempo y alternando con los libros principales, una trilogía de R. K. Narayan, autor indio admirado por Graham Greene y muchos otros colegas, creador de una población imaginaria, Malgudi, poblada por seres maravillosos en su sencillez y emoción verdaderas. Swami and Friends es la primera historia, a la que le sigue The Bachelor of Arts, que leo ahora a trancas y barrancas, no porque me disguste sino porque estuve con otras novelas. Me recuerda al mundo de S. Ray, el genial cineasta indio, creador del mundo de Apu. La historia del estudiante Chandran, sus estudios de Historia, luego su romance fallido con una joven que vio junto al río Sarayu, su huida a Madrás, sus meses de vagabundeo como sanyasi, su retorno al hogar, su desconfianza quínica del Amor y la Amistad, y su posterior esperanza de entrar a trabajar en un periódico, son las distintas aventuras que por ahora he atravesado. Como ir junto a los personajes, y no querer perderlos de vista.

En la noche cerca de la madrugada, cámara de ecos, una obra de Javier Maderuelo, no apta para los que se asustan en la oscuridad.