lunes, mayo 08, 2006

El correr de los días

La música, de todas maneras, no puede faltar, y hacía tiempo que no iba a un concierto, así que el sábado por la noche aprovecho para ir al recital de Mario Prisuelos en el Villa de Nerja, con un programa dividido claramente en dos partes. La primera está dedicada a Mozart por el 250 Aniversario de su nacimiento, con dos sonatas estupendas, sobre todo la bien conocida por los melómanos K. 535, desde el arranque casi la podemos tararear, es de una dulzura y una alegría incomparables. La que viene luego, de una época anterior, no es menos deliciosa, pero sus líneas no son tan apolíneas, hay una cierta dureza en algunas partes, vamos, que no es una obra redonda como la otra. El joven pianista toca como los mejores mozartianos, como si viviera en esta música, en el fondo de un lago encantado, hecho de una miríada de gotas de lluvia y muchos nenúfares en su superficie. Tras el descanso, la segunda parte estaba ocupada por Robert Schumann, con sus Variaciones sinfónicas, op. 13. Una obra compuesta por un tema inicial y por doce estudios que se alternan con las variaciones póstumas, deliciosas las que llevan el indicativo con espressione, en tempo lento, de una arrebatada pasión enfermiza. En los estudios, se alternan también los tempi, hay uno scherzando, otros allegro con brio, y llega el allegro brillante final que es de un virtuosismo apabullante, y que el público, casi todos guiris, aplaudió de la lindo, y eso que no son ellos muy efusivos. Me gustó también mucho esta parte, el joven MP toca con fuerza y delicadeza a la vez, sin afectación, dando a cada compositor el aire que necesita, y vive las partituras como si las hubiese creado él: es que las creó, lo cual es lo mejor que se puede decir de un intérprete. Salí contento de la sala, y me fui caminando tranquilamente hacia casa, aunque por el largo camino me encontré de nuevo inmerso en la turbamulta del sábado noche, un pandemónium infernal. Hasta por los alrededores del río se escuchaba un insoportable ruido de banda rock o algo así, lo cual es indicativo de que el mundo entero se ha convertido en una Gran Zambomba, y que el hecho de ir a una sala oscura para escuchar las partituras del pasado es el acto más subversivo de nuestra época. Soy un revolucionario a la inversa.

Y el domingo, aunque me cuesta moverme ahora hasta Nerja, decido subir al rastrillo, aunque puede que por varias semanas ya no vaya más, y el domingo próximo, víspera de san Isidro, menos que menos. En fin, esta vez conseguí una rareza de esas que pocos tendrán, Le voyage de Pierre Henry, obra electroacústica que se inspira en en Libro tibetano de los muertos, el Bardo Thödol, y que ya escucharé tranquilamente cuando esté in the mood. Hasta la portada, con ese gris medio sintético, parece de otro mundo. Y que hay otros mundos, y no están en éste. Leo la novela de Clarke, ahora estoy ya de lleno en la parte de la magia total, y me meto por fin en el volumen dedicado a Jonathan Strange. No quiero que se acabe, así que lo dosificaré bien, he pasado ya la primera semana con él y no es plan (aunque me alegra que la autora planee una segunda parte). Escucho a Bartók, primero su Música para cuerdas, percusión y celesta (aunque no en la mejor de las versiones), y luego el Concierto para piano nº 3, por Anda/ Fricsay, ésta sí que de referencia, con ese adagio religioso central que es la música más triste y bella que se ha escrito, de una hondura excepcional. Sólo el canto de los pájaros se mete por medio de vez en cuando. Y pensar que allí abajo, los domingueros en la playa se asan, y asan sus comiduchas, con lo malo que es el sol. ¡Ah!, se me olvidaba, antes de entrar para el concierto, veo a dos parejas de españoles, y como siempre tienen que dar el cante, veo que dos de ellos (una de las parejas) toman una lata de Red Bull, ¡hay que joderse!, luego me fijo en la chica, que me recuerda a otra rubia descerebrada, y encima van vestidos como si vinieran de una boda (que es la ocupación favorita de los españoles los fines de semana, aparte de hacer picnics en la playa y campos). Y se toman ese brebaje como si fuera simple Coca-Cola. En fin, lo mejor es abstraerse, y pensar que se está solo en el mundo, porque a veces, aunque con mucho esfuerzo, el hombre puede ser una isla.

1 Comments:

Blogger Rain (Virginia M.T.) said...

Por todo lo que dices, reafirmo que el romance que no admite desilusiones es el que se tiene con la música.

Este post es muy bello, Lukas.

Un gran salute.

8:15 a. m.  

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