viernes, mayo 05, 2006

¿Existe la música contemporánea?

¿Puede existir algo tan marginal? ¿Es posible que exista algo que apenas ocupa espacio en la sección de Cultura del periódico, en los que todavía hay un espacio para la cultura que no sea ligada al deporte o los toros, por no hablar del llamado espectáculo, cuando todo se ha convertido en mercancía y producto cultureta?

La música contemporánea, que apenas me interesa ya, cuando en otro tiempo ocupaba buena parte de mis días y hasta de mis noches, que me hacía viajar por España y el mundo entero, esa música extraña y sugerente, esa Magia, ya no es mi cómplice, mi amiga, ya apenas es algo, o tal vez va camino de convertirse en una Gran Nada, máximo exponente del nihilismo que auguró Nietzsche, en el que vivimos y morimos, en la más completa intrascendencia, en todos sus sentidos. Así se titula precisamente un concierto para trombón y orquesta de Manuel Hidalgo, la gran-nada, o la ciudad que también es nada, porque lo simboliza todo, o tal vez es ahora, en este comienzo de verano (pronto ya no podré escribir apenas, sin tener que levantarme para limpiarme el sudor, pronto la modorra insoportable del verano, la estación muerta, los festivales por doquier).

Alguien me dice que la música contemporánea (que es un hueco en la historia de la música, una paradoja, o mejor, un gran vacío hacia el que vamos y ya no salimos) no es sólo la que se identifica con la dificultad de escucha, sino también la que procede de Debussy, y es verdad que hay Otra Música Posible, como hay otro mundo posible, que dicen los antiglobalización, pero ese mundo es como Dios, que está en todas partes pero que nunca se aparece. Debussy, luego Boulez hasta mira fijamente a su sombra, como en Memoriale, y también Dutilleux construye sus Timbres, espacio, movimiento, y su Misterio del instante, sabiendo que Claudio de Francia marcó la pauta, y Takemitsu, el japonés enamorado del francés, calca La Mer en un concierto para dos pianos y orquesta, y siempre evoca la atmósfera de Debussy, la música acuática, fluida, posmoderna, del compositor que nos enseñó a movernos fuera de lo terrible terrestre y hercúleo alemán. La música de nuestro tiempo no tiene por qué ser hermética, no tiene por qué estar referida siempre a Papá Webern, aunque los de Darmstadt decidieran que sí.


Henri Dutilleux

Me lamento por la muerte de una generación, la que fue joven en los años 50, la que hizo obras maestras en los 60 y 70 y empezó a decaer en los 80, esa generación de los Maderna, Nono, Stockhausen, Berio, Ligeti, Kurtag, Pousseur, Cristóbal Halffter, Bern Alois Zimmermann que estás en los cielos y con Roi Ubú, todos los chicos y chicas de Wergo, y pienso en lo que ha quedado, y en la gente de Kairos, en los que luchan por la supervivencia, en los que viven muy bien, y en cómo la ópera todavía remueve sentimientos, caso de Adriana Mater, de Maalouf-Saariaho-Sellars-Salonen, que se ha podido ver/ escuchar hace poco en París. Pienso en los cadáveres exquisitos, en la gente que no conocerá nada de esto, que no sabrá más que el Tres Por Cuatro, como nosotros sólo sabíamos jugar a la pelota, a las canicas y a esos Juegos Antiguos, cuando las máquinas no nos atraían todavía. Pienso en Pierre Henry y en el otro Pedro, y en Parmegiani y su obra maestra del mundo concreto, De natura sonorum. Piano piano si va lontano. Música reservata. Horas interminables, diarios que hablan de descubrimientos, foros para compartir, gente que no vendrá a mi boda, las bodas negras con el helio y el nitrógeno líquido, el hombre que sabía demasiado (Rihm) y el que persigue faeries (Crumb).

No, no existes, tú ni siquiera tienes un nombre con el que responder cuando te llamen, como el perro del mendigo que va royendo huesos duros y sobras por los contenedores. Me gusta el jazz de Claude Bolling, me gusta Bernard Herrmann, me gusta Tariq y la Fábrica de Colores, me gusta Eleanor Rigby y sus múltiples versiones, me gustan Dissidenten, la música india autentica, las performances de John Cage y cualquier performance en general, me gusta que digas cosas que molesten, me gusta aquella chica que se bajó el martes del autobús que llegaba a Málaga, me gusta Café de París, me gusta que duermas y pueda verte desde el pie de la cama, me gusta esta historia de terror y magia y cinismo de Susanna Clarke.

No quiero ningún réquiem por una música que no existe. Sólo, sólo me gustaría un programa en Radio Clásica dedicado al siglo XX, otro a la Música Viva que no sea a medianoche, quiero que un arcoiris lo cubra todo, que un terremoto en la Costa Oeste nos traiga más psicodelia, que la música desaparezca, y sólo quede un bendito silencio.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Precisamente la mágia radica en ser oculta, invisible, desconocida. El día que la pequeña reseña casi inexistente deje de aparecer junto a la crónica de la tarde de toros de la feria de San Isidro, será como quitarnos el pañuelo del cuello desquiciante que oprime y anuda la respiración..Porque la música contemporánea, como lo mágico, permanece invisible a los ojos de aquel que no la aprecia, y así es mejor...

6:48 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Todo se reduce a lo que dices en los primeros renglones: sencillamente no te interesa "ya".

El resto es consecuencia de tu desinterés, no de la propia música contemporánea.

12:15 p. m.  

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