lunes, noviembre 06, 2006

Quizá la muerte



Quizá la muerte sea elegir la música, o escucharla cada día cuando sentimos que van descontando el tiempo que poseemos. Gracias, Lita, por la pequeña reflexión.

Huygens el astrónomo holandés obsesionado con la precisión, mirando el reloj de péndulo que él mismo ha ideado, el reloj de la iglesia que tiene enfrente de su casa, esperando dentro la llegada de la muerte, sabe que es inevitable y sin embargo no se angustia, la espera y quiere saber exactamente qué tiempo es, en qué segundo matemático se produce el desenlace fatal.

Quizá la muerte sea lo que viene a partir de los treinta años, cuando ya no estamos en garantía, como dice un biólogo investigador que ha descubierto un gen que consigue frenar el cáncer, y él tiene ya cuarenta y dos. Yo tampoco estoy en garantía, ya no es tan fácil conciliar el sueño, ya duelen los músculos, las articulaciones, el cuerpo no es ya una maquinaria perfecta que rueda por sí sola, necesita un adecuado mantenimiento.

Tal vez Emily Dickinson, vestida permanentemente de blanco, esperaba que eso ocurriera alguna vez, el derrumbe de la esperanza, la lenta fluidez del tiempo, so slow... Toru Takemitsu desde el otro lado del mundo, un siglo y medio después, o al borde del abismo que es otro siglo, escribe la lenta música sin tiempo.

El tiempo de Dios es el mejor de los tiempos, dice Bach en una de sus cantatas.

El tiempo de la eternidad, venga a nosotros tu reino, la armonía asimétrica.

Sigo escuchando a Kaija Saariaho, su Arco de luz y su Naturaleza muerta, e Io, y los planetas siguen su curso inexorable, este tiempo imposible de captar, si no hay ondas de radio perceptibles por los aparatos, no hay mundos posibles inteligentes.

Leo a Evelyn Waugh, que es muy divertido, sus relatos traducidos por Jaime Zulaika (Argos Vergara, 1983, hace tanto tiempo, y tan rápido sucede): qué crueldad en algunos, cómo describe a esas frívolas que sólo se preocupan de las fiestas y el dinero y se olvidan de contestar las cartas, o escriben cartas ridículas desde un crucero por el Mediterráneo, y es muy divertido, madre mía qué triste. Aunque tal vez el más divertido es el que tiene por protagonista a Rip Van Winkle, ese tipo orgulloso que tiene miedo de conocer a gente nueva, y que se verá envuelto en una artimaña de magia negra.

Sólo hablan estos días de cambio climático, no sé si debido al artículo o informe de Nicholas Stern o el documental de Al Gore, Una verdad molesta. Pero en los próximos diez años no hablaremos de otra cosa, el terrorismo es poco comparado con este terrible problema que ya empieza a dar sus frutos podridos. Es lo que hemos sembrado.

Holanda también se va, la dulce tierra de los sueños, desde que la intolerancia de unos musulmanes la emprendieron con un cineasta, Theo Van Gogh, al que uno de ellos mató de forma horrible, en 2004, lo leo en Crónicas de la vida que publicó El País en agosto. Holanda no es sólo Amsterdam, es una tierra ganada al mar, es un país maravilloso que ya no huele tan bien, pero lleno de bicicletas y en donde he pasado el mejor tiempo de mi vida.

Antes de que se paren todos los relojes, quiero escuchar esa melodía que no se puede silbar, quiero sentir la vibración infinita, y conocer a esa mujer, que sin embargo..., no puede ser, me dice, no puede ser, pero es tan hermosa...