jueves, enero 04, 2007

Eterno retorno

Alois ha vuelto. Hace días que lo veo por aquí, parece mentira, el mundo es muy pequeño en realidad. Lo conocí en 2002, en aquel tiempo convulso, luego se marchó y parecía que ya no volvería más, pero lo volví a ver unos años después, puede que en 2005, aunque dice que en ese año no pasó por España. Estuvo en Portugal, en su Austria natal, en El Campello (Alicante), en Mallorca, en Almuñécar y en más lugares que ahora no recuerdo. Alois es un personaje de Samuel Beckett, al que él cita adecuadamente esta mañana, cuando me lo encuentro desayunando una ensalada de cosas que acaba de recoger de un contenedor. Dice que está pensando en escribir algo de teatro. Dice que si conozco a Beckett (que es su padre en realidad), y pone como ejemplo de obra perfecta Los días felices. Sí, claro, los días amarillos. Pienso en Oscar Wilde, pero él va más allá, en cosas básicas de aquí y ahora. Antes me ha preguntado por filósofos actuales, que ha estado hojeando en la biblioteca, no recuerda el nombre de un americano. Me pregunta que si hubo filósofos que pasaran hambre, le digo que Diógenes, que él no escribió nada, y en realidad, todo lo que sabemos es por boca de otros. Tampoco Sócrates escribió, digo, mientras miro su mugrienta libreta en donde anota vaya uno a saber qué cosas. Alois es de esa estirpe.

Por qué sólo consigue escribir sobre su fatal Austria natal, es algo que sé demasiado. Lo que pasó allí en el internado religioso, lo que me contó la otra vez, sus peleas con esa hermana terrible.

Me despido de él, aunque en realidad no tengo ganas, me gustaría seguir todo el tiempo aquí, y no paseando por ese mundo cruel. Me habla de que pasó mala noche, que tres cartones de vino no fueron suficiente para aplacar sus nervios y hacerlo caer en el sueño terrible alcohólico. Es que el alcohol provoca el efecto contrario, querido, estoy a punto de decirle. Pero no, mejor dejarlo con sus fantasías. Dice que está cabreado con su cuerpo, que cada vez va a peor (esto lo digo yo, mirándolo así deprisa y por encima). El olor que despide es casi insoportable al principio, luego te acostumbras.

Nada cambia. Han pasado casi cinco años, y aquí está, de vuelta.

Me da miedo juntarme con él de nuevo. Aquellos días no fueron buenos precisamente. Al dejarlo, hubo cambios en mi vida, como cuando uno se separa de una mala compañía, de una mala mujer.

Me pregunto por qué hay tantos pobres en Alemania.

Otra cosa más para la novela.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

tenés repetidos los archivos.

6:30 p. m.  

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