jueves, mayo 24, 2007

Deep in the woods


Bill Bryson es uno de los autores más divertidos que uno puede leer en estos momentos, aparte que uno aprende muchas cosas en sus libros, como sabrán quienes hayan leído su bestseller Una breve historia de casi todo. Siempre he sentido fascinación por los bosques, desde los tiempos en que leía a Stephen King y aquellas historias terroríficas ambientadas en algún bosque impenetrable; King y su inseparable Maine. Pero ocurre que donde vivo apenas hay árboles (sí, y ahora con la fiebre constructora, ya no quedarán ni arbustos), así que es todo un placer adentrarse en un libro como A Walk in the Woods (Black Swan, 1998), en donde nuestro hombre nos anima a que le sigamos en las aventuras que correrán él y un amigo, un viejo compañero de fatigas llamado Stephen Katz, y que es realmente un impresentable. El viaje es nada menos que a lo largo de la Ruta Apalache, esa cordillera que recorre todo el este de Estados Unidos pegando a la costa, y que atraviesa al menos catorce estados. Un sendero que es uno de los más largos y viejos del mundo, y que encierra una enorme riqueza de flora y fauna. Los dos excursionistas emprenden la aventura a comienzos del mes de marzo y la travesía les llevará unos cuantos meses, desde Georgia hasta Maine, allá cerca de la frontera con Canadá, ¡qué envidia me dan!



Como estoy leyéndolo en el original, me doy cuenta --una vez más-- de lo torpes que son las traducciones al castellano, sobre todo cuando tienen que abordar una obra humorística como la que nos toca. (También me pasó esto con La conjura de los necios, en el original te ríes en voz alta, mientras que en la traducción es otra cosa.)No sé, pero hay algo en la cultura yanqui que es intraducible a otros idiomas, ya que en momentos de jerga, eso es tarea imposible (como cuando andan por el profundo sur, y una pareja colgada les coge en su coche cuando hacían autostop, esta jerga del sur, que aparecía en la novela de Toole, es algo realmente risible). Las bromas que se traen los dos viajeros también son difíciles de plasmar en nuestra lengua, menos ágil y con otras costumbres, sin esa manía por las marcas (y con otras marcas, al menos). Bryson pasa fácilmente del tono científico (como cuando hace una hermosa elegía por los bosques de esta zona, y por el castaño americano ya desaparecido) al tono jocoso, más mundano, y en ambos nos consigue deleitar, ¡es un fenómeno quien esto puede! Hay pasajes realmente divertidos y en donde no puedes evitar carcajearte, como cuando están agobiados en esa casa de literas, y describen el lugar, y alguien les da la bienvenida al Stalag... O como ese otro, en Gatlinburg, un pueblaco muy americano, en donde Katz ya se había hecho planes para ver Expediente X a sus anchas...

Porque una de las cosas que más risa da es precisamente ese tono distendido, ese bascular entre la civilización de moteles y demás fealdades de la vida civilizada, y ese silencio y esa profusión de hojas que supone estar dentro del bosque de turno. Parece que nuestros personajes estén deseando en todo momento encontrar la próxima carretera y dormir en una cama, pero luego Bryson se pirra por volver al camino de tierra y sentir el aire y los pájaros y las inclemencias del tiempo, y lo dice bien claro: es feliz.

El lector también lo es, y como pocas veces durante una lectura que es también un ameno y divertido viaje por una de las zonas más hermosas del planeta.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Se siente como si hablaras de un paréntesis integrado, un descolocamiento armonioso, un contraste, con música...

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Descubrí casualmente el blog de Dulce María que te ha enlazado :)

FICTICIA

se te recuerda ¿ves?

10:45 p. m.  

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