lunes, junio 09, 2008

El horror

SE habrán escrito miles de novelas sobre la Segunda Guerra Mundial; y tropecientos mil ensayos sobre la misma temática. Yo, que nunca fui aficionado a la Historia, me encuentro ahora leyendo con pasión esta novela, en donde un narrador diabólico (pero humano, o eso al menos trata de que creamos nosotros los lectores, véase la maravillosa Tocata incial), Max Aue, nos cuenta lo que hizo en aquellos años tenebrosos. La obra tiene casi mil páginas, la escritura es apretadísima, y no hay más que decir que el segundo capítulo, Alemandas I y II, tiene trescientas páginas. De vez en cuando hay alguna pausa, pero la mayoría de las veces tienes que leer de corrido al menos treinta páginas, llenas de algunos diálogos que se colocan en mitad de la parrafada, sin los habituales guiones, por lo que la lectura es aún más ardua. El entramado administrativo-militar del régimen nazi necesita de un glosario final, pero ya paso de mirar las equivalencia. Poco a poco uno va conociendo a algunos personajes, como el borracho Blobel o un tal Jeckeln que no tiene la más mínima compasión. Hay un momento clave en estas primeras páginas, que cuentan la campaña en Ucrania de nuestros hombres, y es cuando reciben una orden lejana pero espeluznante, que viene del mismísimo Führer, y que dice: exterminad a todos los judíos. Entonces, el horror nunca antes visto, aparece sin remisión. En la página 110 asistimos a un interesante diálogo entre Kehrig y Aue, sobre si seguir o no en esta misión enloquecida; y en las páginas 138-139, asistimos a una reflexión del narrador sobre eso oscuro que no puede entender, y es por eso por lo que se queda, para tratar de entenderlo.

El libro se llama Las benévolas, lo escribió un tipo de apenas cuarenta años, llamado Jonathan Littel, en francés, y lo publicó RBA en castellano. Es el mejor libro que se ha escrito jamás sobre el horror del nazismo, ya no se puede escribir nada más. No con ese gusto por el detalle, ese hiperrealismo que da vértigo. La sangre y la mierda, y también el esperma, todos los fluidos del cuerpo corren a raudales por estas páginas sombrías.



Frente a esto, hago una pausa para leer un artículo ya viejo (suplemento The New York Times en El País del 19 de abril de 2007) sobre las fotografías de Bert Teunissen sobre europeos en sus casas, con motivo de una exposición que había en una galería neoyorquina ese año, luego saldría un libro complementario, Domestic landscapes. Las fotografías han sido comparadas a la pintura holandesa del siglo XVII. El tipo de luz de esas fotografías es igual al que empleaban aquellos pintores: "Es luz vieja y antigua, de la que prácticamente ya no se ve", dice el autor. Las viviendas habían sido habitadas por las mismas familias durante siglos. La mayoría de los retratados eran ancianos.
Esa gente pertenece a ese lugar.
"Es como si la gente y los lugares se hubiesen hecho unos a otros, como si se hubiesen fundido en uno solo. Lo único que podemos hacer ahora es cruzar los países con la esperanza de encontrar lugares a los que se haya dejado tranquilos y en paz", dice Teunissen.

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