miércoles, junio 25, 2008

Fantasía crepuscular

Morton Feldman se reclina en el sofá, un sofá un poco desvencijado y que no puede cobijar su figura grande y un poco desgarbada. Cierra los ojos detrás de sus gafas de culo de vaso y sueña con algo que está inmóvil pero que tiene en su interior una increíble vida, una vida molecular que nadie es capaz de percibir, salvo las máquinas que todo lo controlan. Al rato, viene alguien, o él cree que alguien ha tocado a la puerta suavemente con los nudillos, como para no molestar, es el flautista que ha venido para ensayar la última pieza, pero Morty no está para nadie, se coloca los cojines en la espalda y se estira un poco más, un reloj da una hora incierta, las persianas bajadas apenas se cuela la luz, tal vez las seis de la tarde de un largo día de verano, es algún lugar de la Gran Manzana, es el tiempo de los girasoles. En ese espacio que se abre, aparece una serie de vehículos sin dirección fija, algunos ejes se salen, hay un no sé qué brillante en el techo, una bola de luz que gira sin parar. Morty se saca los zapatos, deja caer el cigarrillo que sostenía en una comisura, cae sin peso, hacia una profundidad enorme que no tiene medida, de repente algo suena, en la distancia, un gato se ovilla y se queda dormido, los coches hacen sonar el claxon ahí muy abajo, algo verde que chorrea agua; el piano vuelve a repetir esa franja, tricot et doucement, la nieve resbala por la gabardina, en la calle Fürstenberg me encontré a Heine, iba con su indumentaria de siempre y un sombrero ruso, botas de montar, unas hojas apenas encuadernadas, un aire de perdido, luego se fue y desapareció por la esquina, un coche de caballos casi lo atropella; la mujer tenía noventa años y murió la semana pasada, venía en el Times, las calles llenas de polvo por la última tormenta, malas calles, en una de ellas, iba Robert de Niro furioso en su taxi, no quería parar a nadie, era un tiempo en que las balas silbaban a tu paso. Las seis y media, o las diez y cuarto. El gato se despereza, vuelve a su postura, se acurruca en su barriga, ronronea, es de noche y nadie viene. Ah, sí, llamar a Marianne, Marianne Schroeder, la maravillosa Marianne, para la pieza Palais de Mari. Ella se abre la falda y los pájaros echan a volar, pájaros de pescuezo rojo, verde, azul, amarillo limón fuerte.

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