lunes, julio 28, 2008

Modernidad incansable (II)

La música contemporánea...

... es como la muerte.

Salvatore Sciarrino, pequeño escándalo con su obra Quattro adagi per flauto dolce e orchestra, en La Scala de Milán, el pasado 26 de mayo. Alguien del público grita "¡basta!" cuando la obra va por la primera sección o así, le hacen callar, pero al final, cuando tienen que venir los aplausos, vienen también los abucheos. ¿Por qué molesta esta música secreta, hecha de pequeños gestos, de dificultades técnicas para los intérpretes, de silencios y pequeños estallidos?

Porque de una forma tangencial pero no por ello menos evidente, nos recuerda que vamos a morir, que lo que nos espera es una eternidad, una región de tinieblas en donde ya no veremos la luz de nuestros días. Esa chispa de luz entre dos oscuridades que es la vida, y que no sabemos apreciar ni disfrutar debidamente.

Sciarrino-Scirriano (cuya música, en efecto, chirría) nos pone ante lo insoslayable, el momento final, la muerte que viene a llevarnos definitivamente. La muerte es siempre un adagio, y por ahí suena una flauta desquiciada, y tal vez lo único que podamos pronunciar, al final, sea algo banal como "dadme las gafas", porque ya no hay más tiempo y comienza el no-tiempo, la región más transparente sin distancias ni reflejos. La música del italiano está hecha de insistencias, no encontraremos una melodía reconocible, porque al otro lado no hay canciones, sólo una continuidad grisácea. Lo que insiste con esa fuerza desquiciada, es lo que nos saca de nuestras casillas. Esperamos alguna frase melódica, y no amanece, sólo esta desazón e iquietud sin motivo, este laberinto en el que uno se pierde sin remedio: Sinfonía nº 2 de Jesús Rueda. No podemos orientarnos, el paisaje resulta desconocido, y sin embargo esa acuciante sensación de ya visto, ya estuvimos aquí, los caminos son los caminos que transitamos siempre, pero olvidamos cada noche el recorrido. El minotauro está al final del intrincado laberinto. Pero ya no podemos despertar. Tenemos que seguir el viaje imaginario, Francisco Guerrero in memoriam. Llega un momento en que estamos en "ninguna parte", una región que conocemos bien, aunque lo hemos olvidado a conciencia (siempre se olvida lo desagradable, las regiones de pesadilla). Y de repente, "ahora-aquí", conocemos el lugar, el sendero, el que lleva a la casa, desde ahí arriba se ve el mar, toda la línea de costa.

Suena un violín solitario, es como una vieja canción de pena, la melancolía de los viejos otoños en la casa de campo, las hojas secas, la carraca de los pájaros. Poco a poco la voz se va extinguiendo, hasta que no queda más que un fleco de voz, una ausencia.

P.D. Otros títulos de Sciarrino:
--Lo spazio inverso.
--Infinito nero--Estasi di un atto.
--Introduzione all' oscuro.

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2 Comments:

Blogger Agurdión said...

Hola Lukas. Como ya sabes, estoy un poco perdido en música contemporánea; por eso me cuesta un poco decir algo con sentido. El caso es que, leyendo tu blog, estoy aprendiendo bastante y escuchando cosas nuevas. Mi último gran descubrimiento es Varèse. El comentario que has hecho de Quattro adagi per flauto dolce e orchestra me ha recordado a aquello que me habías dicho sobre Sloterdijk, que decía algo así como que la música contemporánea busca sacarnos afuera, ponernos cara a cara con el monstruo; no protegernos o devolvernos al seno materno, intención que Nietzsche acabó por descubrir horrorizado en Wagner. Recuerdo a un compañero del instituto al que una vez le grabé un cassette con los Cinco movimientos para cuarteto de cuerda, de Webern, y regresó al día siguiente diciéndome haber presenciado su propia muerte (tengo que decir que el tío fumaba porros a barullo). Lo cierto es que esta ambición nietzscheana de "ver al monstruo" es algo que está detrás de algunas de las cosas que me gustan. Tengo que citarte otra vez a mi querido Mahler: me da un poco de reparo decir que una de las sinfonías que más gustan de él es la Décima, precisamente una que dejó inconclusa y cuya versión conocida es la preparada entre 1966 y 1974 por Deryck Cooke. Mediado el primer movimiento de esta suerte de réquiem, irrumpen los acordes más espantosos, chirriantes, disonantes que he escuchado nunca. Siempre me ponen los pelos de punta.

2:27 p. m.  
Blogger lukas said...

Hola estimado Agurdión, sé a qué te refieres, cuando hablas de Mahler, hace algún tiempo que no escucho esa obra pero sí que recuerdo el pasaje, creo que también lo comenta Alex Ross en su libro "The Rest is Noise". La mejor música no apela a nuestra seguridad, no pretende darnos serenidad sino todo lo contrario, la música contemporánea, si merece tal nombre, es música del desasosiego que irrumpe en nuestro sistema y lo hace añicos; nos recuerda que vamos hacia la congelación, como muy bien hace Lachenmann, en su ópera "La cerillera", como en "Vor der starrung".

Ayer justo escuchaba las tres pequeñas piezas op. 11 de Webern, y la verdad es que es música de una concisión espantosa, la segunda dura sólo 29 segundos o así, y el total poco más de tres minutos; si luego uno escucha, en ese mismo concierto, el Trío nº 2 de Schubert (para violín, cello y piano), uno se dice, "demasiada retórica", a pesar de la hermosa melodía del segundo movimiento, con esa cantabilidad tan acusada; hay compositores que vuelven a ese romanticismo fantasmal, como Sorensen, el compositor danés del que se daba un estreno, con el título muy apropiado de "Fantasmagoria". Pero es volver a la casa bien guardada; hay que aventurarse fuera, tenemos que ser expulsados del falso edén...

(tu compañero, a pesar de estar fumado, tenía razón ;-)

8:47 a. m.  

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