viernes, julio 25, 2008

Modernidad incansable

Leo un artículo de Andrés Ibáñez en donde habla de los músicos como esclavos de la modernidad, y se refiere, claro está, a los compositores contemporáneos que siguen empeñados en crear a partir de Schönberg y Webern en vez de regocijarse en el pasado y coger de aquí y de allá lo que mejor les parezca. Porque Ibáñez, no lo olvidemos, es un posmoderno, aunque ya no escriba más que en prensa; y aunque normalmente estoy de acuerdo con sus escritos, esta vez no. Me debato entre la modernidad cansada y una posmodernidad que no sé muy bien qué es, como supongo que nadie lo sabe, ni los profesores de estética más aguerridos. En música, que es mi gran pasión, no puedo ceder ante la ramplonería anglosajona, me es imposible. Desde 1995 al menos, me he entregado a Webern, el desgraciado Anton el caminante, y no puedo evitar seguir sus pasos, aunque eso me deje, a mí y a los que lo seguimos, en una soledad muy marcada. Los compositores que me gustan, como Beat Furrer (habitual de Músicadhoy en Madrid), son ejemplos perfectos de lo que digo: escúchese su obra Stimmen, para coro y cuatro percusionistas, y nos daremos cuenta de esa sutileza, del canto que es fonético, no hay sentido, lo que le importa es lo que está en los extremos, lo "todavía no" y lo "ya no". Leonardo da Vinci es sublimado de una manera realmente curiosa, y tanto el coro como los percusionistas elaboran un entramado realmente hipnótico. En cambio, una obra como el Violin Concerto de Thomas Adès me deja indiferente, es una obra brillante, que busca el fácil aplauso del público; no digamos ya el Violin Concerto de Gavin Bryars, que es una vuelta al romanticismo de una manera muy peculiar, que en su obra tiene momentos buenos y otros que no son más que kitsch. Hay modernos a ultranza que tampoco me convencen, como Olga Neuwirth, que es de un manierismo que harta (a ella también se refería Ibáñez en otro artículo, Melodías). Y en cambio, el más intransigente de todos los modernos, el que siempre se pondrá de ejemplo de ese no ceder ante lo fácil y la famosa "capacidad de comunicación", Helmut Lachenmann, éste me encanta. Pero tal vez sea un camino que no lleva a ninguna parte, y fuera de Alemania, Suiza, Austria y algún que otro país más, esta manera radical de entender el arte de los sonidos, sea imposible. No sé bien por qué caminos seguirá la música contemporánea, pero hasta el momento sólo hay dos tendencias: la posmoderna que gusta de moverse por la Historia de la Música como si fuera un coto privado, un museo imaginario del que coger lo que apetece; y la casi ya muerta tendencia moderna que se niega a morir, porque es verdad lo que dice Ibáñez, la modernidad es una ucronía, fuera de ella no hay nada...

Y sí, hay cosas que no se pueden componer: una sinfonía, por ejemplo, aunque Jesús Rueda haya escrito ya tres de perfecta factura y gran musicalidad.


Beat Furrer

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6 Comments:

Blogger Diego Fernández Magdaleno said...

Es triste que esa opinión de Ibáñez esté tan extendida en el panorama intelectual español.
Saludos,
Diego

11:26 a. m.  
Blogger Mike said...

He descubierto musicadhoy gracias a este post, he estado mirando un poco y tiene una pinta genial. Además los precios parecen bastante buenos, no dudaré en acercarme al auditorio en la nueva temporada.

Apuesto que ahí no encontraré los vejestorios a los que el auditorio me tiene acostumbrado en el ciclo de conciertos de juventudes musicales...

3:15 p. m.  
Blogger lukas said...

Pues qué bien, Mike, espero verte allí el año que viene; es como dices, no hay vejestorios y la entrada cuesta sólo 6 €, y menos si tienes bono!

9:24 a. m.  
Blogger lukas said...

Diego, la cosa es que Ibáñez es un melómano de pro, pero parece que su defensa de la posmodernidad (que sin embargo él ve como ya acabada) va tan lejos como para rechazar ese enquistamiento de la música contemporánena en la modernidad, pero es que la música es diferente: porque posmodernidad en música, salvo honradas excepciones, significa ramplonería anglosajona. Yo sólo salvaría a Osvaldo Golijov. Por eso hay que insistir en la modernidad, exprimir y profundizar en el legado de la Escuela de Viena, los espectralistas y demás vanguardias.

9:27 a. m.  
Blogger Agurdión said...

El panorama que describes me recuerda un poco a lo que fue el siglo XIX en arquitectura. Tras la modernidad que supusieron los siglos anteriores, tras aquel tiempo de gran intensidad creativa del renacimiento y el barroco, pasado el neoclasicismo, los arquitectos decidieron que el único camino que quedaba era regresar a la historia, e ir recogiendo de ella un poco de aquí y de allá para crear algo nuevo. Se trata de un siglo menospreciado durante todo el siglo XX, porque no hizo nada nuevo, excepto recomponer lo que ya existía con un sentido historicista. Las época eclécticas suelen ser muy digestibles a nivel popular, pero para la crítica especializada poseen un valor inferior al de las épocas originales. Por ejemplo, he oído a muchos, sin la menos idea de arquitectura, elogiar el revestimiento decorativo clasicista de algunos edificios de viviendas que actualmente se construyen en esta ciudad; sin embargo reservan su peor opinión para la arquitectura contemporánea de los edificios públicos. (La película El manantial, de King Vidor, puede servir como ilustración de lo que digo).

No tengo muchas oportunidades de asistir a conciertos de música contemporánea. Toda la música contemporánea que puedo escuchar es la que, de pascuas en ramos, colocan en el programa del Auditorio de Galicia, tratándose en muy contadas ocasiones de estrenos de compositores gallegos. El caso es que, en estos compositores, lo que veo es una inclinación hacia las formas sinfónicas clásicas, hacia la consonancia y hacia la tonalidad, y un planteamiento orquestal que no va mucho más allá de lo que ya estaba en Ravel o en Strauss. En resumen, que todo el mundo puede aplaudir con facilidad; todo el mundo lo entiende y se entusiasma, incluso más que con un Mozart, pues se nos ofrece una visión ortopédica y resumida de nuestro acervo musical.

Un saludo.

2:26 p. m.  
Blogger lukas said...

Entiendo lo que dices, Agurdión, es verdad que la gente quiere consonancia, que le hablen en la lengua familiar, que los ecos sean reconocibles, pues lo otro es internarse en el bosque salvaje... La composición actual, española también, se queda en casa, en los sonidos ya escuchados, no se quiere la tormenta. Hay excepciones, claro, pero como en todas partes. Pero supongo que Galicia para eso también es conservadora...

Nuestra época ecléctica pasará, pero no sabemos cuánto durará este manierismo, este todo vale. La posmodernidad, en su peor acepción, es justo eso, un batiburrillo que aburre... En música por suerte sigue habiendo francotiradores, y por suerte la música es el arte sublime, que no puede ser devorado, como ha sucedido con el cine, que ha sido devorado por los videojuegos y las pantallas diminutas.

8:53 a. m.  

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