miércoles, septiembre 03, 2008

Volver a casa

El verano no se acaba cuando terminan las supuestas vacaciones, no; el dichoso verano de nuestro descontento acaba el día justo cuando se vuelve a casa, que es el Lugar de las Pesadillas.

La infancia como la remota región de donde surgen todos los fantasmas, esas cosas que no están en ninguna parte y en todas, esos restos de una vida que no se puede recordar porque hay amnesia generalizada, causada por un terrible accidente de avión, en mitad del dichoso verano (¿qué sería de un verano español sin alguna catástrofe, y qué sería de esta vida sin los sufrimientos para nada?).



Leo una novela de John Banville, Eclipse, Anagrama, 2002. No es que sea una obra maestra, en realidad es todo lo contrario, es la historia de un actor que se queda mudo, que se marcha a la Casa de la Infancia para ver fantasmas, y fíjate qué mal está el tipo que no discierne si son fantasmas reales o son vivos que están muertos; y así, cuando por fin aparecen dos vivos que no tendrían que habitar la casa, no se sorprende mucho y hasta quiere liarse con la pequeña Lily, que es la hija de Quirke, que es el guarda, y qué joder, todo esto me recuerda a cierta novela famosa de Henry James. Banville es un escritor que quiere escribir como Nabokov, alguien que parece estar diciendo todo el tiempo mira qué bien escribo, qué fino estilista soy, pero la verdad es que es un escritor voluntarioso, que abusa de adjetivos rijosos y metáforas gastadas y que constantemente aturde al sufrido lector con bandazos temporales, en ese sentido es como Lars von Trier pero en pequeña escala. Así, él mismo, es decir, este narrador suyo tan crispante, se burla en algún momento de esa manera de jugar con el tiempo, como un vulgar diosecillo. Al final, se descubre lo que realmente importa, y esa frialdad y ese plano anecdótico de antes se transforma en una especie de nuevo mundo-nueva conciencia de las cosas, de su estar-en-el-mundo. Y el fantasma final parece que le devuelve la paz, eso y sus planes de futuro, que pasan por la casa y la pequeña Lily; estos ingleses, bueno, él es irlandés pero es casi lo mismo...

Lo que duele no es el viaje, que también, nunca sabes si esta vez te tocará, el desastre aguarda a la vuelta de la esquina (también la racha de buena suerte, después de algún sueño escatológico); lo que duele de verdad es el regreso (nostos, el regreso, nost-algia, el dolor por la vuelta). Estar ahí de nuevo, en la ciudad más puta, después de unos días en otra ciudad, una ciudad asquerosa como Madrid, que sin embargo tiene un viento especial, y en donde además de soportar esa fauna multicolor del dichoso metro, también te da alegrías, como la exposición El retrato del Renacimiento del Museo del Prado; mientras que en la ciudad mierdosa del sur lo que te puede pasar es que un tipo que después de diez años de tratamiento psiquiátrico deja de tomarse la medicación te atropelle con su coche por calle Larios, espérate que me parto...

Y la radio, hay que joderse con la radio. Ahora RNE lo cambia todo, el logotipo, los programas, todo. A las once de la noche, Canciones, sólo canciones. Enrique Viana y su floristería, hay que joderse; Alex Ross dice en su libro sobre el siglo XX que hay mucha gente que considera a los seguidores de la clásica como maricas; pues bien, programas como el que conduce Viana le dan la razón, perfectamente. Maricas del mundo, Radio Clásica es vuestro paraíso.

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