lunes, febrero 09, 2009

El hijo del sastre

Si esta novela de Garriga Vela (Muntaner, 38) se publicara hoy, y no como fue a mediados de los 90, seguro que se llamaría así, El hijo del sastre. Tampoco creo que nadie se atreviera a publicar una novelita que carece de diálogos (los que hay están dentro del fragmento en el que no deja de hablar nuestro protagonista), y que condensa tan bien una vida triste, muy triste. A este escritor hace tiempo que lo sigo, en su sección Cosas transparentes de Sur, los viernes, pero no había tenido ocasión de leer nada de ficción. Iba a ir a la presentación de Pacífico, su última novela, pero preferí esperar a leer algo antes. Su estilo, infantil, naïve se diría, es fragmentario y tiene algo de esa perplejidad ante la vida de un Samuel Beckett, por eso usa una cita suya, muy buena, al comienzo de todo. Digo que es una novela triste, ambientada en los años cincuenta, sesenta y siguientes, en una Barcelona que todavía no es la marca comercial de hoy día, no olvidemos que es una España franquista, por lo tanto esta ciudad tiene más de película de Berlanga que de Almodóvar, es una ciudad llena de lisiados, de pobreza, de putas baratas y deseos insatisfechos. Nuestro hombre, que se supone que es GV (ha nacido el día de todos los muertos, el 20 de noviembre), no saldrá de esa prisión que es su bloque, el edificio en donde vive y del que nos va relatando todas sus historias. La novela puede verse como una sucesión de viñetas, algunas cómicas (como las muertes, las muertes del lotero y del planchador son muy cómicas) y otras melancólicas, las más, y las que más, las que tienen que ver con el padre, una figura callada, que guarda secretos, secretos que parece querer revelar unas horas antes de encontrar la muerte. Como contraposición, tenemos esa historia de amor no menos secreta, silenciosa, entre este narrador y Cristina Moslares, la vecina de arriba que se convierte en modelo, viaja a Nueva York (él sueña con Norteamérica desde siempre) y sale de la prisión, y se convierte así en su oponente, también en las escenas eróticas. Así, poco a poco, soñamos otra vida, una vida que sólo parece existir en mapas y globos de infancia, en paisajes imaginarios, en cuentos que otros despliegan. La vida está en otra parte, sí. En la infancia se vive, luego se sobrevive.

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