jueves, febrero 19, 2009

Miseria de los intelectuales

Leí hace unos días el artículo de Muñoz Molina en el Babelia, Muerte lenta de Susan Sontag, en donde habla de dos libros que han salido recientemente en USA, uno con los diarios de juventud de la escritora (1947-1963), y el otro escrito por el hijo, David Rieff, que ya ha publicado Debate entre nosotros: Un mar de muerte. Recuerdos de un hijo.

Lo primero que llama la atención así por encima es que estamos ante una joven pedante, engreída, ya fumadora. ¡Quería leerlo y escucharlo y verlo todo! Le gustaba André Gide y criticaba al resto, todos tenían fallos. Nacida en 1933, en 1975 padeció cáncer de mama, la operaron, se recuperó. En los 90, cáncer de útero. La quimioterapia tan agresiva hizo que se formara otro cáncer, una forma cruel de leucemia. Murió en 2004 tras una agonía lenta de quirófanos y operaciones, incluido un trasplante de médula que no sirvió para nada, sólo para acrecentar el dolor. No quería morir, no se resignó, luchó con todas sus fuerzas contra la enfermedad que la corroía. ¡Quería ser eterna!

La miseria del intelectualismo judío, en su esplendor. El testimonio del hijo viene a ser una crítica de esa actitud tan ciega de la madre.

Hay una actitud adolescente, una falta de autocrítica: sólo cuando se ve atacada por la enfermedad deja constancia de que "por primera vez en mi vida no me siento especial".

Es una mujer tóxica. El habre de verdad se transforma en hambre de vida. ¡Pero los intelectuales no saben vivir, lo conceptualizan todo, todo en ellos es artificial! Cuando empieza a tener relaciones sexuales (gusta de las mujeres), le gusta tener sexo mientras escucha música. Sex with music. So intellectual! Música clásica, of course. Óperas de Mozart, nada extraño.

Cortázar, envidioso de cómo toca Johnny Hodges, de ese sonido aterciopelado e inimitable, se compra una trompeta. Es en vano, nunca tocará como él. Boris Vian pone un disco en el gramófono, Passion flower por Johnny Hodges, el tema es del gran Billy Strayhorn. Dice que alguna vez es el momento para ponerlo. La espuma de los días.

Roland Barthes cuidando a su madre en los últimos años de ésta. Luego escribirá notas sobre ella, que ahora se publican en Francia. ¿Era necesario sacar a la luz estas intimidades? ¡Los editores piensan que hasta la lista de la compra es algo vallioso, sólo pporque lo ha escrito el intelectual de turno!

Estas mañanas son tan tristes...

Me sumerjo en el desorden de la noche, con Sciarrino, con sonidos que resbalan, se hacen añicos, veo a gente que no conozco, no sé cómo te llamas pero te amo, me peleo con gente amenazante, aspiro el olor de las calles llenaas de drogas, es mi último día en esta ciudad, no sé qué hacer ahora, los jazmines pueblan las fachadas, vete de mi vista, un gato negro, la muchacha de Parma, Pécou y una espineta que toca un tal Tharaud, bebo vino blanco, no sé la hora, las cajas de zapatos llenas de recortes, era mi vida...

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1 Comments:

Blogger Madame X said...

En la vida se van dejando cosas por el camino y recogiendo otras. Hay mañanas soleadas a la vuelta de cualquier esquina.

Te deseo mucha suerte y fortaleza para no decaer.

Un beso.

1:11 p. m.  

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