viernes, marzo 06, 2009

En ciudades que no existen

Y así paso los días, perdido en sus calles, caminando sin rumbo, hacia un lugar que desconozco, llevado por el viento, siempre más allá. Y cuando te encuentro, no sé quién eres, caminamos juntos, vamos con el viento de la tarde, nos detenemos en la Iglesia de las Benedictinas, ésa con la puerta enorme y pintada de verde botella, y allí nos protegemos del frío, y hablamos de lo que no puede decirse en voz alta. Quiero decirte algo, algo que no puedan escuchar los demás paseantes, en el escondido banco de un parque desangelado, esto no es lo que decían las guías, que eres tan alta como la luna y los soldados de Cataluña, pero esos juegos, el cubo de Rubik que encuentro en el Rastro, todo eso se lo llevó el viento del olvido, y corro, corro con todas mis fuerzas hasta que me duele el hombro, y sé que no hay nadie del otro lado del tubo, es un juego también. Sentado en mi cama, en la habitación en la que pasé tantos años, vienes por detrás y juegas conmigo, juegas a coger algo que se ha escondido, algo que a veces cansa, pero yo disfruto como un enano, y al despertar me duele volver a terreno doloroso, los pensamientos nefastos, los números, los nombres, Anthony Braxton o Galliano, estoy cansado de despertar así, tan obstinado era el juego. Y en aquel banco, de aquella ciudad sin nombre, Bolonia o Nápoles, te miré un segundo y no vi tus ojos, estabas hablando con alguien que no conozco, estás en otra calle y yo soy el erizo que descansa al borde de la carretera y una luz se enciende, estamos todos a la mesa, somos cuatro, es el número perfecto, y mi padre sin embargo se retira un poco para no tener contacto conmigo, porque algo teme, la ira de otro tiempo, y los pájaros que picotean todo el día y nunca duermen, estamos comiendo, o hablando, y nadie dice lo que no se debe, nunca supe quién era, mi padre, y en este banco, te digo algo, voy subiendo la empinada calle peatonal y cuando llego arriba, es tan empinado como Frigiliana o Salobreña, el castillo, una duda, estará ella, rubia, con gafas, expresión inocente, con un libro en el regazo, yo y mi dolor de espalda, un zumo de zanahoria, una música tranquila, a ella no le gusta Braxton y hace bien, es para tarados, dijo una vez, antes de entrar en la habitación, y sin embargo, ahora que no hay nadie, me lo puedes decir: no entres ahí...

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