miércoles, diciembre 30, 2009

Cobra

Hay algunos edificios que están envueltos con sábanas, o eso parecen de lejos. Grandes sudarios, como si estuvieran en proceso de rehabilitación. En la plaza en donde están ahora hay otros muchos que esperan. Es de noche y puede que muy tarde, pero hay una animación como de primera hora, diez u once como mucho. La catedral casi no se ve con estos edificios en primer plano. Hay palmeras por doquier. La ciudad es Sevilla, pero aparece irreal, con un aire fantasmagórico. Hay perros por todas partes y litronas y mendigos que deambulan por las plazas en busca de algo que haya quedado. Hay grupos de jóvenes que se mueven como zombis y hay parejas que se arrinconan para seguir besándose otro rato. La he perdido. Se supone que me tenía que llamar al móvil y luego yo iría hasta el hotel y allí terminaríamos de hacer las maletas, pero ahora ella ni llama ni aparece. Me ha dejado tirado, como siempre. Y encima en Sevilla, que no conozco de nada y enseguida me pierdo, pues todas las avenidas me parecen la misma, la que conduce al río, pero no veo ningún río, sino coches de caballos fantasmales que no van con ningún hombre detrás. Luego llego a una zona de las afueras en donde hay jardines, bellas flores rojas y trepadoras y algo amarillo que cuelga de un balcón que de todas formas está en ruinas, y tengo que subir la escalinata y allí está, como si no pasara nada, está como siempre, con las manos sobre las rodillas y mirando al frente la mirada perdida. Le pregunto qué pasó, pero no responde, en su lugar responde con una carcajada y luego detrás de ella sale un hombre fumando un cigarrillo de marihuana, el olor es inconfundible, y me hace un gesto para que me largue. No me lo pienso dos veces y salgo corriendo. Por una esquina me topo con dos hombres altos, nada menos que Ken Vandermark el terrible y Mats Gustafsson la cosa, sin sus instrumentos habituales, el primero parece un motero cabreado, una sombra de bigote, que lo hace más amenazador si cabe, el otro vikingo me parece más suave con su camisa blanca y sus jeans grises, ambos llevan botas y caminan mirando al frente, como con una dirección marcada. Me los quedo mirando, luego desaparecen por un callejón lleno de humo, y se meten en un garito que dice en la marquesina Alchemia. Allí, averiguo más tarde por boca de un portero bizco, se celebra una orgía de free jazz que dura varios días y el último día, en el concierto final, tiene lugar el aquelarre. Entro al salón y veo que todo es negro y rojo y color chocolate. Me siento un poco para recuperarme de la carrera, entonces algo me sobresalta, un rebuzno, pero no un rebuzno cualquiera sino un rebuzno de amor. Y entonces me dejo llevar por la música, que es un ruido muy agradable. A la media hora así y después del segundo cubata, una chica que me parece pelirroja por efecto de la luz difusa me saluda en mi rincón y se sienta a mi lado, que es algo que no puedo creer. Y luego se acerca un poco más, y me dice que me conoce. ¿Me conoces?, respondo todo sorprendido, porque estoy en un lugar remoto, y no creo que nadie pueda conocerme ahí. Ella afirma con la cabeza, y luego se acerca más y me pregunta qué bebo, le digo que ron Cacique con Coca-Cola y ella dice que su bebida es mejor. Me tiende su vaso ancho y no muy alto, en donde no hay nada de cubitos de hielo. Lo agarro con cierta fuerza y nada más meter la nariz sé que es algo que nunca he probado. Sabe bien, sin embargo, no es amargo (no soporto las bebidas amargas como el whisky, que todo el mundo asocia con el jazz), es más bien dulzón, aunque tiene algo, algo que es refrescante a su vez… Hago un gesto para que vea que es bueno, que me gusta, pero ella dice que me lo quede. Me extraña, sí, que ella hable español, en este salón en donde sólo se escucha hablar en lenguas extrañas como el polaco o el ruso o el checo y tal vez menos, en inglés. Le pregunto que de dónde es venida, se lo digo así, como si tradujera del inglés, y me dice que viene de Chile, allá el océano azul muy azul y muy frío , en donde se pierden los aviones en la noche negra como la pez. Le digo que no conozco este país, sólo Argentina, y ella hace un gesto con su boca, como invitándome a visitarlo, pero sé que tiene lindos dientes y que hay algo que me gustaría visitar antes. La música revienta la sala, ahora hacen un tema tremendo que dura por lo menos quince minutos y que tiene un crescendo alucinante que es puro rock, ella mueve sus pies enfundados en unos zapatitos morados tan delicados, que rechinan un poco en este antro en donde huele a vaca e incienso a partes iguales y también a marihuana, por qué no. Alguien me da un golpecito en el hombro, le estoy dando en la espalda sin querer, alguien grita great muy alto tras el fin del tema, luego se largan con otro “modular and abstract”, la chilena no para de moverse porque dice que esta música es muy energética, y dice que le recuerda a veces a Fausto Romitelli, al cual ama. Le digo que eso está muy bien, ¡yo también conozco al gran Fausto!, y nos quejamos de que desapareciera tan pronto. Entonces sé que voy a besarla, y por otro lado no quiero que llegue aún el momento, quiero esperar un poco, como cuando de chicos demorábamos el abrir ese libro que nos iba a deleitar durante horas, y sólo lo abríamos para embriagarnos de su olor… eso quiero ahora, quiero acercarme y olerla, saborear un poco, pero quiero dejar para más tarde lo que es la comilona propiamente dicha. Hay un pequeño refresco de los músicos y el barullo se acrecienta, entonces ella me sugiere salir a la calle, hay que subir unos escalones sucios y negros y luego por fin respiramos el aire de la noche de Krakow. Veo pasar un coche de caballo y una pareja que viaja dentro pareciera que nos saludase, pero es un efecto óptico de mi mente cansada. El cochero está muy gordo. No vemos ningún tipo de señal de la vida moderna. Algunos hombres del campo aparecen por una esquina, tienen aspecto de sepultureros. Ella me dice que conoce un lugar apartado. ¿Y el concierto?, seguirá en breve. Ya estuvo bien por esta noche—y dice mi nombre, sin titubear. ¡La virgen!, sabe mi nombre también…, entonces es verdad, me conoce, no era algo para quedar bien y ligar… Ella me dice el suyo, me gusta. Tiene algo de masculino en su forma de caminar, en su decisión, su perfil alargado, su firmeza, su saber adónde llevan sus pasos. El lugar es la parte trasera de un palacio en ruinas, que tiene una pared comida por la hiedra y que en una inscripción dice “Matka Joanna”. Nos sentamos en un escalón de piedra, ella lleva jeans y una camiseta verde manzana, cazadora chocolate encima. Me hacen gracia sus zapatos, me dan ganas de quitárselos para ver sus calcetines infantiles, como bordados a mano… De repente veo que se agarra a mi cazadora de cuero negra, metiendo sus manos por debajo, para sentir mi pecho. Me dice algo que no entiendo, algo que me parece polaco en un principio, y ya dudo de mi razón y de estar en el sitio correcto, creo que he vuelto a Sevilla, pero no, sigo en este otro lugar remoto del mundo, y siento un escalofrío por la espalda cuando ella roza con sus yemas mi espalda desnuda, ha atravesado también mi camisa negra. Se acerca tanto que ya no puedo evitarlo, las armonías secretas, todo se agita en la cubeta y al final el líquido chorrea por los costados y alguien, un enano, pasa rápido, un hombre con bastón y chistera va delante y oigo además una fuente cantarina… Y luego unas campanas, a lo lejos, ¡a estas horas! Ella está diciendo algo, pero estoy algo perdido. Me dice cosas que no entiendo bien, me las susurra al oído, sé que son agradables o incluso muy excitantes, ella ahora se deja acariciar también, meto mis dedos bajo su camiseta, siento por fin su piel, está temblando pues hace mucho frío, tal vez estemos por debajo de cero, siento sus pechos a través de la tela de su sujetador y me gustaría que no estuviera, y ella no dice nada, dicen los besos que nos estamos dando, que es algo que se superpone a los ruidos ambientes y algo está sonando ahí en Alchemia, algo que escuchamos en la fuente y en las campanas y en alguna maldición que viene de algún remoto pueblo perdido en la llanura. El primer contacto con sus labios me produce un escalofrío y una excitación, como la música que está sonando. Ella deja su vaso en una mesita baja de cristal y se desprende de los zapatos, se echa sobre mí y me aprieta fuerte mientras el saxo tenor y los demás instrumentos resuenan por toda la sala y el rugir de las voces acalla nuestros gemidos, ella me besa el cuello, deja que bese su cuello y su hombro, en donde más tarde descubriré una pequeña constelación de pecas, ahora se tira en el sofá, con las piernas ligeramente encogidas y siento su excitación a través del fulgor, las luces y el ruido de los metales y una batería que es como un cántico, un pájaro se posa, ella me mira, no hay voces, alguien grita que es más arriba, siempre más fuerte y más potente, la velocidad del amor, vamos deprisa sobre el azul, la casa nos espera, una casa en donde amarnos sin freno, y ahora hay más besos pero la gente, calla pero la bebida, el vaso no tiene nada calla me gusta cómo se mueve, el qué, tu lengua y tus rodillas y tus calcetines son como, sí, nieva, no, ahora, ¿sí? ahora aparece, no, el qué, sí, estamos, en dónde, un lugar hermoso, un parque un castillo un camping una playa solitaria, sé que lo has pasado mal, sé que aquel verano estabas mal y luego tu madre, ¿mi madre?, siento los pechos, ella se acerca y la gente es indiferente, alguien rebuzna, no, es el saxo, no, es la noche, no, no, sí, sí, hidden in the stomach, sí, bésame, me gusta, el qué, la gente sus sombreros, las mujeres su discreto encanto double or nothing, ¿sí?, de dónde eres venida, América, no, del sur más sur pero no importa, ahora y siempre besos.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Excelente. Construiste un ritmo del demonio, que va in crescendo hasta el gran final, pasando por los solos y las improvisaciones virtuosas propias del jazz. Un genial diálogo entre música y letras. Saludos!

4:00 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Te lo dije.Es excelente.De veras Juan Antonio.¡God!

Icha Irarrazabal.

5:44 p. m.  

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