miércoles, diciembre 23, 2009

Tormenta



Salí a la calle sin saber cómo ni por qué. Llevaba ya muchos días sin salir, es verdad, y necesitaba imperiosamente un poco de aire del exterior. Al llegar a la zona de mi antigua casa, a la dichosa avenida que en realidad era carretera, la vieja N-340, la peligrosa y mortal y estúpida avenida me recibió con un espejismo. Creí verla. Me fui detrás de un coche y por la parte de atrás, a través del cristal sucio, creí verla de nuevo, esta vez más seguro. Era ella, después de tanto tiempo. Se había metido en lo de Rufino, seguro que a por tabaco. Salió enseguida, deprisa, y cruzó por el paso de cebra donde la policía local y se fue hasta el Kiosco Cerica, ahí ya no me lo pensé dos veces y corriendo, fuera de mí, salté la valla, pintada de verde oscuro, atravesé deprisa los dos carriles de la dichosa carretera franquista y me fui hasta ella, que ya iba por la esquina, donde la tienda del tipo ese gordo y fascista. Ella se quedó quieta, como con miedo de ver a alguien como yo así, agitado, detrás de su figura. Tendríais que haberme visto entonces. Me acerqué tanto que nuestros labios se rozaron. Quise besarla, sí, pero no fue beso, ella no quería (ellas siempre tan resistentes al deseo). No sé de qué hablamos, era mucho tiempo el transcurrido. Era ella: Inma, la que me trajo loco todo un verano, y un año más, y luego… se evaporó de la tierra, se hizo humo. Ahora puede que fuera un sueño. Y tal vez lo haya sido. No volveré a verla. ¿Qué nos dijimos, queréis saber? No, amigos, esto es una cuestión privada.
***

Estoy en casa, escuchando Jazz Bed, un disco brutal de Kaoru Abe al saxo alto e Hiroshi Yamazaki a la percusión. Si el saxo es un loco de la guerra, imaginad cómo se las gasta el percusionista para estar a su altura y no desentonar. Y mientras escucho esta peligrosa incursión en los terrenos más febriles de la libre improvisación, el free más descarnado, se desencadena una tormenta, pero apenas se oye el rugir fuera cuando dentro está desgañitándose un hombre y el otro también desencadena una tormenta con sus cacharros. Un hombre muere joven otro cae al barro, afuera habita la indiferencia, pero en la casa, no sosegada, habita una rabia contenida. La mía. No sé ni cómo voy a seguir con esta historia, la mía de todos los días. A veces escucho voces, y no sé si es de mi cabeza o vienen del exterior. Ya apenas salgo a la calle. Y cuando me atrevo a salir, siempre ocurre un desastre, algo que no es agradable. Siento la rabia contra los semejantes, que seguramente no tienen culpa de esto que me ocurre. Ahora espero otra llamada de teléfono. Será ella, para amargarme el día, para darme sus malas noticias. No sé si estoy preparado. (…) En realidad el teléfono no suena, nunca suena ya. Le di largas, le dije que no llamara más. ¿Para qué? No quiero seguir eso que se llama “relación”, porque no es nada. Suena algo parecido a un grito, un grito de un desesperado, de alguien comido por la rabia, a punto de saltar el puente. Mi madre siempre me daba el consuelo. Mi pobre madre, a la que nunca supe cuidar. Ella y su voz débil, apagada, ella y su. Y en los sueños, mi rabia contra ella, como un puño, un punch-ball, ella y su debilidad. Ahora cae bien el agua y quiero quedarme aquí. Las pastillas no hacen nada, la fluoxetina y el alprazolam. Voy a ver si puedo dormir un poco.

***

--¿La has visto?
--No.
--¿Y no tienes pensamiento de verla? Yo no te entiendo, tío, yo así no puedo.
--Me da igual lo que pienses, es mi historia y voy a seguirla, porque a mi manera, me hace feliz.
--Qué manera de autoengañarse. No sabes de qué hablas. A tu edad uno ya no puede andar de esa manera, Juan, y lo sabes bien. Tienes que decidirte, encontrar una mujer de verdad, no una quimera.
--Ella es real y es la mejor además. Y si está lejos, me da igual, un día estaremos juntos y ya nunca nos separaremos.
--¿Sabes que Sandra y yo hemos vuelto?
--¿Ah, sí?
--Ella me lo pidió, y con tanta insistencia que al final cedí. Pero yo voy a seguir viendo a Gloria, porque con ella me lo paso mucho mejor, la verdad, no hay color…
--Vaya nombres tan horteras… Sandra… Gloria… yo no podría estar con una mujer que se llamara así…
--¿Cómo se llaman las tuyas? ¿Amaranta, Diana, Alejandra? Ay, sí, Alejandra…, me parece un nombre super original, por cierto el otro día…
Ahí le metí un puñetazo en toda su cabezota, que ni supo reaccionar, enseguida se vio magullado y doliéndose y no sabía de dónde venían las balas, la verdad es que después lo llevé al suelo y allí le seguí dando patadas, le tiré de su pelo grasiento y luego terminé, lo rematé, con otra patada en los morros, y un ojo ya le andaba a la virulé, y se seguía quejando, la muy gallina, y me dieron ganas de volver y seguir dándole, pero para qué, pero sí, me di la vuelta en un arrebato, como cuando me crucé sin mirar para ir en busca de mi antiguo amor, y le di una nueva tunda, esta vez casi lo dejo seco porque no podía parar, tuvo que venir alguien que resultó ser un policía local de paisano (siempre hay uno en cualquier esquina), y me cogió y me arrastró y me llevaron babeando hasta una comisaría, en donde tuve que declarar bajo una buena manta de palos pero me acuerdo de poco. Y ahí acaba la historia, por hoy.

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