viernes, diciembre 25, 2009

Y por las noches



Desde donde estoy ahora los veo, pequeños grupos de gente que ha venido a pasarlo bien, no sabía que este barrio era ahora la zona de marcha, pero bueno. Es un barrio residencial, lo cual no me cabe en la cabeza, pero bueno. La cosa es que desde donde estoy los veo. Y veo que están cuchicheando y que se traen algo entre manos, que no puede ser otra cosa que droga. Sin ella no saben vivir, no saben qué hacer con sus manos, tiemblan como un recién nacido en el nido. No me acerco, no soy de ninguna banda, pero algo he de hacer para no resultar sospechoso. Veo que todo está hermoso, los altos árboles en la noche, donde tendría que haber silencio sin embargo hay sirenas de coches y música a toda pastilla, pero es algo que va y viene, en remolinos caprichosos. La juventud se divierte, es movediza. Hay algo en ella que me hace huir a otro sitio bien lejos. La droga funciona como un motor de explosión. Y entonces llega un momento en que hay que elegir un camino. He descubierto dónde estoy exactamente: es un viejo pabellón que está abandonado, pero sé que hace muchos años hubo aquí una discoteca, y era el punto natural de reunión de una juventud que ahora anda por los cuarenta. Ahora, desde mi altura, observo las ruinas de lo que fue. Desde donde estoy sólo puedo ver muros exteriores, los pilares y algunos recovecos, puertas venidas abajo, matajos que crecen salvajes, y piedras y madera podrida y alguna que otra escalera que marca el camino para la juventud de esta noche. Bajamos por una rampa, luego hay que girar a la derecha, luego a la izquierda y así. Cuando por fin estamos todos abajo…, porque hay algo esta noche, en esta piscina sin agua. Hay algo, algo pasará, pero nadie sabe exactamente el qué, todo está en el aire. Es un lugar de refugio. Veo a todos mis compañeros, los extraños ahora, y en realidad no conozco a nadie, y está mejor así, para qué quiero. Dicen que habrá una actuación, un grupo amateur, nadie conoce a nadie, mejor así. La entrada son 3.50 €, ya está bien, porque no tenemos derecho a una triste cerveza. Alguien protesta y dice que empiece ya que el público se va. Pero el público está drogado y no se entera que en algún momento ha empezado el concierto. Estoy atrás del todo, hay sillones rojos de eskay y nadie parece darse cuenta de que están, y la hierba crece entre ellos y el cielo, el techo de uralita, parece que caen piedras pero son guitarras mal afinadas y sobre todo, ¡qué perro que es el cantante! Es un inglés niñato de no más de diecinueve años que vive en el pueblo y le ha dado por berrear, ha formado una banda, que son: él mismo, digamos Ian; luego un batería, tal vez Robert; y luego un guitarrista, de nombre Curtis. Y una chica que es groupie y que se acuesta con todos, menos con el cantante que está con una tipa un poco más fea y decente llamada Brenda, rubia artificial y de grandes ojeras. Todo esto me lo cuenta alguien que está a mi lado y que me pasa el porro y de una calada a otra pasa una eternidad, pero qué importa. La decepción se instala entre el público, la gente comienza a coger la rampa de subida a la calle, porque esta voz que no se sabe lo que es, si una flauta rota o un cántaro quebrado, esto ya harta. Y de tan lejos no se entiende nada, pero creo que hacen una versión de Break on through (to the other side) de The Doors. Pero es un destrozo, la verdad. Yo también me veo caminando rampa arriba, con la mano en los bolsillos, un poco mareado por el porro y las dos cervezas que me tomé antes en el bareto de Oli. Pero no salgo a la calle de antes, estoy en una especie de hangar de estación de tren de autobús. Hay mucho rojo, un techo rojo y arcilla y las manos están muy frías al contacto con el metal, siento la lengua pesada. Los perros ladran. Un vigilante jurado nos indica la salida, como en el cine, sin flecha aquí. A la izquierda han descargado en palés una mercancía que son sartenes y dentro está la ganifa. Y veo que alguna gente coge una, dos, y se las lleva bajo el brazo. Yo estoy dudando si hacer lo mismo, y finalmente agarro una cosa negra y de bordes rojos y veo que es una especie de comida ya medio preparada, sólo para calentar. Y estas sartenes luego te quedan, como antiguamente el recipiente del yogur que era un vaso de verdad, es decir, el vaso de la Nocilla, maldita sea, qué buena estaba. Y ahora adónde me escondo esto, me van a ver cuando pase por aduana. Hay mucha gente, normal, estamos en la zona del puerto. No sé si sabré llegar a casa. Pero no hay pérdida, creo que vamos todos al mismo sitio.

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