jueves, enero 07, 2010

Entropía

Cuando se está duchando el agua comienza a venir fría. Mierda. Se acaba la bombona de butano. Uñas rojas que rozan una carne, bermellón, adentro. Tres botes de mermelada (fresa, melocotón, ¿pera?) casi apurados, se hace una mezcla en la tostada, está repugnantemente ácido. Al menos la bebida está buena, es de soja. Baja la escalera deprisa, casi tropieza y se cae. Teme una caída por el frío mármol. Labios en rosa, fucsia en realidad. Se queda casi inmóvil para recibir. Siente su fragilidad, estar hecha sólo para el placer. Piensa en cómo llegar hasta la otra punta de la ciudad. Paseo del Limonar. Limonar 40. Tráfico asfixiante. Molestias en el estómago. Otra vez esa acidez.

(…)

Se mueve por la casa como si estuviera en un baile. No la conoce apenas, es nueva. A veces se equivoca con su nombre. No concibo este mundo sin Don Cherry. CherryCo. En el espejo del baño se escribe su nombre, pero se borra enseguida. Vapor, espejo empañado. Ella viene por detrás y remueve su pelo enmarañado. Dice algo, no hay cinta. Suena el teléfono en la otra parte de la casa, inmensa. Cuando corre parece el viento. No, ahora no. Sí, más tarde. No soporta que hable con extraños cuando él está. Una agenda de cuero marrón, el año, pelusas en la ropa. Una chaqueta roja, zapatos negros que se abrochan en el tobillo. Su risa es, viene ahora y se despide, hay ensayo. Su melena enmarañada, natural. Hay días que sólo ve girasoles moverse sin parar. No, no hay nadie. Sí, esta es nuestra música.

(…)

--¿Quién llama?
--Eva, ¿estás sola?
--Ah, eres tú. No, ahora no puedo, está al llegar, sabes que esta semana no puedo. ¿No te dije que te llamaba yo? ¡Eres un puto paranoico! No sabes respetar nada, no quiero verte más.
--Eva… Eva…

(…)

La cama es la más grande que ha visto en su vida. En realidad, hay visto muchas, pero casi todas eran un desastre. Pequeñas, infantiles, cutres y algunas llenas de extrañas sustancias. Camas esquizofrénicas como la de Tracey Emin. Camas de desechos, basureros para dormir, no: catres para retozar; tampoco. Aquí se podrían pasar horas sin hacer otra cosa que dormir y soñar con el mundo feliz. Ella aparece por la puerta y se lo queda mirando. No se acostumbra a su pelo tan corto. Parece una mujer del norte. No es guapa, pero a veces brilla. Le gusta cómo sonríe siempre. Le gusta preparar el desayuno y comer en la cama. El patio de recreo. Enya. Un jardín oscuro al atardecer, plagado por la hiedra. Rosas de todos los colores, al fondo. Un perfume suave, refrescante, mandarina. Como volver a la infancia. Un bar en A Coruña. Llueve intensamente y unos norteamericanos se refugian de la lluvia. Impermeables de colores fluorescentes. Una chica de pelo largo liso rubia escucha atentamente en primera fila al guitarrista, su amigo. Paseo del Limonar. Cuando aparca cerca son casi las dos de la tarde. Sólo residentes.

(…)

--Podemos ir a Segovia, ¿conoces?
--Sí, una vez fui con unas amigas del instituto, no me gusta, es horrible, es una ciudad de militares. Muy seria, aburrida. No me gusta.
--¿Conoces Aranjuez?
--Estuve una vez, sí, con mis padres, hace muchos años, era casi una niña. Hay un río, creo. No me acuerdo de mucho.
--¡Por supuesto que hay un río! El Tajo, y es precioso allí. Hay muchos jardines y estatuas y palacios. Hay un buen restaurante para comer, Rodrigo de la Calle. Podemos ir.
--No tengo muchas ganas de moverme de aquí, se está tan calentito. No seas petardo, anda. Podemos ver una peli en TCM. Podemos pedir una pizza, ¿qué te parece? Y luego… ya sabes.
--Eres jodidamente burguesa, ¿lo sabías? Si por ti fuera el mundo se acababa a la vuelta de la esquina. Siempre quieres lo mismo, los mismos sitios, los mismos amigos, la misma rutina. No sé cómo no te aburres.
--Me gusta repetir las cosas que me gustan. Ya sé que tú no. Te vuelves loco por la novedad. Pero eres como un crío con juguetes nuevos. Enseguida quieres otros. Nunca estás contento. Así nunca vas a ser feliz. Yo prefiero ser feliz con unas pocas cosas que me agradan.
--Yo no quiero las cosas agradables, quiero emociones, quiero vida auténtica, quiero belleza, quiero cambiar de paisajes. Me aburro siempre con las mismas cosas. Una vez tuve una amiga que siempre viajaba al mismo sitio y se alojaba en la misma pensión y comía en los mismos restaurantes y se bañaba en las mismas playas. Salvo cuando le daba por irse a Tailandia o sitios así. A mí no me interesa el exotismo, me gusta la intensidad.
--¿No tienes intensidad conmigo?
--El mundo va más allá de un cuerpo. Me gusta tu cuerpo, me gusta cómo piensas a veces. Pero necesito aire puro también.
--Está bien, vete a Aranjuez con otra. Creo que voy a llamar a una amiga para ver esa peli de Mitchell Leisen.

(…)

Naranjas pálidos, fresas y púrpuras y amarillos que ciegan, campos de trigo, un molino, un riachuelo, resbalan en la cama, el mando a distancia cae al suelo, esta noche se acaba la oferta, el chico de la moto espera con el casco puesto, ella se ríe, sólo la camisa de él por encima, está doblada por la risa, sus gayumbos, el nene que sale a la calle y, un triciclo, dos años y un paquete de palomitas, la chica se masturba delante de la pantalla mientras Peter North pinta la cara de la morena en éxtasis, ella le tira con la almohada, no soporta esta pausa, el teléfono suena de madrugada, la casa sosegada, una sombra contra la pared, baja el monstruo, un litrillo, luego vomita con decisión contra los contenedores de basura, una palmera enana, la farola parpadea. Cartón con pegotes, rojo, tomate, anchoas no, napolitana, fregha, Nápoles, una vuelta en moto. No logra verse en el espejo, está empañado. Ella viene por detrás y besa su nuca, jabón, algas.

(…)

Se cuela en el ensayo. Ella está en el centro, el músico que la acompaña a su izquierda. Su voz. Su alma. Recuerda algo, un poco de pintura de labios, un mechón de pelo rubio, sujetador por el suelo, sus bragas moradas, una hoja con algo escrito, una partitura, estantes llenos de partituras de compositores que no ha escuchado jamás. Dowland, Purcell, Monteverdi, Gesualdo, Luca Marenzio, sí. Un viaje que nunca termina. En México, hace dos años. Cuando conocieron al tipo de Viena, en Oaxaca. El polvo del desierto, ella afónica, enferma, él su masajista. Un sueño en los jardines de Hamilcar. Ella se levanta febril y le cuenta un sueño extraño, con él, un sueño en el que él muere y resucita luego. Se cae por las escaleras del metro. Una chica morena y físicamente explosiva se apoya contra una de las puertas de salida. Él la mira fijamente a intervalos. Querría saber qué música lleva en su iPod. Dorado brillante cabellos secándose al sol. Los dos sobre la alfombra de nudos blanca nieve. No entiende del todo su humor, el tiempo es un chicle. Se queda en su pecho largo tiempo, la cadencia acaba. Ricercare una melodía. El escenario queda vacío. Mira al techo, la madera ascendente en bloques irregulares. Un bar casi vacío. Labios gastados. Mano sobre mano, Lichtstudie IV para violín y piano de Jörg Widmann. Ella canturrea, el último verano, algo de piel quemada. Recuerdos de una ciudad, años de aprendizaje. Una iglesia, humedad, poca visibilidad. Una cantante rubia de pelo largo. El fin de una historia. Rosas, nenúfares, sauces llorones. Espumas de Sloterdijk, capítulo sobre islas. Sigue con su dedo nacarado una frase especialmente enrevesada. No, aquí no es, se ha equivocado. Luego se vacía por entero. Sweet sweat. Morendo.

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