miércoles, febrero 11, 2009

El hijo del sastre (ii)

Hay que dejarlo claro desde ya: esta novela de Garriga Vela, Muntaner, 38, es un bodrio. Encima, recibió una subvención del Ministerio de Cultura en 1995, para más inri. La cultura subvencionada da asco. Encima, para coronar el pastel, un grupo de gente reunida le concedió el Premio de Novela Jaén 1996 (patrocinado por la Fundación Caja de Granada), entre los que estaba Antonio Soler. Pero donde Soler tiene un territorio propio, como ya comenté en su día, GV se pierde en ensoñaciones y carece por completo de narratividad. Desde el capítulo cinco, después de la muerte de su padre, la novela se hunde en las aguas podridas de la fantasmagoría, todo lo que resta no es más que una subjetividad a la deriva, y no nos creemos nada. Si hasta entonces había conseguido interesarnos con las vidas de ese edificio y con las anécdotas de su propia familia, a partir de la intervención de Miguel Bobadilla (página 110 y ss.), todo toma un rumbo errático y fantasmal. A partir de entonces, Garriga Vela se convierte en Vila-Matas, que es casi el único admirador de GV. Y no hay nada más odioso y tonto que las "novelas" de Vila-Matas. Así pues, ya no sabemos nada claro, si Cristina está muerta o no, si los demás han muerto o no, y resultan risibles las "apariciones" de todos esos fantasmas en la casa vacía. Leo hasta la última página, pensando en que a lo mejor la cosa se arregla, pero qué va, es imposible arreglar lo que no tiene ni pies ni cabeza. Lo único serio es cuando habla del padre, de sus correrías con otros amigos para hacer sabotaje, en tiempos de dictadura, su año en la Modelo, la famosa cárcel del Régimen..., pero todo eso no tiene peso, porque se asienta en la ambigüedad y en el juego de todo lo anterior, y se lleva esa fantasmagoría hasta el final. Por favor, que este hombre no nos siga timando, que siga con sus artículos y nada más.

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