martes, marzo 01, 2011

Ya no hay hombres

Leo en el Babelia que me pillo el artículo sobre el libro de la semana, no es una novela sino un libro de ensayo, de antropología filosófica además, una obra en dos volúmenes del alemán Günther Anders que se titula La obsolescencia del hombre (Ed. Pre-Textos). Un título así ya puede espantar a la mayoría, pero no a mí, que estoy deseando leerlo, porque me huelo que son dos obras en el estilo de Peter Sloterdijk, es decir, obras en las que se dicen muchas cosas de interés, cosas ciertas y poderosas, que los sociólogos al uso nunca dirán. Y es verdad que no hay hombres de repuesto. Y es verdad que el poderío de la técnica ha logrado exterminar el alma, si es que quedaba algo.

Hablo con un conocido que dice ser músico, en el rastro, el último domingo. Lo vi antes en el concierto de Roberta Gambarini, y quise charlar un poco con él, porque la verdad, ya no hay gente con la que yo pueda hablar de algo interesante, en este pueblo de mierda donde vivo. Ah, en el concierto sólo había, como mucho, diez españoles, y seguro que invitados o conocidos de los músicos. Bueno, resulta que la música es algo que cada uno lleva en su morral, es tan difícil coincidir..., aunque parezca que sí. Cuando me mienta a Wynton Marsalis sé que hay algo profundo que nos separa. Luego podemos estableccer algún vínculo a través de Messiaen (que tampoco me gusta mucho) o bien Morton Feldman, aunque dudo que él estuviera en un concierto de sus últimas obras, que duran horas. Me dio la impresión de ser un tipo light, ligero, como los hombres que me rodean, aunque un poco más cultivado, con más amplitud de miras. Por momentos, tanto en lo intelectual como en lo físico, me trae recuerdos de Juanma, el suicida, el poeta frustrado de Frigiliana, con el que hablaba en otro tiempo, antes de su triste final. Veo en ambos una cierta tendencia hacia lo inflexible, hacia ideas ya fosilizadas. Le dije que de Janacek sólo conocía La zorrita astuta (pues al final le compré Jenufa, en versión excelente de Mackerras), pero por mucho que le dije que era de Janacek, él dijo una y otra vez que era de Smetana. Pues vale. Comentarios típicos, cosas que uno ya sabe, que está bien escuchar, pero que no sirven para ir más allá en un verdadero diálogo o debate, si se quiere. Que si Mark Rothko, que si la armonía extendida en el jazz que nos gusta, que si Boulez o Lachenmann, que si aquel pájaro tiene las alas azules. Una chica toca un violín en una esquina, casi al borde del abismo, y eso me dice mucho más que toda la cháchara de este servidor de vinazo a los guiris, encima a dos y tres euros la copita aflautada. Yo no me vendo, señor. Si estoy solo, estoy solo, pero no me pongo a servir vinazo a unos guiris que se han adueñado del pueblo, y que como son mayoría, tiene la cantante que cambiar su lengua, y pasar del bello italiano a la ruda y divertida lengua del Bardo. Hay que resistir, ser un emboscado, un hippie auténtico. Alemania puede ser un buen destino, pero hay infiernos más temibles. Hay una música que no viene en ningún libro de texto y que tampoco se puede plasmar en una partitura. El pianista se desvía demasiado, y yo, yo sólo puedo amar una resonancia, un ritmo frenético y dislocado.

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lunes, febrero 07, 2011

En las noches ahí fuera

Al llegar al sitio no se puede entrar y hay que huir en desbandada. Hay gente esperando en el local de al lado, es decir, que hay gente dentro en el jodido local, y si nos ven entrar y bajar hasta la cueva, sospecharán. Mejor largarse. Ahora no es momento de ponerse a pensar, ya habrá tiempo para eso. Y emprendemos la marcha por una explanada y luego me veo subiendo una calle tan empinada, que una voz en off me dice: es la calle más empinada del mundo, y encima se echa a llover, ¡está lloviendo a mares, joder! Cuando contemplo mi situación, me encuentro en la más miserable de las condiciones físicas, apenas puedo respirar decentemente y la calle no termina nunca, y arrecia, cada vez cae más agua, no se ve el final de la calle. No veo a nadie, además, no sé dónde se metieron, lo mejor es así de todas formas, que cada uno vaya por su lado, para no levantar sospechas. Y entonces me acuerdo de la conversación interrumpida, sobre Cristiano Ronaldo, sobre si era el mejor del mundo, o era el otro. Pero eso a quién le importa ahora. La turbación es grande, porque hay que ir a Barcelona y nadie sabe muy bien cómo. Se supone que hay que ir hasta la estación de ahí, y luego coger el 6, pero no está muy claro el camino a seguir. De repente estoy en la facultad, tal vez de derecho, y llevo en la mano un libro de algo, es de Derecho Penal, es pequeño, rojo con líneas amarillas y verdes, no pesa mucho, es compacto. Me encuentro con una vieja alumna de psicología, que me saluda apenas, como si ya no se acordara bien de mi cara. Ella parece cambiada también, ya no es la que me decía, con su rubor habitual, que me soltara a contar chistes, moi aussi. Ahora está casada y lleva a una niña de la mano, de unos cuatro o cinco años, es parecida a ella, aunque seguro que será más alta, ella es más bien baja. Y sigue tan delgada como siempre, bueno, eso no es del todo cierto, ahora está un poco más… De golpe se me viene a la cabeza la idea del hombre que huye, y veo a uno de los que iba conmigo aquella noche, con un instrumento bajo el brazo, corriendo a toda pastilla. Miro al cielo, está ligeramente azulado. Tal vez aún no es de día, hace falta que pase un poco de tiempo. Una mujer viene calle abajo, se tambalea. Quiero ayudarla, cuando pasa por mi lado, pero la ex alumna (no consigo recordar su nombre) me tira del brazo con fuerza y me impide hacerlo. Cuando ha pasado, veo que en realidad no era ella, sino un espectro, algo que se deshace como la ceniza. Me cuenta luego, en un parque, todo lo que tuvo que sufrir con su padre enfermo, antes de que por fin muriera. Le cuento una historia muy parecida con el mío. Ella me acerca una mano, está tibia, es muy blanca, es como el tiempo. Poco a poco vamos entrando en calor, Barcelona es fría a estas horas de la mañana. Vamos a una cafetería, ella toma un café bien cargado y un cruasán, mientras que yo me quedo mirándola y tomo un té, y algo más que se parece a una madalena. El camarero tiene un extraño bulto en la espalda, que no sé si se podría asimilar a una joroba. Cuando se acerca, veo que tiene también unos extraños bultos en las manos y en lo que puedo ver de su brazo, bajo el uniforme blanco. Detrás de la barra, alguien me sonríe con un colmillo canino. Cuando vamos a pagar, ella me tira de nuevo del brazo, esta vez con suavidad, y tiende un billete de diez euros al camarero sospechoso. Pues bien, y ahora qué. Ella, que aún no tiene nombre para mí, y que es ya una presencia querida (al menos me conforta a estas horas del día), me ayuda a encontrar el camino hasta Sants. Pero no quiero ir hasta el lugar, porque eso significa que habrá que irse. Quiero que vayamos a Gracià. Ella vive allí, de todas formas, lo cual quiere decir que podemos ir a su casa, y tal vez entrar y hacer algo divertido. Entonces, por una esquina llena de basura en donde un par de perros callejeros se dan el lote, veo que viene alguien que iba conmigo la noche de la huida. Es Tomás. Pero no el alemán borracho, sino el otro, el que nunca lleva suelto. Va con una americana gastada, vaqueros, zapatillas deportivas también viejas. El pelo todo desordenado, sucio, como si se acabara de levantar de una pocilga. Huele mal, incluso. No quiero que ella vea esto, pero se acerca de todas maneras, vamos con él, hablando de nuestras cosas, contando sin inhibición alguna lo que pasó después, después de mi huida por la calle del infierno. Resulta que al final vino la policía, y los que estaban en el taller también corrieron hasta ellos, y hubo tangana, así lo dice. Ella escucha como si fuera una historia para niños. Alguien sacó una navaja, la policía dio palos a diestro y siniestro. Y luego, en la tienda de libros usados, recibí una voz en off que me dijo que así no era la cosa, que conseguir pronto lo que uno quería, lo que deseaba, era capitalista sucio, y que más valía que tuviera todo el dinero hasta comprarlo. Pero los libros tienen colmillos afilados, y están a la que salta. No aparece el dueño, así que aprovecho que el auxiliar está sacando fotos a un amigo (un par de maricas, pienso), para meterme algunos en el bolso, por lo demás muy gastado y con la cremallera trasera rota. Saco uno de David Safier que se llama Maldito Karma, otro de Apuleyo y Ovidio, y otro de Magris, Claudio Magris, en francés, un libro de artículos de viajes. Y le digo, al salir, que ya vendré otro día a por uno, que no tengo bastante dinero, es un Capote Reader que vale 4.50 €, claro.

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domingo, febrero 06, 2011

Nueva y vieja música

Milton Babbitt murió hace unos días, era el padre de la música electrónica americana, y uno de los compositores más complejos de su país. Aquí en Europa nos quedan Pierre Boulez y Brian Ferneyhough, este último más joven... No sabemos hasta cuánto durará esta complejidad.

Y mientras hojeo el diario inglés y saboreo un Twinings, escucho un disco de jazz muy alejado de estas complejidades, un disco para cuarteto con músicos que no tocan juntos todo el tiempo, cada cual entra cuando quiere, y sin embargo es un álbum muy pensado, simétrico se diría, en espejo... Paul Bley y sus meditaciones, Gary Peacock y su retrato de un silencio, Tony Oxley y sus pinceladas en los címbalos, y John Surman en la campiña, desgranando su sutil melancolía.

Es domingo, y nadie, nadie escucha.

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sábado, febrero 05, 2011

La familia y otras hierbas

Después de tantos años, y metidos ya en el siglo XXI, aún permanece y rige la tiranía de los abuelos, herencia pertinaz de otra época más feroz. Por mucho que se diga que la familia tradicional ha mutado en algo más extraño, o bien la convivencia de los dos tipos de familia, la convencional o de siempre y la familia dislocada o flexible, ahí siguen los abuelos, antes desde el marco insoportable en la subida de la escalera o a la entrada misma de la casa, y ahora con su tiranía blanda en el cuidado de los nietos, los abuelos mandan y encima ahora viven más tiempo, por lo que su mano de hielo sigue teniendo todo controlado y en orden. Ir a casa de los abuelos es ya el pasatiempo favorito de las familias españolas, muy por encima de otros dudosos placeres. La jodienda familiar se perpetúa con nuevos modos y maneras, pero los abuelos mandan. En su segunda crianza (consentida y bien, nunca o apenas rechistada), los viejos de la casa arremeten contra cualquier posible mudanza e imponen su ley, que dice: la familia unida (por nosotros) jamás será vencida. Y los padres se libran de sus vástagos por unas horas los fines de semana, o durante todos los días de la semana, si se da el caso, pues a veces los retoños no pasan por el hogar paterno o materno ni para dormir. Da igual que sean familias monoparentales, los padres de los padres mandan igual. Y así esta terrible plaga no se acaba nunca.

Lo que no se acaba nunca tampoco es París, es decir, Alemania y Austria y la música contemporánea. Con nuevos pupilos bien amaestrados por Lachenmann y cía., la noche es larga y más largo es el día. En la zona del accidente aún no se ha presentado la policía para llevar a cabo las pesquisas, pero aquí huele a muerto hace rato. El coche iba a mucha velocidad y el final se veía venir. Pero sin embargo, los coches que vienen detrás van más deprisa aún, y a nadie le importa o siente la más mínima curiosidad, no pasa como en las películas de David Lynch. Los jóvenes compositores, vestidos de negro funeral y con sus sempiternas gafas de pasta, miran al horizonte despejado y no parecen sensibles a la helada de la Estiria. En los auditorios de media Europa su música no suena, y sus discos apenas se venden fuera de la zona euro, pero eso a casi nadie le importa, ya lo dejó dicho Babbitt, recientemente fallecido, a quién le importa si alguien escucha. Lo que importa es algo que está más allá del tiempo y quizás del espacio, y se nombra en alemán gótico. Alguna cantante sale a destiempo del escenario y luego las flores no van colocadas en el ramo preciso, pero eso al público tampoco le importa, como no se dio cuenta de algunos compases mal ventilados por la sección de viento. Mucho negro es tentación para animales de carroña. Pero la celebración sigue en Tallin, y no hay nadie que diga: basta.

Todo se ha vuelto una aplicación, todo se disipa y se evapora y se esfuma por extrañas alcantarillas de la mente, hay pájaros que vuelan al anochecer pero una sabiduría ya no existe o tiende a mantenerse al borde en el alambre, y los últimos enigmas están muy lejos, a años luz. Es posible que la tecnología sea suficiente, y a nadie le importe de verdad lo que se escucha, porque dos segundos es ya una eternidad para mantener la atención. A quién le importa, los de la fila ocho están en el bar con su cerveza negra en la mano y algo más fuerte dos horas después, tal vez un pisco sour. Los músicos callejeros despejan la calle para que la música tenga cabida, y dentro la gente suena, suena a su manera. Ocio y negocio. No va más. Dentro de poco, todo esto estará en Spotify, y si usted tiene Premium, posiblemente también esté en su tableta o en su móvil inteligente. La música no importa, lo que importa es otra cosa que está en ninguna parte

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jueves, octubre 14, 2010

Música "contemporánea" (III)

Algo huele mal en Dinamarca, quiero decir, en la música contemporánea. Ya no es sólo que no tenga público, algo por todos sabido, sino que es un problema estructural, hondo, de la propia música, de su existencia en nuestros días. O de su no existencia. Hace unos días estuve en el estreno en Madrid de Ausklang de Helmut Lachenmann, máximo representante de esa llamada vanguardia musical del siglo XX. El compositor alemán estaba presente, y en un encuentro con jóvenes compositores habló un poco de su amistad con Luigi Nono, el que dio el giro copernicano a la música seria en el siglo pasado. Si con Schönberg, y luego con Webern, la música pasaba a despegarse de la tonalidad para entrar en otros mundos en donde se respiraba un aire raro, con Nono la música se desliza hacia algo más lejano aún. Aunque Nono es visto por la mayoría como el mejor ejemplo de arte politizado, de música que quería el contacto con los obreros de las fábricas, esto no es más que la intención de la particular utopía italiana de mediados del siglo cruel. El último Nono, el que también bautizó a Mauricio Sotelo, último alumno suyo antes del fin (y también presente en ese concierto, en su primera mitad, invirtiendo los términos), es un Nono que se aleja a años-luz de todo contacto con los hombres y entra en un planeta extraño, poblado de sonoridades que nunca antes se habían escuchado. Este Nono, el de Prometeo curiosamente (una ópera llena de sonidos irreales que se subtitula muy apropiadamente Tragedia de la escucha), está a un paso de la disolución, y tal vez por eso el compositor veneciano acentuaba las olas de fuerza y de luz que eran de alguna manera su contrafuerte contra la desaparición (de todo modelo, de todo sonido, de todo oyente). En estos últimos años, antes de su muerte temprana, Nono parecía interesado, como Giordano Bruno en un pasado lejano, en todos los infinitos posibles, sonidos o no. Una lontananza nostalgica utópica futura de la que hablaba en una obra anterior. No hay caminos, hay que caminar; o caminantes… Ayacucho. Toda esta última obra, de una resonancia especial, llena de ecos y silencios y llamadas en el vacío espectral, deben bastante al desarrollo de la electroacústica, a ingenieros de sonido y a poetas que estaban ya del otro lado. A finales de los años 50, cuando el estructuralismo estaba en su esplendor y la música tan cerebral celebraba sus bodas por todo lo alto con un partner de lo más analítico, Lachenmann se puso a coger de ahí las semillas para su propia revolución, una revolución que excluía todo contacto con lo burgués, la melodía-armonía-tonalidad-ritmos establecidos por la tradición. Sus obras de los años 60 denotan esta puesta en escena radical, es decir, su alejamiento de todo contacto “humano” y la búsqueda de la belleza en una cierta fealdad sonora, una contracorriente feroz que no tiene paragón en la historia musical de Occidente. El otro día, pues, estábamos ante un superviviente, el último representante tal vez (junto con Boulez el analítico, pero éste es otro cantar) de la música estricta de un mundo que ha cambiado y ya no tiene nada que ver con. Alguien le preguntó por la magia. La magia no existe, tal vez sólo el trabajo (ese supermercado de sonidos extraños no se abrió en dos días, ni en seis), tal vez si surge lo hace por azar, como todo en este mundo. Y sin embargo, la aspiración a la belleza se ha mantenido a lo largo de su carrera, y ahora, con 75 años, se encuentra en un momento en que puede echar la vista atrás y comprobar que el esfuerzo no fue en vano. La sombra de Lachenmann, como en otro siglo fue la de Beethoven (que apareció de forma fantasmal en la charla), es alargada, muy alargada. Todo el que es alguien en la escena actual ha estudiado con él. Ambos son, y con mucha propiedad HL, gigantes de la música occidental, que ya se ha convertido en otra cosa. Tal vez HL es el último hombre. Su fatigosa ascensión a la cumbre se convierte al final, en el último pasaje, en las últimas notas del piano, en una serena melancolía, un pensamiento de suave luz nos inunda, o nos despierta del largo sueño, tras la resollante escalada de cuarenta y cinco minutos. Su testigo ha sido recogido por el italiano Pierluigi Billone, el más radical tal vez de esta larga cadena de sonidos aberrantes no aptos para todos los oídos. En una obra como ME A AN, para voz grave y orquesta, pareciera que escuchamos los lamentos de almas condenadas en el infierno: justamente, porque hemos vuelto a ese lugar del que ya no se regresa (si Prometeo robó el fuego de los dioses, aquí Lucifer nos ha encadenado para los restos y no hay escapatoria; pero qué digo Lucifer, si son los Cenobitas de Clive Barker). Billone, con esos títulos extraños y repetitivos, nos trae tal vez el último fragmento de un necronomicón que sólo puede entendido por los adeptos de MúsicadHoy, con el valiente Güell a la cabeza, un superhombre tal vez…

Y sin embargo, hay otro mundo, y está en este. Se llama Michael Daughherty y nació del otro lado, tal vez en otro mundo más feliz, una Arcadia que ya no existe. En su Antiterra, conviven alegremente Superman, toda su camarilla de personajes imaginarios, toda una estética pop y una alegre algarabía, junto con trenes nocturnos y fúnebres y hojas de hierba que llenan los parques de las afueras de ciudades en llamas. Superman está en Metropolis Symphony, y también hay un Deus Ex Machina, para piano y orquesta, obras ambas de un posmodernismo que es incluso más bello y desgarrado que el de John Adams o el de Corigliano. O bien tenemos a un recompositor como Wolfgang Mitterer, que titula una de sus obras Music for checking e-mails, y en donde se convocan los fantasmas de Bruckner o de Tchaikovsky. En una pieza no menos ingeniosa, el compositor austríaco mezcla sonoridades barrocas y espectros posmodernos en inwendig losgelöst, creando en el oyente esa subversión temporal en la que los recompositores son especialistas. Todo lo que ha sido, puede seguir siendo y será, pero el timbre ya es otro, y esos sonidos espectrales nos llegan como la luz de una estrella que ya ha muerto. En la resaca, creo escuchar esta música que me llama de una manera apremiante, y sin embargo, yo no soy el indicado, pues es una música de nadie y para nadie. El mensaje no tiene un destinatario concreto, hay múltiples blancos. Mahler. Symphony X. Recomposed by Matthew Herbert, el pope de la música electrónica, cuyo último trabajo es un álbum compuesto a partir de las grabaciones del ciclo vital de un marrano. Nos estamos alejando del Planeta Lachenmann, me temo, es decir, Centroeuropa-Zentropa ya apenas se ve, es un punto ínfimo en el universo vasto y silencioso. Hay muchos más autores que están creando la nueva música, una música no posmoderna en el mal sentido de la palabra, peyorativo, de música si dirección, sin valor, una música ramplona hecha de tonalidad y melodías facilonas, música para películas intrascendentes. La vuelta a la tonalidad, en algunos casos, es una buena señal de que es posible una vuelta del aburrido público que estaba en Radio 3 o en yermos contemporáneos, festivales de world music o vete a saber. Jesús Rueda ya aparece en el catálogo Naxos, lo cual es buena señal (su Viaje imaginario y la Sinfonía número 3, titulada muy apropiadamente Luz). Aquí nos encontramos con otros mitos: Fausto, Orfeo, el laberinto…, mitos que nos hablan de una lucha y un regreso, no la condena en ese infierno interminable de Billone o Ferneyhough (carceri d’invenzione, la caída de Ícaro, Prometheus, Cassandra’s Dream Song, Funérailles: todas condenas). Y sin embargo, no debemos olvidar una posible salvación de parte, en el terreno de, los grandes nombres de la Sombra: Boulez compuso un Rituel in memoriam Bruno Maderna (el otro veneciano de pro), que es la obra mágica dentro de la ortodoxia de la vanguardia. Música bellísima, como señala Sir Simon Rattle en ese documental sobre la música orquestal del siglo XX, tal vez la obra que nos reconcilia, aunque sea por unos minutos o un día especial, con la áspera música de los hipercerebrales. Andrés Ibáñez ha celebrado esa vuelta al romanticismo en nuestro comienzo del siglo XXI, protagonizado por bellas pianistas que se exhiben en Youtube para deleite de los mirones, no sólo melómanos. Tal vez este gusto por Chopin o Scriabin es el nuevo signo de los tiempos, este viaje en una máquina rápida y si es posible en compañía de una amazona que siente el gusto por los hombres…

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martes, julio 27, 2010

Música "contemporánea" (II)

La historia es la siguiente: hasta no hace mucho, digamos algunas décadas solamente, los llamados compositores de música culta o seria, se dedicaban a componer, y luego, o durante, los músicos se encargaban de interpretar o en el mejor de los casos, “crear” esas obras delante del mismo compositor o bien el público de turno. Y el creador, ya fuera el compositor o el músico en cabeza de la formación, exigía una cierta seriedad al proyecto, una fidelidad a la partitura. No se podía tocar algo de mala manera, aunque delante de un público no experto (la mayoría de las veces), los ligeros deslices eran permisibles. La típica broma o el comentario sobre la marcha post-concierto era sobre esto mismo, la calidad de la interpretación o “lectura” de la pieza en cuestión, y siempre había el periquito de turno que ponía en tela de juicio buena parte de lo escuchado.

Ahora ha llegado el tiempo de poner fin a todo esto; es más, todo esto parece un poco ridículo, y la verdad es que llegará un tiempo en que a todos nuestros descendientes les parecerá harto cómica esta situación del pasado, siglos y siglos de autoría inflexible y músicas con fuegos de artificio, cuando no con la escupidera al lado. La música contemporánea, que tenía como seña de identidad un apartamiento del público (desenlace fatal que llevó a cabo Webern antes de ser rematado por un soldado alemán en una acción azarosa)…, de repente se ve abocada al fracaso incluso por parte de su público más fiel, que no soporta más los manierismos de siempre. La ruptura y una cierta violencia que impusieron Boulez, Stockhausen y sus acólicos tras la Segunda Guerra Mundial; la huida hacia el interior de Lachenmann, Sciarrino y sus seguidores-perritos fieles…, y la desbandada general en un tiempo posmoderno en donde todo vale y ya no hay escuelas ni seguidores siquiera…, todo ello ha hecho mella de tal manera en la música seria, que la idea de autoría ha saltado por fin por los aires, y mantener esa impostura tras todo lo que han dicho los filósofos más conspicuos, es realmente escandaloso e insostenible.
Y los que han llevado a cabo tal proeza, tal acto de sabotaje espléndido, han sido nada más y nada menos que esos maravillosos músicos que siempre han permanecido en la sombra, primero, y que luego han sido colaboradores de los señores de la vanguardia, pero sin tener realmente protagonismo en las arenas del espectáculo. Ya era hora de que sonaran las campanas para ellos, es decir, que hicieran estallar todo el castillo y su torre, y que viniesen a liarla en la misma plataforma de riesgos de la escena actual.

Los nombres son los que siguen, en primera fila: Klangforum Wien (un foro de sonidos, un nombre que seguía teniendo connotaciones de escuela, realmente trasnochado ahora); Ensemble Modern (sí, desde Frankfurt con ardor, pero quién quiere seguir llamándose moderno después de los arrebatos posmodernos); Ictus Ensemble (la palabra primera ya tiene un sabor más actual, digamos, algo que corta, que se desliza y se rompe, pero el segundo término mantiene las cosas en su sitio, por lo que la revuelta es, digamos, interceptaba por la Policía del Ministerio de la Vanguardia); Wandelweiser, grupo del que se dice en la Wikipedia: “According to Radu Malfatti, Wandelweiser music is about "the evaluation and integration of silence(s) rather than an ongoing carpet of never-ending sounds." John Cage is a figure of central importance to the Wandelweiser composers; their music is often referred to as "silent music," taking as its starting point Cage’s work 4'33", the first composition to consist largely of silence, after the "Marche Funebre" by the Frenchman Alfons Allais.”

Un año después de la fundación de Wandelweiser, y también gracias a las artes de Malfatti, vino a la vida Polwechsel, un grupo que también amaba la quietud, pero igualmente se revolcaba en las aguas de la electrónica, y más aún, en la mezcolanza entre música instrumental, libre improvisación y electrónica, y ahí estaba Fennesz para demostrarlo. Moser, Stangl y John Butcher son un trío genial para un conjunto abierto que estaba dispuesto, y sigue en ello, a subvertir los cánones de la música contemporánea, abriendo por fin el campo con cotos muy marcados, que nadie hasta entonces había osado traspasar abiertamente.

Pero la bomba llegó por fin en 1997 con la aparición de Zeitkratzer, fundado por Reinhold Friedl, y que integra también a diversos músicos que entran y salen, como es norma en estos conjuntos a que nos venimos refiriendo. Ellos no sólo se dedican a esas transgresión entre géneros y a deambular de aquí para allá sin un rumbo fijo y sin compositores que escriban para ellos, sino que se dedican a hacer versiones muy particulares, versiones de obras que por su propia naturaleza son imposibles de realizar, como es el caso de Metal Machine Music, de Lou Reed, un disco que cuando salió a mediados de los 70, se consideró una tomadura de pelo. Pero no acabó ahí la cosa, sino que decidieron atacar una de las obras endiosadas de la música vanguardista, como es el Pierrot Lunaire de papá Schoenberg, que ellos realizan como una cheap imitation… La verdad es que ahí no termina la burla, que es constante e infinita: ahora están con el proyecto de una serie de discos que lleva por nombre Old School, y que está dedicada nada menos que a nombres señeros de la vanguardia americana, como Cage, Tenney, Feldman o Lucier. Si ellos son “vieja escuela”, entonces… No hace falta ser un lumbreras para darse cuenta del alcance de esta gente, que literalmente rasca el tiempo y se dedica a escribir, a golpe de martillo violento, una nueva historia de la música, tal vez el capítulo final… Porque la música contemporánea, esa de Wergo primero y de Kairos después, está rematada. Zeitkratzer han grabado discos con los popes de la música y el arte electrónicos, como Carsten Nicolai, se han metido en lo más extremo de la escena nipona, como el guitarrista Keiji Haino, y para no desperdiciar terreno, han dado sus opiniones contundentes sobre la música popular, en conciertos siempre en vivo, con la gente aplaudiendo y chillando y pataleando a rabiar, para que se note que esto no son arreglos de estudio. Precisamente lo que caracteriza a este grupo es su directo; estuvieron en Madrid hace un tiempo, y fue una pena perdérselo… Desde luego, lo de ellos es algo también político, no se queda en lo meramente musical, y podemos asegurar tranquilamente que después de ellos, nada será igual en la música de hoy.

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sábado, julio 24, 2010

Pesadez, falta de aire

Una evangelista americana ha venido a Málaga para cuidar de las “working girls” del polígono Guadalhorce. Quiero contarles que Dios tiene un sueño, un plan, para ellas. Quiero que mejoren. Esta mujer también trabaja con las prostitutas de los burdeles de Los Boliches y Fuengirola. Espero hasta que terminan su trabajo a primera hora de la mañana y entonces camino con ellas cuando dejan el edificio y les digo “¿podemos tomar un café? ¿podemos hablar un rato? ¿puedo rezar con vosotras?” y eso es lo que quiero, compartir con ellas la idea de fe, esperanza y amor. Cuando ellas escuchan la Biblia, están equipadas por el poder de Dios para alejarse de las mentiras y decepciones del mundo. Para el futuro Joyce no sabe mucho, ahora su lugar está en la Costa del Sol, aunque tiene la sensación de que puede llegar a trabajar en Barcelona. ¿Quién sabe dónde me necesitará el Señor la próxima vez? Actualmente ella dice que su mayor proyecto es conseguir una furgoneta y así poder acercarse a las putas en el polígono industrial de noche. “Podemos montar una iglesia aquí mismo en la furgoneta. Podemos compartir la oración, estudiar la Biblia, escuchar música Cristiana, incluso tomar un café y hablar. Muchas de las chicas tienen miedo y no quieren dejar su puesto e ir a una iglesia tradicional en un edificio, así pues tenemos que ir hasta ellas. Aunque espero que algún día sea posible para mí tener mi propio edificio aquí en la Costa. Me gustaría hacerlo accesible para todo el mundo y me gustaría que estuviera abierto en esos momentos en que tantas almas perdidas me necesitan para que puedan ser iluminadas”. Desde que está en su misión, Joyce ha visto a muchas prostitutas cambiar de vida. “La primera chica a la que hablé cuando fui a Guadalhorce está ahora fuera de las calles y va regularmente a una iglesia de Nigeria en Málaga.” Preguntada si encuentra su trabajo gratificante, contesta: “Es mi trabajo. Dios es mi jefe”.

Camino de noche por esas calles dejadas de la mano de Dios, veo a gente sin nombre que pasea alegremente en busca de una diversión que no está asegurada. Dios es mi pastor estando con él estaré bien cuidado. No hay nadie para hablar, estuve encerrado un mes entero, sin pisar la calle, sin hablar apenas con nadie. Ahora el fresco de la noche me parece algo irreal, como venido de otro planeta. No hay mucha gente en realidad. En una esquina veo a Samuel, que está metiéndose una raya, me mira y se ríe, pero en realidad no es a mí. En la terraza del Tantra no hay nadie, aunque las mesas están bien colocadas. Una hora más tarde estoy por el Paseo Marítimo, totalmente despoblado a esas horas, corre un aire tibio, algunos gatos dan buena cuenta de los restos de arroz de un chiringuito. Me encuentro de repente con dos mujeres que tienen pinta de querer divertirse, parecen inglesas y van bastante escotadas. Pasan de largo sin ni siquiera mirarme. Me gustaría hacer algo detrás de esa roca. Ahí un verano me quemé tanto. Los recuerdos vuelan y se marchan lejos, y esta música imaginaria en mi cabeza, aunque dice algo así como “en el maravilloso mes de mayo”, lo cual es todo mentira, porque mayo es un mes malo, no maravilloso. ¿Por qué la música siempre miente? La música sirve para pensar en otra cosa, nos aleja de las cosas que de verdad importan. ¿Y qué es eso que importa de verdad? La salud del alma, un paisaje, el rostro amado, el dolor, un buen polvo, el paseo que ahora estás dando moviéndote en el vacío de la noche, las bocinas y cláxones de los coches, el zumbido del aire acondicionado, todos los sonidos macabros del asqueroso mundo. El que lo tiene todo en su finca en San Petersburgo dice que la vida es maravillosa, es como una colección de mariposas, ahí estáticas con su alfiler clavadas en la cruz de amaneceres inciertos. Dos putas más se me cruzan en otra esquina, debajo del Palenque, esta vez las oigo susurrarse algo en español. Son de Madrid. Llevan en una bolsa el material para un típico botellón, es decir, algo por lo que perderse en la bruma. Van muy maquilladas. Me uno a ellas, aunque no he sido invitado. Enseguida me doy cuenta que no hablan del todo mi idioma, sino una jerga de macarras de Malasaña o Lavapiés. Da igual. Mientras ellas (una pequeña y de pelo muy corto, un poco rubia; la otra, más alta aunque no tanto como yo, y con tetas grandes y el pelo un poco por los hombros) canturrean sobre sus recuerdos de instituto, yo me sirvo un buen vaso de ron Cacique (no tienen Legendario, vaya) y un buen lingotazo de Coca-Cola, aunque en realidad es para engañarme…, ellas brindan conmigo por el aire malsano de la noche y me preguntan algunas cosas que no entiendo. Una se llama Elisa, la de las tetas (la otra es casi plana), y tengo ganas de besarla, aunque esto es poco probable que ocurra, eso sólo pasa en el cine, y esto es la puta realidad de un lugar llamado Nerja, Costa del Sol, Axarquía. Las horas pasan febriles, cargadas de un aroma a otro lugar, con sus propios vestidos, sus sandalias negras a la moda, un pellizco es todo lo que consigues del tiempo que huye. No hay nada que pueda parar esta desidia, este malhumor sin motivo, este estado de botellón en la cabeza. Descubro que la botella en realidad es garrafón, y según voy echándolo al vaso de tubo, de plástico, va cayendo junto al alcohol una serie de semillas, algo muy pequeño y muy marrón, y la garrafa pesa tanto, tanto… Elisa se ríe como una descosida, pasa el camión de la basura por arriba a muchos metros, o puede que la arena esté tan fría, y sobra todo el calzado y hasta los labios buscan su música adecuada, y de repente descubro que estoy en otra playa, en Rincón, y que ella, la sabina de otros mares y otro siglo, está ahí al lado, con su bici mirando al cielo o a las espumas, y mi camiseta morada está húmeda pero no de sus dedos, y ella quiere bañarse pero no es la hora verde adecuada, tiene que ser otra música la que encierre el misterio, y entonces mira el reloj y dice que hay que irse, que en su casa la están esperando, aunque en su casa en realidad no hay nadie sino un montón de casettes mal colocadas sobre una mesa camilla y pone algo para agradarme como Javier Ruibal a quien he visto hace poco en directo, rosa de Alejandría pero no las variaciones goldberg de bach, que la aburren soberanamente; Elisa pasa una mano por mi pelo, siento sus pechos contra mi costado, siento algo que cae pero no es la botella ni el suelo bajo mis pies, sus uñas rojas muy rojosangre, algo que me dice que la roca no será impedimento, luego vendrá otra playa, en Cabo de Gata, y otro verano, que no será el nuestro.

Me doy la vuelta y reemprendo la marcha. Ahora no me encuentro más que con el holandés muy alto (ah, maldita redundancia) que va haciendo eses por el asfalto, va tan borracho que no puede tenerse en pie, y es tan alto, tan desgarbado… una araña, dos arañas, tres manzanas, cuatro fresones, cinco sandías, la luna brilla se dice algo a mis espaldas, una negra en una esquina haciendo su trabajo, el hombre se queja dulcemente pero ella sigue como si nada, la rusa no mueve ni pestañea, mi amigo se cabrea y dice que se baje y se hinque en el pilón, pero no hay nada más allá del malecón, no brilla la luna ni hay altas montañas, no hay cabras ni ganaderos, sólo un pobre inglés Peter con su tablero de ajedrez que duerme en un coche junto al río en un descampado al lado de coches quemados porque lo ha dejado su mujer.

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