Paso por la trasera del Mercadona y encuentro en la puerta, sentado en el suelo, a un hippie que antes se ponía en la puerta de la Ermita, siempre con un libro en la mano, siempre leyendo algo para pasar el insoportable tiempo en la calle. Y me quedo parado (normalmente no me detengo, pero esta vez veo que se trata de
Mr Phillips de John Lanchester, en la misma edición que yo tengo, aunque esto no se lo digo). Y me pongo a hablar con él del libro y de otras cosas, y entonces abro el bolso y le muestro el que acabo de sacar de la biblioteca, que no es otro que
Cómo ser buenos de Nick Hornby, que es de mis favoritos. Y él se fija en la ilustración de portada, que es inocente, pero que a pesar de todo se soporta, aunque me gusta más la inglesa que tengo (todos los libros que tengo de Hornby los tengo dos veces, salvo
31 Songs, que no me gusta porque trata de grupos pop). Y ya me cuenta cosas de gente que está colgada, allá en Beneficio, cerca de Órgiva. Y me fijo en su barba, que lleva muy bien arreglada, todo lo contrario que la mía, que está que da pena, pero yo nunca supe cuidarla. Y me fijo en lo tranquilo que está, no como Michael, el terrible danés que ahora está allí en la Alpujarra, con su novia y su guitarra, haciendo el mono. Y llego a casa y me pongo a leer el libro de Hornby, y me suena porque ya lo leí hace meses, y pienso en lo realista que es y a la vez lo irónico, su vena cómica siempre teñida de amargura. Y pienso en cómo me dejó ella, la bruja.

Se sentó en un extremo del salón, junto a la cortinilla blanca, yo al otro extremo, la separación espacial anunciando ya la separación física de nosotros mismos. Y soltó su discurso de Separación, menos mal que no fue por el móvil como lo hace esta Katie mierdosa, es médico, qué quieres. Pero David se me parece mucho, así que puedo extrapolar. Bien, ella me está diciendo que ya está bien, que no me quiere, ah, qué bien; y que le hubiera gustado tener un niñito, ella y sus jodidos diminutivos, pero que ya se pasó el tiempo, y luego suelta que vale, que lo siente por la pérdida de la parte cultural que pueda disfrutar conmigo, pero lo dice por decir algo positivo, que en estas circunstancias apesta. Y luego remata diciendo que vale, ya no me acuerdo, ah, sí, suelta la puñalada trapera de que son ocho años perdidos, pero bueno, ya ha follado con el de la gaita, por lo tanto no es tanta pérdida, es como Katie, que no le da importancia a eso de follar con Stephen, pero es entonces, en esas circunstancias, que decide dejarlo, aunque todo queda como
ay mira lo estoy haciendo, no sé cómo, sin querer...Y luego pasa que espera que me vaya de su casa, pero pasa que no es suya ni mía, porque ella no la puede comprar (de hecho, nunca podrá), y sólo cree estar en su derecho de echarme porque ha dado el dinero de la jodida vieja cuando la palmó. Y no sé qué hacer, si machacarla en un arrebato (pero no soy consumidor de drogas y no me puedo poner bien y en situación, y así en frío..., no es mi estilo); o bien esperar a que se le pase, como otras veces, total, puede que sea por la calentura que trae, ni siquiera ha querido dormir en el mismo lecho (joder, lecho, ya hablo igual que en los folletines de la tele, menos mal que no dije alcoba, hasta las putas dicen alcoba a veces), para Katie eso no es un problema con David, y eso es lo que te hace sospechar que no lo dejará... tan pronto. Dormir junto o no dormir, that's the question. Pero me da igual que se vaya al cuarto de sus trastos (la habitación verde, por lo demás ridícula, es casi mía, es donde está el ordenata y demás, curiosamente en ese tiempo no chateo con nadie y sólo me meto en un foro cultural). Me da igual que nos pasemos tres días sin hablar, total, pienso, ya se le pasará..., pero no se le pasa, y me acuerdo de la argentina que me espera unos metros más abajo, que me ha dibujado el plano de cómo llegar a su apartamento, que me dijo que había un colchón si me hacía falta, cuando esta loca tiró las llaves en un arrebato de celos, y no aprovecho la ocasión para ser infiel, tal vez porque sé que esta mujer de minifalda y piel tan blanca y amante de la fotografía está liada con su profesor, el que le lleva la tesina, y sólo de pensar que puedo ser (esa palabreja que usa Marías), con ese tipo de Cádiz, qué asco. Así que me echa de la casa, he caído en desgracia.
Qué cobarde, como me dijo la otra, la de Rincón. Cuando uno no mata, o se mata, vive en sufrimiento mucho tiempo, tal vez otros ocho años. Pero por no alterar el universo, que dice Deza... Tal vez hice bien, pero ahora ella disfruta con un pendolo, y yo aquí, tratando de ser bueno...
P.D. Me compro sin pensarlo más
Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, en la cuarta entrega de la Biblioteca Anagrama, lo mejor que ha salido en los kioscos desde hace tiempo. Bolaño está recibiendo una
excelente crítica en el ámbito anglosajón.
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