viernes, febrero 27, 2009

Tal vez un sueño

Estoy en un puente, a unos veinte metros de altura, a mi derecha está Jorge Luis Borges, que no cesa de rebuscar en una especie de bolsa o mochila que tiene en el suelo, hay libretas, lapiceros, y sobre todo, restos de migas de pan, de comida a medio guardar, alguna lata, no se ve bien porque es el crepúsculo. A mi izquierda hay otro escritor, pero este no es famoso, no sé bien quién es, algún underground, algo que tal vez está a medio componer. Borges no deja de maniobrar en el bolso y luego muerde un poco el lápiz que tiene y vuelve a escribir alguna frase, todo es lento pero sabe lo que hace. Hay que tratar de que nadie me vea, hay imágenes que quiero visionar, pero no sé a qué hora, y si todavía funciona el vídeo, están en VHS, las películas porno, hace tiempo, a estas horas seguro que no está levantado nadie, pero por si acaso... En el puente, no sé qué hacer, sigo mirando, el Supersol a lo lejos, pienso en las pinturas de Antonio Sánchez cuando uno tenía 16 años, de eso hace tanto tiempo, sin embargo... El poema habla del tiempo, de unos papeles arrugados, la madre le hace los sándwiches, no sé cómo esconder las películas, ahora viene un viento suave que nos barre las cosas, Borges, o como le llaman todos, pero no quiero decir ese nombre, ahora no, porque está tan concentrado... Hay una mujer que me lleva por el sendero, me muestra el zoo, es algo cerca de Santander pero no sé, tal vez este lugar donde nunca he estado, y la música, es algo que se arrastra, como desde una cornisa, y Georgie tira una piedra al río, para escuchar su sonido, y hay un cuerpo muerto que también cae al río, y nadie lo encuentra. ¿Quién demonios es el Otro?, ya me acordaré, la película, cuándo es la mejor hora para verla, porque de repente suena una cañería nocturna, y alguien baja la escalera de mármol y no aparece la imagen, la imagen de una mujer que baila, y en la entrepierna aparece una lengua grande y ancha, que baila a su ritmo, y cuando estoy con Georgie eso me asusta y él me habla de una flor y un herraje y patios de una casa, dice "zaguán" y suena bien, escucho tal vez a Galliano, es tarde, hay que irse vienen los agentes, si alguien rebusca en la basura podrá ser multado con hasta 750 €, y la lengua, como una burla, baila, sale por donde tendría que entrar, el deseo, lo escrito, siento envidia de Él, y es hora, bajemos ahora, no hagáis ruido.

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jueves, febrero 19, 2009

Miseria de los intelectuales

Leí hace unos días el artículo de Muñoz Molina en el Babelia, Muerte lenta de Susan Sontag, en donde habla de dos libros que han salido recientemente en USA, uno con los diarios de juventud de la escritora (1947-1963), y el otro escrito por el hijo, David Rieff, que ya ha publicado Debate entre nosotros: Un mar de muerte. Recuerdos de un hijo.

Lo primero que llama la atención así por encima es que estamos ante una joven pedante, engreída, ya fumadora. ¡Quería leerlo y escucharlo y verlo todo! Le gustaba André Gide y criticaba al resto, todos tenían fallos. Nacida en 1933, en 1975 padeció cáncer de mama, la operaron, se recuperó. En los 90, cáncer de útero. La quimioterapia tan agresiva hizo que se formara otro cáncer, una forma cruel de leucemia. Murió en 2004 tras una agonía lenta de quirófanos y operaciones, incluido un trasplante de médula que no sirvió para nada, sólo para acrecentar el dolor. No quería morir, no se resignó, luchó con todas sus fuerzas contra la enfermedad que la corroía. ¡Quería ser eterna!

La miseria del intelectualismo judío, en su esplendor. El testimonio del hijo viene a ser una crítica de esa actitud tan ciega de la madre.

Hay una actitud adolescente, una falta de autocrítica: sólo cuando se ve atacada por la enfermedad deja constancia de que "por primera vez en mi vida no me siento especial".

Es una mujer tóxica. El habre de verdad se transforma en hambre de vida. ¡Pero los intelectuales no saben vivir, lo conceptualizan todo, todo en ellos es artificial! Cuando empieza a tener relaciones sexuales (gusta de las mujeres), le gusta tener sexo mientras escucha música. Sex with music. So intellectual! Música clásica, of course. Óperas de Mozart, nada extraño.

Cortázar, envidioso de cómo toca Johnny Hodges, de ese sonido aterciopelado e inimitable, se compra una trompeta. Es en vano, nunca tocará como él. Boris Vian pone un disco en el gramófono, Passion flower por Johnny Hodges, el tema es del gran Billy Strayhorn. Dice que alguna vez es el momento para ponerlo. La espuma de los días.

Roland Barthes cuidando a su madre en los últimos años de ésta. Luego escribirá notas sobre ella, que ahora se publican en Francia. ¿Era necesario sacar a la luz estas intimidades? ¡Los editores piensan que hasta la lista de la compra es algo vallioso, sólo pporque lo ha escrito el intelectual de turno!

Estas mañanas son tan tristes...

Me sumerjo en el desorden de la noche, con Sciarrino, con sonidos que resbalan, se hacen añicos, veo a gente que no conozco, no sé cómo te llamas pero te amo, me peleo con gente amenazante, aspiro el olor de las calles llenaas de drogas, es mi último día en esta ciudad, no sé qué hacer ahora, los jazmines pueblan las fachadas, vete de mi vista, un gato negro, la muchacha de Parma, Pécou y una espineta que toca un tal Tharaud, bebo vino blanco, no sé la hora, las cajas de zapatos llenas de recortes, era mi vida...

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viernes, febrero 13, 2009

Lo que hay que tener

Paso por la trasera del Mercadona y encuentro en la puerta, sentado en el suelo, a un hippie que antes se ponía en la puerta de la Ermita, siempre con un libro en la mano, siempre leyendo algo para pasar el insoportable tiempo en la calle. Y me quedo parado (normalmente no me detengo, pero esta vez veo que se trata de Mr Phillips de John Lanchester, en la misma edición que yo tengo, aunque esto no se lo digo). Y me pongo a hablar con él del libro y de otras cosas, y entonces abro el bolso y le muestro el que acabo de sacar de la biblioteca, que no es otro que Cómo ser buenos de Nick Hornby, que es de mis favoritos. Y él se fija en la ilustración de portada, que es inocente, pero que a pesar de todo se soporta, aunque me gusta más la inglesa que tengo (todos los libros que tengo de Hornby los tengo dos veces, salvo 31 Songs, que no me gusta porque trata de grupos pop). Y ya me cuenta cosas de gente que está colgada, allá en Beneficio, cerca de Órgiva. Y me fijo en su barba, que lleva muy bien arreglada, todo lo contrario que la mía, que está que da pena, pero yo nunca supe cuidarla. Y me fijo en lo tranquilo que está, no como Michael, el terrible danés que ahora está allí en la Alpujarra, con su novia y su guitarra, haciendo el mono. Y llego a casa y me pongo a leer el libro de Hornby, y me suena porque ya lo leí hace meses, y pienso en lo realista que es y a la vez lo irónico, su vena cómica siempre teñida de amargura. Y pienso en cómo me dejó ella, la bruja.



Se sentó en un extremo del salón, junto a la cortinilla blanca, yo al otro extremo, la separación espacial anunciando ya la separación física de nosotros mismos. Y soltó su discurso de Separación, menos mal que no fue por el móvil como lo hace esta Katie mierdosa, es médico, qué quieres. Pero David se me parece mucho, así que puedo extrapolar. Bien, ella me está diciendo que ya está bien, que no me quiere, ah, qué bien; y que le hubiera gustado tener un niñito, ella y sus jodidos diminutivos, pero que ya se pasó el tiempo, y luego suelta que vale, que lo siente por la pérdida de la parte cultural que pueda disfrutar conmigo, pero lo dice por decir algo positivo, que en estas circunstancias apesta. Y luego remata diciendo que vale, ya no me acuerdo, ah, sí, suelta la puñalada trapera de que son ocho años perdidos, pero bueno, ya ha follado con el de la gaita, por lo tanto no es tanta pérdida, es como Katie, que no le da importancia a eso de follar con Stephen, pero es entonces, en esas circunstancias, que decide dejarlo, aunque todo queda como ay mira lo estoy haciendo, no sé cómo, sin querer...

Y luego pasa que espera que me vaya de su casa, pero pasa que no es suya ni mía, porque ella no la puede comprar (de hecho, nunca podrá), y sólo cree estar en su derecho de echarme porque ha dado el dinero de la jodida vieja cuando la palmó. Y no sé qué hacer, si machacarla en un arrebato (pero no soy consumidor de drogas y no me puedo poner bien y en situación, y así en frío..., no es mi estilo); o bien esperar a que se le pase, como otras veces, total, puede que sea por la calentura que trae, ni siquiera ha querido dormir en el mismo lecho (joder, lecho, ya hablo igual que en los folletines de la tele, menos mal que no dije alcoba, hasta las putas dicen alcoba a veces), para Katie eso no es un problema con David, y eso es lo que te hace sospechar que no lo dejará... tan pronto. Dormir junto o no dormir, that's the question. Pero me da igual que se vaya al cuarto de sus trastos (la habitación verde, por lo demás ridícula, es casi mía, es donde está el ordenata y demás, curiosamente en ese tiempo no chateo con nadie y sólo me meto en un foro cultural). Me da igual que nos pasemos tres días sin hablar, total, pienso, ya se le pasará..., pero no se le pasa, y me acuerdo de la argentina que me espera unos metros más abajo, que me ha dibujado el plano de cómo llegar a su apartamento, que me dijo que había un colchón si me hacía falta, cuando esta loca tiró las llaves en un arrebato de celos, y no aprovecho la ocasión para ser infiel, tal vez porque sé que esta mujer de minifalda y piel tan blanca y amante de la fotografía está liada con su profesor, el que le lleva la tesina, y sólo de pensar que puedo ser (esa palabreja que usa Marías), con ese tipo de Cádiz, qué asco. Así que me echa de la casa, he caído en desgracia.

Qué cobarde, como me dijo la otra, la de Rincón. Cuando uno no mata, o se mata, vive en sufrimiento mucho tiempo, tal vez otros ocho años. Pero por no alterar el universo, que dice Deza... Tal vez hice bien, pero ahora ella disfruta con un pendolo, y yo aquí, tratando de ser bueno...

P.D. Me compro sin pensarlo más Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, en la cuarta entrega de la Biblioteca Anagrama, lo mejor que ha salido en los kioscos desde hace tiempo. Bolaño está recibiendo una excelente crítica en el ámbito anglosajón.

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miércoles, febrero 11, 2009

El hijo del sastre (ii)

Hay que dejarlo claro desde ya: esta novela de Garriga Vela, Muntaner, 38, es un bodrio. Encima, recibió una subvención del Ministerio de Cultura en 1995, para más inri. La cultura subvencionada da asco. Encima, para coronar el pastel, un grupo de gente reunida le concedió el Premio de Novela Jaén 1996 (patrocinado por la Fundación Caja de Granada), entre los que estaba Antonio Soler. Pero donde Soler tiene un territorio propio, como ya comenté en su día, GV se pierde en ensoñaciones y carece por completo de narratividad. Desde el capítulo cinco, después de la muerte de su padre, la novela se hunde en las aguas podridas de la fantasmagoría, todo lo que resta no es más que una subjetividad a la deriva, y no nos creemos nada. Si hasta entonces había conseguido interesarnos con las vidas de ese edificio y con las anécdotas de su propia familia, a partir de la intervención de Miguel Bobadilla (página 110 y ss.), todo toma un rumbo errático y fantasmal. A partir de entonces, Garriga Vela se convierte en Vila-Matas, que es casi el único admirador de GV. Y no hay nada más odioso y tonto que las "novelas" de Vila-Matas. Así pues, ya no sabemos nada claro, si Cristina está muerta o no, si los demás han muerto o no, y resultan risibles las "apariciones" de todos esos fantasmas en la casa vacía. Leo hasta la última página, pensando en que a lo mejor la cosa se arregla, pero qué va, es imposible arreglar lo que no tiene ni pies ni cabeza. Lo único serio es cuando habla del padre, de sus correrías con otros amigos para hacer sabotaje, en tiempos de dictadura, su año en la Modelo, la famosa cárcel del Régimen..., pero todo eso no tiene peso, porque se asienta en la ambigüedad y en el juego de todo lo anterior, y se lleva esa fantasmagoría hasta el final. Por favor, que este hombre no nos siga timando, que siga con sus artículos y nada más.

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lunes, febrero 09, 2009

El hijo del sastre

Si esta novela de Garriga Vela (Muntaner, 38) se publicara hoy, y no como fue a mediados de los 90, seguro que se llamaría así, El hijo del sastre. Tampoco creo que nadie se atreviera a publicar una novelita que carece de diálogos (los que hay están dentro del fragmento en el que no deja de hablar nuestro protagonista), y que condensa tan bien una vida triste, muy triste. A este escritor hace tiempo que lo sigo, en su sección Cosas transparentes de Sur, los viernes, pero no había tenido ocasión de leer nada de ficción. Iba a ir a la presentación de Pacífico, su última novela, pero preferí esperar a leer algo antes. Su estilo, infantil, naïve se diría, es fragmentario y tiene algo de esa perplejidad ante la vida de un Samuel Beckett, por eso usa una cita suya, muy buena, al comienzo de todo. Digo que es una novela triste, ambientada en los años cincuenta, sesenta y siguientes, en una Barcelona que todavía no es la marca comercial de hoy día, no olvidemos que es una España franquista, por lo tanto esta ciudad tiene más de película de Berlanga que de Almodóvar, es una ciudad llena de lisiados, de pobreza, de putas baratas y deseos insatisfechos. Nuestro hombre, que se supone que es GV (ha nacido el día de todos los muertos, el 20 de noviembre), no saldrá de esa prisión que es su bloque, el edificio en donde vive y del que nos va relatando todas sus historias. La novela puede verse como una sucesión de viñetas, algunas cómicas (como las muertes, las muertes del lotero y del planchador son muy cómicas) y otras melancólicas, las más, y las que más, las que tienen que ver con el padre, una figura callada, que guarda secretos, secretos que parece querer revelar unas horas antes de encontrar la muerte. Como contraposición, tenemos esa historia de amor no menos secreta, silenciosa, entre este narrador y Cristina Moslares, la vecina de arriba que se convierte en modelo, viaja a Nueva York (él sueña con Norteamérica desde siempre) y sale de la prisión, y se convierte así en su oponente, también en las escenas eróticas. Así, poco a poco, soñamos otra vida, una vida que sólo parece existir en mapas y globos de infancia, en paisajes imaginarios, en cuentos que otros despliegan. La vida está en otra parte, sí. En la infancia se vive, luego se sobrevive.

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viernes, febrero 06, 2009

Más vino

Aunque hace tiempo que sigo el blog de Carlos Maribona, ayer fue la primera vez que escuché la versión radiofónica (Punto Radio, 19 horas) de Salsa de chiles. Ayer estaban en el restaurante El Chaflán (siempre es de Madrid, en realidad este programa es para Madrid, pero gracias a que no hubo desconexión lo escuché, lo digo porque Punto Radio Málaga me da ganas de vomitar). El chef desde hace tiempo es Juan Pablo Felipe, uno de los más reputados de la capital. También se habló de vinos de la D. O. La Mancha, que habían estado tomando, y luego surgió un debate muy interesante acerca del vino en general, la crisis que atraviesa (estaba el presidente de esta D. O. y creo que un relaciones públicas o algo así). Se dijo que es una pena, una pequeña tragedia, que siendo España uno de los principales productores del mundo, esté en consumo al nivel de países que no producen, como los países centroeuropeos, por ejemplo. En Francia o Italia es inconcebible sentarse a la mesa sin una buena botella de vino. Se dijo que parte de esa culpa, si no toda, la tienen las mujeres, que cada vez más están en restaurantes pero que se niegan a beber vino (bueno, como mucho un blanco, o un jodido rosado). Las mujeres son más de cócteles o de bebidas de otra clase (joder, ahora resulta que van de whiskey, hay quue joderse). También se habló de whiskey, y J. P. Felipe habló de su experiencia de crear tapitas para combinar con whiskeys de alta gama en la última Madrid Fusión, como los que gusta de beber la puta adinerada de La mujer de ninguna parte de Javier García Sánchez). Yo, que aborrezco el whisky (¿os gusta mejor así escrito?), como en general las bebidas llamadas blancas, porque el vodka me sienta fatal, me gusta el ron, mucho ron, desde que leí de jovencito La isla del tesoro, no sé. A lo que iba, las mujeres en España no son de vino (aunque la pijita del programa, que sólo hablaba para pedir vino o celebrarlo, sea una excepción); en el Reino Unido y en Estados Unidos, el consumo de vino aumenta... gracias a las mujeres; antes en Estados Unidos, después del trabajo, se iban a tomar un cóctel, o las comidas se empezaban así, ahora se descorcha un buen vino. España, encima, con las nuevas leyes, que penalizan a los conductores que beben, tiene todas las de perder, los restaurantes no saben lo que hacer, tal vez por eso dicen que tráete tu botella, te cobramos sólo 6 € por el descorche; o te envolvemos lo que te quede y te lo llevas a casa, pero por favor, TOMA VINO COÑO. Pero no, se dice que los jóvenes del botellón no quieren vino, ellos mucho whisky, que para eso son educados en la cultura indie pop. Y el vino es un alimento, pero ellos sólo se "alimentan" de comida basura, por lo tanto el vino está de más (salvo en metrópolis en donde hay vinotecas y la gente joven se reúne, pero no deja de ser anecdótico). Así las cosas, el vino en España se exporta, lo beben los daneses, lo bebe Cindy Crawford y lo bebe la puta de Suiza, pero con tu churri te pides una cerveza y va que chuta. Porque ella no quiere vino, ¡el vino está caro, siempre por encima de 20 € en los buenos restaurantes! ¿Y qué quieres, tomar un menú degustación con una Cruzcampo? Pero no, no hay quien la convenza; Wen decía que sus amigos siempre tomaban vino, no cerveza, se reía, le parecía extraño, que yo sólo tomara cerveza, ¿y qué quieres, cachoguarra, que tome los malditos embutidos y los vinazos añejos de La Rebaná en pleno mes de agosto?

En fin, el programa acabó con el ránking de los mejores cocidos madrileños, ahora que es tiempo.

Y dos sugerencias, antes: Rodrigo de la Calle, un restaurante de Aranjuez del que ya he leído elogiosas críticas; y Miyama en Castellana 45, sucursal del famoso japonés de Flor Baja, cerca de Gran Vía. Me lo apunté todo. ¡Hasta el jueves que viene!

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lunes, febrero 02, 2009

Una bruja

Leo a Isak Dinesen, sus últimos cuentos, después de haber leído la entrevista con ella en The Paris Review. Son cuentos que forman un conjunto articulado, como en la primera sección, siete de ellos. Son historias a las que se añade siempre otra historia, que están ambientados en Roma o Nápoles y que se deslizan a ras de tierra, aunque los textos bíblicos siempre están presentes. Luego hay dos que se añaden a su colección de cuentos góticos, en donde el elemento fantástico está más presente. Y ahora voy por Un cuento rural, el primero de los nuevos cuentos de invierno. De nuevo el enredo familiar, de nuevo un personaje un tanto diabólico... Y es que las mujeres en Dinesen aparecen como ella misma, mujeres aventureras, mujeres que se mueve en el lado salvaje de la existencia (el mejor ejemplo es la cantante sin voz de Ecos, tal vez el que más me ha gustado hasta el momento). Como bien insiste el entrevistador, hay siempre la tentación en el lector de querer extraer de ellos algo más, porque ella lo propicia, con esas referencias bíblicas todo el tiempo; pero ella insiste más aún: no hay un más allá del texto, todo está allí contenido. Y sin embargo, uno siempre se queda pensando: ¿qué me ha querido decir con esto, por qué Dimas, por qué ese viejo que cuenta monedas, por qué esas historias de Lone, la que dice que cambió a los niños en la cuna?

Una pena: ahora todos hablan de Poe, pero poca gente se acuerda de esta gran cuentista, tal vez la mejor del siglo XX.

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