Aires de pesadilla
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Un espacio para reflexiones de cualquier índole, en donde un pensamiento lleva a otro en una suerte infinita de rizoma, elogio de la multiplicidad del ser y del universo.
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Por fin un escritor de raza, por fin un novelista, por fin una novela en condiciones, no una de esas novelitas históricas que no son más que una huida del presente. Chirbes nos trae aquí al centro de la España actual, la España real, no las historias del pasado heroico, sino el presente que huele a corrupción y mafia inmobiliaria. La muerte de un hombre reunirá a una serie de personajes, una familia que tiene mucho que esconder, sitúa en el centro a Rubén, un constructor podrido, del que no me creo que escuche a Schubert por Andreas Staier, pero bueno. Y también aparecen personajes como Yuri, el que sólo piensa en follar, y que por follar con quien no debía, estuvo unos años en la cárcel; y Silvia, una mujer que piensa como Zapatero, correctamente; y Mónica, la mujer de Rubén, ella muy joven y él ya con setenta, pero así están las cosas; y Federico Brouard, un escritor alcohólico y fracasado del que Juan, marido de Silvia (hija de Rubén) está escribiendo una biografía... Chirbes escribe largas secuencias a modo de capítulos contundentes, que hay que leer de un tirón para que tenga sentido la narración, por lo que el libro se lee en un par de días. Y usa la primera persona con Rubén y la tercera subjetiva con los demás, para que ellos mismos se muevan cerca del lector, que no puede dejar de leer, de raspar las superficies podridas. Una escritura sin puntos y aparte, todo seguido, con el diálogo interno, con asociaciones que son turbulencias, con todas las cosas llamadas por su nombre. Una novela que engancha, porque es una de las pocas que nos traslada al verdadero paisaje, el de nuestro alrededor cotidiano. Un país que basa su economía en el turismo y la construcción masificada no es un país serio.
P. D. Escucho un disco con obras de Charles Ives, por la NYPO dirigida por Bernstein. Alguien que llegara a Ives por primera vez a través de este disco pensaría que está loco, pero uno que ya lo conoce sabe que Ives fue el más listo, un exitoso agente de seguros que se hizo millonario, y que tenía la composición como hobby, ¡pero qué hobby! La Sinfonía nº 3 es potente, pero las piezas cortas de la cara B, como Decoration Day o The Unanswered Question o Central Park in the Dark, son más potentes aún, más rayantes, como dirían los más modernos (como cuando de golpe irrumpe la fanfarria caótica en las piezas 1 y 2 de la cara B); en la pieza 3 se produce una reflexión casi mística, algo también muy de Ives. Es el complemento ideal para la novela de más arriba, por el contraste.
Portada del disco de Ives (CBS): La encantadora de serpientes, de Rousseau, el Aduanero.
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Pongo un CD que compré en Florencia hace ya algunos años, con tres obras para trío (violín, violoncello y piano) interpretadas por el Trío Matisse (Ermitage, 1994). Son obras del siglo XX y contemporáneas a la vez, me salto la de Charles Ives y voy directamente a la de Luis de Pablo, luego a la de Alessandro Solbiati. El primero, académico. Como siempre, continúa los modos de los vieneses. No hay sorpresa. Es retórica pura y dura. El segundo, en cambio, ya desde el comienzo instaura un clima especial, juega con los timbres, los hace brillar, desfilan las técnicas más novedosas puestas al servicio del sentimiento, glissandi y golpes y atisbos melódicos que dan cuenta de un mood melancólico, no aburrido.
Foto: Alessandro Solbiati.
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Bajo el aspecto ritmológico sale a la luz una afinidad secreta entre diversos apartados de la vida humana que, normalmente, nunca se piensan de consuno: el sueño y la estupidez, los más antiguos espacios de retirada del ser alejado del mundo, alcanzan a las culturas de la droga, de la meditación, de la especulación, y a la música, el arte benévolo que, como suele decirse, nos transporta de las horas descoloridas a un mundo mejor. Se siguen entre sí como eslabones de un sistema de inmunidad para la defensa contra el mundo infeccioso y demasiado exigente.(Extrañamiento del mundo, Peter Sloterdijk, Pre-Textos, 1998, p. 290; dentro del cap. VII: ¿Dónde estamos, cuando escuchamos música?).
El que ha nacido ha perdido el tono del continuum acústico profundo del instrumento materno. El penetrante estremecimiento del miedo proviene de la pérdida de aquella música que ya no oímos más cuando estamos en el mundo (...) Ya no oigo nada, luego existo. El existir en el silencio del mundo es una cuerda que vibra bajo la propia tensión. Puede ser que los meditabundos de todos los tiempos hayan buscado calma y silencio porque el oírse del existir en el enmudecer del ruido ayuda a tensar la cuerda. Así que la música no sólo celebra la reanudación del continuum, sino que recuerda siempre, si es algo más que un sedante o narcótico, el silencio cósmico de la existencia.(ídem, pp. 312-314).
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