lunes, febrero 27, 2006

Donde no se puede

El sábado estaba sentado en mi banco favorito, junto a la playa, en un viejo paseo que durará poco, pues prometen una remodelación para que esté acorde con los Tiempos del Cemento. Leía la novela de Safran Foer que todavía me dura, está bien pero hay algo que no me termina de gustar, en fin. Y entonces me sorprendió en tales menesteres mi viejo profesor de literatura del instituto, Laureano, que tuve en 2º BUP y en COU. Ahora está jubilado, me dice, lo hizo con 62 años, y menos mal, porque no están los tiempos como para dar clases en los institutos, tal y como se ha puesto el alumnado. Estuvimos hablando un rato, primero de mi situación, y luego de un paseo (para bajar su colesterol, me dice), vino otra vez y se sentó a mi lado, y seguimos la conversación. De literatura, sobre todo, la gran pasión de ambos: pero claro, él sigue siendo el profesor, pese a los años transcurridos, y que yo me he formado, y mucho, y en literatura anglosajona estoy mucho más puesto que él. Él domina ante todo la literatura española, of course, la poesía, y también la literatura francesa, porque como todos los intelectuales de su generación, lo suyo es el afrancesamiento. Dijo que la novela es para cuando uno tiene una cierta experiencia, por lo que no entiende esta moda de jóvenes novelistas lanzados al estrellato como si fueran deportistas o artistas pop. La novela sale a partir de los cuarenta años, cuando uno ha vivido y ha leído mucho. De alguna forma, me consuela saber esto, y saber que sólo Le Grand Meaulnes es una gran novela escrita por un joven, que todo lo demás no merece la pena. Pensar que la gran novela que uno lleva dentro puede seguir cociéndose durante varios años más, es algo que alivia, que te da ánimos. Nos despedimos, luego de hablar él de Torrente Ballester y sus dos obras maestras (Don Juan y Saga/ fuga de JB), que yo no he leído, tal vez porque todavía no estoy preparado. También me dijo que tiene una web, Las nueve musas, sobre literatura y lengua, con un apartado dedicado al cómic también, una página que se está trabajando él solito, lo cual tiene mérito para alguien de su generación. Me dio mucha alegría este encuentro, sobre todo porque también me animó con fuerza a irme de aquí (sus hijos están todos lejos, en Madrid, París, etc.), porque este lugar no es posible, ni siquiera para el turismo. Hay lugares donde una mente como la mía no puede vivir, este lugar es venenoso y me está haciendo mucho daño. Andalucía entera es algo imposible, que hay que dejar atrás (mañana, por cierto, se celebra el bienaventurado Día de Andalucía).

En fin, que se va otro mes, y me quedaré esperando abril, el buen tiempo, que las nieves y el frío se alejen por fin.

viernes, febrero 24, 2006

Siempre conmigo

Cuando me desplazo, siempre va conmigo. Cuando salgo de viaje, en cualquier lugar del camino, en la mínima parada, es algo de lo que no me puedo desprender. Aunque quisiera arrojarme más afuera, aunque ese vértigo que me atenaza me soltara por una vez, "la cosa" iría detrás, como al que se le ata la piedra y ya no puede evitar sumergirse. En las canciones, siempre sale su nombre, susurros de los que está muy orgulloso. Es selfish, y eso le agrada sobremanera. Tiene las uñas de punta, un traje hecho a medida, y a veces se le ponen los pelos de punta. No me deja ni a sol ni a sombra, y en verano creo que es peor, porque no soporto nada que tenga pelos, pero él viene y me abriga, con una sonrisa cínica de intelectual de barrio progre.

En el Hotel Santo Mauro, se me dice, ha tenido lugar un grave suceso, así que nos vamos para allá. Ya desde la entrada hay un algo en el ambiente que me saca de mis casillas, es esa penumbra, es ese misterio lujoso y polvoriento que está adherido a cada rincón del hotel, lo que no soporto. Alguien ha sido arrojado al patio desde el piso superior, eso son como cinco plantas, y no lo ha contado. Cuando llego hasta el lugar, hay un grupo de "profesores", que charla en voz baja, sobre el suceso, me digo, pero yo miro al suelo, a las secas manchas de sangre que han quedado sobre la moqueta. Fue golpeada la víctima, pues, antes de ser arrojada. Cuando me acerco al ventanal, me doy cuenta de lo terrible que ha tenido que ser. Hay una oscuridad pegajosa, casi enfermiza, en cada planta trepadora, en cada mueble de anticuario que llena las estancias. Me recuerdan que esto es el claustro, y que la discusión fue entre el profesor de matemáticas y una chica, su alumna predilecta. Ahora entiendo mejor. Pero se me lleva a la biblioteca, en donde está también montado el restaurante. Ahora tienen un nuevo chef, que sonríe pícaramente desde la abertura en forma de ojo de buey. No hay nadie a esta hora, han acabado todos los comensales, y se limpia afanosamente (¡las manchas de sangre y todo lo demás!).

El perro, quiero decir, la perra, de la novela de Safran Foer, es muy divertida, también Alex, el que cuenta (el que mal traslada al inglés) y el Abuelo. También tienen momentos tiernos y hasta tristes, como la historia de amor entre Yankel y la niña que se le concedió. Y las cartas de Alex a Jonathan son realmente una pasada.

Bueno, después de la escena del hotel lúgubre (que representa en realidad al Parador de Nerja, esa cosa cutre a pesar de la remodelación que sufrió hace unos cuantos años), viene una película que dan en TV de madrugada, por lo que todo el tiempo estoy nervioso, ya que en la casa todos duermen, y no quiero molestar (ya lo hice en otro tiempo, y ahora me siento culpable retrospectivamente, lo cual es una tontería). La película tiene que ver con un misterio, la fundación de una especie de secta que luego llevaría cruces gamadas. Hay profusión de símbolos y personajes que avanzan por campos inhóspitos. Yo, que no soportaba el olor de los hombres, me retiré a la soledad de los campos, etc. En determinado momento, la escena cambia, porque me cansa esta película que se desdobla en otra más gris y tétrica. Aparece una porno, en donde un montón de mujeres yacen enterradas junto a negros, que en determinado momento estallan al unísono, con chorros de leche hacia el cielo, como surtidores primaverales. Esto me llena de paz, y me recuerda que estoy ante una película, entonces al despertar quiero hacer un homenaje a los negros, pero el frío me inhibe, aquí es pleno invierno, ya sé.

Madrid tiene un lado oscuro, es la noche, la puta noche, que está llena de putas (como las que salen de calle Hileras, donde El Escarpín, el asturiano en donde estuvimos antes celebrando que estamos juntos de nuevo): pues bien, son un grupo homogéneo de mujeres veinteañeras, que celebra la diplomatura de farmacia o vete tú a saber, que se quieren hacer una foto en grupo en plena acera, son las tres de la mañana, la hora más puta de un viernes noche. El que se las hace está más colgado que ellas, pero da igual, las voces son para dejar sordo al más imbécil. Ahora, después de la abertura, se van lentamente y sin dejar de chillar a la otra acera, en donde otro grupo beodo baja lentamente, y el Palacio Gaviria es el puticlub para yanquis en celo. Antes, mi amigo y yo callejeamos por Huertas (la zona tonta por antonomasia), y luego nos movemos lentamente, vía Montera (la Calle de las Putas), hacia Fuencarral y luego hasta desembocar en Tribunal, en donde al doblar una calle nos encontramos con garitos como Barbarium (o Barbarum, no recuerdo bien), en donde él pretende que entre un rato. Entro, pero duro cinco minutos, porque es tal el ruido pachanguero, que no aguanto más. La gente, todos veinteañeros pijitos, con su droga líquida en una mano y la otra en otras partes, casi no se mueve, de pie, las niñas son más viciosas, como suele suceder. Casi es una hazaña salir de nuevo a la calle, y allí nos recibe el frío cortante de la madrugada. Me siento mal por estar trasnochando, por mi alma brutalizada, con estos signos de la amargura en las sienes, esta fragor para nada. En el camino de vuelta a Arenal, hablamos justo de esta forma de divertirse idiota que tienen nuestros semejantes (para mí, son casi como de otro planeta). Sólo el ruido de Lachenmann, y nada más. Luis Suñén escribe despectivamente (cínicamente) del concierto, en El País, mientras que celebra lo ya celebrado, el anterior del Zayin.

Le pido que se retire un poco, la voy a retirar un rato, mala puta que no me abandona ni en los mejores momentos, del placer efímero, pero insiste la muy bruta, con el whisky en la mano, y con la otra tocándose abiertamente las partes, luego mi sexo, luego hasta el cielo, la bendición de las almas.

miércoles, febrero 22, 2006

Postdata

No conviene dejar de lado el último número de Revista de Occidente, dedicado a la "pasión por lo real".

Tampoco el de la revista Vino + Gastronomía, en donde se habla de "estrelladas" cocineras, entre otros asuntos.

Y mi próxima lectura:



También me interesa Llámame Brooklyn de Eduardo Lago

martes, febrero 21, 2006

Mi querido Madrid (V)

Viernes de Intensidad, Domingo de Calma...

Lo que empezó como un fulgor frío, en el jueves casi helado, terminó con la Expulsión del Paraíso, es la historia que ya se sabe, pero que no quieres que pase, aquí, tan cerca de la piel...

Bajar por Atocha, es la Calle de la Alegría, parroquia de San Sebastián, lo rojo de enfrente (esta vez, nada de Filmoteca, nada de cine), tiendas de hace tiempo, y por fin Calle Alameda, casi un callejón más bien, por donde se llega a la galería La Fábrica, en donde se exponen fotografías de Nobuyoshi Araki, es la segunda vez que vengo y es el segundo encuentro en vivo con su erotismo tan enrarecido, con su perversa inclinación por chicas jóvenes a las que retrata encadenadas, abiertas a la influencia de sus fantasmas. Luego salgo, al sol tibio de la mañana, y sigo bajando hasta la Ronda, y camino ya por los aledaños del Reina Sofía de Nouvel, con La Central, la Biblioteca de arte (en donde para entrar tienes que dejar poco menos que tu identidad) y el Café Restaurante Arola, que es como un submarino todo rojo y negro y color frío de escarcha, muy fashion para nada. La verdad es que por esta ronda de buena mañana se llega hasta un lugar ya conocido, La Casa Encendida, en donde puedes ver algunos vídeos de creadores austríacos, que es lo que ha dejado ARCO, dedicada su reciente edición al país alpino. También puedes subir, y quedarte traspuesto con un CD de Giacinto Scelsi, mientras la mañana desfila para los otros, y un lento apagamiento de la luz, para bendecir un cielo más claro. Y la subida ahora es más cansina, y llegas hasta Benavente sin resuello, y subes luego por Montera, que está hecha un asco, entre las putas de siempre y las obras también, y Gran Vía espera, y el músico del subterráneo que cruza la avenida que es como Nueva York ensordece todo el ambiente, desde su refugio ahí en el pequeño infierno.

El Domingo Casi Místico, con el arte, con el reposo y el paso alfombrado, y unas manos creadoras, abajo, se sucede, salimos al frío intenso, sin alma, de Cuzco, donde los rascacielos y las finanzas del hombre moderno, ahí en la esquina del NH Eurobuilding está el verde pistacho intenso, colorido, alegre y sana comida rápida de autor, de Fast Good. La hamburguesa italiana está muy rica, también mi ensalada con moras, frambuesas, nueces, pistachos, parmesano, escarola..., el aceite y el vinagre vienen en botes tipo spray, sólo los cartuchos de patatas te recuerdan que estás en un sitio de comida rápida..., eso, y que cuando llevas un cierto tiempo, menos de una hora de todas formas, la camarera casi le arrebata el bol de su ensalada a M., que sale cabreada del sitio, y es normal: estaba rico, pero son rápidos...

Nos vamos a la zona de Alonso Martínez, nos metemos por Orellana (ahí, M. me dice, ella venía hace años de marcha), y no hace falta buscar el número, se ve bien la fachada, todo en negro brillante, y amplio, Cacao Sampaka, una chocolatería relativamente nueva, con una parte de tienda especializada en chocolates, bombones y todo lo relativo a estos manjares (también hay vinos blancos y espumosos); y luego, más al fondo, la parte de cafetería y saloncito para degustar, si quieres, un chocolate azteca, con 80 % de cacao, cayena y pimienta de Jamaica (pero la verdad es que no tenía mucho picante, y sólo en el final te quedaba un regusto fuerte). El ambiente es muy agradable, está todavía tranquilo (pero cuando nos vamos yendo, hay hasta cola para entrar), el servicio es atento y la música de fondo, no molesta. Es un lugar para venir más veces, y no irse con las manos vacías...

En la FNAC de Callao, cuando ya me iba, subo los escalones que conducen a la sala de presentación de libros y actos culturales, para ver las fotos de Gideon Bachmann, que tomó durante el rodaje de Ocho y medio. Marcello Mastroianni, el alter ego del director; Ainouk Aimée, espléndida; los freaks de la función, payasos, putas, curas, gente de la calle, todo el universo en una ciudad construida...

Cruzando la Gran Vía desde este lado, puedes ver las fotografías de Chema Madoz en la Fundación Telefónica, su surrealismo tan poético, sus curiosas asociaciones, su lenguaje sin palabras, sus notas musicales, la violencia sublimada, Magritte estaba y no estaba, gris, es fácil, es inmensamente complejo.

Y no sé qué libro leer ahora.

Tengo todas las calles, para distraerme, para asomarme al destino que me espera, que se esfuma. También el nihilismo moderno, de mano de los rusos, se exhibe bien alto, en la Plaza de San Martín, en Caja Madrid, Vanguardias rusas, hasta 1930, y que puedes ver hasta este mayo. Malévich, y su inmenso círculo negro, o su Black Square; pero también, y sobre todo, la Torre Homenaje a la Tercera Internacional, de Tatlin, que ocupa casi toda la planta baja, oscurecida para la ocasión. Rusos, también presentes, tal vez por la visita de Putin, también su nueva literatura en Babelia...

¡Ah, qué buena es la vida, en la gran ciudad!

La Gorda, en una calle perdida de Prosperidad..., rica cocina peruana, local pequeño, muy pequeño, pero decorado en tonos pistacho y naranja, muy alegre, decoradas sus paredes y estantes, y servicio muy atento... Ahora, ya no falta nada.

lunes, febrero 20, 2006

Mi querido Madrid (IV)

Cuántas son las sendas posibles en este Madrid laberíntico, que no se acaba nunca. Es infinito su recorrido, y las variaciones son también interminables, porque cada línea, cada día, cada estado de ánimo, invita a un nuevo recorrido, y es igual el tiempo, el lugar, todo es diferente, y el tiempo climatológico puede cambiar incluso varias veces en el mismo día, y así aparece el sol, tibio de invierno, el viernes por la mañana, cuando estoy sentado un momento en la Plaza de Benavente, y luego en una cola en la Glorieta del Pintor Sorolla, esperando a entrar en la Parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, surge la lluvia, un pequeño granizo, y el frío aprieta tanto que tienen que abrir antes de tiempo (falta casi una hora para el concierto de La Folía, que dirige Pedro Bonet, tres cantatas de Bach sonarán a partir de las seis, y no quedará ni un sitio libre, tanto es el amor por la música del Cantor de Leipzig entre los madrileños... y los que no lo somos, aunque sí de corazón). El cielo no se ve todo el jueves por la mañana, en el centro, pero por la tarde-noche, en la zona del Auditorio, por fin alcanzo a ver las nubes grises amenazadoras, y me parece el escenario perfecto para un adiós, pero también para un reencuentro: el mío con la música de verdad. El cielo de Madrid, tan contaminado, el aire que respiramos más de cuatro millones de personas, está ahí para ser el protagonista invisible de esta función.

Al final no fuimos a Alcalá de Henares; tampoco al concierto de la mañana de la ONE, y no quedaban entradas (sólo de pie) para la matiné del Real, ese mismo domingo desapacible. No iremos ya a ese concierto de La Folía, nos decimos el sábado por la tarde, son más de la cinco, no, ya no iremos. Tampoco a la obra de teatro de la Coixet, aunque pregunté en el servicio de ventas de El Corte Inglés. Tampoco veremos Munich, esa película que promete cine en serio. Son las posibilidades fallidas, las ocasiones que se fueron, sin pensar nada más, en nada más, y en nadie menos. Son las sendas que otros recorrerán, ahora mismo, mientras estamos aquí sentados ya casi dos horas, con un dolor de culo impresionante, porque la iglesia no sabía de confort en su vida antigua, y no se hizo el espacio de esta maravillosa iglesia para tanto tiempo de éxtasis (o sí). Seguramente otros disfrutarán de esa peli, en los Yelmo Ideal, pero nosotros vamos de nuevo al centro (que tan insoportable se me hace, cada vez más, porque ahí se acumula toda la morralla), en busca de algo con que apaciguar el hambre. La última noche, que habré de apurar hasta el fondo.

Lo mejor de todo fue Las Tortillas de Gabino. Yo, que no soy un burgués, me siento atraído por esos lugares (otro es la Fundación Juan March, adonde fuimos el domingo en la mañana para ver la maravillosa retrospectiva de Otto Dix, el pintor ecléctico, el caricaturista genial, el hombre de su tiempo convulso). Yo, que no soy un burgués, me gusta estar entre burgueses, porque aunque hay gente muy insoportable entre ellos, hay otra que respira un aire de cultura espléndido, en donde combiene bañarse más de una vez... El restaurante de Chamberí es tal vez el mejor de comida tradicional que hay en Madrid ahora: tortillas de patatas, croquetas tan jugosas, hasta platos de cuchara, de ésos que ya no quedan en sitios así (una señora muy requeteburguesa dice algo, medio horrorizada, sobre ese plato de cuchara). Tendríamos que habernos pedido las alcachofas, es una verdura que me encanta, y la presentaban de una manera muy hermosa. No hay música de fondo, y cuando llegamos sólo hay una mesa en nuestro salón, luego se llena, todo, y los camareros tienen que hacer eses para sortear mesas y sillas, en un ambiente abarrotado de clientela que parece habitual. Es el ambiente ideal, de una calidez que ya no se estila, pues se prefieren lugares fríos, en colores potentes, con mesas negras incluso, qué horror. Nos reímos un poco a costa de los repijos de la mesa del otro lado del pasillo, cómo puede haber gente así, pero la hay, y más repija aún. El postre también está muy rico, y no sé si tenían vinos de postre, pero me pedí un té, ya que no tomo café, nunca. Cuando nos vamos (¡oh, por qué?), el chico que nos atendió a la entrada nos coloca nuestros abrigos, un detalle que sólo se estila, supongo, en hoteles y restaurantes de más categoría. Ni siquiera en el Coure de Barcelona tuvieron un detalle así, y tardaron en traer los abrigos un montón, como si estuviera en otra casa, en otro planeta... La vida es muy buena, y salimos al silencio de la noche, en esta zona tranquila, lejos del bullicio de Sol, que enseguida nos engulle a unas cuantas paradas de metro.

Pero el Madrilia tampoco estuvo mal. Local amplio con mesas muy bien distribuidas arriba (abajo es más oscuro y para grupos más grandes), con un buen servicio, música ambiental deliciosa (por una vez, hasta se agradece), y comida de menú muy apetecible; la gente es joven y agradable, y como en su hermano gemelo Café Oliver, no se puede fumar. En el Oliver el espacio entre mesas es más reducido, aunque la clientela es igual de joven y progre que en el otro, y la comida es parecida (una crema de calabaza con queso de cabra; unos spaguetti a la boloñesa, una copa de Lan 2000).

El tiempo pasa veloz. Fotos con Lachenmann en los camerinos. Fotos con Lachenmann en el hall de la Sala de Cámara. Irvine Arditti hablando con Nono. Flashes como si fuera esto una rueda de prensa. Quién le iba a decir al alemán que en Madrid tuviera tantos fans, casi como si fuera un artista pop. Música a punto de detenerse, al borde de la parálisis, situación de frío extremo, la Cerillera, versión Tokio (ya no nos qiere). Tokio blues. Madrid by night. Pinchos del Norte, nuevo local en la calle Barcelona, muy cerca de Sol (los aseos son una maravilla, merecen una visita; el chico de la barra es mexicano; vinos por copas, a buenos precios; comida nada novedosa, pero está bien; sólo una pega: la música ambiente por la noche es muy molesta). En La Taberna del Marciano salen muchos estudiantes, hay muchos estadounidenses por todas partes del centro. El Olibo, ahora ya no vale nada tras el cambio de dueños. Zayin de Francisco Guerrero, el jueves, ellos iban de negro, porque Paco G. ya no está entre nosotros.

El sueño tarda en venir, es posible que no duerma del todo, porque ahí fuera, todo late, bulle, corretean espíritus sutiles.

miércoles, febrero 15, 2006

Dos o tres cosas que sé de ella

Cómo Alicia cayó en la degradación moral, en ese embrutecimiento que hace que una mujer acomodada se entregue al alcohol, al sexo con desconocidos y al tedio vital, olvidando todo, buscando a un mendigo que ella cree real, y que en la escena de la iglesia del final, se convierte en elemento mágico, casi sobrenatural, y que me hizo pensar en La leyenda del santo bebedor. La novela acaba así de forma estupenda, pero antes no nos ahorra detalle sobre el abismo en que cae ella, la peor de todas. La depresión: eso es.

Rafael Argullol escribe un artículo de opinión que sale publicado ayer en El País: El fascismo de la posesión inmediata, y en donde describe de forma sucinta el panorama actual de una juventud que cree que el derecho a la diversión es algo así como salir de caza por las noches (Alicia también salió de caza, y cobró cuatro buenas piezas), apaleando mendigos, que son la cara oscura del maldito capitalismo (no de ficción, Sr. Verdú, sino muy real). El fascismo de la Era del Consumo, es algo suave, en vuelo rasante, martilleante en su insistencia necia; los nuevos bárbaros llevan zapatillas de marca, ropa de marca, fuman porros, beben whisky de marca, juegan con la PlayStation2 y hacen sexo sin mucho miramiento. Para detener esta gran mentira que supone creer que la libertad para divertirse está por encima de cualquier otro derecho, hace falta algo más que unos cuantos artículos en la prensa. Para detener este fascismo, con el que me moriré amargado, presa de su poder de arrase, hace falta algo más que Noticias Cuatro. Pero por algo se empieza: por nombrar a la Bestia.

Vivir sin miedo: hay un hombre que vuelve de la cárcel y la busca, ella encuentra a su salvador viviendo en un caserón en el campo (Lluis Homar es el actor que lo encarna), ellos al final logran la redención mediante la comprensión, mediante la superación de una muerte anterior. Una película estupenda que dieron el otro día en Canal 2 Andalucía, y que me hizo pensar en Solas, hasta la música es parecida.

Sé que vive en una calle estrecha, que a veces huele a mierda de gato, que no le gusta el cava, que cuenta hasta diez antes de gritar (aunque a veces su paciencia se agota antes), que no lee nada que huela a Antonio Gala, y que su restaurante favorito es un nombre de perro-lobo.

A veces la veo pasar, quietamente, por la alameda, los otros hacen footing, ella pasea, lleva un libro, es de Coetzee o de Javier Marías, y en eso, sonríe, imaginando un campus, una granja, un desierto, Punta Arenas, donde le he prometido en secreto que nos iremos a vivir, cuando seamos viejecitos.

Fundido en negro. Antes, plano largamente sostenido, se ve su rostro, un hilo de sangre desde su frente, también en nariz, le cae hasta la barbilla, sus ojos no se mueven, no párpados, no nada; los matones huyen en coche, y un gato pasajero se lame en el bordillo de la acera. No hay créditos finales. La gente sale tranquilamente del cine. Fuera, está todo por ponerse. Le digo que adónde vamos, no comentamos nada de la película. Siempre me gustó este ambientillo de la Plaza de los Cubos. Ahí arriba, donde la mole del Conde Duque, hay alguien que nos espera, es el correo de las once y cuarto, rumbo a... Se ríe, no ha comprendido. Quién iba a decirte esto a ti.

¿Te acuerdas cuando aquella peli danesa, y con la orquesta en directo?, fue cuando las jornadas de cultura nórdica, hace tiempo, mucho tiempo, cuando esta frente estaba libre de arrugas incipientes. Dijiste que el actor, Antonin Artaud, reflejaba bondad. También me acuerdo de aquel navajero que nos perseguía a la salida de la segunda parte del documental sobre los Panero, desspués de tantos años, otra vez Plaza de España, y yo sin conocerte.

La mujer sin sombra. No te conozco, pero te presiento. Cada gesto se descompone en muchos otros casi minúsculos, casi invisibles.

Lo que más le gustaba leer, juntos, a hora muy temprana, en la cama revuelta, era el poema de Jaime Gil de Biedma que dice:

NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

lunes, febrero 13, 2006

Un tal Lucas

En la vida, pensaba a menudo, lo grave, especial y malo es que casi nunca ocurre nada. Ya lo escribió Leibniz a modo de mínima reflexión que no llegó a desarrollar, quizá por suerte: "¿Por qué nunca pasa realmente nada?" Jamás se quiebra, desde dentro, la lógica de lo peor, es decir, lo cotidiano. Tienen que venir convulsiones del exterior para que todo se tambalee de modo que, al menos, se transforme un poco determinada situación anquilosada. La gente vive y muere apegada a quello que posee, poco o mucho, pero también criticándolo, detestándolo, pensaba Alicia. Los que menos tienen, quieren más. Y quienes mucho poseen, anhelan todavía más. Nada pasa excepto que sólo tenemos nuestra vida y, con ella bajo el brazo, nos dirigimos tranquilamente hacia la muerte. Sin estridencias, como debe ser. Pero sin apurar esa única existencia que nos fue dada sin pedirla. Que nos atormente la idea de que nunca ocurrirá realmente nada es quizá la gran tragedia para algunos. En una u otra medida aguardamos toda nuestra vida, recelosos o en vilo pero deseándolo finalmente, que suceda algo inverosímil.
(La mujer de ninguna parte, op. cit., p. 312).

La vida,esa pequeña cosa que nos acompaña siempre, de la que no somos del todo conscientes, y menos Lucas, este inconsciente. Los domingos va siempre al mismo sitio, desde hace años (incluso cuando viaja no se pierde esos mercadillos de antiguo, en donde espera encontrar El Gran Tesoro en forma de cajas y cajas de discos de vinilo). A veces no encuentra más que basura en forma de cacharros, que sirven a otros coleccionistas de basuras varias. Su madre le enseñó de forma subliminal el arte de recoger cosas de la basura (esos buzos de papeleras y contenedores, que dice García Sánchez). Desde 1992, bendito año en que tal vez empezaron las desgracias en serio, colecciona periódicos, El País sobre todo, pero por presión de familiares y amigas, ha tenido que ir deshaciéndose de todos esos números, hasta guardar sólo algunos ejemplares de los últimos meses, que amontona en columnas que poco a poco, conforme se elevan como torres de papel, se vienen abajo con la suavidad de las cosas perversas. También tienen una pequeña colección de revistas, pero los National Geographic son otra cosa, algo más coqueto, que ocupa menos espacio: el espacio es el Lujo. Los discos se amontonan ya y doblan poco a poco los estantes, pero no le importa, porque del suelo no pasarán...

La música pop tiene de malo eso, que es pop, y todo eso le suena a Warhol, y éste a pajilleros en perpetuo estado de frustración. Diego Manrique gusta de las versiones, de cualquier grupo del pasado, y hasta de canciones españolas, como las de Aute (¡esos fantasmas!) o las de Joan Baptista Humet (Clara). Pero al final, la noise pollution le repatea mucho. Lucas tienes pocos pero contundentes enemigos: el ruido venga de donde venga (aunque suele venir de los coches, de las obras y de los equipos de los macarras); la gentuza que es el noventa por ciento de la población, y soportarla (porque no está permitido ir cargándose gente por ahí) es la tarea más ardua. El otro enemigo es lo que Vendrá, que puede ser un título de tango, pero que es solamente lo imprevisto, como todos esos actos de Alicia y su jodida depresión (hacia la página 300 del libro, remonta el vuelo, y la narración alcanza cotas de suprema porquería). Lucas no contamina, pero todos a su alrededor sí lo hacen, por lo que Lucas piensa por momentos que es un poco imbécil, ya que vivir entre necios tiene estas cosas: quien no les sigue la corriente, termina siendo arrastrado por la mierda. Piensa que de vivir en una Gran Ciudad (como Madrid la abierta) todo le iría mejor, o de otra manera más divertida, pero Madrid es en realidad la Puta Contaminada, y eso le tira para atrás. ¡Ah, la vida es la más contradictoria de la cosas!

Hablando de cosas, está "la chose", que es un término lacaniano que casi nadie entiende, pero que JGS utiliza de forma implacable en su novela sobre la femme de nulle part. La cosa es lo que está al acecho. La cosa es el "(no)bjeto" de Sloterdijk: ni sujeto ni objeto, sino el tercero en discordia, o el tercero incluso (incluido). Por un lado están los vivos, los que tienen la suficiente ilusión como para seguir hacia delante; por el otro, los muertos, los que ya no sienten; y luego están los deprimidos, que son los que dan a luz las tinieblas que llevan dentro. La depresión no vence (a veces no lo hace), pero siempre destruye (p. 306). Un deprimido (la persona deprimida, léase el relato-ensayo de David Foster Wallace) es aquél que no está del todo en la realidad, el que busca autodestruirse sin conseguirlo, porque quiere sentir el dolor, quiere quejarse por la Pérdida, pero no sabe bien cómo hacerlo. Alicia se siente manchada por toda clase de líquidos: excrementos propios, el sempiterno Whisky, las cagadas de las palomas, y en el cénit de su caída, el semen de los desconocidos. La mujer deprimida se entrega al sexo, lo hace con cualquiera (véase también Rompiendo las olas); mientras que el hombre deprimido se tira a la calle, y bebe, y es detenido por la policía, o trata de suicidarse sin conseguirlo.

Lucas sueña que está rodeado de criminales, que éstos le tienden una emboscada a la policía, uno de ellos ya está siendo apaleado en un contenedor de la basura metálico por un par de ellos, y él ríe, porque la policía le parece asesina (era un hombre, y ahora es poli). A Lucas le dan asco sus semejantes, y sólo se siente a gusto entre marginales; pero a veces encuentra a gente de la calle que es más fascista que los del PP, porque uno dice que van a detener a todos los transeúntes que lleguen a una estación de autobús, y que éstos serán expulsados inmediatamente; y también dice, el Mocoso, que el tipo belga de Marbella se lo tenía merecido. Lucas le tiende una mano (luego se las tendrá que lavar concienzudamente), y se va, porque no soporta a los mendigos fascistas. Igual que en el mercadillo, en donde venden vinilos y un tocadiscos, pero el tiparraco ha puesto en un cartón España Una y Grande ¡Viva España!, y escucha decir al fascista, a otro amigo, que muchos fueron los que dieron su vida por la reconquista de Granada.

Autorretrato: es saber que nunca sabréis nada de él, porque siempre se esconde, y toda vida es una suprema ficción, y es mejor leer las entrevistas con escritores de Paris Review, como la que le hicieron a Nabokov, el Perfecto Escritor, porque fue feliz a pesar de todas las desgracias. Las campanas, os tengo que dejar.

jueves, febrero 09, 2006

Respeto, ante todo

Uuuhh... uuuhh... algo huele mal en Dinamarca

Siniestro Total

El Holocausto... una mentira: ésta puede ser la respuesta musulmana a las caricaturas de Mahoma que han aparecido y siguen apareciendo en diarios europeos (ahora se anuncian más en un semanario francés). Algunos países han afirmado que este asunto responde a un complot sionista para enfrentar a musulmanes y cristianos. Sea como sea, los daneses no han pedido perdón, ni los del diario ni el primer ministro, y sólo se han visto manifestaciones así en la calle, con gente particular enarbolando carteles con una palabra muy simple: Sorry! Cuando uno se equivoca, cuando se da cuenta de que ha herido la sensibilidad ajena, lo menos que puede es pedir perdón; pero no, algunos parecen muy orgullosos y muy por encima de otros para semejante gesto. Nos creemos más civilizados que ellos, que todavía viven en la Edad Media, con sus costumbres y su fe mortífera. Y se asimila la figura del profeta (que no puede ser reproducida) con la de un terrorista de la Yihad, y eso sí que es intolerable. Aquí en Europa, y durante muchas décadas, se considera delito exclamar públicamente que el Holocausto no tuvo lugar, que no murieron seis millones de judíos; pero sí se puede hacer ese salto y considerar que todos esos árabes son bombas ambulantes... Vale, Europa está resentida por atentados en varios países, que han segado cientos de vidas, pero eso no significa hacer una equiparación tal. Ante todo, respeto.



Y voy a Shostakovich, acordándome de un comentario en este blog, de un lector que me achaca incongruencia. Se cumple este año el centenario del nacimiento del compositor ruso. Sh. no fue un disidente, si eso es lo que piensa este lector, por el hecho de que yo hable de él después de comentarios (o antes, no recuerdo) sobre la libertad de expresión. No escucho su música pensando que "mira lo que sufrió este pobre artista, con los malos comunistas". Al contrario, para mí Sh. representa el compositor ruso por antonomasia, con todo lo que ello implica. Recordemos las críticas de Stalin a su ópera Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, que Sh. consideró justas, y como respuesta entregó la Sinfonía nº 5, que supuso su reconciliación con el Partido. Cierto que en privado sus críticas fueron constantes, que llegó a comparar a S. con Hitler, como se demuestra en cartas que fueron publicadas con polémica por Volkov. Pero ante todo, Sh. fue conocido y popular, porque su música evocaba sentimientos cercanos a los de la gente, la gente de la Unión Soviética, como nos recuerda un director que lo interpreta como nadie, Mariss Janssons. Para de alguna forma solucionar esa neurosis íntima, ese debatirse entre la presión política y sus necesidades privadas, dejó las obras "grandes" cercanas a la política artística del país, mientras que en su música de cámara, y sobre todo en sus cuartetos de cuerda (que es su música que prefiero), se muestra más personal y da rienda suelta a su compleja personalidad. El control que las autoridades ejercía en los géneros "mayores" aquí se diluía, y se sentía con más fuerza para hacer lo que en verdad quería.

No me gustan los disidentes, porque me parecen gesticulantes en exceso, como diciendo públicamente: "mirad, así me tratan éstos, y como no lo soporto más, he de marcharme", dando la razón a los que piensan que un clima político adverso es capaz de superar el esfuerzo de los individuos, y no al contrario. Rostropovich (a quien escucho estos días, no sólo en el concierto para vc. nº 1, sino en piezas de cámara de Britten y Debussy) sí que fue un disidente, y a pesar de todo, respeto su arte, su manera de tocar, que es espléndida en estos primeros años, en los 60 sobre todo. Pero nunca me gustó Cabrera Infante, ni me interesa lo que dicen o hacen otros estandartes anti-Régimen. En España, todos esos que se jactan de haber participado en manifestaciones y actos antifranquistas, no consiguieron echarlo del poder, Franco murió en la cama y en larga agonía, y luego vino lo que vino. Me gustan los resistentes interiores, como Shosta.

¿El libro de Volkov como hoax?

miércoles, febrero 08, 2006

La vida es un don, II

Isabel Coixet es una creadora extraordinaria, y en su último filme, La vida secreta de las palabras, lo demuestra más que nunca. No sólo escribió la historia, que es tremenda, sino que dirige con mano férrea a los actores (no cree que sea buena idea que ellos aporten cosas), y encima lleva la cámara en la segunda unidad de rodaje, como se vio también de De cerca. Antes de verla (anoche) leí ese artículo de John Berger (uno de los dedicatarios de la cinta), en donde realiza algunas reflexiones sobre esta película de gran alcance. Habla de una secuencia impactante, de una honda emoción, cuando Hannah (Sarah Polley) se desnuda ante Josef (Tim Robbins) para mostrar sus pechos, y su torso lleno de cicatrices, que le hicieron durante la guerra de los Balcanes, una guerra ya olvidada, como dice más tarde su consejera en Copenhague. Berger, un maestro que nos enseña nuevas formas de mirar el mundo, relaciona esta escena con un cuadro de Tintoretto, en donde aparece una mujer en este gesto, con un collar de perlas en su cuello, aquí nada. También nos habla de cómo esta desnudez es más íntima que una que busque el contacto sexual, porque de lo que se trata es de compartir el dolor; y eso es lo que hace que salte la magia. Porque el mundo se divide en dos: los ricos organizados contra los pobres, en una especie de Cuarta Guerra Mundial, que comenzó en 1995, hace unos diez años, y que marcará todo este siglo XXI. Los seres que aparecen en la película son todos supervivientes, que se mueven en escenarios inhóspitos (una plataforma petrolífera, una fábrica textil, suburbios de ciudades degradadas...), que no parecen tener una casa, un hogar, como el resto de personas. Y en esos espacios de miseria moral, han de unir sus fuerzas para sobrevivir un día más. Lo hacen a través de la música, aunque no guste la misma a todos, obvio; y a través de la comida (la dieta austera de Hannah, con su arroz /pollo/ manzana, frente al otro trabajador de la plataforma, que quiere carne, y Deep Purple o The Kinks en la radio). Llega un momento en que hay que tomar una decisión, y ese momento, es verdaderamente maravilloso, por no hablar de esa voz en off infantil, misteriosa pues nada sabemos de dónde viene y por qué. La vida esconde un secreto, en el centro de este deseo ardiente hay un ansia por seguir adelante, aunque no todos lo puedan alcanzar (como ese suicida de la plataforma que origina la tragedia y da arranque a la película misma). En definitiva, cuatro merecidos premios Goya, para lo mejor del cine español, aunque esto de las nacionalidades no vaya con la Coixet.
***

No me interesan para nada los puteríos de Alicia, la protagonista de La mujer de ninguna parte de Javier García Sánchez (Ediciones B, 2000). Es la típica cuarentona que se ha casado muy pronto, que ha cumplido con la misión femenina de tener hijos (la parejita, qué bien), y que llegada esa edad crítica, decide vivir el sexo, por fin (sí, eso es cierto: en la primera mitad de la vida, los hombres buscan sexo y las mujeres amor, y luego se invierten las tornas). No me interesa su historia con Andrés, que es un tipo indefinido (¿qué es eso de que pertenece al Cuerpo Diplomático?), y cuya gimnasia sexual con esta Alicia me la trae floja. Es que no me interesa nada de lo que aquí se cuenta, me parece todo tópico (sí, ella profesora de Arte y con una galería compartida; él hombre de negocios, cada uno con sus líos por fuera; amigos pedorros, etc.), muy manido. Los diálogos son escasos y poco creíbles. ¿Qué le ha pasado a JGS, después de aquella joyas, hace tiempo, como El Mecanógrafo o La Dama del Viento Sur? Es un caso claro de escritor que dio lo mejor de sí en sus primeros años literarios, y luego perdió la chispa, y cayó en las más vulgares historias de la gente corriente. Pero yo no quiero leer sobre gente burguesa, sobre pasiones adocenadas, yo quiero gente estrafalaria como Ignatius Reilly, o como el narrador de la novela de Hortelano, ese borracho y cínico despiadado que luego se vuelve atisbador de fantasmas.

Mira, si no sabes mostrar, todo lo tienes que decir (contra el consejo imprescindible de Nabokov), mejor dedícate a otra cosa. Si sólo sabes usar metáforas ñoñas, en una traca imparable, apaga ya (JGS y sus metáforas tan viejas, tan gastadas). No, por favor, no más historias manidas. Dime algo, muéstrame una gente, cómo se mueve, cómo habla, pero no me metas rollos patateros, no quiero saber lo que tú piensas. Así que, tras dos decepciones hispanas, voy a tener que volver a mi querido mundo anglosajón. Hoy día, cualquier película mediana vale mil veces más que estas chorraditas de novelas.

martes, febrero 07, 2006

La vida es un don

Eso dice la pedorra de Carlota, en la novela insoportablemente cursi de Marzal, que ya dejé de lado.

Y será verdad.

Pero la Policía Local de Marbella mata a un hombre, y aquí no ha pasado nada. Lo que incordia, es eliminado. Con denuncias falsas, con ayuda de los empleados de hotel.

Por eso, digo: serán felices los que están dentro. Dentro de la mafia vital.

El concierto nº 1 para violoncello de Shostakovich, en versión de Rostropovich y la Orq. de Philadelphia, dirigida por Ormandy (grabación realizada pocos días después de su primera interpretación en esa ciudad estadounidense). Sonido perfecto, maravillosa creación de una obra inmortal. Shostakovich es una de las pocas cosas que pueden alegrarme: el arte más allá de las miserias humanas.

Y los días pasan, y sé que antes hubo un vacío, que no estaba en ninguna parte, y que después, será algo de lo mismo, ¿o no? Pienso cada día en la muerte, en lo que vendrá después, en que de este siglo no pasaré, no sé siquiera si de la mitad del dichoso siglo XXI. Y toda esa crueldad refinada que es la vida, seguirá sin mi presencia, y ya no hablaré con M., y ya no veré más películas (tampoco leeré la prensa ni veré las malditas noticias contándome las monstruosidades de la ciencia: una mujer monstruo se enorgullece de su nueva cara; un hombre de su nueva mano). Y todo dará igual.

Somos animales camuflados: ante mí pasa un chaval con aspecto de pocos estudios, que me mira y guiña para indicarme lo buena que está esa rubia que va ahí delante de mí: su culo, sí, bien marcado por el ceñido pantalón, su pelo rubio oxigenado. Pero seguro que no será para tanto. Lo que pasa es que somos animales, y queremos siempre la carne, hundirnos en algo que nos dé sentido. Pero uno sabe por fin que la vida carece de sentido, que la imaginación tampoco puede proporcionarlo: sí, Andrés Ibáñez, la vida carece de sentido, y muchos libros... tampoco.

No debemos molestar al prójimo, y menos que menos, a los musulmanes.

La libertad de expresión es el juguete tonto de Occidente, pero eso no nos hace mejores. El juguete también se rompe, y el fascismo cotidiano es algo que los tontos narcisistas no pueden ver.

lunes, febrero 06, 2006

Escenas rescatadas

(de la belleza del mundo)

1. Un perro corriendo por la playa, persiguiendo una piedra que su dueño le arroja: cuando deposita la piedra a los pies de éste, no puede más con su alegría, y ladra dos veces; antes de que la piedra salga de la mano del dueño, ya está corriendo en la dirección en que la piedra irá, y al atraparla, regresa, pero esta vez a menor velocidad. Lo que le emociona, es el deseo de, el saber que la piedra irá de nuevo.

2. Dos lectoras, en tumbonas, arropadas con una manta, en un día invernal (ayer al mediodía). Veo el libro de una de ellas abierto sobre su regazo, y pienso en la novela famosa de Thomas Mann. Yo me alejo con el mío, sabiendo que echaré de menos esta feroz caricia del viento. Pensando que podría comprarme algún día, tal vez en otra vida (pero no hay más que ésta), una casa en una isla llena de viento.

3. Volver a ver Bagdad Café, la mítica película de los años 80, que permaneció tanto tiempo en salas de V.O. La canción central, I'm calling you, vuelve a evocar los tiempos mejores, el clima emocional de entonces; J. S. Bach en el desierto; una alemana rotunda dibujada por un hippie romántico; una negra dulcificada por la comprensión; la poesía de lo inhóspito.

4. Una de las danzas eslavas de Dvorak, la op. 72 nº 2 (Mazurca-- allegretto grazioso), con esa dulzura cantabile, en interpretación de la Orquesta de Cleveland bajo G. Szell (una grabación histórica de CBS). También las últimas sonatas de Beethoven tocadas por W. Kempff.

5. Elgar, el final de un mundo de belleza, su concierto para violoncello, en versión de Paul Tortelier y la Orq. Fca. de Londres, Sir Adrian Boult.

(y por las noches haremos lo de siempre, porque nos gusta y porque nos divierte)

6. La historia de amor que cuenta el tercer narrador de Los reinos de la casualidad de Marzal, ambientada en Praga (sí, esa ciudad tan musical, y tan mozartiana), protagonizada por un español (médico anestesista) y una alemana (licenciada en filología germánica, admiradora de Kafka hasta el punto de llevar una foto de él en su cartera, como un novio secreto). Huele a Kundera. Las demás narraciones de esta novela no me interesan mucho, ni menos sus personajes, muy cínicos y creídos. Y esta Carlota de la inmensa sexta parte ya me cae gorda, así que lo más seguro es que abandone. Marzal no puede dejar de lado al poeta que es, y mete metáforas rimbombantes por doquier, y comparaciones van y vienen, y no sabe el arte del diálogo, por lo que todo queda como monólogo insoportable, y todos los personajes, el mismo orgulloso y cínico narrador. Bob tenía razón.

7. La pasión lectora de Isabel Coixet, vista y escuchada la otra noche en una entrevista (De cerca). Estoy esperando de ella otra recomendación, como la de Hortelano, y esta noche iré a ver su película premiada, y espero que en Madrid sigan dando esa obra de teatro para letraheridos.

miércoles, febrero 01, 2006

Arte

En una reciente exposición del Museo Reina Sofía de Madrid, titulada El arte sucede, se exhibía un vídeo de 53 minutos de Jordi Benito, realizado en los años ochenta, que mostraba la muerte a martillazos de una vaca; entre otras escenas lamentables, también se veía cómo clavaban puñales en el cuello al animal, mientras seguía vivo, para llenar copas de sangre. Un tópico cartelito advertía de que las imágenes podían herir la sensibilidad y blablablá, pero esta sangrienta zafiedad podía ser contemplada por cualquier visitante del museo, incluyendo los niños. La exposición, por cierto, me pareció de una mediocridad apabullante y más apropiada para un colegio mayor que para un museo. Esto lo digo por añadidura, porque desde el punto de vista ético el vídeo sería igualmente repugnante dentro de una exposición de alto nivel. Pero ni eso.

Hace una semana, la ONG Amnistía Animal presentó una denuncia contra el vídeo, e inmediatamente el Consejo de Críticos de Artes Audiovisuales difundió un comunicado en apoyo de "la libertad creativa del artista Jordi Benito". Cuánto me conmueve la honda preocupación del Consejo de Críticos por la cosa artística. Eso sí, no entiendo su concepto de libertad creativa. Creo que hay entre nosotros un problema semántico, lo cual por otra parte no me extraña, porque no hay más que leer las críticas de arte para ver que suelen estar escritas en un parloteo incomprensible, en una jerga rimbombante que más que un instrumento de comunicación parace una herramienta de poder.

Me temo que es desde esa parcela de poder desde donde han sacado el comunicado. Porque la libertad nunca es absoluta. Si admitimos que grabar el sufrimiento y la muerte de un animal puede ser considerado arte, ¿por qué no va a serlo también una película snuff, por ejemplo? Me refiero a esas filmaciones pornográficas en donde se tortura y se mata de verdad a la víctima. ¿No resultarían tremendamente elocuentes y revulsivas? ¿No podrían incluso justificarse como una representación icónica de la violencia arquetípica (o cualquier jerigonza por el estilo)? De los críticos de arte esperaría yo, precisamente, un esfuerzo por analizar los límites éticos de la creación, no este apoyo a la brutalidad corporativa.

(Rosa Montero, El País, 17-1-2006).
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Sólo añadir a esta acertadísima columna, que yo también estuve allí, la ví de pasada en enero (arte conceptual español desde los años 60 a los 80), y que este vídeo, en donde la gente se agolpaba curiosa, me pareció repulsivo, le dije a M. que nos fuésemos deprisa, porque me estaba poniendo malo. Encima, los payasos que intervienen en el vídeo, hacen pantomimas de torero, etc. El vídeo es de una crueldad intolerable, y nada puede justificarla. Si allí hubiese estado Elizabeth Costello, habría dicho unas cuantas palabras. Sólo espero que el "artista" y todos los que colaboraron en semejante engendro, lo paguen bien, que se haga un vídeo snuff con ellos dentro.

Medio muertos

Leo algunos comentarios que me han dejado a una anterior entrada, y pienso en lo que significa estar vivo, y no puedo obtener una mínima respuesta válida.

El alma se expresa, sale por, mediante la voz.

Si alguien canta, me encanta.

No me siento realmente vivo últimamente, nadie me abraza, nadie me cuenta en murmullos confidencias, y sobre todo, no hay una voz maravillosa que me hipnotice, sólo... ruidos, malditos ruidos. Lo malo no es atiborrarse de glutamato monosódico, sino no poder evitar la sonosfera infernal.

Hay que despertar, mientras tanto, estamos muertos.

Para despertar, como el Buda lo hizo (el Iluminado), es menester un trabajo concienzudo. Y no estamos para semejantes trabajos de des-prendimiento.

Una encuesta dice que la juventud actual es muy pasota, que no confía en los políticos, que no quiere comprometerse. La juventud española, salvo excepciones, sólo desea el dinero, la droga, es gente práctica, cínica, aburrida... muerta.

Después de casi dos semanas en compañía de Bert, Tub, Pablo, José María, Mary, Merceditas, Sagrario..., ahora me siento vacío, por eso necesito una novela similar, con igual carga emocional, con igual trabajo de escritura barroca. Por suerte, ese libro existe, y se llama

Los reinos de la casualidad, de Carlos Marzal.

Para estar vivos, hay que despertar. Otra cosa es sentirse vivo: basta la risa, los sonidos naturales (no los odiosos que proceden de la enferma mente del hombre), un suave placer, y sobre todo, una voz de soprano, o un piano que nos desgrane el mecanismo aguerrido del mundo. Para sentirse vivo, basta con salir a la intemperie, mojarse, caer en el barro, y sufrir algo más allá de este mundo.