La música contemporánea...
... es como la muerte.
Salvatore Sciarrino, pequeño escándalo con su obra
Quattro adagi per flauto dolce e orchestra, en La Scala de Milán, el pasado 26 de mayo. Alguien del público grita "¡basta!" cuando la obra va por la primera sección o así, le hacen callar, pero al final, cuando tienen que venir los aplausos, vienen también los abucheos. ¿Por qué molesta esta música secreta, hecha de pequeños gestos, de dificultades técnicas para los intérpretes, de silencios y pequeños estallidos?
Porque de una forma tangencial pero no por ello menos evidente, nos recuerda que vamos a morir, que lo que nos espera es una eternidad, una región de tinieblas en donde ya no veremos la luz de nuestros días. Esa chispa de luz entre dos oscuridades que es la vida, y que no sabemos apreciar ni disfrutar debidamente.
Sciarrino-Scirriano (cuya música, en efecto, chirría) nos pone ante lo insoslayable, el momento final, la muerte que viene a llevarnos definitivamente. La muerte es siempre un adagio, y por ahí suena una flauta desquiciada, y tal vez lo único que podamos pronunciar, al final, sea algo banal como "dadme las gafas", porque ya no hay más tiempo y comienza el no-tiempo, la región más transparente sin distancias ni reflejos. La música del italiano está hecha de
insistencias, no encontraremos una melodía reconocible, porque al otro lado no hay canciones, sólo una continuidad grisácea. Lo que insiste con esa fuerza desquiciada, es lo que nos saca de nuestras casillas. Esperamos alguna frase melódica, y no amanece, sólo esta desazón e iquietud sin motivo, este laberinto en el que uno se pierde sin remedio: Sinfonía nº 2 de Jesús Rueda. No podemos orientarnos, el paisaje resulta desconocido, y sin embargo esa acuciante sensación de ya visto, ya estuvimos aquí, los caminos son los caminos que transitamos siempre, pero olvidamos cada noche el recorrido. El minotauro está al final del intrincado laberinto. Pero ya no podemos despertar. Tenemos que seguir el viaje imaginario, Francisco Guerrero in memoriam. Llega un momento en que estamos en "ninguna parte", una región que conocemos bien, aunque lo hemos olvidado a conciencia (siempre se olvida lo desagradable, las regiones de pesadilla). Y de repente, "ahora-aquí", conocemos el lugar, el sendero, el que lleva a la casa, desde ahí arriba se ve el mar, toda la línea de costa.
Suena un violín solitario, es como una vieja canción de pena, la melancolía de los viejos otoños en la casa de campo, las hojas secas, la carraca de los pájaros. Poco a poco la voz se va extinguiendo, hasta que no queda más que un fleco de voz, una ausencia.
P.D. Otros títulos de Sciarrino:
--Lo spazio inverso.
--Infinito nero--Estasi di un atto.
--Introduzione all' oscuro.
Etiquetas: Primero la música