lunes, enero 31, 2005

Políticamente correcto


En estos días sigo leyendo a Edmund White, pero esta vez traducido a nuestra lengua, tengo que descansar un poco del inglés (aunque no por mucho tiempo...). Se trata en esta ocasión de su libro de cuentos Desollado vivo (Skinned Alive, 1995), nueve relatos sobre la experiencia de la homosexualidad en la era del sida. Supone un fuerte cambio respecto de sus dos primeras novelas, que en alguna parte de aquí se califican como de apolíneas, y también de Caracole, que sigue esa línea de fantasía y barroquismo, con la música en primer plano. Aquí, en cambio, nos sitúa de pleno en los lugares que conoce, o que ha podido conocer por amigos, y las aventuras son reales, tal vez demasiado reales. Me salto ahora para este comentario los que tienen un escenario decididamente gay, y me centro en uno que es deliciosamente irónico, en la línea de los nabokovianos Pnin (desventuras de un profesor europeo en Estados Unidos) y La verdadera vida de Sebastian Knight, con su planteamiento sobre la casi imposibilidad de conocer la vida de alguien. En este caso, un profesor bastante cutre quiere escribir (por dinero, claro) la biografía de un escritor, Charles, a su vez un consumado biógrafo (no olvidemos que White tambien lo es, ha escrito una monumental sobre Genet). Lo que me llamó la atención y me hizo reír fueron los comentarios ácidos, desde la óptica de Charles y su mujer, de la cultura estadounidense: ellos, como "extranjeros" (ella francesa, él de pasado multiétnico, como se diría ahora), son ideales para hacer un retrato sin contemplaciones de ese mundo paradójico:

"No había habido nunca en la historia una cultura menos coqueta, menos seductora. En la calle, nadie miraba a nadie. En una cita, no había burlas, ni flirteo, ni cortejo. Al parecer, se pasaba directamente de la indiferencia al sexo seguro o de los copiosos bostezos a la violación" (Destino, 1997, p. 143).

Como profesor de francés, como esteta implacable, Charles recuerda mucho al exquisito culturalmente Humbert Humbert, que adereza su narración con constantes palabras francesas. Hay otro pasaje que me gusta mucho:

Hasta ese momento Charles no había tenido ningún problema, puesto que se había mantenido escrupulosamente neutral, incluso neutralizado, en toda "cuestión relacionada con el género" y había incluso ganado unos cuantos puntos adicionales al proponer un curso sobre Luce Irigary, Helène Cixous y Monique Witig, tres fútiles farsantes francesas que sólo las feministas estadounidenses seguían mencionando (ídem, p. 144).

Recuerdo que empecé a leer hace tiempo un libro titulado El estudio y la rueca de Michèle Le Doeuff, pero después de varios intentos lo tuve que dejar, cuando se ponía a exhibir estadísticas (¡qué odio!), es decir, cuando se le acababan los argumentos y quería simplemente quedar bien "con los tiempos". También me acuerdo de una "fotógrafa" que conocí en un seminario de estética, y de lo mucho que apreciaba los Cultural Studies, esa cosa tan popular en USA, y que engloba un poco de sociología, un poco de psicoanálisis, antropología barata, literatura, arte conceptual y no sé qué memeces más. Ella en realidad me caía bien, de hecho a punto estuve de liarme con ella en un tiempo bien crítico, pero al final me retiré, tal vez por pura cobardía. En ese tiempo yo era un mero observador (de hecho, lo sigo siendo: clara superioridad de éste frente al productor, como pensaba Musil, y como sostiene también mi admirado Sloterdijk), y todas estas "disciplinas" me llamaban la atención, pero ya me daba cuenta del ascenso imparable de lo políticamente correcto.

Digámoslo claro: lo políticamente correcto, que interesa ahora también a mi amigo Cosmodelia, es la modalidad estadounidense del fascismo cotidiano, ése que nos envuelve como una malla. Los Estudios Culturales, que tanto ha criticado Harold Bloom (a quien respeto muchísimo) son responsables de todo ese moralismo barato disfrazado de posmodernidad y "respeto para las minorías": pero ya no sólo eso, sino "poder para las minorías", y aquí hay que cambiar la lengua y desechar lo connotativo, hay que ser neutros, es decir, asquerosamente correctos, por el bien de ¿los oprimidos? No conozco mayor opresión que el no poder insultar, el no decir las cosas directamente.

Se reía entre dientes [Catherine] de los estudios homosexuales, los manuales de estilo políticamente correctos que aparecían en las publicaciones universitarias, las evaluaciones de los profesores por parte de los alumnos, sí, de los alumnos; sonreía con júbilo de conservador de museo cuando se enteraba de que no había asistido nadie a una asamblea local de lesbianas porque no se había proporcionado ningún mapa del emplazamiento de la reunión, en algún lugar remoto de las afueras, para no favorecer a quienes veían en detrimento de los "visualmente diferentes" y evitar la acusación de "visualismo". Se frotaba las manos ante el modo torpe y solemne en que los jóvenes estadounidenses sistematizaban las caprichosas provocaciones expuestas mucho tiempo atrás por Barthes, Derrida y ese impenetrable e ilógico Lacan (ídem, p. 153).

Mejor reír, para no llorar, o cerrar los puños de rabia, porque esta farsa es tomada en serio por la mayoría de universidades del país, y lo peor es que ha sido exportada a buena parte de Occidente y no sé si de otros lugares. Ya cuando estudiaba me daba cuenta de algunas de esas payasadas en Pedagogía, por ejemplo. Aunque en la universidad lo único que interesa ya es el Mercado, nada más. El otro día en el telediario de la noche escuché que hablaban de gente "de talla baja", para referirse, ¡sí!, a los enanos. En un maldito curso que hice de Logopedia escuché esas cursiladas a una profesora (casi todos los asistentes eran mujeres), y nos instaba a realizar ejercicios de desaprendizaje del machismo, el tener que decir siempre "ellos" y "ellas"... Sí, mejor tomárselo con humor, como hace el narrador del relato. Como dijo en una entrevista Michael Stipe, el cantante de REM: "Lo políticamente correcto es puro fascismo". ¿Sabes lo que te digo, querida profesora, estimado corrector de estilo? Fuck off.

sábado, enero 29, 2005

En la frontera


Hay todavía un compromiso dentro del mundo del cine, y tal vez una de esas artistas que gusta de arriesgarse en estos tiempos cómodos es Chantal Akerman. En el año 2002 realizó un documental sobre los mexicanos que intentan cruzar la frontera hacia Estados Unidos, en donde piensan que van a encontrar mejor vida, cuando lo que consiguen algunas veces es toparse directamente con la muerte. Esto, por desgracia, nos es bien conocido en estos lares, muchos africanos mueren en el Estrecho y también cerca de las costas de Canarias, y el Gobierno sólo sabe hablar de las mafias que empujan a esta gente hacia la muerte, no ven los motivos reales del desplazamiento, pero bueno... La directora belga de origen judío (ahora que se conmemoran los sesenta años de la liberación de Auschwitz, hay que recordar que sus abuelos y su madre fueron a parar allí) cuenta que el impulso para rodar el documental le vino cuando leyó o escuchó hablar de estos mexicanos que trataban de cruzar la árida frontera, de cómo los del otro lado se referían a la "suciedad" de esos pobres que querían una mejor vida para ellos y sus familias; entonces, hizo la asociación con otros momentos de la Historia, se dio cuenta del fascismo profundo que subyace a esas palabras. Con esta manera de trabajar demuestra que no sólo es una concienciada del problema social, sino que tiene un estupendo oído para los matices lingüísticos, ahí donde se esconde el racismo y demás. Además, ese muro, esas alambradas que separan los dos países americanos, recuerdan bastante otras alambradas, otros muros.

De l'autre côté no es documental al uso, dominan los planos fijos, el travelling muy lento, que de alguna forma se adaptan al tempo del desierto. La habilidad de Akerman para hacer que miremos, que reflexionemos durante el visionado, es algo poco frecuente. Entre "entrevista" y "entrevista" (sólo escuchamos su débil voz, nada que ver con los documentales propagandísticos de Moore), planos estáticos, paisajes desolados, imágenes oníricas (como la de la vigilancia policial en la noche), ese viento que parece decir: "aquí se acaba todo", el muro, las luces finales hacia el Sueño Baldío...

La directora estaba presente en la sala, llegó un poco tarde, pero al final mereció la pena. Resulta que en la sala estaba un hombre de cabello muy blanco y largo y no menos poblada barba, parecía un viejo sabio de los cuentos infantiles, y como no empezaba la película, decidió levantarse y hablar un poco, invitando al público a expresarse. Un imbécil del final aplaudió, y él contestó que eso no significaba nada, o "cállate", si tenía algo que decir, ¿por qué no lo decía? Luego durante la proyección, también hizo el intento de hablar, colándose por entre el silencio tenso de las imágenes, y le hicieron callar. Lo que más me gustó fue cuando le cortó el rollo a la galerista Elba Benítez, en donde precisamente Chantal iba a inaugurar una instalación basada en este filme. ¡Así se hace!, esa tía me estaba poniendo enfermo, con su lista de exposiciones y demás verborrea estúpida, los galeristas son lo peor del mundillo artístico, con diferencia. Que hable Chantal, y bien que lo hizo (como el día antes, presentando Toute une nuit), breve y yendo a lo esencial. Dijo lo de la suciedad, lo que piensan los rancheros de esos "intrusos", a los que llegan a matar con sus escopetas, pues aman por sobre todo la propiedad privada, y como se dijo en la cinta, se los caza..., esa gente que puede transmitirles enfermedades (escalofriante la entrevista con los fascistas rurales, y con el sheriff).

Pues aquí está, Chantal ha venido para quedarse, en febrero se verán muchas más de sus películas, muchas experimentales, como la ya citada, de 1981, encuentros y desencuentros, baile, calor y lluvia en una larga noche de verano. De ella sólo conocía la deliciosa, pero comercial, Un diván en Nueva York, y ahora descubro su fascinación por los grandes paisajes, por los grandes problemas, y la siento cercana.

miércoles, enero 26, 2005

Realismo visceral

Sus pechos están hechos papilla y parecen azules y desinflados, y los pezones son una mancha parda desconcertante. Rodeados de negra sangre seca, están puestos, y de modo más bien delicado, en una fuente de porcelana que compré en la Pottery Barn, encima de la máquina de discos Wurtlitzer en el rincón, aunque no recuerdo haberlos puesto ahí. También le quité toda la piel y la mayoría de los músculos de la cara, de modo que ésta parece una calavera con una larga y ondulada melena rubia que le cae de una cabeza que esté conectada a un cadáver entero y frío; tiene los ojos abiertos, pero los glóbulos oculares le cuelgan fuera de las órbitas, sujetos por unos pedúnculos. La mayor parte de su pecho resulta indistinguible del cuello, que parece carne picada, mientras que el estómago parace una lasaña de berenjena y queso de cabra Il Marlibro, o una especie de comida para perros, siendo los colores dominantes el rojo y el blanco y el marrón. Algunos de sus intestinos están aplastados contra una pared y otros forman bolas que están esparcidas por la mesita baja de cristal como serpientes azuladas, gusanos mutantes. Los parches de piel que le quedan en el cuerpo son de color gris azulado del color del papel de estaño. Su vagina ha despedido una especie de sirope pardusco que huele a animal enfermo, como si hubiera digerido la rata a la que he obligado a entrar en ella.
American Psycho, Bret Easton Ellis, Ediciones B, 9ª ed. (1992), pp. 404-405.

Recuerdo que leí esta impactante novela en pocos días, me la dejó un amigo que dijo que le había gustado, y no me lo pensé dos veces. Escrita por su autor con poco más de veinticinco años, es una de las muestras más contundentes de esa podrida década de los 80, que yo recuerdo con otros pálidos brillos, pero que en el fondo fue más bien nauseabunda (la Thatcher: "No hay alternativa al capitalismo", y demás). Procesión vertiginosa de marcas, de nombres de restaurantes, locales disco, gimnasios, etc. Sexo explícito, con grandes dosis de violencia. A su lado, Michel Houellebecq es sumamente recatado. Pues bien, todo esto ha salido porque ayer estuve leyendo el comienzo de una novela de Dennis Cooper, Contacto, que en un estilo diferente viene a contar casi lo mismo (aunque en su caso, las relaciones sean homosexuales y entre hombres): la violencia imparable de la sociedad occidental, la falta total de ideales o de actitudes mínimamente esperanzadoras. Un punkie de dieciocho años, uno que se cree una estrella del pop, otro que ve las cosas pasar..., anomia absoluta en el corazón del Imperio. Ya el remate es leer a Douglas Coupland, sobre todo ese minimalismo de La vida después de Dios, con sus ingenuos dibujitos en cada apartado. Esto es nihilismo del peor, y parece que, como reza el final de la novela de Ellis, no hay salida de este laberinto turbio. Así que nos quedamos encerrados con esta pornografía, un aire caliente como de boca de metro, y poses, todo es tan asqueroso y vacío como la vida de Bateman.

Así que por fin voy a leer a Bolaño, después de tantas recomendaciones en foros, en revistas y demás. Empezaré con Los detectives salvajes, porque hacerlo con 2666 me parece demasiado, antes quiero saber un poco los antecedentes. Y así a lo mejor entero de una vez de qué es eso del realismo visceral. Aunque me parece que ya lo sé...

***

No soporto la gente que lleva un anillo en el pulgar. La gente que lleva esas gafas fashion, que les da aspecto de alienígenas. Creo que cuando se las quitan se deshacen. Tantos y tantas soportados por la insoportable levedad de la moda. Me gusta la gente que va a su aire, que viste incluso de forma extravagante. Una jovencita de rostro angelical, botas blancas de pelo con unos curiosos cordones que las atan doblemente, y el programa de un concierto de música contemporánea en la mano. Me encanta ese aire de despiste y bohemia que se respira en la Filmoteca. Los restaurantes vacíos, pero que prometen una orgía gastronómica. Me gusta este frío que hace que todo esté precioso, a la temperatura ideal para el abandonarse al flujo.

martes, enero 25, 2005

El sonido es Dios

Viajar hasta el interior del sonido: reconstruir su campo energético, hacer que los sonidos traspasen a esos músicos maravillosos que son médiums (vaya palabro), aunque esto poca gente lo sabe.

Puede que estemos en un momento de encrucijada en que hay que abrir nuevos caminos, y el jazz ayude. El oyente tiene que respetar los silencios, las turbulencias.

Hacerse activo en la escucha. Ser sombras, oídos a la deriva. Cribas por donde pasa sólo la resonancia perfecta.

No, sucia, y perversa, tú me dijiste que ya no querías saber nada (¿de mí?), pero el sonido que no cesa está construyendo una maldición por la sordera en que has de pasar el resto de tu vida.

Hay gente, la mayoría de la gente, que no se deja habitar por el sonido. Y no hay más Dios que el sonido. Pero esto pocos lo saben. La mayoría sigue confiando en lo que ve, maldita sea, os cegaría a todos.

Los músicos salen de escena, son tan jóvenes, tan aplicados, tan serios en apariencia, y tocan cualquier cosa. Nosotros estamos enfrente, es decir, tras-pasados por la energía.

Cruz del Rayo es mi estación favorita: ahí la música está por todas partes, y en ninguna.

La gente que lee toma su hostia consagrada, se llama El código Da Vinci, no sé bien a qué sabe, seguro que como las hostias que el cura da a los fieles, es decir, a telarañas. Cómo es posible que media humanidad esté rendida a un libro, como si fuera una presencia ineludible. Tanta gente leyendo, para nada. A veces me dan ganas de tirar todos los libros por la borda.

Abandonarme a la infinita escucha.

lunes, enero 24, 2005

Máscaras

La chica se llama Margaret y nació en Connecticut. Pero ahora tiene una edad indefinida, un aspecto andrógino y vive casi enganchada a la violenta y posesiva Adrian, que viste de negro y "canta" a su caja de ritmos (¿os acordáis de la cinta magnetofónica de Andy Warhol?). Constantemente vemos el skyline de Nueva York, esa ciudad de cemento y cristal, que nunca duerme. Desde la azotea en donde vive M. se contemplan unas vistas estupendas de los rascacielos, ¡todavía estaban las Torres Gemelas! Allí, entre fiesta y fiesta, un platillo volante llega para quedarse y observar. Todo es apariencia, pinturas en el cuerpo y ropas estrafalarias, música encajonada, ¡y la Sonnerie de Marin Marais se transforma electrónicamente! Como Margaret es tan atractiva (¡cómo me recordó a Gwen cuando se muestran las fotos de su vida antes de!), todos quieren follar con ella, pero ella no tiene muchas ganas, se deja estar como una tabla, lo mismo que me dijo Frédérique aquella noche de impaciencia y frío. Y la cosa es que le gusta, pero como un pasatiempo, y además, está su relación con la lesbiana, que quiere llevársela a Berlín. El que no deje de coquetear con su profesor de arte dramático (Owen), es algo que tendrá sus consecuencias (me encanta esa escena de seducción allí en lo más alto, aunque se vista con esas pintas, ella es deliciosa). Las mujeres de Nueva York son las más hermosas del mundo, decía en un corto el pagado de sí mismo Hal Hartley; y puede que sea verdad. No hay vida fuera de las ciudades. Madrid, claro que sí. Bueno, resulta que también aterriza un "científico" alemán (¡todavía estaba dividida Alemania!) que está investigando el fenómeno de las presencias extraterrestres: y resulta que hay una conexión entre su estancia en la Tierra y los opiáceos, que segregan los humanos en su propio cerebro y en el momento del orgasmo. Era el tiempo en que todavía había yonquis con la jeringuilla a cuestas. Era el tiempo de lo naïve, de las canciones que hablaban de drogas hermosas como atardeceres y de amores sucios. Oh Margaret, que no ha dejado de creer en un príncipe que vendría a rescatarla. Al final, se viste de blanco, con un vestido amplio, para volar por fin en el recibimiento de su prometido. "Y mato con el conejo"... El orgasmo estaba desplazándose a la derecha. Una mujer judía ama las gambas, se quiere entregar al Maestro de Alemania, pero éste se escurre siempre. Pálida, estremecedora juventud.



La película se llama Liquid Sky y la dirigió Slava Tsukerman en 1982. Entonces era tan joven..., y había tantos cielos por descubrir, tantos infiernos esperando...

viernes, enero 21, 2005

Misterios profundos

Hace algún tiempo estuve en una exposición de Gerhard Richter en el CAC de Málaga, y allí, en aquella retrospectiva, me quedé fascinado por un cuadro en concreto, uno bastante grande y que "representaba" una pareja de enamorados en un bosque. Me pareció tal el romanticismo que emanaba de ahí, que me quedé un rato mirando, mirando... Y lo más curioso de todo es que no había una profusión de colores, nada especial, es más: dominaba el gris, los matices de gris y blanco y ceniza, nada más. El cuadro estaba en una encrucijada matérica, en donde lo "real" estaba derivando hacia una abstracción un poco tenebrosa. En la exposición no encontré el cuadro que he puesto ahora, el de Betty, sino que dominaban las muestras de su etapa abstracta, que me gustó menos que el que he señalado, o uno que era un inmenso lienzo que presenta un mar más bien invernal, también de tamaño impresionante. Y sin embargo, esos cuadros en donde las manchas proliferan como las fantasías salvajes de un sueño...

Ayer tarde, leyendo el final de un ensayo de Slavoj Zizek sobre la fotografía (pero que trata en realidad de otras muchas cosas), me encontré de repente con unas reflexiones sobre este pintor, y me acordé enseguida de lo que vi en su día:

repentino tránsito( en una de sus series) del realismo fotográfico (ligeramente transpuesto /difuminado) a la abstracción pura de las manchas de color (...) o el proceso inverso, de una textura desprovista de objetos, de meras manchas, a la representación realista (...) como si de súbito nos hallásemos en la cara opuesta de una banda de Moebius.

Y prosigue el filósofo esloveno: "Richter se concentra en ese momento mistérico en el que una imagen emerge del caos (o, una vez más, tal vez en el momento opuesto, y no menos mistérico, en que una imagen nítida se difumina hasta quedar reducida a manchas carentes de sentido)". (Letra Internacional, nº 85, p. 16).

Es como si en esos trabajos de manchas arrebatadas, de concentración y desplazmiento rizomáticos, hubiera más verdad, más realismo y "realidad", que en los otros del realismo fotográfico, que por su elaboración perfeccionista semejan algo artificial, carente de vida. La inversión se ha producido, pero justo en el tránsito de un momento a otro, vemos congelado el proceso, y así, ese cuadro del bosque guarda todavía la artificiosidad realista (como para una representación wagneriana de esos héroes "muertos en vida" de los que también habla Z.), pero va derivando hacia algo borrascoso, deviene un puro abigarramiento de la materia, se abisma en la oscuridad que late, más real que la realidad misma.


Gerhard Richter, Dark, 1986


***

Acabo por fin Nocturnes for the King of Naples de Edmund White. Momento también de verdad: los gritos (de la noche) acallados por la esfera que tú, o yo, el mago, agarra aunque rueda a través de la mesa de billar tan verde como las capuchas paradisíacas del sultán y su amada dentro del jardín, su granada, palmera y fuente cercadas por la niebla y los aullidos de dos perros perdidos. Un círculo perfecto --esfera de perfección-- , un final cerrado en donde se concentra la felicidad (esa imagen del sultán, su amada, los pájaros que cantan en árboles, viene de la imaginación sufí); aunque ese final sólo se dé en la fantasía reparadora, la imagen cambiante de un enamorado herido y que no deja de recordar al "tú" al que dirige estos escritos. La imaginación y su ramificación viscosa, mejor dicho: sus rizomas constantes, sin dirección fija. Esta imaginación que se opone a lo real, a su brutalidad seca, a su goce salvaje sin pasar por el Otro. Espero que no se pierda, porque los tiempos son duros, y la pornografía galopante.

miércoles, enero 19, 2005

Fascismo cotidiano IV

Me gustaría no tener que seguir con esta serie, pero no podrá ser así. Esta sociedad es sumamente perversa, eso bien lo sabía Buñuel, que por otro lado pensaba que la imaginación era inocente, y todo lo que fantaseamos es permitido, es deseable además. Lo que no puedo soportar es la autocomplacencia de la gente, su estar ahí como si nada sucediera, y peor aún, engañarse, a lo grande. Supongo que la mayoría se ocupa de sus pequeñas cosas, porque no puede hacer más, o no da más de sí. Pero es en las pequeñas cosas, en los actos aparentemente minúsculos, donde se encuentra escondido todo el odio, toda la maldad, la perversa maldad de este mundo que no tiene remedio. No me cansaré de decir que es en los pequeños pueblos, en las ciudades medianas, donde el fascismo echa raíces y goza de mejor salud. En las metrópolis, por su naturaleza rizomática, eso es imposible, por eso la sentencia "no hay vida fuera de las ciudades" es una gran verdad.

Al final del día de ayer me encuentro con un tipo que pide sentado en el escalón de una casa, abrazado a un perrito que no es suyo, con el culo cortado de una botella lleno de unas pocas monedas. No llevo nada, le pregunto por Michael, y me hace un gesto como que "no anda muy lejos". Tampoco llevo tabaco, vaya. Cuando voy a dar la vuelta al final de la calle, me topo con el tal Michael, sonriente, con una litrona en la mano. Yo mismo la abro y doy el primer trago, luego va él. Hablamos un poco de todas esas cosas resabidas, pero que hay que decirlas una vez más: que la policía los molesta, que aunque ya está harta de ellos, va una y otra vez, encima una policía le dice que se baje los pantalones... "¿Tienes algún problema?", le pregunta el pitufo, y Michael le responde que ninguno, que tú tienes un problema, y el poli tal vez sonríe cínicamente y contesta, bravucón: "Sí, tú". ¿Qué harían estos payasos, supuestos guardianes de la gente corriente y brazos armados de la Ley, sin los pobres hippies, los seis o siete que hay en el pueblo? Un pueblo fascista a más no poder, que se relamía en las bostas del franquismo, y que ahora sirve a los "guiris" y sonríe, sonríe cínicamente. Michael tiene razón: los pitufos ya están hartos de ir a buscarlos, de mandarlos a Torrox (porque esta pobre aldea, que quiere campo de golf, no tiene ni partida judicial), para que todo el circo vuelva a empezar. Lo que esta gentecilla que llama a la policía no puede soportar, es que esos hippies se diviertan, se hagan sus fiestas, estén tumbados al sol sin hacer nada productivo, mientras ellos y ellas han hipotecado sus vidas a la "sociedad del bienestar". Leo en el panfleto local: A prisión por vandalismo en la Fuente de Europa, ¡seis días de cárcel y pagar la limpieza de las pintadas que hicieron con spray! Mentira, todo mentira: las pintadas las hicieron los niñatos del pueblo, los imbéciles que se reúnen en la dichosa fuente todos los días, con sus pedorras motos, los mismos que han grafiteado medio pueblo, pero claro, la policía no hace nada con ellos, son menores de edad, y sobre todo, son los cachorros fascistas del bendito pueblo.

En Cortegana (Huelva), un pueblo aún más pequeño, pues tiene unos cinco mil habitantes, el 1 de enero mataron a un deficiente mental. Detuvieron a dos tipos de etnia gitana. Hace pocos días, hubo una manifestación popular (dicen que promovida por el alcalde) y la cosa acabó en batalla delante de la barriada gitana, en donde viven unas doscientas cincuenta "personas". Hubo insultos, gritos, rompieron coches, quemaron contenedores, también la emprendieron con sus cultivos y los animales. La Guardia Civil tuvo que intervenir, y ahora el pueblo estaba bajo vigilancia constante, por temor a nuevos incidentes. Los gitanos dicen que a la próxima no se quedarán encerrados, que se tomarán la justicia por su mano. Risas amargas: ¿acaso no es lo que han hecho siempre? ¿de qué se extrañan, cuando son ellos los primeros en atacar? Lo siento, no puedo pensar de otra manera, no me gustan los gitanos: todavía no he conocido a un gitano que sea buena persona, desde el cabroncete que estaba en mi clase en la EGB hasta los mierdas que viven encima de la casa de mis padres. Por no hablar de casos más graves, como un famoso bailaor que atropelló y mató a un hombre en Sevilla, huyó sin prestar auxilio, yendo como iba sin carnet de conducir, y encima, metió a su hermano menor en toma la trama. Los gitanos al parecer se salen con la suya, por eso de vez en cuando tienen lo que se merecen. Pero no, hay que ser correctos, pensar que "no todos son iguales", y que ya está bien de que por uno paguen todos. Lo que me sirve es lo personal, no las estadísticas: y la experiencia me dice que son gentuza, que no pueden vivir con el resto de la gente.

Bueno, habrá que hacer algo, me susurra mi demonio. Sí, algo habrá que hacer...

P.D. Se me olvidaba algo: en los últimos días, al cruzar un paso de cebra habitual, justo cuando voy a pasar, un coche se acerca, ve claramente que voy a cruzar, y en vez de parar, ¿qué hace?, ACELERA! La segunda vez, ayer, iba en compañía de Tomás el polaco: la escena se repite. ¿Y quién creéis que conducía?, una mujer..., para que luego digan que tienen mejor comportamiento al volante. La pobre, tendría tanta prisa, algo urgente que atender, seguro... Tomás me dice que en otros sitios, un coche no pisa jamás un paso de cebra. En Galicia me dí cuenta que, aunque les gusta correr, los pasos de cebra son respetados con fuerza. Luego yo le conté cómo el otro día dos descerebrados en moto atropellaron a la perra que yo iba paseando (menos mal que fue sólo la perra, si me llegan a tocar a mí, les parto la cabeza, a esos dos mierdecillas que salieron rodando con la moto por delante). Él también sufrió algo parecido, esta vez en la carne de su hijo pequeño, él sólo se desahogó rompiendo una botella de cerveza al lado de esa gentuza motorizada.

lunes, enero 17, 2005

Capricornio

El día 13 fue el cumpleaños (ya 65) de Edmund White. Morton Feldman nació en enero, y también Ernesto Halffter, a quien ayer Pérez de Arteaga dedicó las tres horas del programa (escuché sólo hora y media, pero me gustó). Scelsi, por supuesto. También a él se le dedicó una escasa hora, ahora que se cumplen los cien años de su nacimiento (y encima, esas obras que puso ya las tengo, en las mismas versiones además, pero con todo, lo escuché, por eso de la inmediatez de la radio frente a lo más forzado de buscar y poner tus CD's). Lo que quiero decir es: toda esta gente nacida bajo el signo de Saturno, también ese ruso, Kalinnikov, que sonó en LNC, toda esta gente, hizo una música meditativa, casi triste. Tal vez el español es la excepción. Capricornio, qué le vamos a hacer.



El sábado por la noche, como en Radio Clásica no había nada interesante, moví el dial (eso que hago ya muy pocas veces) y me puse a escuchar un poco de música pop, música de otro tiempo: Lessons in love de Level 42; Perdido en mi habitación de Mecano, ¡qué tiempos!, los benditos 80, que recordé no hace mucho en El Bosque junto a Belle y otra gente. Uno de mis últimos entusiasmos, si a una "charla" virtual se le puede llamar así. En el Rastro de ayer también vi discos de aquel tiempo, Depeche Mode (todos sus primeros álbumes) y Dire Straits, y atrás en el tiempo, hacia ese tema que fue el superescuchado entonces, Bridge over Troubled Waters de Simon & Garfunkel. El inglés tenía como cinco cajas llenas de vinilos de música clásica (grabaciones raras, wow!) a un euro. Había puestos nuevos, mucha gente, muchas compras. El tiempo no estaba mal. No me paré con los hippies, sólo con Luis, para ver cómo estaba su perrito. No tenía muchas ganas de aguantar sus tonterías, y además, estaba Ramón, un gitano con muy "mala follá", con el que he discutido otras veces, y que resulta que es el dueño de otro de los perros...

En la tarde, viendo cómo las montañas se ponían cada vez más azules y el frío reptaba por mis pies hasta dejarme K.O. Beethoven por el Budapest String Quartet, en sus dos primeros cuartetos, del op. 18, grabación de 1959 para CBS. ¡Qué tiempos! Qué maravilla cómo se detienen en los tiempos lentos, y hacen esos silencios, esa suspensión temporal, para retomar de nuevo enseguida, pero por unos instantes, ha entrado algo que no es humano. Suenan estas piezas como por primera vez.

Mañana es mi cumpleaños.

jueves, enero 13, 2005

... y entonces hago una pausa y escucho los divertimenti de la época de Salzburgo de Mozart, hacia 1772: el K. 136, en Re mayor; el K. 137, en Si bemol mayor, y el K. 138, en Fa mayor. La versión es del Hagen Quartett (D.G.), en una caja triple que contiene todos sus cuartetos tempranos. Los hermanos Lukas, Clemens, Veronika Hagen, y Rainer Schmidt, tocan estas piezas con una ligereza pero sin desdeñar la precisión, que te envuelve enseguida, como un viento suave y perfumado de primavera. Ese lento del tercer divertimento, es sencillamente delicioso. O el arranque raudo del primero. El inicio, rápido, del tercero, ya me suena, pues lo escuché hace tiempo. Esta música es como si siempre la hubiésemos escuchado.



Qué diferente del piano de Morton Feldman: Palais de Mari, que sonó anoche en LNC, en versión de Marianne Schroeder, veinticinco minutos de... meditación. El misterio no se despejó, sigue. Nunca imaginaste que el pedal podía usarse de esa manera: no hay que levantar mucho el pie de él... Pianissimo, por favor. Lo sencillo puede ser muy complejo.

Y sin casi una pausa, seguir, seguir con los malditos recuerdos, que te persiguen cada día nada más te levantas: hubo un tiempo en que tuviste una vida, que existió tu vida junto a M., pero ahora todo eso ha desaparecido. Mira lo que dejó: estas cicatrices muy profundas... Comienzo la siguiente novela de White: oda a la segunda persona. Nunca conocí a mi padre. Ya no sé si podré decir un día: existió. Si una señora me pregunta, diré que el amor habita en la memoria, se mueve en la memoria, se forma en ella; pero no hay ninguna señora. A lady asks me, tradujo el poema de Cavalcanti un Ezra Pound habitado por recientes demonios. Los Cantos Pisanos. Uno no puede conocer a su padre. Un misterio para siempre.

miércoles, enero 12, 2005

Primero la música...

M. me dice que no puede seguir con la lectura de un libro que compró en el verano sobre el "efecto Mozart". Ella en realidad quería un libro que la introdujera a la música clásica, y al final se dejó llevar por ése que tenían en el escaparate de una librería maravillosa de Pontevedra. Le he dicho que la obra de Tomatis es muy importante, pero aun así, no se decide. En su aprendizaje, ya de un año más o menos, se da cuenta de que alguna música le gusta y otra no, y por mucho que le recomiendes John Cage o cualquier autor de la época de Dvorak, sigue pensando que éste es el que más va con su alma. Es más, la música del estadounidense la pone enferma. Bueno, si la escuchas a las dos de la mañana, puede ser...

Ya escuchar a Romitelli es el colmo de la tortura. A mí, en cambio, que tengo un carácter distinto, una pieza como Domeniche alla periferia dell'impero me revitaliza, increíble su fuerza, la respiración, la distorsión de las sonoridades, las grietas por doquier, más allá del ruidismo de Lachenmann, aquí hay fluidez: el rock más transgresor alimenta sus fuentes, pero el italiano fallecido no hace mucho consigue transmutar la polución sonora en un nuevo nivel de percepción de la realidad. Los de Alter Ego se colocan en onda. Muéstrame tus cicatrices. Desarrolla el descontrol. Primero la música. Antes puse a Monteverdi, era el 1 de enero, el día de los resacosos. Después, pero mucho mucho después, la palabra.

martes, enero 11, 2005

Derrumbe de los sueños

Paseo tranquilamente, creo que ahí a la vuelta están instalando ya el mercadillo, pero es muy temprano, no, tal vez no, está todavía la calle despejada, no hay un alma. De repente, algo ocurre ante mis ojos, es lo que siempre he deseado: un edificio entero se derrumba, ¡se cae hacia atrás!, todo se desarrolla de forma limpia, neta, con esa pesadez de los mejores momentos. Es el cine Andalucía el que acaba de caer, de forma que parte de su fachada queda en alto, como un buque que se hunde de esa manera, y daña parte de las otras edificaciones, a un hombre que pasaba lo aplasta, no hay mucha más gente afectada, desde mi posición apenas puedo ver más allá entre el polvo que se levanta. Así que ya no está más, un cine menos, el último que quedaba solitario en el centro. Ahora sólo podré ir, si dan algo que valga, al Alameda (tres salas, cuando no está el teatro de la sala 1, la más grande) y al Albéniz, que mantiene en una de sus salas la Cinemateca, pero bueno, ya no dan las películas que me fascinaban cuando más joven, no sé qué pasó, que ahora si no es coreana o iraní, casi que no merece la pena, adónde fue la generación de Jarmush...

Tengo mucha hambre, tendré que ir a algún sitio a comer algo. Ella ha venido, pero se quedó en otra parte; es que quería ver una película, le dije que nos veíamos a la salida, pero he llegado a este Alameda, veo a una mujer por la calle con tres hijos casi parejos, todos muy pijitos, ella es de Burberry y Lacoste, todos de jesuitas y así, los paso, resbala el día hacia su cumbre. Y resulta que no encuentro la taquilla de la calle, y dentro resulta que sólo veo lo que es un kiosco un poco luminoso, demasiado. Me dicen que vaya fuera. Pero los indicadores me dicen que ya empezaron las tres, y encima para esto, vaya bodrios. Todas supercomerciales. Así que paso de verlas, iré a un chino mismo. Es tarde, seguro que ella se desespera en la otra parte de la ciudad, y no tengo cómo avisarla. Cuando llego al local, la que me recibe me pregunta, sí, para una persona. Ella me indica una mesa a la entrada, cerca del hueco que conduce a la cocina. Es una mesa como un pupitre, o como esa cómoda de la Teresa, la de los gatos, con sus patas medio rotas. Yo ahí no me siento, vaya mierda, ella entonces me indica otro sitio en la pared de enfrente, pero ahí está todo lleno de trastos, plantas secas, cacharros de cocina inservibles... Pasan por mi lado una gente con bolsas de supermercado, se sientan en el suelo al lado del bordillo, uno lleva una botella de plástico de litro y medio llena de vino del terreno, "vino hecho con el corazón, el hombre me dijo", pero luego ya no entiendo más su jerga. Entonces, ¿qué, no se come? Los solitarios, al parecer, están discriminados. M. está en el otro extremo de la ciudad. El local me parece repulsivo, y encima no está Carola para echar unas risas. "Está muy salado, ché", pero se van, las nubes pasajeras, grises, moribundas, ese rojo demasiado en la pared, dos cachorros posando, almanaque de juguete...

I hold her tightly with my right hand and carry the horn case containing her memoirs in the left and realize that I'm completely surrounded by the woman: I have her living, opaque presence on one side and her clarified past on the other.
(Forgetting Elena, p. 104).

Si los sueños pudieran interprenetrarse con lo "real" de la manera más simple y efectiva, si no hubiera momentos perdidos, como dice Gabby en un post, tócame la espalda, acaríciame como si tocaras un teclado, clavícula clavicordio, pero de otra luz, en otra playa, y quemar quemar a quién, vamos ya, dónde es la fiesta?, en la capital del mundo, y ya no hay cines, o caminar a las dos y media de la madrugada por Plaza de España, y que te salga un navajero, en otro tiempo, cuando éramos tan felices...

lunes, enero 10, 2005

"Debido a lo compacto que es el sistema, ya no existe el sujeto. Ya no existe lo que podríamos llamar la primera naturaleza, la autenticidad de la experiencia. Cada uno es producto de la segunda naturaleza, de la avalancha de imágenes de los medios de comunicación, etcétera. Y hace tiempo que esa segunda naturaleza ha sobrepasado a la primera". (Elfriede Jelinek en entrevista con Julieta Rudich).

Lo que hace que muchos lectores que se acercan a Jelinek salgan despavoridos, o no aguanten bien a esta escritora, es que para ella no existe la narratividad del siglo XIX e incluso de buena parte del siglo XX, no existe el carácter como lo había en la época de Balzac, por ejemplo. Sólo existe superficie de lenguaje, dice. En mitad de una frase o párrafo, el sujeto que habla pasa continuamente a otro, de forma que el lector (o espectador, en caso de la obra representada, o el oyente de las obras radiofónicas) tiene que deducir el sujeto de lo que éste dice. Tiene que "desmontarlo". Esto ocurre de manera radical en Deseo, que ahora se ha editado en Destino en nueva traducción de Carlos Fortea, el mismo que lo tradujo en Versal como El ansia. En Las amantes, es reacia a colocar mayúsculas, no lo hace al inicio de las frases, y sólo las pone en casos muy concretos. Es algo que le quedó de su época con los experimentales del Grupo de Viena, para señalar la igualdad del valor de las palabras.

Frente a esto, el uso de las mayúsculas en algunos poetas estadounidenses, también en algunos ingleses, y en Edmund White. Parece mentira que estos dos vivan en el mismo planeta...

Jelinek (II)

En el Babelia del pasado 4-12-2004, Elfriede Jelinek en portada (una fotografía preciosa), y dentro una entrevista con ella realizada por Julieta Rudich a través del correo electrónico (qué misántropa es esta mujer). Me llama la atención lo que dice de su proceso creativo, que ya intuía:

La composición musical no siempre está "construida", muchas veces está sometida a la inspiración, que hace que "todo esté allí de repente". Por ejemplo, así trabaja Olga Neuwirth [compositora contemporánea austriaca, con la que Jelinek ha creado óperas]. Ella tiene toda la obra en la cabeza. Pero para realizarla necesita un proceso de transmisión mucho más difícil y más trabajoso porque sobrepasa la notación musical. Yo opté por el lenguaje porque con él puedo componer de forma directa. Por así decirlo, puedo vomitar más directamente el sonido del lenguaje, sin ese mecanismo de transmisión complicado que me obstaculizaría y me plantearía problemas terribles. O sea que no tengo que traducirlo a un sistema abstracto de signos como en la música. Escribir es para mí un proceso completamente natural y de hecho lo puedo hacer muy rápido. Además puedo teclear a gran velocidad porque estudié música. Entonces el lenguaje me arrastra, el texto se escribe a sí mismo, por así decirlo. No soy una autora planetaria, sólo son fijos los trazos básicos de un texto, mientras que todo lo demás lo hace el lenguaje en mi lugar. Un proceso casi de trance. También en mi vida cotidiana tengo esta obsesión por asociar, siempre estoy jugando con palabras.


¿El escritor, el creador, como un médium? Esto es algo que cada vez se me impone con mayor certeza, y esto es lo que está en el fondo de la novela de White que ya terminaré pronto: que el que juega con palabras no es dueño del todo de su "objeto", sino que se encuentra en medio de los fenómenos, que se le imponen casi con una fuerza increíble: el narrador, escenificando en el clímax de la pieza un baile ritual, y el comentario de dos snobs al final: "es de lo más original". Pero no es eso: es que la energía fluye, viene de algún sitio, nos atraviesa, y sigue su camino. Si en la ficción literaria este proceso de "escenificación" (Jelinek juega sus mejores cartas en el teatro, aunque no ha triunfado tanto por su poco manejo de los diálogos) resulta de gran complejidad para el receptor-lector, imaginemos qué difícil es ya para el oyente, pues la energía-juego es vehiculada primero a través del filtro de la partitura (y muchos compositores han tenido que crear nuevas notaciones para ello), y luego requiere del concurso de unos músicos esforzados o virtuosos para que la "obra" llegue a los otros. La música contemporánea es, por estas razones y otras de más difícil explicación, una terra ignota pero decididamente la más fértil de todas las existentes.

sábado, enero 08, 2005

Minimalismo (II)

Aquella noche en el Castillo de Salobreña, con un viento que hacía volar los sombreros, el pelo flotaba como una seda natural, y las partituras en los atriles, los músicos maravillosos del Balanescu Quartet tratando de tocar, las pinzas no bastaban al parecer, y los cables, eran violines y la viola y el violoncello amplificados, y sonaba la música de Ángeles e insectos, y también de otras películas que conocíamos menos, y cómo no, de ese álbum maravilloso, Luminitza, que es un canto a la Rumanía natal de Alexander, ahora londinense... La noche que se avecinaba era larga más larga que los sonidos que ya eran cometas allende los cielos, en una región más estable. Y el autobús no pasó, y tuvimos que esperar hasta la mañana, y fue una noche interminable, para entonces, toda la magia se había desvanecido.



El misticismo, las extrañas modulaciones del cello y las cuerdas, en las obras de John Tavener, Threnos y Eternal Memory y The Protecting Veil..., más de cuarenta minutos de puro deslizamiento del sonido, en la frontera entre Oriente y Occidente. Raphael Wallfish, soberbio.

Qué lejos queda aquella noche y madrugada, ya no está conmigo la que me acompañaba, la que me ofreció el don, lo más sagrado que es la música: o me hizo encontrar lo que yacía enterrado en lo más profundo, recuerdo la primera conversación importante que mantuvimos, cuando me habló de eso precisamente, de escuchar esa música yacente, esos sonidos primordiales. Reencuentro con la madre. Mother.

miércoles, enero 05, 2005

Cine cadáver

Qué pena, han cerrado dos salas más en esta ciudad, y eso significa que el imperio del centro comercial, con sus salas como cajas de zapatos y ese olor pringoso de palomitas, se apodera del espectador, que está en su salsa en ese ambiente americanizado. Iba hacia el cine Andalucía, mi sala decadente favorita ahora, y vi que el Astoria, donde durante años ponían esos grandes carteles pintados, estaba chapado; di la vuelta a la manzana y lo que me temía era cierto: también el Victoria ya no está más, mi sala favorita durante años y años, cerró definitivamente. Mierda y más mierda. Al menos, el Andalucía sobrevive, está casi en ruinas, pero ahí sigue, y por paradójico que parezca, es una de las dos únicas salas en donde se puede ver cine en V.O.S. (la otra es la de la Cinemateca del cine Albéniz).

Ya antes cayó el cine Echegaray, y hará cosa de un año, el América Multicines, la primera multisalas de la ciudad. Tantas películas vistas ahí, sobre todo en el América, y tantas en el Victoria, y ahora resulta que sólo queda el Andalucía, un cine enorme, con el encanto de antes, pero ahora ya casi a punto de derrumbarse. El día menos pensado me lo encontraré también cerrado, y entonces, casi que no habrá sitio en donde ver una buena película: ahora, los centros comerciales mandan, el último es el Plaza Mayor, que no conozco ni ganas, además queda en la loma del culo. En el quinto coño, y además, aunque pongan ahí 2046, paso. Y luego está la otra maldición, el imperio del DVD, yo en mi casita me veo mi peliculita: pirateo de discos, que si en la pantalla del ordenador, mierda y más mierda.

Vi Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera de Kim Ki-duk, una producción coreana-germana, que destaca sobre todo por sus bellos paisajes, pero claro, sólo esto no puede mantener una película, y al final todo parece un poco simplón, y lo peor, como decía M.T. en El País, demasiado predecible. Didactismo budista: pasajes de bastante crueldad, pero todo aparece de forma muy fría, y el espectador no se puede implicar en nada. Lo de la historia "de amor" entre el joven aprendiz de monje y la chica "enferma" también sabemos cómo acabará. Y a pesar de todo, me gustó mucho ese último tramo, a partir del regreso del joven que ya es un hombre caído en desgracia, por acción demasiado humana, algo que ya le predijo el maestro. El proceso de redención es bello, y claro, muy lejano a nuestros modos de entender. El otoño en la isla es de una belleza deslumbradora, y del invierno, qué decir, es sublime: algo que nos sobrecoge, y más cuando se ve por fin desde arriba el corazón de hielo, el corazón del dios...

Estoy triste, por varios motivos, por este cansancio vital, duermo poco y todos son molestias. Apenas unos momentos de placer. Deseos y más deseos, pospuestos. Me hartan las discusiones banales, los recuerdos vienen y van como un flujo y reflujo, los malditos... El demonio me guiña un ojo, me seduce al susurrarme que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ya no está la vitalidad de los veinte años. Ya nada entusiasma como antes. Sólo al leer la prosa llena de magia de Edmund White, logro apenas sobreponerme: que las palabras puedan provocar un incendio: "Fire, fire!", "Fire fire who?", "Far far you" --diablos, qué juegos de palabras tan deliciosos!--. Sí, me voy a esa isla bizantina, me voy con ese incendiario...

martes, enero 04, 2005

Melancolía fatal



Vuelvo a Edmund White, esta vez a su primera novela, Forgetting Elena, de 1973 (Picador, 1984), y luego seguiré con la segunda que viene acoplada en este volumen, Nocturnes for the king of Naples. Es una delicia leer a este autor, del que ya no podré despegarme en mucho tiempo, pues cuando uno descubre esta sensualidad del lenguaje, una ironía tan fina, una comedia de costumbres se convierte en un pequeño espectáculo de la mente. El narrador se descubre atrapado entre férreos códigos, junto a unos compañeros de habitación que no conocerá apenas..., menos mal que está la música, por doquier. Dos chicos cantan, no tienen más de diez años: ¿son medios, acaso? (medium, quiero decir, para que nos entendamos). ¿Cómo escribir unos versos sobre este asunto tan complejo, y que sean musicales, una réplica adecuada a la canción que ha sonado? Creo que si amo tanto esta escritura, es porque es tan musical, refinada como la poesía isabelina, pero con un punto de gamberra, muy de nuestro tiempo. John Donne casi siglo XXI. Por cierto, en el Rastro del domingo vi otra edición de los poemas de Donne, que me tendría que haber pillado, para contrastar con la que ya tengo de Penguin.

Si pudiéramos quedarnos sólo con esos momentos plenos, que serán tres o cinco al mes, y eliminar de un plumazo todos los otros espacios temporales amplios y aburridos... ¿Por qué tener que soportar todo ese tedio en mitad de los días? Por eso uno lee, tal vez, para vivir aventuras, porque la vida, eso que tantos y tantas casi sacralizan, no es nada, a quien vive no le sucede nada. Me doy cuenta de la verdad implacable de esto, en estos días en que por fin algo dramático y fuera de norma ha sucedido, algo que escapa de los estrechos límites humanos. La catástrofe del Índico, todos los muertos que ha dejado el tsunami en tantos países, toda la destrucción, tiene una contraparte en los que han sobrevivido: que ahora pueden contar una historia, y es por fin una historia de "grandeza", y eso interesa a los "medios", cualesquiera que sean. Un complejo turístico en Tailandia sólo interesaba antes a los turistas in situ: cuando vemos por TV lo que ha quedado de los bungalows, de las tiendas de alrededor, sólo el W.C., las fotos mojadas de unos turistas, sus demás pertenencias, etc., sabemos que por fin algo ha sucedido, porque podemos contar algo más allá de la rutina, el tedio de ser un turista en un país pobre y explotado. Como los restos del Titanic, que nos parece hermoso en su naufragio, y que atesora historias más valiosas que todas las joyas y riquezas materiales que arrastraba en su camino. Sí, es verdad que no se puede hacer literatura del desastre, que en el sitio, aquello debe de ser como un sinnúmero de infiernos, con una pestilencia que sólo produce la acumulación de existencia muerta. Pero cada día nos muestran a supervivientes, aunque sean asquerosamente europeos, y por lo tanto, algo anecdótico frente a los miles y miles de lugareños que no han tenido esa suerte. Una modelo se refugió en las montañas. Una enfermera se quedará allí, por fin ha descubierto su "misión" en la vida. Preciosas historias, aunque estén en el borde del círculo infernal. Duelo, profunda tristeza en los países nórdicos. Los suecos al parecer gustan mucho de las tailandesas... Lo frío busca lo cálido, la mezcla de las razas, Houellebecq tiene razón... Una mujer se lamenta a orillas del océano, ahora tranquilo...

Asia bajo el tsunami ::: Especial de ElMundo.es

lunes, enero 03, 2005

La tentación de existir



Fin de año con Sartre: porque ésos son mis mejores amigos, esta gente de otro tiempo, o de ahora mismo, pero sobre todo, gente que ha pensado el dolor de estar vivo, de empeñarse en la existencia como una inercia que quema. Empiezo el año con Sartre, acabo La náusea, y decido, sé ya, que es uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo. ¿Cómo?, ¿otro libro que ha logrado herirme, a estas alturas? Pero así es: otro libro que lo ha conseguido, y ahora sí que no sé por dónde seguir, porque si hay un contraste, tiene que estar a la altura, no puede decaer la tensión. Difícil, muy difícil. "Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen..." (p. 201).

Todo gratuito; sentirse de más, y siempre así. Ser es abundancia, plenitud. ¿Qué decía Lacan de la falta, eso que ya dijo Freud de estar en falta? No hay herida, no hay falta, hay una proliferación, un exceso, y eso siempre, siempre. Tanto, que da asco, a Roquentin le resulta insoportable. "... la existencia es un pleno que el hombre no puede abandonar" (p. 205).

¿Qué hacer para huir, para escapar de esta masa, de esto blando que está por doquier? ¿cómo lograr un cierto rigor, una capa más dura, antes de la muerte? La música, sí, sólo la música. Ya R. tiene la experiencia al comienzo, y habla de una felicidad momentánea --no hay otra-- en otro momento. Y al final, cuando visita a la patrona antes de partir a París, vuelve a escuchar ese disco de jazz, y vuelve a pensar en eso mágico que las palabras difícilmente pueden aprehender:

"Él no existe. Hasta es irritante; aunque me levantara y arrancara el disco del platillo que lo sostiene y lo rompiera en dos, no lo alcanzaría. Está más allá de algo, de una voz, de una nota de violín. A través de espesores y espesores de existencia, se descubre, delgado y flexible, y cuando uno quiere atraparlo, sólo encuentra existencias desprovistas de sentido. Está detrás de ellos; ni siquiera lo oigo; oigo sonidos, vibraciones del aire que lo descubren. No existe, puesto que no tiene nada de más; todo el resto es lo que está de más con respecto a él. Él es" (p. 266).

Esa melodía no existe: es perfecta. Purificada, endurecida, en otro mundo, que puede verse de lejos, pero sin alcanzarla nunca. Y entonces, tiene lugar una esperanza, ésa en la que creía Sartre al final de sus días, como una posible salvación, que no consuelo (¿música como consuelo? qué asco): llegar a conocer al que compuso esa melodía, llegar a ser alguien capaz de... crear. Entonces, más allá de la historia, en ese otro mundo... Sartre sabía...

Maravillosos pasajes, como la visita al museo, y cómo después de todas las descripciones de esos burgueses de los cuadros de la galería, finaliza con lo que te hace sonreír ampliamente: "Cabrones"(p. 148); o todo ese pasaje del reencuentro con Anny, su ex, la perfecta cínica de nuestro tiempo. Éste es el libro que necesitaba, y necesito otros más así. O no: necesito una historia que no pueda suceder, una aventura..., eso que está en los libros, en los, ejem ejem libros más allá de la repugnancia.

P.D. En la tarde, me pongo a escuchar El mundo de la fonografía, y al comienzo es una música que desde hace casi diez años me es familiar: sé que es Schönberg, y adivino que es Hans Rosbaud el que dirige: las Variaciones para orquesta, op. 31, una de mis obras preferidas de su catálogo, junto con la Noche Transfigurada y, claro, el Pierrot Lunaire (Salomé Kammer, por favor!). Tras las Seis piezas op. 6 de Webern, tiempo para Sir Michael Tippett, que murió en 1998, cruzó casi todo el siglo XX y nos dejó algunas obras cabales, y resulta que esta música es como si también me acompañara desde siempre. Claro, A Child of Our Time, ese oratorio escrito en tiempo de guerra, con esos espirituales dentro, ¡ah, qué maravilla, steal away steal away home! Y el segundo cuarteto de cuerda, sí, es un poco Beethoven, pero es tan ligero, flota, hazte invisible pero en la hipnosis de la tarde que cae. Y las Danzas Rituales de su ópera The Midsummer Marriage, hasta el título está lleno de luz otoñal, y ya no se siente el frío que me repta por los pies. Finalmente, la Sinfonía nº 4, el aliento de la vida, estremecedora esa respiración que sale por los altavoces, es lo que al final pidió T., que un hombre respirara detrás, pero que llenara la sala, envolviera la orquesta, y así es, al principio era el aliento, atem, y algo que lo llena todo, pero sí sí, todavía no es la existencia que nos agota bajo su peso, es el nacimiento de... algo tan bello: sigue.