jueves, marzo 31, 2005

Búsqueda de algo

Anoche estuve viendo otra vez, y de nuevo por la dichosa TV, la última película de Kubrick. En su día se me pasó en cine, porque había sido bombardeado tanto con la publicidad previa a su estreno, que no quise ir a verla, supongo que a más gente le pasó lo mismo. Eyes Wide Shut (qué curioso que no se haya traducido, cuando luego se han doblado hasta cosas que aparecen escritas, como esa nota que le dan a Bill en la puerta de la mansión, y la noticia del periódico). Como he leído en más de un lado, estamos ante lo mejor y lo peor de su director, capaz de momentos fascinantes y de otros tediosos e insoportables. Y esto sin tener uno que ser un fan o un detractor, que quede claro. En mi caso, nunca lo endiosé, como hacen muchos, pero tampoco lo subestimé, porque ha hecho algunas cosas realmente bien, caso de El Resplandor.

Si en principio echaba un poco para atrás la elección de Tom Cruise y Nicole Kidman para los papeles principales (por entonces eran todavía pareja, y eso daba mucho morbo), conforme uno ve la cinta se da cuenta que están realmente bien, sobre todo el primero, pues casi toda la acción recae sobre él. Kidman está un poco histriónica, sobre todo en la primera confesión de sus fantasías, y hace pensar en otros personajes, como Jack Torrance / Nicholson. También me extraña que fuera el propio K. el que supervisara los doblajes, porque el de la película basada en Stephen King no era el más adecuado, pero bueno..., aquí supongo que no pudo, porque murió poco después de acabar el rodaje. Datos superficiales aparte, la película de más de dos horas y media no se me hizo larga la primera vez, pero anoche la dejé antes de que acabara, harto de la publicidad. Para refrescar lo que pasa en la última media hora, leí el guión en un documento que encontré online, pero..., aunque se corresponde con lo filmado, ¡me extraña que el final no sea como en la pantalla! La palabra con la que Alice acaba este vértigo de fantasías, "follar", no aparece en el escrito, sólo la escena en que ellos dos están en la habitación, entra Helena, su hija, y un rayo de luz a través de la cortina... Curioso, curioso.



Hay pasajes extensos que me encantan, como el de la incursión en la mansión donde tiene lugar una "fiesta" de esa extraña secta que se dedica a montar orgías privadas, con todo ese desfile de máscaras, esa música siniestra, ese piano machacón que luego perseguirá a Bill por las calles desiertas..., todo eso es magnífico, de lo mejor de la película. Sin embargo, todo lo que se desencadena después, con la persecución, el regreso a los lugares en que ha estado esa larga noche..., me parece un poco fastidioso. La verdad es que nos importa poco qué ha sido del "amigo" pianista, de la chica Dominó (si es seropositiva o no), y hasta de la tal Curran que muere, según el diario, por sobredosis, y de la que él duda si estaba en la fiesta y fue la que se sacrificó por él. Lo que importa es la incursión misma en los abismos de la noche neoyorquina, la ambigüedad del deseo, ese no saber si lo que le cuenta Alice es verdad o no. Lo que cuenta es el dejarse ir. Lo que repatea es que ninguna secuencia contiene sexo explícito, todo es cortado, interrumpido (los episodios con Marion, la realmente freudiana, son algo patéticos, pero los más reales también). Me extraña que en Estados Unidos fuera polémica, porque sexo, lo que se dice sexo, no hay, es todo insinuación..., como esa lolita hija del dueño de la tienda de disfraces, que se muestra en ropa interior y se refugia tras Bill como un guiño a otra película. Sí, hay muchos, es como un resumen de su carrera: cuando Bill es agredido por la panda nocturna, ¿acaso no pensamos enseguida en las correrías de Alex y sus drugos?

Lo que molesta, lo que resulta insostenible, es esa defensa del matrimonio contra todos los embates a que es sometido, esa defensa de una institución ridícula. Todavía en la época de Arthur Schnitzler, el escritor austríaco en que se basa ligeramente la cinta, se entiende esta lucha contra la crisis del status burgués, amenazado por la fuerza de unos deseos que saldrían a la luz vía psicoanálisis. Pero en el Nueva York de fin de siglo, es un poco anacrónico. Las fantasías de Alice son muy poca cosa, y la reacción de Bill, una versión más intensa y de otra índole que la de una charada tipo ¡Jo, qué noche! de Scorsese. Si la solución es sólo volver a la realidad, salir de lo fantasmático, y "follar", todo lo anterior parece demasiado dilatado, sin sentido, y sin embargo... nos muestra el lado oscuro de una pareja que parece tenerlo todo, pero no conoce la profundidad de su propia carne.

***

Antes, justo antes de la película, estuve escuchando la radio y, más que el concierto que había antes, me gustó una pieza que pusieron como "relleno", de un tal John Blackwood McEwen, La colina de brezo, realmente deliciosa, para cello y orquesta. Buscando sobre él, descubro que era escocés y que tiene algunos discos apetecibles en Chandos.

miércoles, marzo 30, 2005

Ella no es como los demás

A un lado está Elfriede Jelinek... del otro: todos los demás, todas las demás.

"No existe nada comparable en la literatura actual, ni en cuanto al reto lingüístico ni en cuanto al desafío intelectual que la lectura de Deseo supone" (Frankfurter Rundschau).

Otro diario alemán habla de "la soberana multidimensionalidad de su lenguaje, que no se deja encasillar en ninguno de los discursos dominantes..."



En un mismo párrafo, que es la unidad de su escritura, cambia de punto de vista constantemente, salta de un personaje a otro, la narradora mete de vez en cuando, de forma solapada o directa, frases corrosivas propias, y el cúmulo de metáforas para designar el sexo y los actos sexuales se multiplica y prolifera de forma estrepitosa. Sin mencionar los dichos y expresiones tomadas de la religión, la sabiduría popular, la televisión o la prensa, y muchas de las cuales no es fácil de captar su sentido. Todo esto hace que la complejidad sea enorme, tanto a nivel semántico como crítico (las referencias a cuestiones austríacas necesitarían sus notas aparte). Como observamos, esa simplicidad aparente de Las amantes se ha evaporado. Para saber aquí lo que pasa, tenemos que poner mucho de nuestra parte, nunca conocer unos hechos fue tan enrevesado. Es como si viéramos a través de unos cristales sucios, porque todo ese virtuosismo del lenguaje aparece como una potente pantalla deformadora de lo que sucede "al otro lado". La narradora opone filtros endemoniados en esta película despiadada y llena de obscenas repeticiones. También la obra teatral en lo abierto se desarrolla bajo leyes ajenas a la lógica. Porque lo que aferra es algo del orden económico-psicótico propio del capitalismo avanzado. Jelinek juega todo el tiempo con tres ejes: el sexo enfermizo, el deporte como hazaña de los débiles mentales y la música narcótica y torturadora a la vez.

"método Orff para niños" (sí, ya recuerdo, las danzas renacentistas de Verena Maschat en un salón del Parador de Turismo, Austria mon amour), "Chicharrean y vibran con carracas, flautas dulces y zambombazos por el estilo", "Dejad venir a los niños, para que la familia pueda cenar en un ambiente cordial, en un camino iluminado por el sol y encarrilado por discos bien desgastados de música clásica" (p. 80); "y la camada de los altavoces estéreo se les pega con música a la cabeza" (p. 81); "¡El deporte, esa fortaleza del hombre pequeño, desde la que puede disparar!" (p. 58, he aquí uno de los aforismos de fuego); "El sexo de una mujer un bosque que le devuelve un eco iracundo" (p. 52).

No a las argucias de una trama o una intriga, no a las descripciones funcionales, aquí todo tiene su por qué y su sierra bien a punto. Y generalizar, el coro de los parados, los trabajadores de la fábrica, los consumidores..., eso también cuenta. Algunas cosas suceden, pero la crítica se impone con sus mazazos constantes. Jelinek quiere decirnos: en un país que está sentado sobre la sangre, sobre los cadáveres del nazismo, no es posible hacer las cosas de otra manera. Expresionismo, surrealismo agresivo y que no cesa de metamorfosearse. La imagen más clara para este fenómeno es una de la que surge la otra novela citada, y que aquí también tiene su importancia: de entre la Naturaleza alpina, de repente, una fábrica, que engulle hombres. Esa Naturaleza omnipresente es testigo, así como los artefactos que esclavizan sus vidas, de los afanes y desmanes de los hombres y mujeres.

martes, marzo 29, 2005

Pornografía, pero diferente




El hombre divide la creación con su poderoso ritmo, y también el tiempo pasa a su propio ritmo. Él destruye azulejos y cristales en este sombrío espacio, que se alegra con su ajetreo y con su clara luz. Sólo dentro de la mujer está oscuro. Él entra en su culo y golpea por delante su rostro contra el borde de la bañera. Ella grita otra vez. Él se yergue en su pequeña cabina de piloto, para quedarse. Quizá él mismo ya se ha tranquilizado, pero su miembro salta a voluntad de peña en peña. Alguien así se lanza a la mierda como otros lo hacen de la playa al mar, conecta su superaspiradora y no para hasta haber vaciado completamente su saco de polvo.
(Deseo, Elfriede Jelinek, Destino, 2004, 2ª ed., pp. 25-26).

De nuevo me he metido en la escritura virtuosística y corrosiva de la Jelinek, después de haber estado en el mundo mexicano de Villoro, del que he salido un poco aburrido, la verdad. Todo ese tramo final se me ha hecho pesado, y es que la religión, aunque sea en telenovela, me fastidia. La escritora austríaca es otra cosa, ella es todo menos convencional, y su novela es fragmentaria (aunque numera hasta 15 capítulos, digamos), con un salto constante en busca de los distintos personajes, por parte de una voz narrativa sarcástica y lírica a la vez (y esto es lo corrosivo, esa especie de indagación en los hechos puros y duros, con uso de metáforas crípticas, no en vano la cita inicial es de San Juan de la Cruz). Tenemos al director de la fábrica de papel, Hermann; a su mujer (¿tiene nombre?) y al hijo, que gusta de practicar deportes (esquiar, la religión de los países alpinos) y que es obligado a tocar el violín (la otra religión de Austria). Pero lo que más le gusta es destruir. Como todo niño rico, es un cabronazo desde que se alza sobre sus pies. El sexo está omnipresente, esta mujer es usada primero sobre una mesa y luego es sodomizada al borde de la bañera, y es sólo en el primer capítulo. Jelinek arremete, como en su otra novela Las amantes, contra el sexo tomado como comercio, y que es ejercido con suma violencia del macho hacia la hembra. Todo está contaminado por la economía. Como noto de entrada, el deporte es otra de sus bestias negras, el deporte y la música clásica. Al comienzo del filme Funny's Games de Haneke suena música clásica en el coche que lleva a la familia a la casa de campo donde se desarrolla la acción.
***

Que este mundo es obra del Demonio, que el Mal existe, como señala la iglesia católica hace tiempo, y una exposición en Turín disecciona a través de obras pictóricas, cinematográficas, fotográficas y de cómic, me lo demuestra un suceso que escuché ayer en TV. Un hombre estaba sentado en una terraza, tomando algo junto a otra gente, entonces ven cómo un coche aparca en la misma acera, al lado de ellos. Este hombre le recrimina al conductor que haya aparcado ahí, hay niños cerca (¡pero aunque no los hubiera!, como si los niños fueran los únicos perjudicados). También se lo dice el camarero, y otros que ahí están. El tipo del coche se va, pero vuelve a los cinco minutos, y embiste contra el hombre que ha tenido la osadía de hablarle. Y no una vez, sino tres. El hombre habla desde una cama de hospital, sufre fractura de pelvis, muestra un artilugio de metal que le han colocado a la altura de la cintura. Es un hombre joven todavía, y dice que ha sido un intento de asesinato, y que sin embargo, el tipo del coche anda suelto por esas calles. Es como una súplica ante la cámara: ¿es que no van a hacer nada? Él tendrá que pasarse meses para recuperarse, si es que...

Iria dice que mi blog es pesimista. Este mundo es sumamente perverso y un demiurgo fatal fue su creador. "Una grieta en el templo de Dios", se refiere alguien de la iglesia para hablar del Mal. El Demonio, me dio por pensar el domingo pasado, es alguien como ese tipo del coche, que quiere matar a un hombre porque le ha dicho que no aparque en la acera. El Demonio está a tu lado. No busquéis muy lejos...

lunes, marzo 28, 2005

La tragedia de ser adulto




Anoche, y después de mucho tiempo, me quedé viendo una película, Lolita de Adrian Lyne, que se me pasó de ver en el cine cuando se estrenó. Ví hace mucho, también en TV, la de Kubrick, pero no la recuerdo apenas, por lo que pienso que no me gustó. Se ha dicho que la elección de la actriz, Sue Lyon, no era la más adecuada. Y es verdad. Aquí el casting es soberbio, y para el papel de Humbert se escogió al mejor actor europeo capaz de vivir en Estados Unidos, Jeremy Irons; para el de Charlotte Haze, a una pizpireta Melanie Griffith, y en el papel clave de Lolita, a Dominique Swain, que más o menos tenía la edad de Lo cuando empieza la narración. A pesar de los muchos cortes publicitarios, la maldición de los canales en abierto, me quedé hasta el final. La novela de Nabokov es sobre todo un artificio verbal en donde se despliega todo el cinismo de un personaje aborrecible pero a la vez encantador, este Humbert que interpreta lo mejor que puede el actor británico. En la película se ha eliminado casi todo, porque el lenguaje cinematográfico es muy distinto, el cine es "presente que corre, con imágenes", por ello los saltos temporales y las disgresiones son muy difíciles de encajar. La voz en off se ha reducido a ciertos momentos clave, está bien que haya sido así. Se ha mantenido una escena clave, como es el primer encuentro con Quilty (no sé quién es el actor, pero también muy bien, dentro de sus limitaciones), "el sueño es una rosa, dicen los persas". También me encantó la secuencia hacia el final, cuando Humbert decide ajusticiar al que echó a perder definitivamente a la preciosa Lo, la nínfula que era la "luz de su vida". La visita que le hace a ese refugio, en donde lleva una vida mediocre, ¡y encima está embarazada!, es también emotiva. Y qué decir de esa huida final, y ese asomarse al valle, ¡podría ser Suiza!, y ese pensamiento de una dolorosa nostalgia, nostalgia, dolor por el regreso al "mundo real", al infierno que le espera. Lo que cuenta Nabokov, y Lyne con sus maravillosos actores, es una sóla cosa: que ser adulto es una mierda, que sólo la infancia, y esos años sonrosados de la adolescencia, tienen una posibilidad de felicidad, que sólo el contacto con una chiquilla como Lo, con toda su vulgaridad y el dolor que puede causar, devuelven un poco de aquel paraíso que un día tuvimos.

Dominique Swain, qué delicia de jovencita. Hay algún pasaje que me hizo pensar en un cuadro de Balthus, y otro, cuando Humbert vuelve de la barbería y la encuentra sentada en la cama, que me hizo pensar en la Joven sentada de Munch. Justo la escena que sigue, ese revolcón en la cama, esa lucha entre amantes, esa boca roja que se deshace, esa pregunta sin respuesta, es perfecta.

Pensaba, mientras la veía, en lo difícil que es un amor así, un capricho de esta índole. Lo sé por experiencia. Maldita sea, también una lolita se cruzó en mi vida. También hubo días maravillosos. También tuve que soportar sus travesuras, sus impertinencias, su pereza, la banalidad de su mundo pop. La Annabel que H. H. buscaba se ha metamorfoseado en una niñata insufrible, y lo bueno de la novela de Nabokov es que nos muestra este cambio mientras estaba sucediendo. Pero a pesar de todo, es carne joven, que se abre, que quiere tener un mundo propio, esos besos febriles, ¡ay!, ninguna mujer madura podrá ofrecérnoslo.

miércoles, marzo 23, 2005

Guarras


PAJA CON GUARRA
Te la come una guarra mientras ves una porno
por Torbe

Esta es una de mis fantasias mas cerdas por fin hechas realidad

En la vida estamos para cumplir fantasias, sino que sentido tiene toda esta absurderia que es la vida.

Recuerdo que cuando tenia 14 años me hacia muchas pajillas con revistas tipo Venca, Interviu, nuevo vale o hasta el Hola.
Cuando llegaron los de Private, la calidad de las pajas subio grandes enteros y yo me converti en un pajerillo del quince. Un abonado, porque la calidad y la excitacion subieron como la espuma, los de Private se lo curraban cantidubi porque metian unas tias encantadoras con unos lefotes preciosos en el jeto.

Una de mis fantasias mientras me hacia pajas a lo pobre, era imaginarme que una cerdilla me hacia la paja o me la comia mientras veia el video

Pajas a lo pobre es una expresion inventada por mi que guarda relacion al rico plato de "patatas a lo pobre", que era lo que se comia en la postguerra, un plato de patatas con algun condimento que lo hacian digerible, porque eran unas simples patatas.

Pues bien, pajas a lo pobre son las tipicas pajas que nos hacemos cuando no hay nada que llevarse a la boca, porque ellas no nos dan la oportunidad de acercarnos porque creen que las queremos follar nada mas conocerlas.
O dicho de otro modo, paja que se hace en ese estado aborto en el que, intentandonos ligar a la buenorra de turno, nos hacemos pasar por un ser totalmente asexuado, de intenciones amiguetiles, para hacernos amigos de ella, y que con el tiempo se enamore de nosotros.

Mucha amistad, mucho rollo, bla bla, pero de mojar nada, y AHI es cuando hacen acto de presencia esas pajillas pobretonas ellas.

si si, paja a lo pobre, pero muy rica la que lo hace...

Pues bien, para que la calidad de la paja sea optima, uno tiende a conjugar el porno que esta viendo con situaciones cotidianas. Por ejemplo, una tia que vaya a la uni a tu clase, que te vuelva loco.

Es rubia y justo estas viendo una peli porno donde sale una rubia que se le parece mucho, y oh, alguien te la esta comiendo.

Tu cerebro empieza a imaginarse que quien te la esta comiendo en ese momento es la rubia de tu clase, si, la estas viendo, es ella, y notas como te la come alguien que tienes ahi.

Ese sincronicidad de movimientos, esa accion-reaccion, podria dar lugar a un debate en el programa Redes, del Punset en La 2, porque es inventarse una especie de Matrix tu mismo en tu casa.

Haced la prueba algun dia, te pillas una guarra por ahi, la llevas a casa, eliges bien la peli porno que quieres ver, y cuando sale "tu chica" en la peli, le dices a la guarra que te la coma. (ya hay que ser guarra para hacer eso, por eso la llamo asi, guarra)

Tu miras todo el tiempo el video, sin mirar a la guarra, te concentras en "tu chica" que esta en el video, y a disfrutar.

La guarra empieza el mamadorcio, y tu te concentras, y hala, mira tu que paja-mamada tan sabrosona que nos acabamos de marcar. Ideal para contar a tus amigos.

Yo una vez lo hice con una novia alemana esto, hace ya unos años, una tia que se queria casar conmigo y yo pasaba bastante. Asi que la utilice de guarra para estas lides.

y ya que te la coman es el broche de oro a esta experiencia..

Pero es que con ella llegue mas lejos, porque la puse a 4 patitas y yo mirando el video mientras la cincelaba con mi broca.
Lo dificil era cuando me ponia encima porque no pillaba angulo.

Se ve que la tia se ralló mas adelante y ya no quiso follar conmigo. jajaja creo que se dio cuenta que la ultilizaba como un agujero! jajaja espero que no me este leyendo alguna feminista, que sino me cruje... jajaja feas, que sois todas unas feas las feministas, y las lesbianas tambien, cardos, fetos jajaja

hale, me voy por hoy, si haceis la cosa esta de la paja con guarra me lo decis, hala, a cascarla por ahi, cerdos, y a ver si os la maman, que muchas no les gusta
***

Me he reído mucho leyendo este "escrito" de Torbe, un tipo del que he sabido a través de un foro en donde se habla de "porno de autor", en plan cachondeo, para echarnos unas risas, porque no todo en esta vida es música viva, hay otras cosas... Uno pude pensar en el primer Santiago Segura, el de sus cortos cachondos también, como ése de las lolitas, de las que su personaje se aprovecha a placer, y otros más realmente conseguidos, que veía en casa de un amigo, en la época de quemar el vídeo de tanta película que nos metíamos en el cuerpo. Y es que el sexo, ya sea real o figurado, ha de ser un poco así, salvaje, quínico, lo más alejado posible de lo políticamente correcto. Al leer esto he pensado en Oli y en aquella revista gorda que compró nada más pisar Asturias, en junio de 1987, para divertirnos en grupo en las habitaciones del hotel de Covadonga, en donde armamos una orgía pajillera que para qué (cuando uno tiene quince años, qué otra cosa se puede esperar). En una de las historias de esa revista porno, había una tetona descomunal que en una de las secuencias hacía el amago de clavarse sobre un catus. En otra foto, se la veía llena de espuma en una bañera, la carne anaranjada esparcida alrededor. Dejamos el cuarto de baño un poco mojado, Claudio ya estaba empapando toallas, las carreras por el pasillo de madera (todo el hotel era así, estilo rústico, crujía y era divertido), nos pasamos casi toda la noche llamando a algunas tías, y al día siguiente nos echaron la bulla en el autobús. Me acuerdo de otra escena: Oli y yo bajo un árbol (un peral, qué sé yo), con una revista en la mano, mirando... Películas porno de la primera juventud, qué compañía. Cuando no se tiene otra cosa... Luego, en el primer año de universidad, parecía que todo el mundo estaba allí por lo mismo, para follar de lo lindo. Había dos tías en nuestra clase que iban a lo que iban, una de ellas además estaba como una cabra, y un día se puso a bailar bajo la lluvia. Yo miraba las páginas del periódico local, en los anuncios, y me preguntaba cuál de las que se ofrecían sería ella. Una noche, en una fiesta cerca de la facultad, todo el mundo iba progresivamente desplazándose hacia la pared y arrumacándose de una manera inequívoca. Al final, no pude irme con la preciosa chica de Antequera, maldita timidez. El sexo, hasta en teoría (tuvimos un seminario de sexología en donde conocí a Carmen, y a partir de ahí, sabía que era mi gran oportunidad). Lo mejor era el vértigo de lo desconocido. Fantasear con todas esas guarras que se lo montaban en cualquier parte.

Hay algo turbador en esa combinación de sexo en directo y representado. No hay relación sexual. Hacérselo con una botella verde de cerveza. Los calcetines. Hay algo tan patético en el sexo...

Entrevista con Torbe e Israel

lunes, marzo 21, 2005

Tiempo suspendido

Como esta bruma pre-primaveral, que no permite ver el cielo diáfano, que envuelve las montañas azuladas de un blanco extraño, como gasa o tela de araña, de otro tiempo. Y sin embargo, el calor aprieta ya.

Prosigo con la lectura de Villoro, su novela tan mexicana que por momentos me pierdo en vocablos muy del otro lado, pero me regocijo también en episodios y salidas de tono, con personajes estrafalarios como el Vaquero del Mediodía, o antes, la frivolidad insoportable de Vlady Vey, de resonancias nabokovianas. Y leo su ensayo sobre Chejóv. Ahí empezó el arte de lo breve e intenso.

Al final de la tarde, descubro un autor sobre el cual ya había leído mucho, pero que seguía muerto de risa en una estantería: John Cheever. La edad de oro, Bruguera, 1983. El primer relato es La monstruosa radio, o la radio como canal de transmisión de tragedias diminutas. Una pareja de las que no se puede destacar más que su mediocridad, pero que es sencillamente encantadora, porque se nos parece tanto... Uno se dispone a escuchar algo de Mozart, y en cambio, escucha todos los chismorreos del edificio. El marido ha querido que su mujer se entretenga, pero parece que la técnica, estos artefactos, sólo funcionan estropeándose. Luego, Oh ciudad de sueños rotos, o la historia emocionante de unos provincianos en Nueva York, ciudad de pobres corazones pero disfrazada de un glamour extraño, como ese suelo de resplandor a diamantes... Una ciudad que engulle los sueños más deslumbrantes. Pero hay otros destinos, por suerte, y el final no puede ser más abierto. El narrador parece solidarizarse con sus personajes, y eso hace todo más familiar, humano. Cuando terminé el primero me fui a la edición que tengo de Penguin (1984), The Stories of John Cheever, que incluye los relatos de cinco libros independientes, y alguno que otro suelto. El gran cuentista norteamericano murió en 1982. Qué suerte que me queda tanto por descubrir...

Las radios tan de otro tiempo que veo en un puesto del Rastro, primero veo la parte trasera, esa madera, esos engranajes... Las radios en mi vida: canales para la evasión a través de voces fantasmales. Ahora, lo único que me recuerda ese tiempo ido es Sinestesia, el programa errático de la Zugasti. Anoche fue sólo media hora, dedicada a la lectura de algunas ciudades invisibles de Calvino, y entre medias, los retratos sonoros de algunas ciudades, como Nueva York, Montréal, Delhi o Brisbania. Las interferencias, también. Leyendo el relato de Cheever, me acordé de esos fastidios, porque la estática, o los sonidos de los vecinos, no me dejaba escuchar lo mío. Todo está conectado, maldita sea. A veces, en lugar de Shostakóvich, Coastline Radio, esa emisora supongo que pirata, de las que tanto abundan en esta costa mafiosa. En casa de mi tía Encarna, de pequeño, veía una radio de ésas en donde aparecían nombres de ciudades que yo encontraba remotas, como de cuento de hadas: Andorra, Tirana, Luxemburgo, Frankfurt, Viena... La radio, pero esto no hay que decirlo muy alto, es una puerta hacia lo desconocido, una ventana por donde cambiar de dimensión. Los fantasmas hablan, la estática es el resto de su espíritu...

Una fotografía de Clarice Lispector, en donde se ve un viejo tocadiscos, justo uno que he visto en un puesto del Rastro. Me gusta ese mercadillo porque me hace trasladarme a un tiempo mejor, que no he vivido.

sábado, marzo 19, 2005

¿Primavera?

Otra vez las fiestecillas para dar la bienvenida a la primavera, estación que promete mucho y al final no es para tanto, porque se funde con el verano rápidamente en estas tierras meridionales. En Órgiva hacen la fiesta del dragón, adonde acuden miles de hippies de todas partes: ya estaban las autoridades temerosos de la "invasión", ya reclamaban más policías y guardias civiles, ya están diciendo que en el río no se puede acampar..., porque acampadas se hacen cuando hay negocio, en esos festivales oficiales de verano..., ahí la naturaleza se destruye por las pezuñas de la alegre juventud, pero dejan pasta. En esta fiesta de hippies, dirán ellos, no hay más que mugre...

Y en Sevilla, los estudiantes se llaman, se avisan con sms y mails, acuden en masa a un descampado, con un nombre de otro tiempo, toman el territorio en donde dicen que no molestan, para celebrar su orgía alcohólica, porque ésa es su única vía de diversión, con botellones y mucho ruido, son enmierdadores natos, estos pijitos, esta chusma mejor vista que los otros, porque llevan coches y ropa de marca.

Al final, es la misma basura..., la primavera sería buena estación si hubiera un ambiente adecuado y gente adecuada, pero ni una cosa ni la otra. Sólo anuncia el horrible, bochornoso verano, que mejor ni hablar. Al menos, hoy está nublado. En las noticias, anécdotas: que la turba sale de vacaciones, en busca del sol, del paraíso fantaseado, en busca de "desconectar". Me alegra que suban los carburantes. Que se jodan.

viernes, marzo 18, 2005

Tiempo de espera

De un libro a otro, de un mundo a otro. Tras dos novelas de J. M. Coetzee, un mexicano. Desgracia me gustó mucho, la considero una novela espléndida, en donde se vive el drama de un hombre, David Lurie, que cae en desgracia tras su aventura con una alumna, y que luego tendrá que soportar el clima de violencia en la granja de su hija, Lucy. Su relación con los animales es una de las cosas que más me ha emocionado, y ese final, con el perro que es capaz de escuchar, que es sensible a la música que él hace con un banjo, mientras practica para la ópera de cámara que está escribiendo. Al final decide sacrificarlo, tras unas reflexiones del narrador sobre esa sala, el quirófano, en donde se abre un abismo a otro mundo, a otra experiencia, que tal vez estos perros son capaces de percibir. La vida y la muerte, el alma que escapa, por no se sabe dónde, la sala de operaciones en donde la aguja, como un agujero por donde algo se va. Tras esto, no queda más que abrir la próxima novela, Elizabeth Costello, pero de momento voy a cambiar un poco, o un mucho. Porque lo que leo ahora es nada menos que el Premio Herralde de novela 2004, El testigo de Juan Villoro. Acabo de empezar, y ya me atrae este universo tan distinto de los anteriores por donde estuve transitando. Como buena parte de la mejor novelística sudamericana, está llena de ingenio verbal, que en Villoro es autoconsciente al máximo, y que tal vez bebe de la aforística de un Lichtenberg, que él mismo ha traducido. Hay un sinfín de personajes, como los había también en Los detectives salvajes de Bolaño. Hay una precisión en cada frase, en cada sentencia, que hace que tengas que estar muy atento a cada palabra, con la dificultad añadida de que pululan los términos y expresiones muy de allá.



Un hombre vuelve a su tierra natal, después de veinticuatro años en tierras europeas. Supongo que hay mucho de autobiográfico en esta novela de la madurez, tras algunos libros anteriores de búsqueda de un lenguaje, de un mundo propio. Villoro parece moverse como pez en el agua en este clima enrarecido de cambio, tanto político como social. De repente, gente del pasado, como fantasmas, le sale al paso, le propone cosas. Como se dice en el remate del primer capítulo, como dijo Marx, la historia ocurre dos veces, primero como tragedia, luego como telenovela. Y ahora, se supone, es el turno de la telebasura. Los viejos amores, pasados por el tamiz tan falso de la literatura. Una mujer enamorada no se sabe muy bien de quién o de qué. Recuerdos, nada más. Esta novela me llevará hasta el final de Semana Santa, supongo...

El perro de mi hermana, Fofó, es también un enamorado de la música, y cuando escucha ciertos sones, ladea una oreja, en actitud de escucha, y luego, si continúa el sonido, se pone a aullar. Es muy divertido. Me digo, que en otra vida, ha estado en casa de algún músico, un cantante, una pianista, o ha sido ambas cosas, quién sabe. Los animales son un misterio, pero tienen alma...

En Valencia están en fiestas, las famosas Fallas, y contra ello habla, con firmeza, Justo Serna, tanto en el post de hoy como en uno de hace cuatro años (su blog es uno de los más veteranos que conozco), en donde se refería ya a estas fiestas populares devenidas campo de actuación del vandalismo, ése que hoy domina el ambiente por doquier. Referencias a Steiner y Cioran, dos intelectuales que han pensado bastante sobre el fin de la cultura y el advenimiento de la nueva barbarie disfrazada de "buen rollito". Canal Fiesta Radio, súbete a las mesas a bailar. Monta los coches como instrumentos de tortura. Bocinas a todas horas. La joven pareja en la mascletá valenciana. El horror disfrazado de color y alegría. Vámonos a un cementerio. Vámonos a una aldea en el monte. Desenchufa. Muñoz Molina en una película, haciendo de neurótico que no soporta esa diversión colectiva, ese ruido de la alegre juventud y los que sonríen a diez mil decibelios. Y ahora, las fiestas de la semana santa. Cohetes, tamboradas, legionarios, el pestazo de las velas y el incienso. Toda la parafernalia católico-folklórica. Hay que huir, pero no sé dónde.

martes, marzo 15, 2005

Un tiempo desolado

Por lo menos lo que mata no es ganado, me dije a mí misma. Por lo menos no son más que pollos, con sus miradas estúpidas de pollos y sus ilusiones de grandeza. Pero no se me iba de la cabeza la granja, la fábrica, la empresa donde trabajaba el marido de la mujer que vivía codo con codo conmigo, donde día tras día caminaba por el corral, de izquierda a derecha, de atrás a delante, dando vueltas, en medio del olor a sangre y plumas, en medio de un estruendo de graznidos de odio, buscando, levantando, agarrando, atando y colgando. Pensé en todos los hombres a lo largo y ancho de Sudáfrica que, mientras yo estaba sentada mirando por la ventana, estaban matando pollos, removiendo tierra, palada tras palada. En todas las mujeres que estaban eligiendo naranjas, cosiendo ojales. ¿Quién iba a contar todas aquellas paladas, naranjas, ojales y pollos? Un universo de trabajo, un universo de recuentos: como sentarse delante de un reloj todo el día, matando los segundos a medida que llegan, matar la propia vida contando el tiempo.
(La edad de hierro, J. M. Coetzee, Mondadori, 2002, pp. 53-53).

Una mujer a la que han sentenciado a muerte..., una enfermedad irremediable, no hay vuelta atrás. Una carta que escribe a su hija, que viven en Estados Unidos, lejos de todo el clima podrido de Sudáfrica. Un vagabundo amigo del alcohol, que se ha instalado en la parte trasera de la casa, junto al garaje. Una especie de relación que se va abriendo paso entre ambos. La violencia latente, que la mujer observa directamente, ejecutada por chicos jóvenes (el hijo mayor de su asistenta, y un amigo). En este ambiente de dureza (de ahí el título) se desarrolla la vida, ya cercenada, de esta mujer que nos habla directamente, aunque el discurso vaya dirigido a su propia hija. No sabemos si esa carta será entregada a su muerte. Ella aparece con las iniciales E.C., entonces pienso que podría llamarse Elizabeth Costello, la protagonista de su última novela, pero al parecer su apellido es otro, su nombre otro también. Parece una mujer cultivada, por los comentarios filológicos que hace, por su aprecio de la verdadera música, que intenta tocar en el piano (Bach, claro). En sus apreciaciones se nota el moralismo del autor del libro, Coetzee, al que ya he leído en Esperando a los bárbaros (que me encantó) y parte de Desgracia (en esta misma editorial, pero me quedé en la página 120, tengo que seguirla). Me gusta ese amor por los animales de esta mujer sensible (tiene dos gatos, y ahora también vivirá con el perro del vagabundo, que me hace pensar en François y en su Negro). Ese comentario que hace, que he colocado en la cita de arriba, me hace pensar en una obra de Jeremy Rifkin, El imperio de los terneros, en donde observa el monstruoso paralelismo entre la historia humana y el de la cría de ganado al por mayor, hasta desembocar en el capitalismo cárnico actual.



Cuando yo era pequeño y vivía en el campo, mi padre criaba cerdos (aparte de otros animales de granja, como gallinas, conejos, patos, algún pavo), pero eso no duró mucho tiempo. Pero sí lo suficiente como para acordarme de esos momentos en que venía el matarife y acababa con un cerdo (un marrano), mi madre nos encerraba a mi hermana y a mí en una habitación, pero estaba demasiado cerca como para no escuchar los chillidos tremendos del animal. También veía cómo mi madre pasaba a cuchillo alguna gallina, cómo la sangre se derramaba en el lebrillo. Vida natural, qué duda cabe. Pero esto era algo familiar, doméstico. También recuerdo que pasábamos delante del matadero municipal, ahí sí que se hacían sangrías a lo grande. Y también por otro sitio en donde se criaban cerdos, ahí en la misma puerta una vez un camión reventó a un hombre que guiaba la salida, se supone. La historia humana es una historia de crianza y matanzas programadas. Pero nos asusta que alguien como Sloterdijk nos hable de antropotecnias, como si sólo los nazis hubiesen hecho experimentos. Si tratamos a los animales de esa manera, ¿cómo esperamos que los humanos se traten mejor? El hombre moderno piensa como vegetariano, pero vive como carnívoro. Una contradicción pura.

lunes, marzo 14, 2005

Desencanto

El día está borroso, un poco como mis pensamientos, según las horas, la humedad se adueña del espacio, y Málaga es una olla en donde se cuece... algo indefinido. En una esquina venden a 0.80 € una revistilla llamada Autogestión, han puesto un panel alargado en donde con algunas fotos denuncian que los problemas del mundo, el hambre y alrededores, es por causa del capitalismo, y es verdad. Luego, más tarde, en la Plaza de la Marina, hay una concentración (a esa hora todavía muy poco numerosa) de inmigrantes, he visto carteles por todo el centro, pero en un cartel sólo veo que aparece el nombre de Casa Argentina de Málaga. Y ya están esos altavoces gigantes graznando sus cancioncillas. Me voy a mi rincón favorito del Parque, a un banco que, aunque no muy apartado (esto no es el Retiro precisamente), me gusta porque no está muy expuesto. Pero hasta allí llega la mierda de esos altavoces, esto es fascismo, qué vamos a decir, el fascismo se valió desde los comienzos de esta violencia sonora para llamar la atención. La verdad es que me importa un pepino los problemas de los inmigrantes, si luego hacen las cosas de esta manera. En otra parte, frente al NH Hotel en una orilla del río, están demoliendo una casa de varios pisos, hay gente concentrada a lo largo del puente, me detengo unos minutos para ver cómo trabaja la máquina-jirafa, que echa unos chorros de agua en la parte alta mientras con las pinzas va desgranando la estructura del edificio como si fuera galleta. Creo que a todos nos fascina la destrucción, de ahí que lo del incendio del Windsor en Madrid llamó a muchos curiosos en los días siguientes. La destrucción y la violencia. Nos encanta. En fin, me voy al cine, pero no hay nada que me guste verdaderamente, han quitado la historia de Veronika Drake, de Mike Leigh, que ahora dan sólo en Granada. Y no me convencen ni la de Un largo domingo de noviazgo, ni Kinsey (he leído algunas críticas que la ponen mal) ni la de la Cinemateca (Madame Brouette), así que estando en el Albéniz opto por sacar una entrada para 5 X 2 (Cinco veces dos) de François Ozon, del que no he visto ninguna, me parece. La verdad, si entro a ver ésa es por la presencia de Valeria Bruni Tedeschi, es una actriz que así, de entrada, me seduce muchísimo, lo demás casi que no me interesa. Se presentó en la Sección Oficial del Festival de Venecia, pero no tiene ningún premio que llame la atención. Es una película que pretende romper algunas normas, como es la inversión cronológica, la historia de un matrimonio fracasado que se cuenta al revés, en cinco momentos (de ahí el título): cuando se divorcian; una pequeña fiesta en casa; cuando nace Nicolás, su hijo; cuando se casan; y cuando se conocen, en un lugar de vacaciones. A pesar de que, como dice Betaville, Ozon no es Bergman, la presencia de esa actriz hace que no me dé tanta rabia, porque su rostro, su cuerpo entero (que aparece varias veces en todo su esplendor cotidiano), iluminan la pantalla, frente a los anodinos restantes. La verdad es que, a estas alturas, después de tantas películas brillantes que han diseccionado el matrimonio, una cinta como ésta puede ser considerada un poco banal, y no añade gran cosa a la crisis de la institución. Pero el personaje que interpreta VBT tiene algo que me hacía pensar, mientras la veía, en una amiga, por ejemplo, una amiga que guarda cierto parecido con Valeria, y deseé, ensoñé, estar con ella, aunque fuese sólo un sueño dentro de un sueño, tal vez en esa playa, durante esa puesta de sol, con la que finaliza este filme hacia atrás, ¿en busca de la felicidad posible? Tal vez lo que Ozon trata de contarnos es que el amor, no es que dure tres años sólo, es que nunca se consuma (las escenas más sexuales son fracasos, el acto amoroso no se produce ante nuestros ojos, el fruto es amargo, y Fidelité, la productora, es la ironía que sobrevuela todos los engaños consentidos).



El domingo, como siempre, Rastro (tal vez la última vez en ese sitio, están pensando cambiar su ubicación), algunos vinilos, luego vuelta tranquila, cansado, a casa (en el Parque Verano Azul, de nuevo fiesta, esta vez por el Día del Residente), no tenía ganas de pararme más rato con Michael, Han y Spencer, que allí estaban, en su rincón de siempre. Escuché Sinestesia, pero no me gustó mucho, me esperaba más. Tal vez es porque la música de Erik Nordgren, la pareja artística de Bergman durante largos años, no está a la altura de su creación, y la verdad es que cuando decidió desprenderse de él y quedarse sólo con fragmentos de compositores clásicos, como Bach, la cosa fue mucho mejor. Como en un espejo marcó un giro en su carrera. Cumplió su sueño de filmar La flauta mágica, una película que pude ver en el cine Victoria, de sorpresa, me acuerdo sobre todo de esa obertura de rostros del comienzo. También pude ver allí El manantial de la doncella y El séptimo sello, pero tengo muchas lagunas por cubrir. Ahora ya no existe ese cine, ni el Astoria, ni el Andalucía, ya dije que lo cerrarían en breve, y cada cine cerrado es un poco el cierre de mi vida. Nos quedan las palomitas, y la falta de amabilidad. Ya no es lo mismo. Bergman se despide con Sarabanda, al parecer. La semana que viene, a las 21 hrs., las Ciudades invisibles de Italo Calvino, eso es muy sugerente.



Las mayores alegrías del fin de semana, gracias al libro de Auster. Qué bien escribe el cabronazo. El tema: la posibilidad de perdonar. Grace y Sidney pasan por malos momentos, se ocultan cosas, les ocurren otras que darían al traste con una relación que es todavía reciente, pero ellos son capaces de perdonar, porque confían el uno en el otro. Esta es la verdadera historia de la novela, todo lo demás me parece secundario. Me gusta eso de pasar de una historia a otra, sin que la anterior termine, sino que se quede en suspense, como la de Nick y Eva y Rosa... Me gusta esa magia perversa de Nueva York, esos encuentros y desencuentros (genial la visita a esa especie de burdel, guiado por Chang). Lo malo es que la novela se acabará pronto, ¿y después?

viernes, marzo 11, 2005

Un estado de doble conciencia



Había ido incontables veces a casa de Trause, pero ahora que había pasado varias horas pensando en ella en mi apartamento de Brooklyn, poblándola con los personajes imaginarios de mi relato, parecía pertenecer tanto al universo de la ficción como al mundo de los objetos materiales y los seres humanos de carne y hueso (...) Por un lado formaba parte de lo que estaba pasando a mi alrededor, y por otro me sentía aislado del entorno, dejaba que mi imaginación vagara con toda libertad y me veía sentado a la mesa de mi cuarto de trabajo en Brooklyn, escribiendo sobre aquel apartamento en el cuaderno azul, mientras seguía sentado en una butaca en el último piso de un dúplex de Manhattan, anclado firmemente en mi cuerpo, escuchando lo que decían John y Grace e incluso añadiendo algunas observaciones de mi cosecha.
(La noche del oráculo, Anagrama, 2004, pp. 38-39).

Estar en dos sitios al mismo tiempo.

La vida y la literatura, entrecruzándose.

Paul Auster. La magia ha comenzado.

jueves, marzo 10, 2005

Retrato de Wendoline

lo que susi no dice, pero en lo que piensa, es en un joven académico que si ahora apareciese de repente en el horizonte encontraría el corazón, la mano y también su pequeño chichi susi abiertos de par en par como la puerta de un granero.
de momento susi no está preparada, reservada, adolescente, fragante, inacesible, aguarda todavía como la flor cerrada de la amapola, del aciano, del girasol, a que llegue alguien que la pueda abrir.
como un ramo de rosas lleno de rosas.
(Las amantes, op cit, p. 158).

Así, justo con estas maneras, era Wendoline, a quien conocí hace algunos años, pero a la que no he olvidado. Es difícil olvidar a una chica blanca y pura y llena de pecas. Que gusta de montar a caballo y nadar tanto. susi juega al tenis y aprende a cocinar. susi es tan femenina: y ayudar es lo que una mujer femenina puede hacer mejor. O una enfermera, es tan bello, tan blanca y pura en su uniforme...

Ella decía que si pudiera, sólo iría por ciudades de Europa quedándose en casa de chicos y chicas Erasmus. Es que donde hay señorío...

... y donde no hay, no se puede meter.

Y una tarde que volvíamos de nadar (ella, yo no, que soy un bruto), en su coche, me dijo que su ideal era estar con un chico el tiempo que hiciera falta, y no tener sexo hasta que no fuera el Momento Adecuado, que podía ser al año, o más. Hacer el amor con la cabeza, no sólo con el cuerpo. Pero apenas llegamos a su casita, regalo de sus papaítos, se quitó los pantaloncitos tan blancos y quedó al aire, su pelusilla flotando en el ambiente perfumado de sal. Pero se le hacía tarde y no quiso follar, así que atendió el teléfono, no se dejó ni besar, se vistió deprisa y se marchó al hospital.

Qué frívola. Hasta que encontrara su chico Erasmus, claro. Entonces, se le iban a ir todas las tonterías (aunque a lo mejor seguía paseando en bicicleta). ¿No es una maravilla?

martes, marzo 08, 2005

La condición femenina



En este día de la mujer trabajadora, lo mejor que puede hacerse es leer un poco más a Elfriede Jelinek, como por ejemplo Las amantes (El Aleph, 2004), en donde un pensamiento radical va unido a una escritura igualmente a contracorriente. No hay mayúsculas, aunque sí puntos, comas y demás signos de puntuación. Cuando hay mayúsculas, es en momentos muy precisos, para remarcar algo. La escritora dijo que eso era fruto de su etapa experimental (es decir, su época más experimental, porque su escritura siempre lo es), y que con ello quería dar a entender una cierta igualdad de las palabras. Las frases con concisas, aunque extrañamente simples, pues encierran una crítica ácida de la situación de la mujer en Occidente. A veces parecen frases del colegio, de aquellos dictados en donde nos enseñaron a redactar el mundo con las anteojeras de los profesores todavía pulidos en el franquismo. Y lo que se nos cuenta, en breves capítulos con epígrafes muy irónicos, son las historias paralelas de dos mujeres muy jóvenes, Brigitte y Paula. La primera trabaja en una fábrica cosiendo sujetadores, bragas y fajas. Vive con su madre y se enamora de un chico, Heinz, que es electricista, él sí tiene una verdadera familia, y para ella significa su futuro, todo lo que necesita para salir adelante. Luego está Paula, con padre, madre y hermano, que de mala gana la dejan ir a la ciudad cercana a estudiar confección. Ahí espera encontrar también un amor, que encuentra al final en Erich, que es leñador y vive con una madre vencida y un padre enfermo, él, hijo bastardo de un italiano... Estas mujeres, y sus madres, y todas las mujeres, no tienen un destino (eso los hombres), lo tienen que conseguir. Estas mujeres no son nada, hasta que no se unan a un hombre que las mantenga, que las saque del miserable trabajo, les haga un hijo que ellas donan al marido (su hombre), que les dé una casa, algunos viajes... y palizas, malos ratos, borracheras, etc. Es un círculo cerrado infernal. Y todo está contado de forma muy fría, casi gélida, con esas frases cortantes, con cambio de sujeto constante (lo mismo hay una tercera persona que se pasa a la primera, casi sin darnos cuenta). En este relato perverso y realista a más no poder, la escritora austríaca nos pone frente a las miserias de la mujer, no esa del Tercer Mundo que viene a limpiar casas de señoras ricas, sino mujeres de aquí mismo, cuando ya nos creemos que la mujer occidental se ha liberado y goza de privilegios casi como el hombre. Jelinek nos pone cara a cara con la verdad: nada de liberación. El trabajo no es su salvación, sino su condena. Amas de casa o vendedoras u obreras, todo es la misma mierda. Y si no, venderse a un marido, a una esclavitud mayor. Hijos que son un asco (la escena en que Brigitte se revela un "monstruo" que detesta a los bebés es tremenda), pero que se convierten, todavía, en maza con la que las madres son por fin consideradas por la sociedad como "mujeres realizadas". Mujeres que se cuidan, gracias a la industria cosmética y la textil, para ofrecer un mejor cuerpo: porque todo ha devenido mercado, y la carne femenina rinde más que la masculina (él pone su fuerza y su inteligencia). La trampa del amor, para ella dentro del ideal (interés por la "vida mejor"), para él el amor físico, la violación del sábado, día libre, y el domingo, mujeres usadas y gastadas, que tienen que ser cambiadas (en Deseo esto está planteado de forma más compleja, ambigua y con un lenguaje extremado).

"paula espera a que la escojan, de eso depende. depende de que la escoja el adecuado"(p. 33).
"¿por qué no puede brigitte darse por satisfecha con la nada que ya tiene?"(p. 41).

Se puede pensar que esto sucede así porque son chicas de pueblo, de montaña, en donde no hay más salidas que ésas, tampoco los hombres tienen una vida venturosa, y todo presenta ese olor a vaca y hierba alta, y árboles que hay que talar para despejar el bosque... También en nuestros pueblos las chicas jóvenes trabajan como dependientas en una tienda, o bien de camareras, sirviendo para los guiris. Se arreglan bien, para encontrar un marido. Cuando se casan y tienen el crío, suelen dejar de trabajar. Él tiene un trabajo mejor, y puede mantenerlas. Entonces ella pasea al bebé en el carrito, recuperada su figura, y se dice que esos sueños de adolescencia por fin se han cumplido. En Occidente, todo está hecho para que consumas marcas, diseño, que el mercado femenino administra de maravilla. Ahora se pretende, además, feminizarlo todo, y además abrirse camino a codazos, la competencia manda, para conseguir PODER, porque así se llegará a la IGUALDAD. A la guerra la llaman con otras expresiones políticamente correctas. Cuando la mujer entra en esta guerra, ya no hay nada que hacer..., todos tienen que comer en el mismo plato, quieran o no quieran. La vieja vida familiar y el mercado laboral se dan de palos en una misma cabeza. El hombre se desespera.

***

Estoy más cansado que nunca, y peor aún: sin ganas de nada, como si las cosas me dieran todo lo mismo. Todo en minúsculas: no hay objetos mejores que otros, ni personas destacadas, sólo de vez en cuando un grito, una rabia, una borrachera... Mi amiga Carola me manda algunos sms desde su vida tranquila en Düsseldorf, y se hace una vaga idea de mis sufrimientos. Pero es la única que puede comprenderme un poco. Estoy muy cansado de las palabras, porque son mentira, la mayoría no dicen nada. Sin la presencia, menos que menos. Sólo esa botella es verdad, y esa comida, y esos sueños a ras de almohada, sólo el cuerpo es verdad, como me dice otro querido amigo.

lunes, marzo 07, 2005

Nuestros miedos

Por suerte, ayer domingo hizo un día más o menos bueno (sólo con un poco de viento) y puede ir al Rastro, compré algunos discos como es habitual (los libros no valían la pena, ni en inglés ni en castellano) y me encontré con algunos de los hippies en el rincón habitual. Ausencia de Luis, con su armónica y su perrito: me dijeron que iba por Valencia o así, rumbo a Sicilia. Es verdad, me dije, anunció que se largaba a Sicilia al comienzo de primavera, y cuando sea el buen tiempo, ya estará allí, disfrutando de algún que otro volcán, pizzas y mucha mafia..., aunque un poco como aquí, por otro lado. Empezamos a tomar kalimotxo, hecho con vino blanco asqueroso (Gran Duque) y limón. Tumbados al sol, observo el nuevo look de Michael, que no para de rajar con uno y con otro. Nos vamos con Spencer hacia su casa. Éste vive con su madre en la carretera de Frigiliana, así que tenemos que empujar, turnándonos, la silla de ruedas por la empinada carretera, hay que pasar tres rotondas. En la segunda nos detenemos a tomar una litrona, hacía falta un pequeño descanso. El perro de Michael, todavía cachorro, juguetea detrás de la verja. Uno de los que viene con nosotros se queda en una casa más abajo, y al adosado entramos finalmente, aparte S., el terrible danés, Han, el punki y yo. Dentro nos espera Carl, que celebra su cumpleaños. La madre de S., en la cincuentena supongo (y con los pelos pintados de rojo extraño) está acompañada de una amiga un poco mayor, ambas beben vino rosado. Nosotros seguimos con el kalimotxo, ahora tomado en vasos de tubo, llenados desde una jarra grande, así queda como más decente, hasta de cocktail... La casa está decorada de forma hortera, domina el negro y el blanco, el piso ajedrezado está cuajado de manchas (¿desde cuándo no pasan una fregona?). Un televisor vomita imágenes que nadie mira realmente, desde un canal inglés mal sintonizado. Desde luego, es el escenario perfecto para un domingo. El pequeño salón, orientado hacia el oeste, desde el que se ve parte de la montaña llena de casas aquí y allá, se va llenando de una luz maravillosa, en la que es fácil dar una cabezada, como hacen ya Spencer, luego Carl y acto seguido yo. Humo y más alcohol barato. Por fin Han dice de irnos a tomar un poco de aire, la habitación se torna irrespirable. Nos vamos los cuatro, pero M. se queda en algún punto, y Han y el punki luego se adelantan, van hacia la playa para ver si consiguen algo de paella en lo de Ayo. Yo regreso lentamente a casa, serán las cinco, todo está amodorrado, sí, es un puto domingo y estoy tronco. En vez de comer algo, me echo un rato en la cama. Luego al despertar ya son las ocho, iba a ir al cine a esa sesión, para ver Confidencias muy íntimas de Patrice Leconte, pero ya no. Necesito comer algo, en cambio: paella, precisamente... Nada de vino en muchos días.

Reconocer que estando en la casa de S., pensé: ¿y si montáramos una orgía, y si en la maldita tele, en vez de este combate de boxeo, hubiera una peli porno, y luego...? Desde luego, estaba ya medio borracho.

Así que puedo escuchar Sinestesia, el programa de la Zugasti, que este mes conecta con el cine para recrear mundos fantasmáticos de los mejores directores, ayer era Stanley Kubrick. Un director genial que tuvo un tema fijo en su carrera, la violencia. Como estudioso de la naturaleza humana, de su lado oscuro sobre todo, una emoción que no podía dejar de lado, al contrario, indagó en ella como nadie, fue el terror. Y una película: El resplandor. Ahí echó mano de una música impredecible, como el adagio de la Música para cuerdas, percusión y celesta de Bartók, que usa en dos momentos de envaramiento de Jack Torrance. También usó algo del Penderecki más alucinado, sonó Polymorphia, que curiosamente acaba con un acorde en do mayor. Tenemos miedo de lo que rompe nuestros esquemas, tenemos miedo de la muerte, de la entropía, lo que se desliza hacia el caos. También los protagonistas de Eyes wide shut se internan en el lado oscuro de sus mentes, sacando fuera sus fantasías, de las que tienen miedo, de ahí su salida final: "Follemos". La locura, una tarde de domingo aparentemente tranquila, pero que es en realidad un paso más hacia la Depresión que se avecina...



Ahora es el Festival de Cine Fantástico aquí, la edición XV. Ciclos dedicados a la Hammer, a Jules Verne, a las casas encantadas. El día 5 estuvo Rutger Hauer, presentado por José Manuel de Prada (puaj), y pasaron Blade Runner, pero no fui. No sé si vaya a ver alguna, me gustaría Al final de la escalera. Recuerdo que en las primeras ediciones me compraba hasta un bono y veía un montón. Ahora son otros tiempos, y el cine ha pasado a un segundo plano en mis preferencias. Prefiero además el cine realista. Así que terminé el día escuchando ruidos, los de Hugh Davies en Ars Sonora, el programa veterano de José Iges. HD murió el 1 de enero de este año, de un cáncer de pulmón. Artista sonoro e inventor de instrumentos, como sus numerosos muelles, con los que obtiene sonidos realmente feos. Tenía un particular sentido del humor, como se notó en la anécdota que se nos contó sobre el Iceman. Las interferencias de las máquinas. Los ruidos del cerebro, incluso mientras duerme. Sueños, estoy lleno de sueños malsanos.

sábado, marzo 05, 2005

En el centro del aullido

A sugerencia de Iria, decidí buscar anoche, en la "casa de citas" de Milan Kundera (su Pequeño diccionario de palabras incomprendidas que se incluye en su novela La insoportable levedad del ser), la entrada MÚSICA, y copio entero el fragmento, porque así no se pierde el sentido de la dialéctica que se entabla entre los amantes, también en su actitud ante lo sonoro:

: para Franz es el arte que más se aproxima a la belleza dionisíaca entendida como embriaguez. Uno no puede embriagarse fácilmente con una novela o un cuadro, pero puede embriagarse con la novena de Beethoven, con la sonata de Bartok para dos pianos y percusión o con las canciones de los Beatles. Franz no distingue entre la llamada seria y la música moderna. Esa diferencia le parece anticuada e hipócrita. Le gusta tanto el rock como Mozart.

Para él la música es una liberación: lo libera de la soledad, del encierro del polvo de las bibliotecas, abre en su cuerpo una puerta por la que su alma entra al mundo para hermanarse. Le gusta bailar y lamenta que Sabina no comparta esta pasión con él.

Están los dos en un restaurante y mientras comen se oye por los altavoces una sonora música rítmica.

Sabina dice:

--Esto es un círculo vicioso. La gente se vuelve sorda porque pone la música cada vez más alto. Y como se vuelve sorda, no le queda más remedio que ponerla aún más alto.
--¿No te gusta la música? --le pregunta Franz.
--No --dice Sabina. Luego añade--: Puede que si viviera en otra época... --y piensa en el tiempo en que vivía Johann Sebastian Bach, cuando la música era como una rosa que crecía en una enorme planicie nevada de silencio.

El ruido disfrazado de música la persigue desde su infancia. Cuando estudiaba en la academia de pintura, tuvo que pasar unas vacaciones enteras en la llamada Obra de la Juventud. Vivían en unas habitaciones comunes y trabajaban en la construcción de una siderurgia. La música aullaba desde los altavoces a partir de las cinco de la mañana y hasta las nueve de la noche. Le daban ganas de llorar, pero la música era alegre y era imposible escapar de ella, ni en el retrete, ni en la cama bajo la manta, los altavoces estaban por todas partes. La música era como una jauría de perros de presa que hubieran soltado tras ella.

Entonces pensaba que esta barbarie musical sólo imperaba en el mundo comunista. En el extranjero comprobó que la transformación de la música en ruido es un proceso planetario, mediante el cual la humanidad entra en la fase histórica de la fealdad total. El carácter total de la fealdad se manifestó en primer término como omnipresente fealdad acústica: coches, motos, guitarras eléctricas, taladros, altavoces, sirenas. La omnipresencia de la fealdad visual llegará pronto.

Cenaron, subieron a la habitación, hicieron el amor y a Franz se le confundían las ideas en el umbral del sueño. Se acordó de la ruidosa música durante la cena y pensó: "El ruido tiene una ventaja. No se oyen las palabras". Se dio cuenta de que desde su infancia no hace otra cosa que hablar, escribir, dar conferencias, inventar frases, buscar expresiones, corregirlas, de modo que al final no hay palabras precisas, su sentido se difumina, pierden su contenido y se convierten en residuos, hierbajos, polvo, arena que vaga por su cerebro, que le duele en la cabeza, que es su insomnio, su enfermedad. Y en ese momento sintió el anhelo, oscuro y poderoso, de una música inmensa, de un ruido absoluto, un bullicio hermoso y alegre que lo abrace, lo inunde y lo ensordezca todo y en el que desaparezca para siempre el dolor, la vanidad y el nihilismo de las palabras. ¡La música, la negación de las frases, la música, la anti-palabra! Anhelaba estar durante mucho tiempo abrazado a Sabina, callar, no decir ya nunca más una sola frase y dejar que el placer se funda con el estruendo orgiástico de la música. En medio de aquel feliz ruido imaginario se durmió.
(Círculo de Lectores, 1989, pp. 98-100).

Los que me lean desde hace un tiempo podrán imaginar de qué lado estoy: del de Sabina, esa pintora llena de un oscuro deseo. Ella y Quignard comparten similares argumentos para detestar la música, en este tiempo de aullidos organizados y consentidos (esto es lo peor, que casi nadie protesta). Es posible que media humanidad esté ya tarada, y cada vez suba más el nivel de esa "música", en cada vez más potentes altavoces, antes podías ir por la calle pero ya casi es imposible, los coches, contaminando en todos los campos... Sabina desearía vivir en otra época, la de la lentitud (otra novela de Kundera tiene este título). En cambio, los argumentos de Franz son más inestables. Él se refugia en la música (en donde mete, como en un cajón de sastre, cualquier cosa que suene; esta no discriminación entre música perdurable y música popular es algo muy posmoderno), porque lo que desearía, pero no se atreve a decir en voz alta, es que le flipa el sound-Moloc al que se refiere Sloterdijk en Burbujas, ese estar-dentro-de-la-sonosfera-infernal, como una matriz de confusión y de carácter asemántico, un retorno al ombligo del mundo, rítmico drum & bass como una droga total. Sin embargo, esta embriaguez, ya sea wagneriana o de love parade, no deja más que una rescaca y un abombamiento mental de efectos impredecibles (es como el éxtasis, la droga de los descerebrados). Estar dentro de Sabina, carne dentro de más carne, es provisional. Los que se drogan con chirridos y graves infernales necesitan más dosis mañana, y pasado... Franz puede que sea un literato amargado, o que está harto de las palabras que nos permiten "hacer sentido", pero no creo que nadar en sones y canciones sea la liberación. Es caer en brazos de una hidra llena de venenos y cadenas restallantes.

Me gustaría recabar de los lectores y lectoras del blog opiniones y decires sobre este problema, de qué parte están (me refiero a los personajes del novelista checo), con argumentos a ser posible.

Gracias también a Litae por su apoyo constante y por darme parte del antídoto.

viernes, marzo 04, 2005

Nothing is real



Pues como hoy ya me encuentro algo mejor, decido entrar de nuevo al mundo sonoro, pero en un mundo especial, el que construye, del que se rodea, el pianista Marino Formenti, en su disco Nothing is real. No es un piano cualquiera, es una caja de resonancias, es una cámara de ecos, según la pieza, según el universo que habita el compositor de turno. Incluso un mismo compositor puede estar habitado por seres muy distintos, según la ciudad o la hora del día. Panta rei. Sciarrino, por ejemplo, del que se ofrecen dos ejemplos: la ligereza casi onírica, sin peso ni grund, de Perduto in una città di aque, o bien la rudeza de Nocturno cruel nº 2: rabia, metal. También John Cage se muestra multiforme, ya sea metiéndole desvarío a la idea, en su collage Music walk, o bien con esa calma como Sciarrino, en One. No hay dos momentos iguales, ni dos teclados que suenen en consonancia, porque están afinados, por ejemplo, con un cuarto de tono de diferencia, como en la obra de Haas homenaje a Ligeti, que tiene sin embargo el defecto de ser demasiado larga para mi gusto, pero que no obstante te llena de esa espacialidad tan cara al maestro. Alvin Lucier, que estará en Madrid el día 8 dentro del ciclo Música de Hoy, presenta dos piezas también, una para piano y vasijas sonoras amplificadas, y la última del disco que es un homenaje a la canción de The Beatles que suena de forma fantasmal en el collage citado de Cage. Strawberry fields forever. Y lo veo desde mi ventana, que es azul y rota, en pico. Quizás el que más me engancha es el más desconocido, el austríaco Roman Haubenstock-Ramati, que en Pour piano crea una plataforma de ruidos diversos realmente hipnótica. Son los ruidos que más me gustan. Algo que rasca, algo que martillea, puede ser un piano, tornillos, una escoba, cables que se vuelven locos y televisores que estallan... como en ciertos sueños. Los artefactos están hechos para estropearse. Al final, el artista estadounidense enamorado de los dispositivos de emisión de ondas resucita el piano preparado de Cage, el maestro de ceremonias a la sombra en este proyecto-realidad.

jueves, marzo 03, 2005

Privación de sentido

Sigo con la relectura de Bernard Noël, este librito tan enriquecedor pero no recomendable para gente autosatisfecha con el estado de cosas. En el escrito Sentido y cultura nos cuenta de forma casi aforística las mutaciones de la modernidad: donde estaba Dios, ha de venir la cultura, donde había espíritu colectivo, ha de advenir el individualismo ramplón. Las Confesiones de Rousseau y la Enciclopedia prepararon el camino para la Revolución Francesa, y estos tres acontecimientos provocaron una mutación del sentido, ya que la revalorización del individuo implica la caída de Dios. Pero la revolución industrial, que tendría que haber liberado al hombre, tras siglos de sometimiento al cuerpo místico de la Iglesia, hizo una deriva fatal que ahora termina por encerrarnos en una cámara mortífera. El sentido fue orientado hacia un valor único (éste es el pensamiento único tan cacareado): el dinero.

"El cuerpo social se degradó en cuerpo económico. La única vitalidad del cuerpo económico es el consumo.
Desde hace decenas de años, todo esto no ha hecho más que acelerarse y hoy día sólo se habla de competencia, competición y ganadores" (p. 74).

Vivimos mejor, ¿pero para qué vivimos? El sentido brilla por su carencia. "Abandonamos el infinito divino para entrar en lo humano interminable".

La sociedad funciona gracias a figuras que son imágenes degradadas de Dios. Divismo. ZP en la Asamblea Nacional francesa. Casi un ídolo para los políticos franceses. La arena se enciende con sus palabras lisonjeras.

Abismo producido entre progreso técnico y ausencia de progreso mental. Nueva revolución industrial, la informática: máquinas inteligentes quieren suplantar las funciones propias del cerebro razonable. "Si dicha revolución se orienta una vez más sólo al beneficio, producirá no ya nuevos pobres sino una subhumanidad" (p. 75).

El individuo laico sólo cuenta con su actividad y sus relaciones para hallar el sentido. Transformar el tiempo que nos conduce a la muerte, transformarlo en sentido. "Estar privado de sentido significa precipitarse en ese arrebato hacia la muerte, no tener agarraderas que le opongan resistencia" (p. 76).

Y acaba de forma impecable en su pesimismo que deja una cierta esperanza:

"Nuestra época está en crisis porque los hombres desearían ir hacia el sentido pero su pertenencia al cuerpo económico sólo les conduce al consumo, que es mortalidad pura.
Los artistas, los escritores, son los únicos que practican una actividad que da un sentido a su vida. Su trabajo debería servir de modelo a lo que la nueva revolución industrial podría aportar a cada individuo.
¿Cómo recrear un cuerpo social que fuera también cuerpo de sentido?" (p. 76).

Algunos dirán, como los partidarios de la Tercera Cultura o simplemente de la cultura científica, que lo que tienen que decir, que expresar, artistas y escritores ya no es mucho, que son chismorreos, y que los primeros y parte de los segundos están inmersos en la cultura de mercado, que tampoco son libres. No estoy de acuerdo. Pienso en un artista como Santiago Sierra, ahora afincado en México, que desde dentro del sistema trata de poner al desnudo las miserias e incoherencias del capitalismo, de la sociedad del bienestar: como lo que hizo en el Pabellón de España en la 50 Bienal de Venecia, denunciando la política fascistoide de fronteras; u otras acciones, como pagando a gente marginada para que se esconda, incluso llegó a pagar a yonquis con droga... Pienso en la búsqueda del infinito a través de las imágenes experimentales de José Val del Omar, qué buena noticia que se estrene ahora un film suyo que no llegó a terminar. Hasta que la ciencia no nos ofrezca la ansiada liberación, mientras siga colaborando con los poderes terrenales, no puedo confiar más que en el arte y en la literatura, para alcanzar el sentido.

José Val del Omar:: Tira tu reloj al agua

miércoles, marzo 02, 2005

Abatido

El consumo, aunque devaluado, se convierte en la única excusa, la única coartada de un poder cuya apariencia es ya completamente económica. La rivalidad de los sistemas políticos se mide por el éxito de su economía, lo demás son florituras. Por tanto, todo es mercancía, incluyendo la vida de los individuos en un trueque general que mezcla productos, mentalidades y cuerpos. Uno no cae en la cuenta de que la sociedad industrial, considerada inhumana al principio, ha ido invadiendo tanto todos los campos que ya no hay diferencia entre sociedad e industria: Ya no somos humanos sino industriales. De ahí esta burocracia invasora, estos placeres en cadena, esas ciudades que son campos de la muerte. Por supuesto, una muerte dulce, de la que todos somos cómplices inconscientes y autómatas.
(La castración mental, Bernard Noël, Huerga & Fierro, 1998, pp. 38-39).

El miércoles pasado en la tarde-noche me derrumbé, hubo un maldito incidente, alguien me agredió, y estuve casi una semana de reposo, no deseaba salir, ni podía siquiera, y aproveché para releer a Cioran, fragmentos de sus obras más lúcidas recopiladas por Savater en Adiós a la filosofía; luego, sin descanso, La caída en el tiempo, en la ed. de Monte Ávila, Caracas, 1977. Y acabé con Nöël, el poeta pero también ensayista de una lucidez no menor, que en estos pequeños ensayos (éste se llama "La crisis de la felicidad") analiza de forma radiante esta época oscura. Tenía que seguir así, tras la sombra proyectada por ese libro de Quignard, que estaba acabando cuando de repente todo se me vino encima, y me vi de nuevo con la amenaza de la Depresión cerniéndose sobre mi cuerpo. Cuando uno está mal, se da cuenta de que sólo somos un cuerpo, un miserable cuerpo...

No sé si este blog seguirá por mucho tiempo. A fin de cuentas, no es más que un simple diario, en una blogosfera llena de diarios mucho más interesantes. Mi vida es muy frágil ahora, tanto como lo es mi cuerpo, tengo las defensas bajas, el mundo a mi alrededor está desquiciado y muchas veces entro en su maldito juego, cuando lo mejor sería hacer caso a Cioran, el último quínico, el estoico a destiempo, el contradictorio, que lo mismo celebra la ataraxia que arremete contra la sensatez y defiende la rabia y el furor, un activismo salvaje. Lo peor es sentirse caído del tiempo, en esa eternidad de abajo, en un presente estirado, en un domingo eterno. Un tiempo sin tiempo. Cuando pensaba que estaba mejor, todo era una ilusión. Estos días he pensado mucho en cosas del pasado, y eso es mala señal. Al mirar el correo, tampoco ví que nadie se preocupara especialmente por mí. Uno puede desaparecer en cualquier instante, y la maquinaria diabólica seguirá funcionado. Somos prescindibles, pero algunos más que otros.

Cuando uno está mal, humillado y ofendido, llueve sobre mojado. La música ya no me dice nada. Odio la música. Muy pocos libros vuelvo a coger. Estoy rodeado de recuerdos-cadáveres.