miércoles, marzo 29, 2006

Una vida auténtica


El Gran Tema es justo el que da título a este post: la posibilidad de llevar una vida auténtica, o vivir en la falsedad, en lo inauténtico, por usar una expresión de Adorno que ya no se lleva. El pensador alemán teorizó mucho y bueno sobre esta cuestión, en un tiempo como el suyo tan complicado, pero no creo que más que el nuestro. Esta película, Brokeback Mountain, de Ang Lee, arranca en el año 1963, y nos presenta a dos chicos jóvenes, paletos, habitantes de esa América rural de la que se conocen sólo los tópicos ((el País Marlboro, cosas así). Lo que vivirán ese verano Jack y Ennis del Mar, allá en las montañas, es algo que formará luego parte de su Edén particular, y ese momento estelar se convierte a partir de su pérdida en punto de retorno y recuerdo, para siempre jamás. De eso trata también la última novela de Paul Auster, Brooklyn Follies (Anagrama, 2006), de la búsqueda de un Edén, un territorio tranquilo, lleno de paz, donde sea posible ser feliz. Poe y Thoreau son los escritores fundacionales de la literatura estadounidense, y ellos también se refugiaron, cada uno a su manera, en esa honda selva adonde los hombres comunes no se acercan: la Imaginación, los bosques de Walden. El Hotel Existencia es una versión particular de Harry Brightman, otrora Dunkel el Oscuro. ¿No podría esa calma estar por fin en una colina al sur de Vermont, aunque fuera por unos días? También el poder de los libros ayuda a la empresa:

y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.
(p. 161).

Es la conclusión que se saca tras la historia que cuenta Tom sobre las "cartas de la muñeca" de Kafka, una bella historia que ahora sale a la luz también en un precioso librito.

Pero la película: una grandiosa historia de amor en un territorio mágico, en un paisaje de bosques, montañas, lagos fértiles, cambios de tiempo brutales. Es el momento de la felicidad para la pareja protagonista, lejos de sus vulgares vidas, que vemos discurrir a lo largo de los veinte años que van desde el inicio hasta el triste final. El paisaje se convierte en muchos pasajes en el verdadero protagonista: frente a la estrecha Europa, América tiene amplitud, horizontes lejanos, una melancolía muy bien recogida en la música de Santaolalla. Ese pasaje que nos muestra la visita de Ennis a la casa de los padres de Jack, es realmente Hopper, el pintor de la cotidianeidad convertida en poesía auténtica. En ese momento, es como si se detuviera el tiempo, y sólo por esto, y por aquel verano, esta historia conmueve los corazones más duros. Genial contribución a la descripción de un país y unos seres, paletos infelices, que luchan por un atisbo de felicidad.

martes, marzo 28, 2006

Más Hitchcock (II)

Mi película favorita de todos los tiempos es Psicosis, de Alfred Hitchcock, que anoche volví a ver en el ciclo de Canal 2 Andalucía (ojalá tras éste sigan otros igual de buenos, y ya se anuncia hace un tiempo un ciclo de pelis de terror, como en los buenos tiempos). Las razones por las que la elijo la mejor película para mí son varias, que se me iban pasando por la cabeza anoche mientras la visionaba de nuevo. Es una cinta perfecta, de principio a fin, no hay nada que sobre ni que falte. Ayuda a ello la música implacable de Bernard Herrmann, el mejor compositor de bandas sonoras de la historia; la planificación no menos perfecta; los actores en su punto justo; el ritmo maravilloso de la mayoría de sus secuencias, pero sobre todo la de la huida de Marion... Desde su inicio, la cámara se mueve y nos mete de lleno en una vida, la de Marion Crane, cómo se las arregla con su novio, los problemas de dinero que ambos tienen. Ventanas que encierran historias. En la oficina, uno de los secundarios de turno nos suelta la primera verdad terrible: el dinero es lo que da la felicidad. Marion no puede ser feliz sin tenerlo, así que ya discurre lo que hacer enseguida. Todo se desliza, esta película es fluida al máximo, aunque conste de tres partes diferenciadas y una coda. La segunda verdad que se nos muestra es: cuando estamos en apuros, todos los malos y gentuza y demás vienen a por nosotros, somos como un gigantesco panel de miel para las moscas o como si llevásemos el cartelito en la frente. Esta primera parte genial, pero genial con mayúsculas, que la música de Herrmann conduce de maravilla, termina con una especie de fundido en negro natural, lluvia y oscuridad y mareo de una mente cansada, extenuada por la larga escapada, ante el Motel Bates. Marion en el Bosque de las Brujas. La segunda parte comienza con la irrupción del protagonista de la cinta, cuya historia tremenda se comerá casi literalmente a la primera. Ahí es nada, esta vuelta de tuerca en el cine de AH, desde la mera intriga y suspense al terror puro. Esta parte acaba de forma extrema y melancólica al borde del pantano, cuando el coche se hunde lentamente, y con él una vida, una ambición rota... La tercera parte es la más clásica de Hitchcock, con un detective (Arbogast) que quiere saber demasiado, y por eso es también eliminado. Eso es lo que nos pierde, querer saber demasiado. La entrada en la historia de Lily, la hermana de Marion, y del novio de la fallecida, seres anodinos entre marginales y raros, supone un regreso paulatino al mundo "normal", con el descubrimiento lento pero efectivo de la verdad, y esa coda (floja floja) en donde se nos explica la conducta de Norman-Norma (algo que está en la novela de Robert Bloch, y que tampoco me gustó al leerla).

Hay en la segunda parte siniestra un plano genial, cuando se nos muestra el perfil de Norman y sobre él uno de los pajarracos disecados. La verdad es que Bloch-Hitchcock fueron muy suaves con la verdadera historia del psicópata Ed Gein, que no sólo inspiró esta obra sino La matanza de Texas, mucho más fiel al personaje original. También las muertes de Marion y de Arbogast son secuencias maestras, la primera se dice que realizada realmente por Saul Bass, el autor de los créditos iniciales. De nuevo el laberinto, en el sumidero, en el ojo fijo de la muerta... El ojo, la pasión escópica, la necrofilia, la rubia fatal, el sentimiento de culpa, el sentirse perdido, no poder dar marcha atrás... Y sobre todo: no fiarse de las apariencias, plano final de Norman-Norma en la celda de aislamiento, su pensamiento, no ser capaz de matar ni una mosca... Todo Hitchcock está en esta cinta, que es como decir todo el cine, toda la magia, el embrujo de las imágenes y el ritmo fatal del universo.

No, no puedo ser feliz, la música (ya sea barroca, romántica o contemporánea) no sirve. Sólo el dinero da la felicidad. Dadme medio millón de euros y hasta nunca.

lunes, marzo 27, 2006

Casi felicidad

Parece increíble: ¿un buen fin de semana, aquí, en Nerja? Lo que parece algo del otro mundo, a veces casi se consigue. Relativa calma, buena lectura, buena comida casera, música discreta, los dos programas de Todos contra el chef, un cambio de hora que dejó el domingo más corto (decía yo, ayer, para mí, que los domingos tendrían que tener 18 horas como máximo, ¿para qué más?), un rastrillo con algunas sorpresas, y la perspectiva de un cambio de casa, sobre todo esto último, es lo que más me alegra.

El sábado, que cuando era pequeño era mi día favorito, sobre todo por las mañanas, ahora se convierte en un momento anodino de la semana, y la verdad es que el de ésta no fue una excepción. Hizo un día espléndido, con mucha gente ya en la playa, y pude seguir leyendo la novela de Ruiz Mantilla. La tarde, aunque estaban ahí al lado, desde las cuatro a las ocho, los estúpidos deportistas de defensa personal con nombre impronunciable, no estuvo tan molesta como para tener que largarse, y además, se me hizo más corta porque hablé con M. por teléfono, una hora enterita. En el programa de cocina, Darío ganó al concursante de Sevilla (se hizo desde el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en la Cartuja), con foie mi-cuit caramelizado y habitas. El domingo sí que se presentó diferente: solo en casa, desayuno tranquilamente a las diez, luego salgo hacia el Rastro, con una bolsa en la que llevo una litrona (ya empezada) y el libro de RM. Me paro a medio camino, no puedo más, me ahogo, y es que los kilos de más ya hacen estragos en mí: me pesé en la báscula, cosa rara que no hago más que muy de vez en cuando, y resulta que voy por los 94 kg. Bueno, me consuelo, Monchón pesa 130, hay que joderse. Cuando llevo a lo más alto de la calle, que luego comienza a bajar, allí abajo es un precioso hormiguero de gente que busca, busca lo barato... Las dos primeras calles tienen lo de siempre, o sea, que ya me estoy asqueando por haber venido, pero en la tercera salta la liebre, y veo que los de Costa Animal Society (chillonas camisetas amarillas distinguen a los vendedores-voluntarios) tienen algunos vinilos de clásica esparcidos por la mesa, sobre los cuales hay bolsos y demás cacharritos, que quito suavemente para poder mirotear a gusto. Mucho Bach y Beethoven, algún Mozart, y todas grabaciones históricas, de las que me gustan. Elijo sonatas de Beethoven por W. Backhaus (las nº 8, 30 y 32); y piezas de Bach por Glenn Gould, el genial pianista canadiense (el Concierto nº 1 para piano y cuerdas; y las partitas 5 y 6). Me voy ya, recompensado, y sabiendo que la semana próxima estaré en Madrid, qué ilusión.

Subo y bajo la calle, ya todo es bajada, qué bien, cómo lo agradece este pobre cuerpo pesado, un trago de cerveza, o varios, vienen bien, en la parada de Verano Azul, que está tranquilo, de paso puedo leer un poco de Gordo. Es muy divertido, y además, hay una cierta intriga, tal y como se desarrollan los acontecimientos, en saber qué pasará entre el protagonista y Julia, la atrevida Julia. Me voy más abajo, cruzo el Mas (supermercado que me sirve de túnel y también de meadero) y llego hasta la Torrecilla, el lugar sagrado para las almas en pena como yo. Por desgracia, mi banco favorito ya está ocupado por Antonio, jubilado, ex cartero, socialista de pro. Hablamos de libros (tiene ahora en sus manos el Sur, diario que él mismo reconoce como una porquería, le digo que en El País hay una entrevista con nuestro Presidente), él ha tratado de leer Susana y los viejos, finalista del Nadal, y no le gustó su trama retorcida. Le muestro el mío, tras ver yo El pintor de batallas de Pérez Reverte, que quiero leer en breve. Como recién lo ha empezado, no me puede decir qué tal, yo le digo que promete (dicen ya que es su mejor obra con diferencia). Luego hablamos del Asunto, él tiene las cosas muy claras y mucha rabia contra los del PP, que según él (y yo asiento) son de extrema derecha ya, el giro con Acebes y Zaplana es claro. Luego viene un amigo o conocido suyo, un poco petardo, de los que hablan de fútbol y tonterías así. Luego aparece Alfredo, el Segoviano (al que Antonio llama Alfonso) y al rato nos vamos los tres para Los Cangrejos, una plaza tranquila menos por un grupillo de fumetas y mierdas que se ponen del otro lado a donde estamos nosotros, por suerte. Son las tres, Antonio se va, yo me quedo un poco, cuando llego a casa son casi las cuatro (¡qué bien, comer tan tarde!), el estofado no es tan rico como la fabada de ayer, pero bueno. Más tarde, termino por fin la novela, entre una sonrisa amplia que se me queda (ahí es nada, sin prejuicios, ¡olé!), y llamo a M., que parece aburrida de su propio domingo madrileño. Más tarde, desde la central de Metro Madrid en Nuevos Ministerios (¡jojo!), Darío y el concursante-retador trabajan para los pimientos del piquillo rellenos de carne, ¡y gana el concursante, hay que joderse con el jurado patatero! En fin, es divertido ver la cara que se le pone a Darío, y ver también las tomas falsas, como cuando una tía trata de colarse cuando Darío compra su ticket del metro (la mejor manera de moverse por Madrid, gentuza del no-sin-mi-coche), o cuando otra quiere hacerle una foto, tras el cordón de seguridad desde donde los mirones no quieren perder detalle. ¿Alguna vez se cocinó en el metro?

Tras la cena (a las nueve, hay que joderse), un poco de TV (a esa hora ya no busques noticias, sólo restos), como Al filo de lo imposible (otro desafío a un ochomil, con tres mujeres de protagonistas, (una de ellas tuvo un grave accidente hace un tiempo y se recuperó y atravesó, en otros programas, el desierto líbico). No recuerdo la montaña, en español sería algo así como "la montaña desnuda", en traducción del sánscrito. Luego viene la Ruta de la Plata, que veo más que nada por Maribel del Prado, la Fotógrafa tan buena, pero la verdad es que saber que la Casa de Velázquez ahora es el Taller de Vittorio & Luchino, dice mucho de nuestra época superficial. En fin, me voy a la cama temprano, antes de las once y media.

jueves, marzo 23, 2006

Algunas locuras cotidianas

La noticia de ayer todo el día fue el alto el fuego de la banda terrorista ETA. Iñaki Gabilondo, en Cuatro, dedicó casi toda la jornada a esta noticia, algo que se entiende dada su calidad como periodista y también por su individualidad como vasco. Su capacidad de análisis y su comprensión de las cosas, su falta de partidismo, se enlaza perfectamente con el talante de nuestro Presidente Zapatero, el mejor jefe de Gobierno que hemos tenido en España en mucho tiempo. Frente a esta templanza y esta confianza en lo que puede venir a partir de ahora, tenemos el resentimiento de viejas ratas y serpientes venenosas de los del PP: no se creen nada del fin de la violencia, el que dejen las armas y que quieran dialogar, y dicen que es sólo "una pausa". Todos, ya sea Rajoy, San Gil o Gabriel Elorriaga (jefe de comunicación, anoche en Cuatro X Cuatro), se tienen bien aprendido el guión, y como buenos clones, dicen lo que hay que decir. Pues es que: sin ETA, ¿qué hubiese sido del PP, desde los tiempos de Alianza Popular, fundado por Manuel Fraga Iribarne, jerifalte del franquismo? Nada, sin ETA, sin el victimismo, sin la defensa de ese nacionalismo español más rancio que la "fiesta nacional", los fachas se quedan sisn discurso, sin su juego particular. Sin ese nacionalismo español de extrema derecha, el nacionalismo vasco y el catalán se hubieran desarrollado por sus buenos cauces, sin ninguna violencia ni reclamaciones hartantes. Pero tuvimos cuarenta años de Franco y de fascistas que lo apoyaron, y ahora, apenas remodelados, siguen erre que erre. Fernando Savater, en la columna de opinión de El País de hoy (¿Qué se debe?) mantiene también el talante del PP, al no confiar en este comunicado de la banda, acordarse sólo de las víctimas y defender a los que, valientes como él, defendieron la democracia y la Constitución frente a las demás alimañas no democráticas. No se puede pagar ahora un precio político por el abandono de las armas, esa es la muletilla hartante de los fachas. Savater, que era buen amigo y traductor de filósofos, se ha convertido en el portavoz de esta gente insoportable, y me resulta un podrido.

Lo que más me gustó, lo que dijo Carod Rovira, "ETA ha hecho lo que tenía que hacer, ahora el siguiente paso lo tiene que dar el Gobierno, está en sus manos (en las de Zapatero) seguir con el proceso que se abre". Sin embargo, me decepciona gente como Gaspar Llamazares, de Izquierda Unida, que habla de "gestionar la esperanza", me repatean estas expresiones, que meten en el saco de las finanzas algo abstracto, del mundo de la filosofía.

Al final, estoy de acuerdo con Encantadísimo, cuando habla de que el final de ETA se produjo tras el 11-S, cuando se dieron cuenta que había otros terroristas mejores que ellos; y con el 11-M, los atentados de Madrid de hace dos años, ahí lo perdieron todo, la poca esperanza que les quedaba en seguir con su vieja estrategia. No se puede seguir matando a la vieja usanza, cuando hay unos islamistas por ahí que lo hacen a lo grande y en plan gigante. Pero claro, el PP seguía creyendo que los "amos" eran ellos. Eso les pasa por rancios.
***

Un poco de humor ahora. Esto es de una cadena que me enviaron, es muy divertido:

Solamente porque alguien no le ama de la forma que usted desea, no significa que no le aman con todo su ser...
Jim y Edna eran pacientes de un hospital psiquiátrico. Un día mientras caminaban más allá de la piscina del hospital, Jim saltó repentinamente a la parte más profunda. Se hundió hasta el fondo de la piscina y permaneció allí. Edna saltó inmediatamente dentro para salvarlo. Nadó hasta el fondo y sacó a Jim.
Cuando el Director Gerente del hospital se enteró del acto heroico que Edna había llevado a cabo, ordenó inmediatamente su alta hospitalaria, porque ahora la consideraba mentalmente estable.
Cuando fue a comunicarle a Edna lo que había decidido, le dijo:
"Edna, tengo buenas y malas noticias. Las buenas noticias es que ha sido dada de alta; desde el momento en que puede responder racionalmente a una crisis saltando dentro de la piscina y salvando la vida a otro paciente, he concluido que su acto muestra una disposición sana.
Las malas noticias son, Jim, el paciente que salvó, se ha colgado en el cuarto de baño con el cinturón del albornoz después de que usted lo salvara. De veras lo siento, pero ha muerto."
Edna contestó, "Él no se colgó, yo lo coloqué allí para que se secara." "¿Cuando me puedo ir a casa?"

miércoles, marzo 22, 2006

De la perversión

Anoche, em Canal 2 Andalucía, La pianista de Michael Haneke, una película terriblemente lúcida basada en la novela de Elfriede Jelinek, con muchos elementos autobiográficos. No la he leído aún, así que es asignatura pendiente, y de las ineludibles. La peli la ví en su momento en el cine, y anoche no pude evitar dar algunas cabezadas, porque soy de los que se acuestan pronto, y a esa hora, cerca de la medianoche, ya no aguanto frente a la TV. Me perdí algunos momentos muy buenos y claves, como la secuencia antes del final, tan cortante (como por otro lado es habitual en este cineasta). Erika, excelente en la interpretación de la Huppert (la mejor actriz del momento), es todo un personaje torturado, de esos que suelen ser carne de psicoanálisis y demás. Esta película es para tenerla en DVD y verla muchas veces, para entender qué es eso del crepúsculo de la mente, a la que E. se refiere en un momento, cuando habla de la progresiva insania de Schumann. El padre de E. también acabó en un sanatorio mental. La música más excelsa, como la que suena en esta cinta, no tiene por qué ir asociada a lo sublime, sano y feliz, es más, muchas veces, los que amamos la música clásica, somos seres corrompidos y enfermos. Aunque claro, para nosotros, los intelectuales, no hay seres más podridos que los amantes del rock y demás musiquillas.

Y en cuanto al sexo..., es tan amplio su territorio...

A propósito de La pianista

martes, marzo 21, 2006

Siena

Me pregunta alguien que qué demonios hacía en Siena. Siena: 1999, comienzos de año (o puede que cerca de Semana Santa, ya no recuerdo bien). Viaje a la Toscana, bellísima región de Italia, llena de cipreses y dulces colinas. Fuimos a Siena para saber lo que es el viento. Tenías que agarrarte a las paredes, a esos hierros que quedaron de otro tiempo, de cuando los caballos y otros animales se ataban a las fachadas. Las calles empinadas, de piedra, la magnífica plaza irregular en donde hacen carreras de caballos. Las torres pequeñas, y la del Reloj, majestuosa en su modestia. Dentro, oficinas y casas modernas, pero la apariencia exterior, es de otro tiempo, un tiempo casi medieval. La Academia Chigiana de Música, en donde han enseñado los profesores más ilustres. Siena. Perdidos, por donde mejor sopla el viento que nos llevará. Yo no conozco otra ciudad más hermosa en su pequeña concentración. Bueno, Fiesole es también muy bonito. Ese día llovía a mares y el del autobús se quejaba de los estúpidos turistas, salir un día así...

Entonces sólo me faltó una cosa: conocer los mejores restaurantes, hosterías y tascas para comer y tomar buenos vinos. Yo sé que tengo que volver, al menos a la maravillosa Florencia.

lunes, marzo 20, 2006

Ser o no ser

Ser de izquierdas o no serlo, o ser nada. Ser una persona que cree en el progreso, o ser un reaccionario. Ser vanguardista, o ser un jodido publicista, que vive de los revivals. Ser oscuro y siniestro, o ser un ser brillante, luminoso..., transparente, un pobre padre de familia, un funcionario menor, con su mujer y su hijo pequeño, que recuerda un amor de juventud, una mujer de Madrid a la que visita... para descubrir que ella también ha caído en el Pozo de los pañales, de las caquitas y las meaditas, del talco y los olores febriles del insomnio niñeril. Muy buena la historia de Muñoz Molina; como también ésa que transcurre en Chueca, un barrio de Madrid antes marginal, plagado de mendigos y yonquis, y ahora considerado el barrio fashion, gay y demás cosas de la posmodernidad. Se aprende mucho sobre el Madrid que amo, leyendo estas "novelas".

Me acuerdo entonces, siendo él de un pueblo de Jaén, de aquella noche que tuvimos que coger un taxi para volver de Baeza a Úbeda, dos de las ciudades más hermosas de Andalucía, por cierto. Era una noche de niebla feroz, había sido un día tan opaco, tan neblinoso, que no pudimos ver bien esa maravillosa ciudad, que se nos apareció como encantada. El taxista que cogimos resultó ser parlanchín, pero de los buenos: un tipo de unos cincuenta, puede que más, muy de izquierdas, tal vez comunista o hasta anarquista, que nos habló de los sufrimientos de algunos de sus familiares cuando la guerra, la lucha salvaje con los fascistas, etcétera. Fueron sólo cinco kilómetros, pero al tener que ir tan despacio por la niebla, tardamos como media hora, y ahí dio tiempo a que el hombre diera rienda suelta al pasado compartido. Luego nos dio su tarjeta, le dijimos que ya nos volveríamos a ver. Supongo que ahora es imposible, porque aquélla con quien iba ya no existe para mí, y no creo que vuelva a esos lugares. Pero siempre me acordaré de ese taxista, uno de los pocos que no es un facineroso, y de ese viaje encantado, tal vez porque aquellas historias de lucha, de fascismo y de heroísmo pueblerino me suenan, me sonaban ya, a película, a novela, como ésta que tengo entre manos, y que sin embargo me saben a cosa verdadera, lo más autentico.

Una noche, en Úbeda, se nos acercó una mujer, nos abrió su cartera, con sus documentos, su historia rota en pedazos, nos abrió su intimidad, allí en el triste bar, las cervezas pagadas por ella supongo, su marido la había dejado, le había sacado dinero de las cuentas del banco, y ella sollozaba, nosotros éramos tan felices, ma non tanto, estábamos allí, en la magia, música antigua, conciertos, paseos, era la novela de un año ya tan lejano, que no volverá.

Ser abierto a la influencia, o ser una piedra, y que se tenga que amar también a esa piedra.

La música ya no me dice nada. Pongo la radio, y ya no hay alegría. Me temo lo peor.

viernes, marzo 17, 2006

Excluidos del mundo, lejos en ninguna parte




Una novela de novelas, así se subtitula esta obra de Muñoz Molina, Sefarad (Alfaguara, 2001), una reunión de historias en el mejor sentido de la palabra, habitadas por gente que tiene alguna circunstancia especial, que sufre por una guerra, o por pertenecer a una minoría perseguida, excluida, que ha de atravesar fronteras peligrosas, para ponerse a cubierto de la insania de los hombres, sobre todo en el cruel siglo XX. Así, en capítulos como Quien espera, el narrador va saltando de una historia a otra, y ahí el testimonio de un exiliado interior como Victor Klemperer, demasiado viejo para salir corriendo, que nota cómo cada día las cosas van empeorando, hasta que las cosas básicas, como ir a una biblioteca y consultar un libro, ya no pueden ser hechas por él, como si algo en su interior se hubiera torcido progresivamente. O los encuentros furtivos, años antes, entre Frank Kafka y Milena Jesenska, entre Viena y Praga. O cómo denunciaron a Evgenia Ginzburg, y lo que le esperaba allí arriba. O cómo se llevaron a Heinz Neumann, y lo que tuvo que esperar su mujer, Grete Buber-Neumann, hasta que vinieron también a por ella. O la terrible historia de Camille Safra, que le cuenta al narrador en Copenhague, durante una fiesta aburrida en su honor. Y así muchas más historias, de gente que tuvo que marcharse, de gente que creía todavía en el romanticismo de la guerra, como el "héroe" de Tan callando, y que no sabe, o tal vez sí, que nadie es una sola persona, y que tenemos muchas historias encerradas en nosotros mismos.

La gran noche de Europa está cruzada de largos trenes siniestros, de convoyes de vagones de mercancías o ganado con las ventanillas clausuradas, avanzando muy lentamente hacia páramos invernales cubiertos de nieve o de barro, delimitados por alambradas y torres de vigilancia.
(p. 49).

También Mark Rothko recordaba cómo llegó a Portland, Oregón, él, un chico judío de Letonia, para reencontrarse con su familia, después de un largo viaje por todo el país, terrenos interminables, vistos a través de ventanillas en las que iba viendo retazos de paisaje, ese paisaje que primero captó con su fuerza externa, y luego, en busca de la claridad, trató de captar en la inmensidad de lo anímico, mediante dos franjas de colores, primero en color vivo, luego limitados a un gris y un negro antes de cortarse las venas, una mañana de 1970, en NY, como se cuenta en la novela de Eduardo Lago.

La preocupación de Muñoz Molina por los mendigos, los homeless de Nueva York, de Manhattan, vuelve aquí a ser puesta de manifiesto al hablar de gente que huye, que escapa del territorio natal, para aventurarse en la noche, y comprobar cuál delgado es el aliento, qué fina la vida, qué fácil es cortar el hilo de plata...

Para escuchar: Different Trains, de Steve Reich.

jueves, marzo 16, 2006

Me quiero morir

1993, finales de junio, M. se marcha a Argentina, voy a despedirla al aeropuerto, ese no-lugar asqueroso que sólo es apetecible cuando tú eres el protagonista. De regreso a Málaga, decido meterme en el cine Alameda a ver I hired a contract killer de Aki Kaurismäki, sobre un pobre tipo que decide poner fin a su vida, no puede hacerlo y decide contratar a un asesino a sueldo para que se encargue. Pero in extremis aparece una mujer, surge un destello, deseo o amor, quién sabe, y a partir de entonces, ha de luchar para parar la dinámica que él ha puesto en marcha, ¡la primera! Iba a ser el verano más angustioso de mi puta vida, y éste era el preludio deprimente a ese verano lleno de espera, una Espera turbia por cada carta, por cada subida y bajada de la puta avenida, que no sé ni cómo se llama, pero que la atravesaba día sí y día también; y llamadas telefónicas, en un tiempo en que no existía el móvil, en casas de viejas chochas y en bares de mala muerte (el bar en donde nos conocimos), con la música a todo volumen y yo en la puta oquedad de la pared, tratando de medir cada palabra, cada segundo, maldita distancia. El verano pasó, los tres interminables meses, ella volvió, pero la esperaba la Puta De Su Amiga, y yo en el taxi era como un invitado desconocido, y después de tanto sufrimiento y tantas horas escuchando la Cinta por Ella Grabada, y tantas noches sin poder dormir, ahora ella me decía, en el postrero septiembre, que no sabía, joder, no sabía una mierda de lo que iba a pasar entre nosotros.

Diez años después, 2003, conozco a M., y la primera peli que vemos juntos, en un cine de V.O., quedándome yo dormido parte de la película por el cansancio del viaje, es una de AK, Un hombre sin pasado. Me encanta este director finés, que asocio con mi época cinéfila mejor, la del cine club en el Victoria, con aquellas joyas como Leningrad cowboys go America o Ariel. Luego, en la Cinemateca, vería otras de él, como Nubes pasajeras o La vie de bohème. Pero la que permanece más en mi recuerdo es la más gélida y enfermiza, una de tonos verde botella, sobre una pobre chica que también se quiere morir, La chica de la fábrica de cerillas. El humor amargo y la tristeza se dan la mano en estas películas intimistas, de alguien con una visión poco optimista de la existencia. Por eso digo que es uno de mis directores favoritos, porque tanto por el estilo (minimalista, seco, con la rara poesía de las obras menores y del Norte) como por las historias que cuenta, está muy cercano a mi actitud ante la vida.

Hay veces, yo no sé, en que te gustaría ser como Crispín, ese mirlo negro que canta para mí en las mañanas de previa primavera; hay veces, yo no sé, en que tendría que no salir de la cama, tal y como están las cosas ahí fuera. Hay gente a la que se les muere un ser querido, y en vez de caer en depresión, abren una Fundación (que es como una religión de nuestra época laica), con el nombre del fallecido, para exaltar todas sus virtudes. Hay días, como estos días, en que nada sale bien, y en que me acuerdo de los que lo estarán pasando peor. Tú no sabes nada de esto, ni te importa, porque los problemas de uno son intrasferibles, y no hay dolor que se pueda compartir, ni alegría que no apeste, cuando es de la masa. Mañana miles de imbéciles, de esta drogadicta juventud, se reunirán en plazas y demás para un Macrobotellón. Había pensando ir con el Segoviano a Granada para liarla, armados con Kalashnikovs y abatir a la multitud, pero me da que ese acto supremo surrealista ya no tiene mucho sentido, y que lo que ahora mola es joder a los enfermos de un hospital cercano mientras tú y tus coleguis os ponéis hasta el culo.

martes, marzo 14, 2006

Más Hitchcock

Anoche, una obra maestra del cine: Vértigo--De entre los muertos de Alfred Hitchcock. De nuevo, dos partes bien diferenciadas (más hipnótica la primera, sobre todo la secuencia de persecución de Madeleine por parte de Scottie); de nuevo, la música de Bernard Herrmann; de nuevo, esa trama psicológica, casi psicoanalítica, que hace este cine tan especial. En fin, poco más que decir. Hasta el próximo lunes...

lunes, marzo 13, 2006

Málaga-Nueva York

Sábado, Málaga, depresión, ésa es la secuencia. Nunca como ese día me pareció tan deprimente, tan mediocre y desabrida, sobre todo al salir del cine, ir a cruzar por el Paseo del Parque, y ver que donde antes aparcaban los coches, ahora todo está vallado, y que luego, en el lado sur, tampoco se puede pasar, los paseantes tenían ese lado cortado desde esa mitad, y así que tuve que internarme en el parque (si es que se puede decir algo así de este miserable parque, que está rodeado de tráfico por todos lados), y me quedé unos minutos en un banco de piedra, mientras comía un bocadillo y escuchaba también un poco el cántico maravilloso de los pájaros en este tiempo florido, ya casi verano en sus temperaturas. Y un tipo viejo viene para preguntarme la hora, y pienso que bien puede ser uno de esos seres perdidos que son buscados por sus familiares en carteles por toda la ciudad, seres que tienen que tomar la medicación, y seguro que es mucho peor si la toman, pero bueno. La película está bien, Buenas noches y buena suerte, pero no negaré que dí algunas cabezadas, y que en el momento en que se nos dice que el presentador de las Noticias de la CBS se suicida, casi pegué un respingo, como sorprendido de la noticia, como ayer que pongo las Noticias Cuatro miserables del fin de semana (que está preparado sólo para el puto deporte), y me entero que Milosevic la ha palmado, y Carla del Ponte dice que hay dos opciones, o se ha muerto de muerte natural o se ha suicidado, ¿con cuál te quedas? Me quedo con la C, que es: le han dado la mala medicación.

Málaga es la mala medicina para mis nervios, y en mi caso, es literal lo de nervios a flor de piel, me despiertan, no me dejan vivir, tengo que tomarme las pastillas para dormir, pero anoche fue para lo contrario, con esos efectos secundarios molestos de todos los ansiolíticos, que es la boca seca y demás cositas. Fui a ver la exposición de Anish Kapoor, My Red Homeland, esculturas monstruosas, sobre todo la que da título a la muestra, veinte toneladas de vaselina teñida de rojo, motor hidráulico y acero, y no me dí cuenta de que la estructura se movía, pero si lo hace, como da una vuelta a la hora, es un movimiento casi imperceptible (tiene doce metros de diámetro la cosa). Todos los lienzos (de la serie Wound) llevan también como común denominador ese rojo intenso de nuestras cavidades, de nuestro interior más remoto y vital. Las otras esculturas también son rojas, en fibra de vidrio, con aluminio, madera, o grasa y pintura, en la que más me gusta, junto a esa especie de campana que surge de la pared, y que invita a la Escucha. Kapoor es un escultor tremendamente visceral, y me gusta, me gusta mucho.

Mientras estoy en el servicio de El Corte Inglés (si algo bueno tiene, es que no hay que subir a la quinta planta, como en la tienda de Sol), por megafonía anuncian una exposición en el sótano, en el apartado de Ámbito Cultural, de las Barbies, las muñecas más famosas del mundo. Las Muñecas de Famosa se dirigen al Portal, etcétera. El cuerpo manda, todo lo demás es un complemento tan liviano...


Richard Estes, Detail, Times Square, 2000

Y mientras tanto, en lo más alto, se arman a tope y en plan gigante. No: y mientras tanto, leo sobre Nueva York, y ya estoy allí, por sus calles y avenidas y en los museos secretos, de la mano de MM, que es el mejor guía que uno puede tener. Y leo sobre Richard Estes, el pintor hiperrealista, y pienso en un lienzo de Antonio López que representa una esquina famosa de la Gran Vía de Madrid, que es casi como Nueva York. Y recreo en la mente las acuarelas y lienzos de Alex Katz, que ví también hace un tiempo en el CAC malagueño, y que tanto me gustaron, a posteriori, y sí, esas ventanas son fascinantes. Y pienso en el Hombre caminando de Giacometti, que vi en la Fundación Juan March, cuando los cincuenta años. No sé quién es Leiro, pero me imagino sus potentes y matéricas esculturas. Y me paseo de nuevo por el Rastrillo Kitsch de Nerja, y no encuentro nada, y me digo que ya no iré más. Qué exilio de lujo, el de esta gente que rodea a MM, los profesores y fotógrafos y demás intelectuales, en la Gran Manzana, mientras escuchan a Serrat, mientras una niña duerme o trata de dormir.

viernes, marzo 10, 2006

Hey, Manhattan!

Así se llamaba un tema de los Prefab Sprout, de su álbum favorito para mí, From Langley Park to Memphis, que en su mismo título ya nos hace pensar en grandes territorios, una invitación al viaje. Y otra invitación es la que nos proporciona Antonio Muñoz Molina en su obra Ventanas de Manhattan (Seix Barral, 2004), que empecé a leer ayer tarde. No he tenido la suerte de Roberto Zucco, de haber estado en New York, pero cuando uno lee estos episodios de alguien que sí ha estado en muchas ocasiones, se hace una idea bastante precisa de lo que es llegar a la Gran Manzana (algo que echa por tierra, según el narrador, nuestra imagen peliculera de la ciudad de los rascacielos), lo que es tener que lidiar con los agentes de Inmigración, el gigantismo y la fuerza frenética de un lugar no hecho a la medida del hombre sino de las máquinas, esas máquinas que no dejan dormir (primer episodio). Nueva York también parece tener aspectos positivos, pero si nos fijamos bien, si no caemos en el embaucamiento del lector o el mitómano, esos aspectos siguen estando embadurnados de una capa cinéfila, artificial, imaginaria: esos clubes de jazz; esas ventanas abiertas, sin visillos, como en Rear Window de Hitchcock-Woolrich, que hacen pensar a nuestro hombre en los cuadros de Hopper, el omnipresente Hopper. Aunque a lo mejor lo que nos gusta a todos de esta ciudad, la conozcamos o no, es ese aura de ciudad inventada, de urbe todopoderosa, de capital del mundo. Y ahí, en ese escenario, puede pasar de todo, aunque lo verdaderamente cierto es lo más cercano, lo que tiene que ver con lo más familiar e incluso vulgar: la imaginería estadounidense se abastece de cosas de andar por casa, no de misticismos de un Walt Whitman o un Melville (que son casos extraños en el panorama yanqui). Los nuevos narradores nos lo dejan claro, lo que cuenta es el día a día, una familia y sus singularidades, cualquier pamplina elevada a la enésima potencia. El costumbrismo que tanto denostamos aquí, allí es el pan de cada día: en el arte, en la música, lo que les va es lo más ramplón, sencillo y popular, en todos sus sentidos. Se nota que no amo demasiado la cultura estadounidense, a pesar de que mi imaginario está lleno de tics y de personajes y de paisajes de allá (como dice Trier, un sesenta por ciento de mi cultura es yanqui). Estoy orgulloso de ser europeo, eso que todo el mundo envidia si está en otra latitud, en otro continente. Europa es la mejor región del mundo para vivir, no sólo por ser zona templada climatológicamente, sino porque es la única zona civilizada del planeta, la única hecha a la medida del hombre. Eso no quiere decir que aquí no haya fallos, fallas, quiebres y barbarie, pero Europa sigue adelante, en derechos y en espacios para el diálogo, en comprensión, en dudas y falta de fe, que es lo que nos hace avanzar. La Ilustración y su legado, aunque corrompido, nos hacen ser como somos. Por eso, no sueño con Nueva York, y algo me dice que estando allí, volvería corriendo, porque no soportaría ese insomnio por culpa del ruido incesante, ese ruido que alababa Varese, el hombre nuevo de la Nueva Música. No soportaría ver a tanta gente tirada en las calles, al lado de tanta opulencia, no soportaría tantas grandes distancias, y tanto agotamiento por un ratito de placer. En Estados Unidos, y en NY supongo que tampoco, no hay cafés, esos espacios para la libertad, únicos en Europa (como ha dicho en un precioso libro George Steiner): los bares, pubs o clubes (de jazz, de fumadores, etc.) son sitios para el mal encierro, para el ruido, para negocios de dudosa calaña. No termina de gustarme el jazz, y sólo me gusta el civilizado de Europa central, y el nórdico, y bueno, como excepción, algunas bandas de free jazz, pero eso es cosa del pasado. En NY iría a ver algunos museos, comería en ciertos bistrots (sí, claro, lo único bueno es de inspiración europea), pasearía horas por Central Park, pero me tendría que tragar el hedor del metro, la indiferencia de sus gentes, la miseria en los ojos de los mendigos, la obesidad de los muy blancos, canales en TV como plaga interminable, y todo ese olor y ese ruido de una cultura que en el fondo desprecio.

jueves, marzo 09, 2006

A la espera

Y pienso en todos los libros que me quedan por leer. Leo la columna de Jorge Volpi, El espíritu de Brooklyn, en El Boomeran(g), en donde analiza dos novelas con un mismo escenario principal, ese barrio de New York que da título a las obras, de Eduardo Lago y de Paul Auster (por cierto, lo que dice sobre la de éste me deja un poco dubitativo, sobre la capacidad de Auster para reinventarse a sí mismo).

Busco restaurantes de Madrid.

Y cuento los días que faltan para ir de nuevo.

El Segoviano está de vuelta, tras cuatro de meses en su tierra. Ahora se ha pasado de nuevo al vino de cartón.

Todo vuelve, pero nada es ya lo mismo.

miércoles, marzo 08, 2006

Gordo, gorda

Me encanta esta mujer real que representa la modelo estadounidense Crystel Renn, de 21 años, 75 kg. de peso, y con talla 46, que ha vuelto ha desfilar para Elena Miró en la Semana de la Moda de Milán. La mujer real es así, y es la que más me gusta. A veces la veo pasar, por el paseo de la playa, como esta mañana, toda de negro y con generoso escote, y me digo: vivan las hamburguesas, Estados Unidos y las madres que las han parido.
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Ahora que casi he terminado la novela de Eduardo Lago, quiero leer Gordo de Ruiz Mantilla, también periodista de El País (escribe sobre música clásica), y que dice incluso que hay música gorda (como la de Wagner, este fin de semana con la ONE) y música ligera, pongamos Debussy. Hay un gordo literario genial, que es Ignatius Reilly, al que hemos conocido hace poco, pero que es como si lo lleváramos siempre a cuestas. Ahora, cada vez que me como unas salchichas (con o sin ketchup y mostaza), pienso en él y en su terrible madre y gente de alrededor.
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He declarado la guerra, y con ello mi más profundo desprecio hacia las manifestaciones fascisto-deportivas, todo lo que tenga que ver con dietas, gimnasios, tratamientos de obesidad, salud al día, deporte para la tercera edad, alimentos prebióticos y demás morralla al aire libre. Cada vez que veo a un deportista, con su chándal y demás equipamiento galáctico, cada vez que veo a las tías marimacho de voleibol o su Puta Madre en Bañador, me dan ganas de escupirles, como mínimo. En cambio, me encanta la gordita de la tienda de libros de segunda mano de calle Granada (a quien Thomas y yo ya le hemos cogido el truquillo, por cierto), me encantan las rusas fofas que toman el sol fuera del área de tumbonas, me encantan las gordas no marujas, las chicas de mi edad orondas, las que se alimentan de cualquier cosa que no sirva para adelgazar.
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En un tiempo, se puso de moda una canción del Gurruchaga, con su orquesta particular, y el estribillo era gordas, gordas, muy muy gordas...
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Todo lo que no mata, engorda. La depresión no me mató hace cuatro años, así que ahora, a comer, que son cuatro días.
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Espero que el chef Santi Santamaría, uno de los mejores de España y del mundo, no se ponga tonto con recetas para cuidar la línea...
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Cuando se come, y sobre todo, cuando se come bien, cuando se está en un buen restaurante, de los llamados gastronómicos, es un pecado hablar de otra cosa que no sea la propia comida.
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Quítate de mi vista, puta deportista.

lunes, marzo 06, 2006

Contar historias

Vivir es contar historias. Cualquier tiempo pasado fue mejor porque puede ser narrado. Si algo hace grande a la novela de Eduardo Lago es por su capacidad para contar historias, a través de los dos narradores, Gal y Néstor, en capítulos-episodios que van saltando temporalmente, en una suerte de rompecabezas que sólo el lector atento podrá ordenar luego. Lo que se nos ofrece como el material definitivo de Brooklyn, la novela inacabada de Gal Ackerman, es una concienzuda reelaboración, un proceso de reescritura que realiza su amigo del Oakland, el periodista sagaz que se engolfa en las aventuras de este hombre paradójico, en busca de una felicidad huidiza con forma de mujer fuerte, Nadia Orlov. La narración va moviéndose desde los años cuarenta, cuando paseaba con su abuelo David por Coney Island, hasta los últimos vagabundeos por un hotel, unas calles, un estudio, hasta ese Cementerio Danés en donde encontrará sepultura. Los escenarios son tan vívidos como los personajes, todos perfectamente caracterizados: Madrid en los años sesenta, New York y sus distintos barrios, un pueblecito en la Toscana... Hay fragmentos del propio libro original de GA que son casi un alarde de fantasía surrealista, como el que habla de un hombre que sabía exactamente cuándo iba a morir; o el que nos mete en un fumadero de opio en Chinatown; no nos olvidemos del grupo Los Incoherentes, de inspiración surrealista, comandado por Felipe Alfau, una presencia del mundo real. Lo mejor de esta novela es justo eso: el poso de "real" que deja, lo bien dibujadas de todas sus escenas, ese ritmo interno perfecto, esa justeza en el empleo de las palabras, que emparenta a nuestro hombre con Baroja o Melville, dos citas en el propio texto. También cabría pensar en Paul Auster, por eso de los cuadernos con nombre de color, que emplea Gal para sus esbozos, diarios, etcétera.
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Leo un especial Paul Auster en El País del sábado día 4, se nos habla de su última novela que será publicada entre nosotros, que lleva por título justamente Brooklyn Follies. En la entrevista, se nos habla de la importancia de su mujer, SH, también escritora, en su carrera, sin ella, nos dice, él no se hubiera lanzado a la novela, tal vez. De alguna forma, el trasunto de la salvación de sus últimos personajes de ficción es esta historia real entre la pareja de escritores que viven en Brooklyn Heights. También me emociona leer que en la novela se incluye esa enternecedora historia de Kafka, sobre las cartas que el checo escribió a una niña haciéndose pasar por su muñeca perdida. He visto la novela en la librería Luces, pero no la compré todavía. Tengo ganas de volver a estos pesos pesados, a estos maravillosos contadores de historias, como son Auster, Coetzee, Cercas.
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Sentado frente al mar, me quedo traspuesto, el libro casi se me cae de las manos, el viento me azota por momentos, pero es un sonido tan hermoso, tan relajante, que podría quedarme así todo el día, si no fuera porque aprieta el hambre, y sólo pensar en el camino de vuelta, que es ascenso horrible (porque encima, sé que allí me encontraré con el ruido de todo enjambre humano), me da pereza levantarme, guardar el libro, volver a la rutina. Me encuentro doblemente dividido: mis pies caminan por aquí, pero mi mente está en Madrid, cuando voy por el desangelado rastrillo, pienso que podría estar acercándome al Auditorio para escuchar Shostakovich; cuando regreso a eso de las tres, pienso que podría estar por las calles de Chueca o Alonso Martínez, mi querido Madrid siempre en mi mente. La otra división tiene que ver con el par mar /meseta, no sé si echaría de menos el primero, tal vez sí, pero por una larga temporada, el asfalto no se me haría tan duro, y el alimento que es el Alimento, vendría a mí más seguido.
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En los sueños de las últimas noches, sensaciones muy vívidas de los lugares en los que me encuentro: una especie de poblado árabe, y luego en el interior de una casa de adobe, muy oscuro su interior, y en ella, una sensación de secreto, estoy en un grupo terrorista... En otro, me tengo que dar prisa para llegar a Granada, que hay un examen muy importante, pero de alguna forma, pierdo el autobús, no voy, lo dejo pasar... En uno de anoche, estoy a la entrada del antiguo Conservatorio María Cristina de Málaga, en donde durante dos temporadas fui a los conciertos de cámara de la Sociedad Filarmónica (yo entre los rancios y cacatúas). Pero el recital ya ha empezado, están las cortinas echadas y no me dejan pasar. Me asomo y veo casi de refilón que hay algunas butacas desocupadas, voy a sentarme en una cerca de la puerta, pero cuando me siento, es como si del banco surgiera alguien que estaba enterrado, así que tengo que ir afuera de nuevo. Allí no estoy solo, hay más gente, debajo de un árbol enorme. Se tocan las palmas, yo me trato de unir al ritmo, pero no me siento acompasado, como si fuera a deshora. Sensación desagradable. Luego, soy yo el que propone una música propia. El sueño deriva y ahora soy el que busca sus pertenencias, que alguien ha cambiado de sitio, es un viejo compañero de colegio, que siempre tuvo muy mala leche. Lo encuentro en el hueco de un tronco. Estoy allí a disgusto. En otro fragmento, soy un niño al que se le ha entregado un pase para un espectáculo, algo así como una Casa del Terror, pero voy solo y no conozco bien el lugar, que se vuelve una especie de laberinto. En las distintas estancias que atravieso sólo encuentro restos de muebles, cosas viejas, arrinconado todo, sucio, abandonado. Nervioso, temo haberme equivocado de casa, pero no, al parecer está más escondido. El que me espera al otro lado es Barbazul, el asesino, el Ogro nada menos, el que devora a los niños traviesos...

Pero el sueño más cargado de afectividad es uno que tiene que ver con un grupo de gente de mi edad, no he quedado con ellos, pero se me aparecen y no puedo evitarlos, y hay una de ellas, una chica de unos treinta años, que me llama mucho la atención, pero en cierto momento abandona el círculo de reunidos y se va, supuestamente a llamar por teléfono, pasa el tiempo y no vuelve, yo voy rodeando por el paseo de la playa por si la localizo, pero nada, ni señal de vida. Luego en una casa, aparece, pero ya no me presta atención, está ocupada con su ligue, y eso tendría que ponerme furioso, pero la miro, y comprendo. Es Mar, creo que así se llamaba ésa que tanto me gustaba, de la serie de Cuatro Chicas en la ciudad. Me despierto y veo perfectamente su rostro, sé que si la viera me enamoraría de ella, recuerdo aquel episodio en que todas las demás petardas le hacían coro cuando ella les decía que había vuelto a ver a un ex novio. Pienso también en las chicas del tiempo de Canal Sur, tanto la morena, tan morbosa con su escote poderoso, como la rubia, más recatada, y cuya voz me gusta más. La nueva presentadora del Telediario de la Primera del fin de semana, con su voz de mezzo casi contralto, rubia, tan finita, me hace pensar en una cajera del Hipersol, rostro y cuerpo de modelo pero voz de camionero. Me pierdo en un laberinto, como en otro tiempo.
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Meto la mano debajo del escritorio, cojo una carpeta, y miro en su interior, los relatos de otro tiempo. Uno de ellos me sigue gustando, se llama La noche, como el día, ocupa sólo dos folios, por las dos caras, escrito a mano, y en su estilo continuo-surrealista, casi demente la voz narrativa, cuenta cosas, muy borrosas porque la maraña de palabras inconexas no permite una fácil comprensión, cosas de otro tiempo, del tiempo inmediatamente anterior a su escritura, tal vez 2002, 2003. El otro se llama Olas (Paseos /4) , ocupa cinco folios sólo por una cara, es una fotocopia del original (ya sé, creo que hice la copia para Wen), y relata hechos casi autobiográficos del verano de 2000, un verano lleno de pequeños resplandores y quemaduras frías. Ése no me gusta nada, y estoy a punto de romperlo.

viernes, marzo 03, 2006

Volvamos a la gran literatura

Así que dejo atrás los humores adolescentes (los niñatos de ahora, adictos al móvil, a la comida basura, a cosas que son estúpidas, y encima Vicente Verdú justifica este estado de cosas, estos niñatos que pegan a sus padres y profesores, la falta de disciplina es fatal). Así que leo ya Llámame Brooklyn de Eduardo Lago (Destino, 2006), reciente Premio Nadal, una novela que engancha desde el principio, las que a mí y a cualquier lector serio nos gustan. La entrada es soberbia y el capítulo "Deauville", espléndido, no le sobra ni le falta nada. Personajes vivos como Sam, escenas casi oníricas, como la veinteañera de la estación de autobuses; dos narradores, Gal Ackerman (el que no pudo acabar su libro) y Néstor, su amigo que logrará hacerlo. Una atmósfera. Lo tiene todo para que seamos felices por unos días.
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Fotografía de Mette Perregaard

Sinfonía I, Laberinto, de Jesús Rueda, del año 2000, en versión en vivo de la JONDE dirigida por Martínez Izquierdo (Tritó, 2004). O cómo engancharse a la música de nuestro tiempo, con guiños cinematográficos, con subidas y bajadas de tensión (éstas, en las secciones de la Esfinge), y un remate mercurial con el Minotauro, unas palmas que parecen flamencas poco antes del final..., una obra redonda, por mucho que a los más inflexibles y apabullados por la música contemporánea digan que es una obra del pasado.
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Volvamos a la infancia, mediante una película argentina maravillosa, sencilla, El sueño de Valentín de Alejandro Agresti, que vi hace una semana en Canal 2 Andalucía. El narrador de la historia es el propio Valentín, un redicho niño de otro tiempo, de esos niños que ya casi no existen, porque a su edad, nueve años, ya son todos adictos al móvil y el messenger, ya no sueñan con ser astronautas, y si sus familias están descompuestas (ahora las psicólogas pedorras dicen "desestructuradas"), no les importa mucho, porque ya tienen sus gadjets electrónicos. Valentín vive con su abuela, algo achacosa, el padre lo visita de vez en cuando, le presenta a sus novias..., pero ninguna vale como sustituta de su madre perdida..., ninguna, hasta que aparece la rubia Leticia, con la que compartirá un hermoso día. También se hace amigo de un vecino hippie, pianista alcohólico, que tratará a partir de entonces como figura paterna sustituta. No es una gran película (no como la que daban ayer con El País, Un lugar en el mundo, ésta sí que es grande), pero de vez en cuando gusta ver películas sencillas, sin más ambiciones que las de contar una historia emocionante y cercana.
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No iré a la Semana de Cine Fantástico de Málaga, ya pasó ese tiempo en que no me perdía una. Ahora el cine me da casi lo mismo. No soy un cinéfilo apasionado, no tanto como lo era en los años noventa. Tampoco he ido aún a ver la exposición de Anish Kapoor en el CAC, que ha salido anunciada hasta en el Daily Telegraph. No tengo muchas ganas de nada. Y pienso que cada vez irá a peor.
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¿Sabes lo que me gustaría? Ir a comer a todos esos restaurantes que iré anotando puntualmente en la agenda. Hace tiempo que lo que más me da placer es la buena mesa, la buena vida auténtica. Somos lo que comemos. Miro básicamente la blogosfera gastronómica, aunque no hago muchos comentarios. Leo a José Carlos Capel y a los críticos de Metrópoli de El Mundo. Me gustaría ir a todas esas ferias gastronómicas. Paladeo el último número de Vino + Gastronomía. Cada vez estoy más gordo, y no me importa nada. Tengo que leer Gordo de Jesús Ruiz Mantilla. Y ver, cuando vaya a Madrid, Mondovino, de Jonathan Nossiter.

jueves, marzo 02, 2006

Humores adolescentes


O cómo arreglárselas con cinco hijas adolescentes que tienen la regla al mismo tiempo. Cuando uno acaba el primer capítulo, esto es más o menos lo que se le pasa por la cabeza, cuando observa cómo esta familia, los Lisbon, están entrando en serios problemas al desatarse los humores, estados de ánimo y demás parafernalia del espíritu y el físico adolescente. Primero es Cecilia, la menor, de trece años, la que lo intenta primero, cortándose las venas y luego arrojándose por la ventana de su habitación hasta ensartarse en una cerca de espinos. Como una verdadera virgen rediviva. Tras este episodio terrible, en el segundo aparecen las típicas escenas de instituto, ésas que ya tenemos requetevistas gracias al cine. Las hermanas que quedan no parecen ser más estables. Nos tememos lo peor, es más, sabemos que pasará, porque desde el inicio se nos dice, pero se nos deja con la incertidumbre de saber cómo ocurrirá. Indagar en los papeles personales tampoco ayuda mucho, como ya es la prueba con la fallecida. Todo lo que sucede con las Lisbon es contado por uno de aquellos adolescentes, ya adulto, que recuerda los breves esplendores de aquel tiempo, marcado por convulsiones que a los lectores europeos nos parecen... demasiado americanas.

Otra visión del asunto

miércoles, marzo 01, 2006

Donde no se puede (II)

Es Día de Andalucía, que sólo hay una, por eso es tan importante celebrar que sigue siendo. Salgo a la calle sin muchas esperanzas, porque sé que, si en un día normal no hay mucha vida, en un día festivo es ya la muerte absoluta, pero claro en días así vence el espíritu deportivo, con lo cual hoy seguro que habrá alguna demostración de la Hipocresía Mayor, pues el día del pedal es sólo eso: hipócritas sobre ruedas. ¿Por qué los demás putos días no va la gente en bici?, y además, hacen carreras, que es como decir que sigue la competitividad, por otros rumbos. Ahí en la placilla al lado del reformado Riu Mónica está Thomas, rodeado de la basura de los niñatos: cartones de pizza y latas de Coca-Cola: ¿eres basura porque te alimentas de basura, o comes basura porque eres basura? Difícil cuestión. La cosa es que no hay mucho que contar, que si estuviste en el Carnaval (sí, él estuvo en un bareto de mierda el sábado de madrugada, claro), que dónde se ha metido esa gente (hace días que no se los ve por Verano Azul), que si esto y lo otro, mientras damos tragos a la Victoria, y entonces se pone cada vez más frío y es hora de largarse. Bajo al paseo, pero poco a poco viene menos gente, porque se está poniendo Realmente Frío, para mañana amenaza lluvia, pero claro, aquí ni los acontecimientos meteorológicos se cumplen. Al rato aparece Antonio, ex cartero y ahora de profesión jubilado, con su libraco de Ken Follett, que parece que se le escurre de las manos, quejándose que en la biblioteca municipal no hay nada mejor, y será verdad. Cuando le muestro el mío a punto de terminar, lo mira apenas y pregunta que cómo entiendo eso, como si leer inglés fuera algo como entender física cuántica. En fin, enseguida empieza su labor de acoso y derribo contra Nerja, un pueblo en donde ha estado toda su vida, y que ahora ve cómo se ha echado a perder, desde que entró el turismo en los años 70. De hecho, Nerja es uno de los pocos municipios declarados por la Junta como "turístico", así que vive de eso, como el Real Madrid vive de ser marca universalmente reconocida. Pero ser turístico es ser también casi nada, vivir de una fantasmagoría, porque el día que se marchen los guiris, estos subnormales habitantes de un sueño ya no sabrán qué hacer, pues sólo vivieron del sueño del exterior. En fin, es para quejarse días enteros, así que mejor cambiar de asunto. Pero vamos de mal en peor, porque si hablamos de la Oposición al Gobierno, es entrar en terreno fascista, y nosotros somos convencidos socialistas (yo más a la izquierda que él, of course). España sigue arrastrando su tara fascista-católica-sentimental, por lo cual, cualquier intento de avance es siempre saboteado por un asesino que late en potencia desde los doce años (miedo me da pensar en esas hordas de adolescentes y jóvenes que andan apaleando mendigos y grabándolo en los móviles de última generación). O cómo la tecnología ayuda, para bien y para mal. Luego aparece un amigo suyo, con dos números del Sur, el periódico de Málaga, y viene un especial por el Día Dichoso, con las encuestas de rigor (todo es un cuento, claro), y las noticias dentro, los aledaños de la creación del paraíso, como que ha dimitido Florentino Pérez, y hasta Iñaki Gabilondo le hace una entrevista, y lo vemos por la noche. Dedico la tarde a terminar la dichosa novela de Safran Foer, y a charlar por teléfono, horas y horas de mágico charloteo con mi querida M. de Madrid. ¿Yo andaluz?, vete a la mierda. Puedo ver por fin el programa de cocina de José Andrés, ese cocinero tan enrollado, que tiene como invitados a Tonino (vaya tío, no sé qué hace ahí) y a Pepe Viyuela, que por lo menos da la dirección de Payasos Sin Fronteras. Luego, la cena, y luego de las Noticias Cuatro, zapping hasta encontrar algo que valga la pena, pero esta noche no hay película (estuve viendo la otra noche pasada una de Hitchcock, El hombre que sabía demasiado, que resulta ser humorística, con varios episodios realmente logrados, y con un arranque en Marruecos muy bueno). Ya han puesto en ese ciclo Con la muerte en los talones, vaya, qué rabia.

Para empezar bien el día y espantar todos los cuervos, después de una noche intensa de sueños muy chulos, eróticos y divertidos, con fauna agreste y líos que ni los Marx, nada como la Segunda Sinfonía de Jesús Rueda, Acerca del límite, dividida en cinco secciones, con reminiscencias cinematográficas, con una tensión y una progresión muy efectivas, verdadera música comunicadora, ecléctica y de la buena. En versión de la Orq. de RTVE dirigida por James Macmillan, en un concierto que fue un verdadero éxito.

Por cierto, mañana comienza el Festival de Cine Fantástico de Málaga, y entre otras joyas rescatadas, dan Ordet de Dreyer, o Malpertuis, ¡Dios!